“Ahora mismo la migración va antes que la discapacidad. Soy migrante con discapacidad y cuando la gente me ve se pregunta cómo lo hizo. Yo también me pregunté cómo voy a vivir sola y mira. Hago esta entrevista para visibilizar la discapacidad y la migración en conjunto”.
“Me llamo May Sampedro, tengo 28 años y soy de Ecuador, de Quito, la capital. Tengo parálisis cerebral”.
“Llegué a Madrid el 15 de septiembre de 2022. Vine para estudiar el máster de trabajo social comunitario en la Complutense. Soy trabajadora social. Fue mi primer viaje en avión. Viajaba con mi madre y la mayoría éramos jóvenes, estudiantes”.
“Mi discapacidad influyó en mi decisión de venir. La parálisis cerebral es un trastorno neuromotriz que me afecta a los movimientos, a la motricidad. No puedo escribir con un boli, la letra no se te entiende. Sí tengo la habilidad para escribir en el ordenador y en el móvil. Hay diferentes tipos de parálisis, yo tengo espástica: cuando me muevo hago unos movimientos fuertes, rígidos. Se me ponen rígidos brazos y piernas”.
“Mi objetivo también es venir a romper barreras, demostrar que una persona con parálisis cerebral puede estudiar, vivir sola; romper el estereotipo”.

Soñar con volar
“Mi padre me dijo tú te vas con tu madre porque no te voy a mandar sola. Yo quería esta aventura sola, pero él me dijo que me iba a apoyar económicamente y tenía que irme con mi madre. Yo tenía ahorros pero dije ok. Mi madre estuvo aquí año y tres meses”.
“Allá tengo una fundación para personas con discapacidad. Se llama como yo: Maite Sampedro. Es para personas no solo de mi condición. Es de discapacidad severa, más que nada. Hago beneficencia, caridad, no pudimos conseguir un lugar físico, solo virtual. Teníamos que tener tres años para que nos den un espacio dentro del ayuntamiento y ahora ya podemos pedirlo. Quiero que sea un centro de rehabilitación, de ayuda económica, laboral y de educación. Un lugar donde las personas puedan tener su autonomía económica, física, mental. Autonomía total, yo es lo que más aprecio y se puede lograr a pesar de tener discapacidad severa”.
“Mi intención siempre esa: internacionalizarme. Postulé desde los 16 años a diferentes programas en lugares como Estados Unidos, Chile, Argentina. Algunos no salieron y otros llegó la pandemia… Cuando era pequeña soñaba siempre con irme de casa, con volar”.
“Aquí, en Madrid, tengo familia, mis tías viajaron veinticinco años atrás. Actualmente no tengo relación con ninguno, se fue mi madre y desapareció la familia. Cuando llegué sí teníamos relación y vivimos en distintas de sus casas. Fue mi padre quien dijo vayan con mi hermana. Yo había mirado un piso de alquiler, pero mi padre quiso que fuéramos con su familia”.
“La obligué a mi madre a irse, aquí ya no te necesito, le dije. Ella creyó en mí y me dijo hijita, tú sí puedes. Mi padre pensó que no iba a poder sola y eso me dolió. Yo lo hago todo, no necesito ayuda”.
“Con la última tía que viví me decía no puedes vivir sola y no sirves para compartir. Vale, pues te voy a demostrar que sí. Mi tía me decía inútil, imbécil. Yo no soy ninguna inútil. Todo eso te hacía ver chiquitita, inferior a una persona sin discapacidad. Me comparaba a otra prima sin discapacidad. ¿Yo no puedo disfrutar como una personal normal? Y eso te da que pensar. Me agredió físicamente varias veces y dije hasta aquí”.
“Estamos haciendo esta entrevista en El Retiro porque me da paz. Cuando me sentía triste, nostálgica, cuando mi tía me discutía cogía el bus y me venía a recorrer con un libro; a pensar, a echar de menos a mi familia, a hablar por teléfono, a escribir, a llorar. Me relajaba y ya me iba a casa”.
“Ahora vivo sola con compis de piso. Estoy contenta. Me encontré un piso que es accesible. Los cuatro compañeros muy bien, estamos en las buenas y en las malas. Una es de Guinea, otra de Jaén, otro de Colombia y otro de Venezuela. Los chicos son pareja. Todos tenemos más o menos la misma edad. Compartimos cuando comemos, a veces preparo cosas ricas de las mías y nos las brindamos. Se han convertido en mi familia”.
“Empecé a cocinar a los 23 años. Había visto cómo se cocina pero una cosa es ver y otra estar en el fuego. Mami, enséñame, le dije en pandemia. Los patacones me salen muy ricos”, dice riéndose.
“Mi plan original era venir a estudiar pero no quise regresar cuando terminó el máster. Hice un excel de pros y contras: seguridad, finanzas, familia, amistad, autonomía, que es los que más me importa ahora mismo. Vivir sola implica cosas como comprar en línea, que aquí se puede. Allá no puedes hacer la compra online porque no llega a muchas zonas”.
Trabajo y duelo migratorio
“Allá trabajé para una petrolera China en remoto. Las empresas allá tienen que tener un 4% de personas con discapacidad, lo dice la constitución de Ecuador. También tiene que haber trabajadora social y entré yo como doble partida. Estuve en recursos humanos y la experiencia me gustó a pesar de que recursos humanos no es que me agrade. Aquí trabajé en Ilunion de prácticas”.
