“Pon mejor María… Yo denuncié por miedo por mí y por mi hija. Fue algo que él me hizo, me hizo sentir miedo y por eso tomé la decisión de denunciarle. Yo tengo ese temor”.
María no es María, es el nombre que ha elegido para contar su historia. No quiere que su expareja sepa de ella. Tiene 49 años y es de Honduras.
“La denuncia la puse por acoso. Tocarme, tocarme… en la vida. No tiene que ser siempre el maltrato con golpes”. Él es español y gracias a esta relación María pudo regularizar su situación aquí. “Parece que algo bueno hizo él, aunque lo pagué con creces. Yo luché y luché años por querer cambiarle y también sé que cambiar no cambias. Hasta que la gota colmó el vaso. Sabía que la que tenía que dar el paso era yo y no me atrevía. Por lástima, no sé, por esperanza de que cambiara. Cuando yo decidí denunciar es lo que tenía que haber hecho antes. Pero era una zozobra, y qué voy a hacer yo ahora, pensaba. Y luego lo asumí, que tiro mejor sola que con él. Quien tiraba de todo era yo. Yo trabajo desde niña y me canso, pero qué le vas a hacer”, dice con una maravillosa sonrisa que muestra con frecuencia y que le llena e ilumina toda la cara.
La denuncia sirvió de poco. “Al juez no le valieron las pruebas que le di. Cuando veo en la televisión a las mujeres que han matado y que denunciaron pero no les hicieron caso… me veo reflejada”. A pesar de que su denuncia no tuvo éxito, él entró a prisión porque tenía antecedentes por otros delitos. Ahora está a punto de salir de la cárcel. “Me da miedo que vaya a tomar represalias. Mi miedo es que me va a buscar. Él va a hacer que no ha pasado nada y va a querer volver aunque ya estamos separados”.
“De la policía no tengo queja, desde que puse la denuncia han estado ahí y me han apoyado. Me llamaban para avisarme de que iba a salir de permiso y yo ahorita me enteré de que salía de prisión por la policía que me avisó. El juez fue el que me falló, pero de la policía ninguna queja”.
María tiene las manos curtidas de quien se ha servido de ellas la mayor parte de su vida para trabajar. Llora mucho. Ríe mucho. Le cuesta dar forma a su historia. Va incluyendo personajes hasta que aquello se le va de las manos y me pregunta: “¿Pero me estoy saliendo de mi historia, no?”. Cuando pasa esto hacemos una pausa para reordenar ideas y recuperar su historia.
La hija de una madre migrante
“En Honduras éramos ocho hermanos, murió uno, una familia grande”, dice llorando emocionada. “Mi madre se fue cuando yo tenía 11 años a trabajar a Estados Unidos. 26 años estuvo allí y como no pudo arreglar los papeles nunca nos pudo llevar, que era su deseo llevarnos a toda la familia allí. La vi cuando yo tenía 25 años, que vino”, dice mientras sigue llorando. “Solo era por cartas lo que hablábamos… y lo que tardaban en llegar las cartas. Para hablar por teléfono uffffff, era difícil… Nunca me enfadé con ella porque se hubiera ido porque sabíamos la situación. Mi hermana la mayor pasaba a tomar el papel de mi madre. A ella le enviaba el dinero, las cartas y ella repartía el dinero y nos leía las cartas. Era la que estaba pendiente de todo, de estudios, de comida y de todo. Mi hermanito pequeño tenía un año y medio cuando mi madre se fue. El ideal de mi madre es que todos íbamos a ir para allá con ella, pero si las cosas salieran siempre como las planeas…”.
“Yo a mi madre cómo te digo… es mi madre, yo la amo. Mi hermanito pequeño la ama también, pero ese amor grande que yo le tengo a mi madre por ser mi madre él se lo tiene a nuestra hermana mayor. Él sabe que no es su madre, pero le tiene ese amor. A mi madre eso le duele, pero yo le digo que hay que aceptarlo. Mi madre hasta la fecha me pide perdón por habernos abandonado y yo le digo que no nos abandonó”.
“Mi hermana quería que estudiara pero yo no estudié, empecé a trabajar en un taller de costura que había cerca de mi casa. Cosía. Mi mamá cosía y yo siempre estaba ahí pendiente. Me llamaba la atención, me gustaba. Con 13 o 14 años empecé a trabajar cosiendo. Y luego volvía corriendo a casa para limpiar, cocinar…”. Llegó a trabajar en empresas textiles importantes de Honduras. “Yo no te digo no puedo, te digo lo voy a intentar. Aunque sea algo que no haya hecho nunca”. Años después, poco antes de venirse a España, puso en marcha un negocio de comida.
