“Estoy desesperada, el próximo martes 22 de mayo a las 9 se ejecutará el desahucio”.
Esta frase forma parte de una carta de las que ha enviado, y todavía envía, Sonia Castelo al Defensor del Pueblo Andaluz. Esta la envió el año pasado, 2018, momentos antes de que la desahuciaran a ella y a su hijo. Sonia tiene 66 años y Daniel Muntaner, su hijo, 41. El desahucio se ejecutó y desde mayo del año pasado madre e hijo están sin hogar. Los dos proceden de Argentina, de Mar del Plata.
Viven en Málaga desde 2005. Su vida aquí ha sido un cúmulo de desdichas. Allá, en Argentina, no podían imaginar lo que se les venía encima. Hoy estamos charlando en el Paseo del Parque, un lugar que conocen bien. Madre e hijo han dormido al raso aquí. “Por eso conocemos este sitio, estos bancos. Muchas veces dormimos aquí, pasamos muchas intemperies”, dice Sonia.
Antes de estar sin hogar tuvieron casa propia
Sonia y Dani son muy muy muy afectuosos. Sonia habla mucho, Dani menos. Sonia tomas las riendas de la conversación enseguida. Dani escucha lo que dice y en ocasiones completa lo que cuenta su madre. Permanece en cuclillas escuchando a Sonia, que está sentada en un banco. Dani a veces se levanta y pasea. Sonia a veces se levanta y prosigue su discurso de pie. Cuando habla Sonia, Dani puntualmente le hace señales. Pero no son señales de control. Son señales de acompañamiento, son gestos y miradas de “aquí estoy, tú tranquila”. Se miran y se entienden. Se tocan levemente y se entienden. A Sonia le preocupa decir según qué cosas delante de Dani. A Dani le preocupa decir según qué cosas delante de Sonia. Sonia se preocupa por Dani. Dani se preocupa por Sonia.
A Sonia le tiembla ligeramente la voz y la cabeza. Dani utiliza el lenguaje de signos siempre que habla. Los dos tienen un acento argentino venido a menos. Lo que más les queda es la entonación, lo justo para adivinar que proceden de allí. Son muchos años en Málaga y el andaluz se hace presente, sobre todo en Dani.
Sonia tiene tres hijos, Dani es el pequeño. “Me casé con 17, te imaginas el ratito que me duró el matrimonio, lo justo para tener los tres hijos. El padre tiene como 14 hijos en total”. Dani es el hijo pequeño, Gabriel es el mediano. Este último llegó a Málaga tres años antes que Dani y Sonia. Gabriel animaba a su madre a que viniera para mejorar sus condiciones de vida cuando la economía Argentina no pasaba por su mejor momento. “A mí me costaba un horror pensar en venir aquí”, explica Sonia, a pesar de que lo que contaba su hijo resultaba tentador. Hasta que un día Gabriel le dio un ultimátum: “Si no estás aquí en 15 días, olvídate de que tienes un hijo en España”. Sonia entonces inició con rapidez los trámites y malvendió su casa para que ella y Dani pudieran venir a Málaga en 2005.
Vida laboral de Sonia y Dani, dos personas sin hogar
Sonia ha encadenado distintos trabajos desde que llegó a Málaga: en una panadería, cosiendo velas de barco, de comercial, en el servicio doméstico. “Todos sin contrato, no cualificados, con poca remuneración económica y ninguna relación con su pasado laboral argentino –ella era peluquera y maquilladora de novias–”, según expone un informe psicosocial de Sonia firmado por su psicóloga el 12 de junio de este año. “Cuenta con 66 años y se encuentra sin trabajo. Sobrepasa la línea de edad de personas de difícil integración laboral. Habiendo trabajado sin contrato, en su vida laboral aparecen un par de meses de trabajo, con lo cual se la considera parada de larga duración y sin tiempo para cotizar lo suficiente para garantizarse una jubilación”, continua el informe.
