Historias cotidianas que solemos ignorar

Pobreza

Pobreza es no disfrutar del silencio

Cecilia Orellana es de El Salvador y vive en situación de pobreza

“Las primeras veces me picaban y se me hinchaba mucho la piel. Luego como que el cuerpo se me adaptó. Siempre me picaban, yo siempre iba con miedo y dicen que las abejas sienten tu miedo. Cuatro años trabajé con ellas, daban dinero: daban miel y la lograba vender. A veces no tenía para ir a la universidad: para el pasaje, la comida o algo y pues vendía la miel y lo conseguía”.

Cecilia Orellana tiene 26 años y es del Departamento de Cabañas en El Salvador. Hizo varios cursos de apicultura y después le dieron 10 colmenas. Su familia vive en el campo y tienen las colmenas cerca de casa. Son 11 hermanos: cinco están en Estados Unidos y uno está en España desde hace seis meses. El resto de la familia, hermanos y padres, sigue en El Salvador.

“Allá estaba con mi familia, tenía el apoyo de ellos siempre. Estaba estudiando en la universidad Trabajo Social pero no logré terminarlo, eran cinco años y yo me quedé en tres”. La miel no daba suficiente dinero para pagar sus estudios, así que sus hermanos le mandaban dinero desde Estados Unidos. “Hasta que me dijeron que lo sentían, que no me podían ayudar más. Ellos ya tenían sus hijos y no podían con todo. Entonces yo ya no podía pagar la universidad y la dejé”.

“Qué voy a hacer ahora todo el día en casa, pensaba yo. Una tía me regaló dinero y con lo que vendí de la miel compré para venir a España. Tomé la decisión porque dije ya no estoy estudiando, no tengo trabajo, tengo que buscar otras cosas nuevas, tengo que salir de acá, salir adelante”.

“Mi idea era encontrarme un trabajo pronto y ayudarle a mi familia, pensé que todo me iba a salir bien, que iba a haber buenas oportunidades, pero cuando llegué no fue como pensé. Lo más duro de migrar es dejar a la familia y no encontrar lo que uno realmente esperaba. Vine con la ilusión. Me dijeron que uno viene acá y se le abren muchas puertas y que puede seguir estudiando. Yo pensé: me voy a dedicar a trabajar, ahorrar y tener mi carrera con una enfermería, que también me gustaba mucho. Me gustaría trabajar de enfermera, pero como no creo que se pueda, pues seguiré cuidando personas”.

Cecilia es tímida. A Cecilia le cuesta sonreír.

La pobreza de la migrante recién llegada

“Vivía la dueña del piso, su esposo, la señora y yo, que compartíamos habitación”. Cecilia vino a Madrid con 24 años. “Conocía a esa señora aquí, que fue la que me recibió. A mí la señora me dijo que me iba a dar un trabajo pero realmente no fue así. Era todo diferente de como me lo habían pintado en El Salvador. Y entonces fue que perdí el dinero”.

–¿Que lo perdiste?

–Bueno, me robaron el dinero que tenía. La señora me dijo que ella me lo guardaba, que era mejor así. Ellos nunca dijeron que me habían robado el dinero. Era como el tercer día de haber llegado. Estuve como una semana que no comía nada. Las personas que eran de mi país fueron los que realmente me dieron la espalda. Yo lloraba. Yo pensaba que los de El Salvador me iban a apoyar y la cosa no fue así. ¿Cómo estás, te sientes bien?, me preguntaba siempre mi mami y yo le decía sí mami, yo estoy bien. Para no preocuparla me tocaba aguantármelo.

Unos 10 días después del robo dos mujeres salvadoreñas le consiguieron un trabajo de interna y se fue de la casa de la que casi no había salido desde que llegó. Cecilia trabajó de interna en varias casas y de allí pasó a cuidar a personas mayores. Como ya no era interna tenía que buscar un sitio donde vivir.