No para de llorar cuando habla de su madre y su familia. Moquea, busca un pañuelo en su bolso pero no ha traído. “Como ya lo ves soy muy llorona”, dice con su gran sonrisa que en ningún momento es incompatible con sus lágrimas.
Ella tenía un novio en Honduras y con 25 años se quedó embarazada. “Mi hija no lo conoce a él ni él a ella, se quitó de en medio… Cuando yo me vi embarazada dije, ay, Dios mío, y ahora cómo lo hago, cómo va a ser”.
“Cuando vivía en Honduras nunca tuve valor de vivir fuera de las faldas de mi familia y años después doy el salto aquí, qué te parece”, dice con su sonrisa.
La mamá migrante de una niña
María llegó a Madrid en 2008. “Me vine dejando a mi hija de 10 años”. La historia se repetía, aunque la idea inicial no era esa. “Mi idea era irme para Estados Unidos con mi hija. Me fui unos días a México con mi hija y estando allí mi mamá me mandó dinero para que nos viniéramos de regreso a Honduras, me dijo que no se me ocurriera hacer ese viaje hasta Estados Unidos con mi hija”.
Entonces unos amigos empezaron con los cantos de sirena para que viniera a España. “Me aconsejaron que viniera sola, sin mi hija. Es el mejor consejo que me dieron porque como tenía que trabajar de interna dónde iba a dejar a mi hija si yo no tenía familia ni nada aquí. A los tres días de llegar a Madrid ya estaba trabajando de interna en una casa… Me puse en la piel de mi madre para dejar a mi hija allí…”, dice mientras llora.
Cuando María vino su madre vivía todavía en Estados Unidos. “Uno año tenía yo de estar aquí en España y ella volvió definitivo a Honduras”. Así que no coincidieron.
María dejó a su hija de 10 años con su hermana, que también es su madrina. “Y también su mamá, porque hoy mi hija le dice mami también a ella”. En 12 años que María lleva en España solo ha podido ir a Honduras una vez. “Fui a celebrarle los 15 a mi hija. En mi país se celebran los 15 como si te casas, con vestido despampanante y todo eso”. Hacía cinco años que no veía a su niña. Por fin estaban juntas en mitad de la cotidianeidad familiar cuando su hija llamó a su madre:
–Mami…
–Dime… –contestó María.
–Si… no… mi mami-madrina…
Llamaba a su otra madre.
“Y eso… uf…. Me dio un golpe fuerte”, dice sollozando mientras se golpea el pecho con el puño.
María no ha vuelto a Honduras desde entonces. Solo ha ido una vez, igual que su madre en su día. Así que a su madre la ha visto dos veces desde que tiene 11 años. Con su hija ha sido diferente, al cumplir los 18 años se la trajo. “De regalo de 18 venía volando”.
“Cuando ahora veo las caravanas de migrantes que salen de mi país pienso que somos pobres mentales. Es verdad que las cosas en mi país cada vez están peor, pero… Yo no estaba bien, pero no estaba mal, podría haber seguido allí. Tenía hasta un terrenito que había conseguido. Digo tenía porque a saber qué ha sido de ese terrenito después de tantos años. Podríamos haber construido una casita allí mi hija y yo. Piensas en hacer bien viniendo aquí y te sale peor… Eso es lo que yo llamo pobre mental”.
Su hija alguna vez le ha recriminado precisamente eso, que por qué se vino si allí no estaban tan mal. “Mi hija ha tenido mucho resentimiento conmigo muchas veces”. Han hablado mucho desde entonces, tenían muchas cosas que discutir, que compartir, que perdonarse. Hoy viven las dos juntas y se llevan muy bien, pero ha sido un proceso que han tenido que pasar después de ocho años separadas.
“Yo creo que sí, hija, me equivoqué de decisión al venir”, le dijo María a su niña. “Pero luego aquí te ubicas de que estás más tranquila, más relajada de miedos, de la violencia que hay allá; aquí no hay esos asaltos. Y también piensas en que mi hija conozca mundo, aprenda idiomas. Aunque relajarme aquí no te relajas del todo porque siempre piensas en tu familia de allá”.
No he podido encontrar cifras que respondan a esta pregunta: ¿Cuántas mujeres migran solas dejando atrás a sus hijos?
La migrante que limpia casas para pagar los estudios de su hija
“Vas cambiando los ideales que traes con el paso del tiempo y lo que te encuentras”. Esto lo dice porque el plan original no era que su hija viviera más segura, conociera mundo y aprendiera idiomas.