Con el dinero que había traído de Argentina y su trabajo en la panadería Sonia y Dani alquilaron un estudio. No fue un momento malo del todo, a pesar de que fue entonces cuando los dos comenzaron a sospechar que la relación con Gabriel no iba a ser fácil. Pero tenían trabajo y hogar. Dani había empezado a trabajar en la misma panadería y además salió de gira como bailarín –era peluquero y bailarín en Argentina– con grupos como Chambao o El Bicho. Cuando sale a la luz la faceta de bailarín de Dani, Sonia se pone a bailar. Lo hace muy bien. Sonríe divertida mientras baila y anima a su hijo a que baile. “Somos así nosotros, lágrimas y sonrisas, ¿eh? Si no, no sé qué sería de nosotros. Lo que nos llena es quizás ser un poco ilusos. Cuando uno llega a quedarse sin nada materialmente, porque yo soy madre, abuela, bisabuela –en Argentina– y tengo a este chico que es maravilloso –dice señalando a Dani–, saca su verdadera personalidad. Me tiembla la voz. No me gusta que me tiemble la voz”, dice haciendo una pequeña pausa. “Dani siempre te habla de cosas positivas, es mi orgullo. Pensamos cosas buenas y si son cosas buenas para los demás, mejor”. El problema es que si vas así por la vida “recibes palos”, dice Dani.
Sin hogar: falta de redes familiares
Uno de los mayores palos se lo ha dado Gabriel. Con el hijo y hermano mayor que vive en Argentina no se hablan. Sonia explica que es porque Gabriel lo puso en su contra y “no me puede ni ver”. Y con Gabriel… Los dos lo definen como bicho. Sale recurrentemente en la conversación. La herida no está cerrada. Dani resume bien la situación: “No he sentido un empujoncito, un apoyo de él”. Vinieron aquí por la presión que ejerció sobre su madre, pero no se preocupó –ni se preocupa– por ellos. Con quien tienen buena relación es con la exmujer de Gabriel y sus dos hijos. Sonia cuida a sus nietos cuando están con su nuera. “Para mí es una dicha y una terapia espectacular”.
“Ese hijo me defraudó. Le gustan las cosas, me avergüenza decirlo. Relojes de marca, ropa. Desde chico me reprochó: ‘por qué no te buscas un tipo con dinero’. Yo lo crié sola. Y esos son sus recursos. Está con mujeres que no le gustan pero de las que puede sacar algo. Es capaz de cosas muy feas. Deja marcado a todas sus mujeres. Ay, cómo duele…”.
Dani sin hogar y Sonia de empleada de hogar
Al principio como Dani y Sonia tenían trabajo se separaron para vivir de manera independiente. Entonces Dani se quedó sin trabajo y sin casa. Fue el primero de la familia en ser una persona sin hogar. “Cuando perdí el techo no se lo dije a mi madre para protegerla. Se enteró a los ocho meses. En este mismo parque estuve durmiendo. Comía de allí”, dice señalando una papelera. “Los niños vienen de excursión y tiran las meriendas enteras”, prosigue Dani todavía mirando a la papelera. “En la fuente que está allá he lavado mil veces la ropa. Hemos pasado y me vienen mil cosas a la cabeza. Despertarme a piedrazos. No piedrecitas, piedrazos. Aquí es peligroso dormir –durante el día es un lugar muy visitado–. Hay mucha gente buscándose la vida y roba. Yo no me imaginé en la calle. Vine con 25 años de edad. Tenía muchas ilusiones, cosas para hacer y terminé en la calle, al menos no es una deshonra”.
Sonia aceptó un trabajo donde tenía que cuidar a una mujer mayor. “Yo nunca había hecho ese trabajo de atender a una persona. No pensé que lo iba a poder hacer. Llegué a la casa y me encontré a un hombre de pelo blanco y ojos azules como el mar –el marido–. ‘Por favor, quédese’, me dijo. ‘Por supuesto que me voy a quedar’, le dije yo cuando los conocí. ‘Te vamos a hacer los papeles’, me dijo. Mentira, eso es lo que te dicen todos. Pero todo parecía tan impecable y tan bonito. A la semana me dijeron: ‘Más de 300 no te voy a pagar. Tienes que tener disponibilidad absoluta y no comes ni duermes aquí’. El trato era espantoso: ‘perraaaa, ven aquí’, me decía. A mí me duele hablar de esto. Yo cuidaba a la señora como yo quisiera que me cuidaran a mí”. El trato no solo era espantoso con Sonia, sino también con la mujer a la que cuidaba. Su marido llegó a decirle cosas como: “Si no vuelves a andar, te mato”. Sonia se asustó y trató de alertar de la situación que se vivía en casa, pero nadie le hizo caso.
Poco antes de quedarse en la calle Daní había empezado a tener problemas de salud mental que lo acompañan hasta hoy. Tartamudeaba y tenía dificultades con el habla. Tras dormir un tiempo en la calle comenzó a viajar por Andalucía haciendo autoestop a la búsqueda de trabajo. Llegó a Murcia, donde trabajó haciendo de todo: “Limones, cuidando a niños, camarero…”.