Coronavirus: pobreza en Madrid

“Fue así como llegué a un garaje. Lo encontré en Milanuncios. Decía: habitación 150. Cuando llegué no era habitación, sino camas compartidas. En cada habitación había tres camas. Que no eran habitaciones, era que el señor las había hecho poniendo unas maderas. Llegamos a vivir 15 allá. Estuve desde el año pasado”.

“Era un sitio feo. La única entrada de aire que tenía era la puerta, ni ventilación ni nada. Agua, baño y cocina sí había. Por turnos usábamos el baño, la cocina. Me daba mucha, pero mucha lástima. Jamás pensé que iba a venir aquí y vivir en un garaje compartiendo la habitación con otra gente que no conocía. La convivencia fue muy buena, fueron respetuosos, me trataron más que bien. Lo malo era que no teníamos intimidad, yo tenía que cambiarme ahí escondidita”.

Cecilia trabajaba cuando llegó al garaje, pero meses después estalló la crisis del coronavirus y perdió el trabajo. Muchas organizaciones alertan de las graves consecuencias económicas que está teniendo el coronavirus en los colectivos vulnerables. Cáritas acaba de publicar un informe basado en entrevistas realizadas en hogares de todo el país que han recibido el acompañamiento de la organización en el último año. El informe afirma: “Si en el conjunto de la sociedad española se ha registrado una subida del desempleo de 2,5 puntos porcentuales en la tasa de paro entre los meses de febrero y abril, en la población acompañada por Cáritas el aumento ha sido de 20 puntos porcentuales”.

Cecilia no forma parte de este estudio porque ella no había recibido ayuda de Cáritas en el último año. Hasta que llegó el coronavirus no había recibido ayuda de nadie.

Cecilia Orellana está en situación de pobreza, embarazada y sin trabajo por el coronavirus
Cecilia en su habitación del piso de Cáritas tras haber dejado el garaje donde vivía.

Pobreza: coronavirus y embarazada

Cecilia conoció a su pareja, Anyelo, en el garaje. Se quedó embarazada y dará a luz a su niña el 8 de septiembre. Compaginó su embarazo con el trabajo hasta que se puso mala. “Cuando me enfermé no quería que se enfermara la señora que cuido y les dije que me sentía mal y a ellos les dio miedo”. Esto fue hace dos meses, que es el tiempo que lleva sin trabajar. “Ayer me llamaron y me vinieron a dejar las cosas. Ella está ahora un poco peor y no quieren que yo vaya por el virus y como estoy embarazada dicen que tienen miedo por si se caiga y yo no pueda cogerla”.

“A mí me dijo que lo había tenido el coronavirus. Me dio fiebre, dolor en el cuerpo, de cabeza. Me hicieron la prueba de la analítica de sangre y la de la nariz, esa dio positiva y la de la analítica negativa. Más miedo que todo tuve por el embarazo, era un dolor de cuerpo tremendo. Estuve cuatro días así, nada más, y a mi chico le dio como a los dos días de darme a mí. Éramos ocho en el garaje cuando el virus y tres, no más, se contagiaron. El compañero de nosotros de la habitación se puso peor, a él le dio más fuerte. Estuvo 15 días ingresado en Ifema. Cuando salió le dijeron que estuviera luego aislado, pero cómo iba a estar aislado en el garaje. Ahorita todos estamos bien”.

La cuarentena en el garaje fue dura. “Claaaro, lo pasé mal, se hizo largo. Estábamos encerrados, no salíamos para ningún lado. Ni tele ni nada, jugábamos a los dados. No más eso. Y con el móvil. Pláticas entre nosotros. Yo decía que me estaba volviendo loca, ya ni dormía”.

Cecilia no tenía ingresos y Anyelo tampoco. No eran los únicos, así que un compañero buscó ayuda. Y la ayuda llegó. La organización madrileña Bocatas comenzó a llevarles comida al garaje. Entre las actividades principales de esta organización no estaba dar comida, pero con el coronavirus todo cambió. Vieron la necesidad de alimentos que tenían sus personas conocidas o amigos de amigos y se pusieron a repartir comida. Hoy en día alimentan a casi 1.300 familias, más de 4.000 personas. Con la crisis ha aumentado también el número de voluntarios y son más de 400 los que colaboran con la tarea.  