“Yo venía para dos o tres años”, dice con una sonora carcajada y cara de: ¿te lo puedes creer con todo el tiempo que llevo aquí? “Yo quería que mi hija estudiara y ella no ha querido estudiar, para que veas, como me pasó a mí. Mi propósito era trabajar dos, tres años, ahorrar para asegurarle los estudios en la universidad y regresarme a mi país porque había dejado a mi hija allá. Pero me quedé. Me quedé porque ves que nunca ahorras…”, dice sonriendo con cara de es lo que hay, qué se le va a hacer.
“A mí no me fue bien de interna, no se lo recomiendo a nadie, lo pasé fatal. Ahí es más fácil ahorrar, pero no es vida. Además cuando vienes no es que venga una tonta, pero viene más sumisa, no tienes apoyo de nadie, no sé cómo explicarlo, yo ahora sí digo las cosas que no me parecen bien, pero antes no. Y es que las leyes son leyes aquí y en la China…”.
“Uno cuando recién viene pasa tiempos y tiempos hasta que tú te ubicas bien. El primer año de interna yo todos los días planchaba y la hora de plancha todos los días lloraba, hasta la fecha lloro, ¿no ves?”, dice riéndose mientras llora. “Planchar es aburrido, ¿no? Pues yo me ponía a pensar en mi hija y en todo y lloraba. Me trastorné la cabeza de una manera cuando vine… colapsé. No sabía si el verde del semáforo era para mí o para los coches, hasta ese punto colapsé. Llegué a traumarme de esa forma después del viaje y encontrarme aquí lo que me encontré”.
María no estuvo mucho tiempo como interna. “La desventaja cuando ya estás de externa es que es más difícil ahorrar, tienes que gastar más. Tienes que pagar el transporte, donde vives, la comida. Te rinde menos el dinero. Y la desventaja de estar interna es que eres esclavo, pero es más fácil ahorrar. A mí me habían dicho que al venir tenía el trabajo conseguido. Eso es un alivio. Me dijeron allá que sería de interna. Y yo, ¿de interna? ¿y qué es eso? Yo no sé lo que es estar interna ni en un hospital, ¡parí y el mismo día me tiraron a la calle!”, dice riéndose.
Economía y ahorro de una mujer migrante (y su familia)
“Yo cuando vine solo sabía que aquí se ganaban euros”, suelta con una carcajada. Cuando le piden consejo otras personas para realizar el mismo viaje responde: “Yo no recomiendo a la gente que venga aquí. Es sacrificado. Yo no puedo decir que aquí todo de maravilla porque no ha sido así. Piénsatelo bien porque es lo que yo no hice. Porque muchas veces he pensado que el dinero que invertí en el avión lo podía haber invertido en le negocio de alimentación que tuve”.
“Eso sí me dijeron, que aquí de primeras no ibas a desempeñarte de lo tuyo. Yo no he intentado ser modista, siempre he estado limpiando casas. Al final de tanto y tanto me he quedado con las familias que me miran bien, se preocupan por mí, me apoyan. Eso es muy importante por tu estabilidad emocional, es muy importante que alguien te trate bien para poder desenvolverte en tu trabajo también. Me da apuro dejarles, me acoplé a estas familias, que son distintas familias pero todas dentro de la misma. Y mira que yo soy muy impuntual, es un problema que yo sé que tengo. Llego tarde –ha llegado a nuestra cita a la hora acordada, pero dice que no es lo habitual– pero siempre cumplo con las horas que me corresponden. No cumplo con los horarios, pero sí con las horas. Ellos me apoyaron mucho cuando me separé y eso que no les conté lo que él había hecho. Me mudé a una casa nueva con mi hija y estaba vacía. Me dieron algún mueble y cacharros para la casa que tenían, y me dieron dinero también”.
–¿Qué se siente limpiando casas?
María se lo piensa.
–Cuando lo que te hacen es que te humillan se siente fatal. Pero digamos que esta gente con la que estoy no es así, ellos dicen gracias, por favor, les gusta lo que cocino; qué rico, qué pinta tiene, me dicen. Ahí no se siente mal. Si solo te dicen que esto está sucio, que esto no sé qué, pues se siente mal. A mí me da igual cómo me vea la sociedad. Yo hubo un tiempo que era más de qué dirán, pero también tengo un lema: si no trabajo, no como. Pero claro, me gusta que me miren bien. De igual a igual quiero que me vean. Mi entorno ahorita mismo me ven así: de igual a igual. Pero es que somos todos personas. Qué de más puedes tú que no tenga yo o qué de más puedo yo que no tengas tú.