Sonia aprovechó el poco dinero que ganaba para alquilar un lugar “muy muy feo, pero era algo, con un amigo de Dani”. Según el informe psicosocial de Sonia, “en el año 2007 Dani presentó un episodio depresivo con mutismo selectivo, aislamiento e intento autolítico. Para el año 2008 se marcha a Murcia y Sonia se puso en contacto con los Servicios Sociales que encontraron a Dani viviendo en la indigencia”. Después de eso Dani volvió, para alegría de su madre. Con la experiencia reciente de haber vivido tanto tiempo en la calle, cuando vio el lugar que ella y su amigo habían alquilado lo calificó de “mansión”.
Dani es deportado a Argentina y Sonia se queda sin hogar
Pero a Dani le duró poco lo de tener un hogar. Era abril de 2009 cuando volvió y al poco Sonia cayó enferma. “Por agotamiento”, explica. “Y entonces me dice la familia donde trabajaba que ya no fuera más”. En la casa donde vivían no tenían contrato y un buen día aparecieron dos familias para echarlos. “Querían hacer un piso patera allí”, cuenta Dani. El caso es que se plantaron varios y pegaron a Dani y Sonia. “Nos echaron de la casa”. Sonia llamó a la policía y como Dani no tenía papeles –ella había conseguido ese año el permiso de residencia y trabajo–, “me encerraron en el CIE de Capuchinos y me mandaron a Argentina. La boca del lobo. 10 meses estuve allí. Llegué con 60 céntimos”. Fue en noviembre de 2009. Entonces Sonia comienza una lucha desesperada por traer a su hijo de vuelta. Dani vivió esos 10 meses en la calle mientras su madre acudió a asociaciones y a todo tipo de entidades públicas y privadas para que lo trajeran de vuelta.
“Su hijo vuelve en condiciones psicológicas agravadas, con un diagnóstico de estrés postraumático grave –enfermedad sobrevenida en consecuencia de las condiciones de su deportación forzosa– y reacción a estrés grave y trastornos de adaptación, lo que le deja en dependencia a su madre y el reconocimiento de discapacidad psíquica del 65% –certificado de grado de discapacidad del 2016 de la Junta de Andalucía–”, dice el informe psicosocial de Sonia.
Este informe describe la deportación de Dani como un punto de inflexión. Sonia y Dani prefieren darle un toque de humor y cuando han empezado a hablar de ello me avisan: “Aquí empieza el novelón”.
Dani vuelve de Argentina, un nuevo comienzo
La esperada vuelta de Dani se vio empañada por un hecho trágico. “Mi madre me estaba recibiendo a mí mientras él la mató». El hombre de pelo blanco y ojos azules como el mar asesinó a su mujer, a la mujer que había cuidado Sonia. “Mi madre quedó shockeada”, añade Dani.
Sonia había vivido donde podía mientras Dani estaba en Argentina. “Esta es la primera vez que me quedo tan así”, recuerda. También trabajaba de lo que podía. Con Dani de vuelta “un párroco que conocía nos consiguió 3.600 euros y yo busqué lo más barato, un sótano por 300 euros y pagamos el año de una vez”. En 2016 a Sonia le dieron “una ayuda del alquiler del Ayuntamiento por tres años. Buscamos un sitio mejor que el sótano. Ahora viene la otra parte del culebrón”, anuncia Sonia.
A través de una inmobiliaria, y aprovechando la ayuda, alquilaron un piso. “Era la oportunidad de avanzar. Yo soy muy infantil, no me importa. Cuando tuve las llaves entré con mis nietos y dimos un salto. Les dije: un salto a una nueva vida”. Los vecinos les dijeron que tuvieran cuidado con su casera. Era una chica “que había estado en la cárcel, drogadicta, alcohólica. Y ahí fuimos a caer”.