Cuando Bocatas se enteró de que Cecilia estaba embarazada pidió ayuda a Cáritas para sacarla del garaje. “Llevamos 10 días acá justo. Me dijeron que la prioridad es por el embarazo, nos dijeron que nos iban a ayudar y sacarnos del garaje porque claro había mucha humedad y no estaba bien”. 10 días son los que llevan Anyelo y Cecilia en un piso de Cáritas. Su hermano, el que llegó hace seis meses de El Salvador, sigue viviendo en el garaje y tampoco tiene trabajo.

Agradecida por vivir en un piso de acogida

–¿Movistar?

No sé quién está tratando de hablar con Movistar, solo oigo de lejos un inicio de conversación con la compañía telefónica. Cecilia y yo estamos hablando por Skype, solo la veo a ella a través de la pantalla del móvil, pero durante toda la charla oigo conversaciones cercanas que no puedo ver. Ella se ha puesto los auriculares para no molestar y oírme mejor. No es un ruido constante, no molesta, pero cada poco se escucha una conversación telefónica, la voz de un niño preguntando a un adulto o adultos hablando entre ellos.

Cecilia y Anyelo comparten una habitación con dos camas. El resto de la casa la comparten con tres familias más: “Una familia de cuatro, otra chica y su hijo, y la otra familia que son cuatro también. Nosotros aquí estamos muy bien, la convivencia es muy buena. Al menos estoy respirando aire puro”, dice con una pequeñísima sonrisa. “En el garaje no veíamos la luz. Acá nos levantamos a las siete de la mañana, allá hay veces que eran las once y no nos habíamos levantado, no sabíamos que era de día”.

“Ahorita estamos sin nada de dinero, dos meses sin trabajar llevamos. Cáritas nos trae, a través de una chica que trabaja en Bocatas: leche, cereales, zumo, a veces pescado o trozos de pollo, chocolate, café, pan, verdura, fruta, lentejas, garbanzos para que nosotros cocinemos. Hambre no pasamos, estamos muy bien. En Bocatas nos dieron también este móvil con saldo y todo, y también me están ayudando con el bono –abono transporte– para movilizarme para las citas porque si no, no me diera”.

“Me siento agradecida, sin esa ayuda es que no sabríamos qué es lo que estaríamos comiendo. Yo no pensé jamás que estaría recibiendo ayuda. Yo pensaba cuando el virus: ahorita la gente está pensando en su familia y quién va a pensar en nosotros, y eso me ponía muy mal. Siempre lo voy a decir, con todo esto que está pasando y las ayudas que estamos recibiendo de Bocatas y Cáritas estamos más que agradecidos con ellos”.

“Acá en este piso son nueve meses y uno ya puede ir ahorrando para buscarse algo mejor. Yo me siento capaz de trabajar. Ahorita estamos viviendo de parte de Cáritas, pero lo que quisiera para ella –dice señalándose la barriga– es tener un piso propio donde estemos bien, con espacio para que ella esté bien. Aquí estamos bien pero quiero algo mejor para ella. Sé que no se me va a dar, pero bueno. Quiero  darle oportunidades que no se me han dado, darle lo mejor a ella. Necesito, no sé, tener un ahorro para salir adelante y no depender como ahorita de los demás”.

–Hasta luego.

Se oye decir a alguien de fondo. No es a nosotras, pero nos sirve para despedirnos.

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  1. Ana Hernandez

    Que dureza de vida , a pesar de ello nuestra amiga esta animada y piensa seguir luchando para recibir a su hija.
    Bravo que a esta bella persona, la vida le depare trabajo y su hija venga muy bien

  2. Juan

    Gracias Winnie, por esas historia reales que canalizas, deseamos que haya salida prontas para nuestra vecina centroamericana.

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