“Me asesoré, meto papeles de arraigo, de arraigo sociolaboral. Me quiero quedar por la autonomía que tengo aquí, puedo moverme con tranquilidad, la independencia. Ahora no estoy trabajando porque todavía no me han respondido del arraigo. Me gustaría trabajar en consultoría social, hacer proyectos sociales. La discapacidad siempre ha sido mi enfoque, ¿qué puedo hacer para favorecer al grupo, a mi gente?”.
“Ser una persona migrante limita mi vida porque como no tienes papeles, no puedes conseguir empleo fácilmente, aparte de tener discapacidad. Ahorita mismo mis padres me sostienen económicamente”.
“Estoy pasando por el proceso de duelo migratorio porque no encuentras tu fin. Llegaste y cumpliste tu objetivo, que era estudiar. Cuando vienes a estudiar eres extranjera y cuando terminas te conviertes en migrante. Y ahora cuál es tu objetivo, me pregunté: que me salgan los papeles, trabajar y dejar de depender de mis padres. Y si no me salen los papeles, qué hago, ¿me regreso o me quedo?”.
May necesita ir al baño. Casual y afortunadamente estamos junto al Centro Cultural Casa de Vacas, que tiene baño accesible.
“El duelo migratorio es también el proceso que atraviesas de pérdida constante. Tu familia, tus amigos ya no pertenecen a tu nueva vida. Estás aquí, ya no estás allá. Igual el idioma, tienes que usar las palabras de acá para poder comunicarte mejor. No se trata de olvidarlo, sino de cambiar el chip. Tienes que perder un poco tu identidad como ecuatoriana para adaptarte al nuevo país”.
“Lo que más me gusta de aquí es la independencia y la mentalidad de los españoles: no te ven con pena, te ven como una persona. Lo sé que no todo el mundo es así, pero me he topado con gente amable y abierta”.

Soledad y sueños
“La discapacidad y la migración han influido en mi salud mental. Antes me tenían en sobreprotección, no me dejaban hacer nada. Eso te hace sentir muy mal porque quieres hacer las cosas. A veces la gente no comprende la visión que tengo y me gustaría que me comprendieran. Mi objetivo de la vida es romper estereotipos, esquemas”.
“Echo de menos a mi familia: mi papá, mi mamá y mi hermano. Más que nada el sentirme acompañada. Tengo gente que está ahí pero siempre me he sentido sola y ahora más. Me rodeo de gente pero no me siento dentro de la gente… no hay forma de explicártelo. Una cosa es estar sola y otra sentirse sola. Estoy yendo a terapia, estoy en ello”.
“Me gustaría tener más amigos, soy muy sociable, muy de salir por aquí, por allá. No le digo a ningún plan que no. Allá en Ecuador no tenía novio. Algunos chicos me propusieron, pero yo me enfoqué tanto en los estudios… Está el tabú del sexo y la discapacidad en Ecuador. Aquí no he tenido tanto problema. Allá es muy complicado, no todo el mundo está dispuesto a hablar de sexualidad y discapacidad. Allá si tienes discapacidad es que eres asexual. Acá la gente joven no lo ve así, he estado en aplicaciones de citas. Me gustaría ser madre y esto tampoco está, tampoco se habla”.
“El amor es respeto, aceptación, libertad. Me gustaría un amor sin posesión, que tú elijas quedarte porque quieres hacerlo. A mis padres no los llegué a respetar en su momento, ahora es otra cosa. Teníamos discusiones a diario, les hablaba mal. Yo soy leal con lo que digo, lo que hago y lo que pienso”.
“El peor miedo era enfermarme sola aquí y no poder hacer mis cosas porque no tengo a nadie que me ayude. Acabo de tener gastroenteritis y mis compis me llevaron al hospital, lo hicieron genial, pero entiendo que tienen sus vidas, sus cosas. Estoy triste y eso que pienso que tengo cosas buenas. Ahora, por ejemplo, me voy al congreso de discapacidad y universidades, está todo pagado, es un punto favorable. Pese a lo positivo me siento triste por la soledad. Con los amigos hay veces que salgo, pero es un momento, un momento pequeño”.
“Quería ser médica pero los decanos no me dejaron entrar por la discapacidad. Cortar con bisturí no iba a poder. Ahora estoy riendo cuando lo cuento, pero lloré, lloré, lloré. No soporto que me digas que no puedo. Sí puedo hacerlo, ¿por qué no?”.
“Me gusta leer, pasear, ir de compras: ir a vitrinear (mirar escaparates) aunque no compre nada. Me gusta no aburrirme en casa. La última serie que he visto es Outlander. Necesito que me aprueben la regulación y conseguir novio”, dice riéndose. “Mi sueño es trabajar en algo que ame, tener mi familia, estar estable económicamente. Tengo motivos para ser feliz”.
“Me hacéis la vida más fácil con empatía y amabilidad. A mí me ven como una persona muy valiente. Me siento valiente y me ha tocado serlo. Uno no se espera ser valiente, me ha tocado decir yo puedo sola, ¿por qué no?”.
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