Esa es la casa de la que fueron desahuciados. El desahucio que los dejó sin hogar a los dos. En la carta que le escribió entonces al Defensor del Pueblo Andaluz para evitar su desahucio explicaba: “Llevamos muchos años dolorosos, ambos estamos mal y enfermos, vivimos en la precariedad absoluta. A los pocos meses de alquilar el piso con la ayuda del Ayuntamiento la dueña me sube el alquiler, comienza un acoso insoportable para que nos vayamos, incumple con arreglos pendientes del piso. En octubre 2017 la dueña pidió el desahucio por impago, cosa no cierta”. Sonia le cuenta al Defensor del Pueblo que van a quedarse en la calle: “La única opción es el albergue, el Instituto de la Vivienda no puede hacer nada, no hay viviendas. No puedo llevar a mi hijo a un albergue, ¡sería fatal para su enfermedad! Iríamos directamente a la calle. Ruego a usted considere la situación y no permita por favor se nos tire como basura. Somos personas. Sería fatal. Estoy al colmo de mis fuerzas”.
Desahucio sí, sin hogar también
“El 22 de mayo de 2018 se produce el desalojo, encontrándose Sonia sola en el domicilio y teniendo que ser atendida médicamente por su estado físico y psicológico”, dice el informe psicosocial de Sonia. Ella y su hijo “aumentaron la lista de personas que han sido desahuciadas sin una respuesta eficaz por parte de las asistencias sociales públicas. Recibieron una ayuda temporal económica de urgencia para alojarse en una pensión y de nuevo se le concedió la ayuda de alquiler, que es adecuada para cuando se está alquilando previamente una vivienda, pero no ayuda a lograr un nuevo contrato de alquiler una vez que se encuentra sin alojamiento alguno. La amenaza de encontrarse pernoctando en la calle era constante, incluso se hizo real. La alternativa que les quedaba era el albergue municipal, última opción pues hubiese supuesto un empeoramiento del estado mental de ambos y desaconsejado ante la sensible enfermedad psiquiátrica de Dani en plena crisis tras el estrés sufrido”, prosigue.
“Yo tuve un brote con el desahucio”, recuerda Dani. “Él estaba ese día haciendo un curso de Cruz Roja en Benalmádena y pensando todo el rato en lo que estaba pasando en casa”, sigue Sonia. “Recién estaba en este curso y me estaban desahuciando. Me dio un brote, me di cuenta de que lo habíamos perdido todo”, termina Dani.
Dani volvió a dormir a este parque en el que estamos ahora, pero esta vez con su madre. “Es triste dormir aquí en el parque con mi madre”. Para evitar estar en la calle Sonia malvendía alimentos y lo que podía a personas a cambio de que les dejaran dormir en sus casas. En el pasado para ganar dinero cocinaba y vendía la comida a vecinos y conocidos, también peinaba o maquillaba a quien quisiera. Pero ahora Sonia no tiene una cocina para cocinar y sus instrumentos de peluquería y maquillaje se quedaron en la casa de la que fueron desahuciados.
El informe de Sonia dice: “Actualmente se encuentran madre e hijo separados porque es más difícil que los acojan a ambos”. Sonia sigue peleando y buscando soluciones. Ahora cuenta con la ayuda de PAH Málaga. Para evitar la calle actualmente se rota por distintas casas. “Tengo una amiga que cuando está mal con el marido y no está en casa, voy yo. Voy además varios días con mi nuera y mis nietos. Y tengo otra amiga que allí también voy a veces”. Dani ha vivido durante el verano en la costa, en una tienda de campaña junto a un chiringuito. “Fue un paso muy importante para mí. Me dieron un cuadradito y allí estoy. Me dan de comer a cambio del mantenimiento de las cosas. Me cuidan, me cuidan bien. No tenía nada. Tenía miedo y el tipo tiene buen corazón. También hago de camarero. Me pagan algo, yo no les pido paga”.
Sin hogar y salud mental
“Los trastornos de salud mental se agravan en la calle”, afirma Faciam, red que trabaja con personas sin hogar. “Yo me despierto y tengo como un cinturón en el pecho y en el cuello todos los días”, cuenta Dani. Según un informe clínico fechado el 2 de julio de este año, tiene trastorno de estrés postraumático grave y transformación persistente de la personalidad. Su informe sentencia: “En estos dos últimos años la situación social muy adversa con desahucios, falta de alimentos… está repercutiendo muy negativamente a la evolución anímica del paciente”.
El informe clínico de Sonia también está fechado el 2 de julio. Incluye nueve problemas de salud y uno de ellos se refiere a problemas psicológicos: “Trastorno depresivo grave prolongado y ansiedad generalizada agravados por la situación actual. Sufre una gran ansiedad y preocupación excesiva por el futuro. Además sintomatología de inquietud, rumiación constante y tensión muscular de difícil control”, de ahí los temblores de Sonia.