“Yo creo que no es que no me paguen bien, pero me pueden pagar más, claro. Creo que llego a los 1.000, 1.100 por ahí al mes. Depende porque también hay días que hago extras en sus casas. Yo no digo no, entonces algunos fines de semana trabajo –como hoy, que es domingo y nos hemos visto cuando ha salido de trabajar–. Ahorita estoy agarrando todo porque quiero ahorrar, quiero ir a Honduras, que solo fui una vez desde que estoy aquí, pero es que es tan caro ir… De piso pago 650 euros, son dos habitaciones. Más el transporte, más las facturas, más la comida. Mi hija colabora económicamente. Yo le dije si no vas a estudiar me tienes que aportar algo en casa. Trabaja y me ayuda. Ella ahora se ha hecho cargo de ayudar a mi hermana, su mamá”, dice con su sonrisa. “No es una obligación enviarle dinero a mi familia, es porque quiero, mi hija comió, estudió y vivió con ella, es su todo. Ellos nunca me han exigido. Mi hermana, la mamá de mi hija, distribuye el dinero a mi madre y mis otros hermanos. Yo dejé a mi hija con ella porque sabía que quedaba en buenas manos. Mi hermana cuidó muy bien de ella. Y cuando yo algún mes no podía enviar dinero porque no tenía, ella nunca me echó en cara, nunca me pidió nada”.
La migrante que acoge en su casa a otros migrantes
Como madre e hija trabajan su situación económica es mejor. María ha pasado por épocas peores. Hace un años sin ir más lejos, por eso acudió a la Red de Solidaridad Popular Latina Carabanchel, de la que sigue formando parte. “Aquí te escuchan, damos alimentos, nos asesoran sobre vivienda, sobre renta mínima, paramos desahucios”. María empezó con la Red a visitar a personas que viven en la calle. Después se enteraron del colapso que estaba sufriendo el Samur Social y empezaron a ir cada día a sus puertas para atender a las personas. “El Samur Social estaba desbordado de las personas que llegaban aquí y solicitaban asilo. En la noche al salir del trabajo yo y unos cuantos íbamos para allí a repartir caldo, café, lentejas, lo que fuera, y ropa para esta gente”. Pronto se dieron cuenta de que había personas que se estaba quedando en la calle a dormir, personas llegadas a este país que no tenían a dónde ir. María y la Red fueron unas de tantas que entraron en acción para dar una solución provisional a la situación. “Yo me traje a casa a una pareja que estaba recién llegada, dos meses y medio estuvieron con nosotras. Ella venezolana y española, y él peruano. Mi hija les consiguió trabajo. Ahora tenemos a un venezolano en casa que conoció mi hija en el trabajo y que también necesita un sitio donde dormir. Como nosotras tenemos dos habitaciones, una la dejamos libre y mi hija y yo dormimos juntas. Decidió ella que durmiéramos así porque con nuestros horarios de trabajo no nos vemos mucho y ella me dijo así por lo menos dormimos juntas”.
“No ayuda el que tiene, sino el que quiere, yo siempre lo digo. De lo poco que tienes puedes dar. Yo dinero no puedo dar, pero techo y comida no le niego a nadie y con eso soy feliz. Riqueza no pido, con estar solvente y no debiendo a nadie soy feliz. Y pienso que haciendo acciones buenas como que te rinde más la vida. La verdad es que yo me integré ya muy fácil o como se diga. Al principio te cuesta mucho pero lo logras, me siento que estoy integrada. Me siento útil aquí, haciendo cosas importantes porque ya nosotros allí nos criamos en la mentalidad de servir. Si así soy yo feliz, ya descansaré cuando me muera”, dice riéndose.
–¿Con qué sueñas?
–El mismo sueño que tuvo mi madre en su tiempo, regresar a mi país. Mi madre decía que no quería morir en Estados Unidos y yo aquí estoy bien pero me gustaría algún día regresarme. Necesito tener a mi familia conmigo. Nosotros hemos sido siempre muy unidos.
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Ana E. Hernandez
Difícil y durísima situación, pero a pesar de todo positiva.
La categoría personal de la protagonista es superior.
Muy interesante y bien narrada,te angustia pero a la vez te abre al mundo de la esperanza y la concordia
Tamara
Todos conocemos a alguna María pero pocos nos detenemos a escuchar su voz. Gracias a ambas por hacerlo posible.
Winnie
¡Gracias, Tamara!