“Yo voy al psicólogo público, me costó mucho conseguirlo”, dice Dani. Sonia a su vez está feliz con su psicóloga de La Mitad del Cielo, una asociación sin ánimo de lucro. Su psicóloga es quien hizo su informe psicosocial en junio que dice: “Se siente sola y desamparada por los Servicios Sociales; sobrepasada ante el cuidado de su hijo sin apoyo familiar ni de las administraciones. Tras perder su vivienda y bienes se encuentra en desahucio social y las respuestas de los Servicios Sociales no han sido eficaces ni adecuadas para su caso. Se encuentra rota, repartida, sin encontrar su identidad ni un sitio. Obtiene respuestas ineficaces o incluso sin respuesta o ayuda, lo que alimenta su frustración, desesperanza y percepción de impotencia”.
Dani: sin hogar y voluntario con la comunidad sorda
“Después del desahucio quedamos muy livianos de equipaje. Es estresante”, dice Dani, que viene con una mochila, su mochila. Es todo lo que tiene. Allí hay una carpeta donde guarda sus papeles, los certificados de los cursos que ha hecho. Todo plastificado y ordenado. Los cursos de Dani están relacionados con la lengua de signos y la comunidad sorda. De ahí que siempre que habla signe con las manos. Dani tuvo problemas con el habla. “Los nervios me pueden. Ahora hablo mejor –conmigo está hablando muy bien–, pero me trabo de nervios”. Y llegó a no hablar absolutamente nada. “En Murcia ya no hablaba nada”. Luego vino la deportación que agravó el problema. “Aprendí lengua de signos al volver de Argentina. Empecé de cero, como un niño, la lengua de signos era mi objetivo. Reproducía en signos y a la vez por dentro” y así fue como poco a poco fue volviendo a hablar. “Me identifiqué con ellos –los sordos–: tener muchos problemas y no poder decirlo”. Entonces Dani tuvo una revelación: “¿Para qué me voy a venir a pique si yo tengo habilidades y se las puedo dar a los sordos?”, se preguntó. “Antes de tirarme yo, dar algo a los demás. Esperaba algo más de mí en aquella época y a la vez todo lo que pueda regalar, quiero ser útil”.
Empezaron sus voluntariados con sordos y sordociegos. Hasta ejerció como profesor en prácticas de lengua de signos para trabajadores del Ayuntamiento de Málaga. Por sus voluntariados con la comunidad sorda y sordociega nadie le ha pagado nada, pero Dani no se queja en absoluto. “Me dieron todo lo que me faltaba, las herramientas que a mí me faltaban. El voluntariado para mí es todo”.
En 2013 la Parroquia San Ignacio hizo un informe sobre Dani. El informe habla sobre su relación con la comunidad sorda y el efecto positivo que tuvo en él: la recuperación como persona al sentirse capaz de afrontar proyectos fruto de su creatividad y conocimiento, el aprendizaje del lenguaje de signos para poder entender y hacerse entender por las personas con las que trabaja y el apoyo emocional de un colectivo que valora lo que hace y lo ayuda a integrarse socialmente.
Mientras hablamos de todo esto estamos junto al Auditorio –al aire libre– Eduardo Ocón en el Parque. Él ha dormido aquí durante meses. Solo y con su madre. La danza sigue muy presente en su vida. Hace tiempo que sueña con hacer en este auditorio algún espectáculo de danza con la comunidad sorda. “Yo llevo bailando 27 años. Esa es mi gasolina, mezclar sordos y danza”. Por el momento tiene un documento de identidad que dice: “no autoriza a trabajar”. También tiene una tarjeta, válida hasta 2020, de artista federado por el Ayuntamiento de Málaga: “Soy artista callejero, soy mimo”.
Sueños y deseos de una madre y un hijo sin hogar
“La respuesta está a la vista, la estabilidad mínima”, dice Dani. “Yo soy una herramienta que puedo ser útil. Tengo valor para construir. Un poquito de estabilidad, que yo voy haciendo todo el resto”. Dani se agarra el pecho a la altura del corazón y añade que su deseo también “está aquí dentro. Es una chica sorda”.
“Tengo ganas de gritar, es ahí donde me siento mudo. Nunca ha resultado que escuchen nuestra situación, que la vean. Yo sé que marea nuestra historia, pero buscamos la paciencia mínima de otros, que eso sí brilla por su ausencia. Te rompes por un lado y sigues luchando por otro”, sigue Dani.
Sonia y Dani no reciben ninguna prestación. “No me interesan las pensiones, yo no soy así, me interesa hacer. Cuando vine yo no estuve en el salón de mi casa a la espera de una pensión –dice mientras hace que se tumba a la bartola y se rasca la barriga–”, protesta Dani. A él le han disminuido el porcentaje de discapacidad, ahora es de un 51%. “No necesito reconocimiento en esto, pero mientras busco una solución, yo me estoy rompiendo y ella también –cuenta señalando a su madre–. Muchas personas dicen que podría haber terminado mucho peor con lo que he vivido. Estar en la calle no es una deshonra, pero es complicadísimo. La presión que tengo es para ir a robar, que es lo peor que puedes hacer”.
La estabilidad mínima que desea Dani empieza por una vivienda. “Necesitamos completarnos, necesitamos un techo”, dice Sonia. “Yo soy de pequeñas cosas, un gusto sencillo. El lujo para mí son cosas de adentro. Me gusta la ropa, me encanta, pero dame del chino, no me importa”, dice con una sonrisa.
Dani no quiere ni oír hablar de que los manden a un albergue. Él ha pasado por variosen Málaga y en otras ciudades durante su viaje hasta Murcia. “He evolucionado y no quiero terminar en un sitio así. En todos los albergues he encontrado lo mismo, la gente está mezclada en esos sitios. Te encuentras gente que son honrados y otros que no hace falta que te lo explique: se desgastan y se pierden. Hay historias, trapicheos de medicamentos, metadona”, se queja sin perder la compostura.
El informe psicosocial de Sonia afirma que “se la ha condenado a vivir en la indigencia sin posibilidad de volver a gestionar su propia vida. Además de no haberla auxiliado de forma eficaz por los mecanismos sociales para garantizar una vida digna y seguridad. Mientras sus necesidades básicas –alojamiento, seguridad social, vigilancia de la salud, estabilidad económica– no sean satisfechas, sus esfuerzos y mejoras se verán limitadas”. A su vez el informe de la Parroquia San Ignacio de Dani afirma: “Necesita regular su situación para recuperarse personalmente y convertirse en un ciudadano válido y capaz de tener una ocupación acorde a sus capacidades que le devuelva todo lo que la sociedad le ha quitado”.
Conexión madre e hijo
Sonia dice con frecuencia que su hijo Dani es especial, que es su orgullo. Dani dice que su madre es su pilar, “gracias a ella tengo referencias que son destacables”.
“Entre ambos –madre e hijo– existe una gran empatía emocional, de manera que el sufrimiento del otro se vuelve propio, y hasta que uno no esté bien, el otro tampoco puede descansar”, dice el informe psicosocial de Sonia.
Sonia es una extensión de Dani. Dani es una extensión de Sonia. “A mí me oculta muchos dolores Dani, pero una madre lo siente. Tenemos mucha espiritualidad entre los dos”.
Sonia me escribió un día después de nuestra cita. Me contaba contenta lo bien que lo había pasado el día anterior con su hijo cuando se quedaron solos: “Me dijo: ¿‘Damos un paseo como si no tuviéramos problemas?’ Y me llevó del brazo a dar un paseo, me regaló un par de pendientes muy bonitos en un chino y una felpa azul con lunares blancos. Antes de que oscurezca cada uno por su lado. Luego hablamos por teléfono hasta las tres y media de la madrugá. Somos insomnes. Estamos acostumbrados a hablar mucho”.
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Sonia Castelo
ESPERANZA
Hace calor..hace frío
pasan los días.. los años..
hace calor..hace frío..
cuatro estaciones al año..
y yo?
Ando y ando..
sin sentido?
Ando y ando..
calor..frío..
Busco y busco
y no te encuentro..
acaso ya te he perdido..?
Dicen que eres lo último
que pierde un ser desvalído..
A ti me aferré con fuerzas..
y tú..?
me has dejado..
sin refugio sin abrigo..
Ando y ando..
y no te encuentro..
Calor..frío..
ando y ando
sin sentido?
Dime querida esperanza..
si aún respiro..y
sentimientos y sueños
todavía están vivos..
es que no te he perdido !!
llena mis venas de tí
porque aún..
no me he rendido !!
Gabriela.
Hola soy Gabriela mazzeil..que historia la de Dani y Sonia…Dani fue mi primer amor mi primer novio…me encantaría poder comunicarme algún día con ellos