Historias cotidianas que solemos ignorar

Salud mental

Ansiedad y agorafobia: la lucha por salir de la jaula

Claudia García Granados sufre ataques de pánico y de ansiedad

“He conocido la libertad, ¿sabes? Yo ahora mismo me siento enjaulada”. La primera vez que hablé con Claudia para vernos me dijo lo siguiente: “Podría ser en mi casa o en algún sitio en el que te venga bien, lo único que tendría que ir acompañada y ser algún sitio no muy transitado a poder ser”. Así que voy a verla a casa de su padre, la que ella considera su casa en Madrid. Allí me recibe sonriente y encantadora.

Claudia tiene 25 años y es de Madrid, aunque vive en Granada. Tiene Trastorno de la Ansiedad Generalizada (TAG) y agorafobia.

La ansiedad en primera persona

“La ansiedad es algo que tenemos todos. Es una reacción normal del cuerpo a una situación de peligro. Son como disparos que nos dan a todos. El trastorno es el momento en que empiezan a controlarte esos disparos. Ahí es cuando empieza a ser un problema. No son solo los disparos que se producen en todos nosotros cuando vemos una película de miedo, por ejemplo”.

“Mi primer ataque de ansiedad fue con mi mejor amiga en esta casa fumándonos un porro. Empezaron a darme taquicardias, notaba como una arritmia”, dice mientras da golpes con el puño en la mesa sin seguir ningún ritmo ni patrón. Así sentía su corazón. “Tenía 16 años o menos. Me agobié muchísimo. Se lo dije a mi padre y fuimos al hospital. Primera vez en urgencias por ello y no la última”, dice mientras se ríe. “Allí me dijeron por primera vez que tenía ansiedad”. A Claudia no le recomendaron en el hospital que visitara a un psicólogo y en aquel momento ella confundió ansiedad con estrés, algo que critica porque cree que no solo le pasó a ella sino que pasa con frecuencia.

“Mi padre no sabía lo que es la ansiedad y yo tampoco. Me llevó al cardiólogo porque pensaba que era del corazón. Me hicieron muchas pruebas y estaba perfectamente. Pero la ansiedad es algo que no se puede ver”.

Claudia no empezó a ir al psicólogo hasta dos años después de su primer ataque. “Es jodido. Si estás bien, no estresado, por qué de repente pasa esto. Yo estaba guay y me fue dando poco a poco, cada vez más frecuente, y ahí empecé a ir al psicólogo”.

Claudia se vio inmersa “en un mundo que desconocía y que es amplísimo. Al principio yo pensaba que era la única porque no conocía a nadie. Luego me relajó saber que dos amigos míos también tenían ansiedad”.

Claudia García Granados ha dejado la medicación
Claudia al principio confundió la ansiedad con estrés.

Miedos en la ansiedad

Al principio era “el miedo a no saber qué me puede pasar. Después, una vez que te has hecho a ello y conoces los síntomas, que son infinitos”, dice con una sonrisa de resignación, “pues los identificas y no da tanto miedo, aunque no se va, porque sigue estando ahí”.

Inicialmente Claudia sentía que se moría. “Un ataque de ansiedad no va a matar a nadie, pero es lo más cerca que vas a estar de experimentar esa sensación, me dijo una vez un médico. Qué crudo, pensé. Y una vez que identificas los síntomas, el cuerpo, que es muy sabio”, y suelta una carcajada, “te da unos nuevos”. Así llegó la sensación de volverse loca. “Eso yo no lo tenía, me vino después. Empecé con el miedo a morirme y una vez que supe que no me iba a morir, fue el miedo a volverme loca. Al final estás sometido a tanto terror que dices ¿y si esto me deriva a algo peor?”.

Claudia se convenció de que no debía temer volverse loca y entonces volvió nuevamente el miedo a morirse. “Para alguien que nunca lo ha vivido, necesitaría años de información para entender lo que es vivir con esto. Es esa sensación de susto en mitad de la noche durante toda tu vida. Tu misma estancia en la vida te provoca buuuuuuum, y te aceleras”.

Ataques de ansiedad y de pánico

“Yo vivo diferente los ataques de ansiedad y de pánico. Con los ataques de pánico sufres como una pequeña despersonalización. Tienes la cabeza tan aturdida… A mí me ha pasado solo dos veces. Yo sola un día me puse a gritar y no podía parar de gritar. Y otra vez me puse a pegar golpes a un armario y yo soy la persona más pacífica del mundo. Fue terrorífico. Estos son ataques de pánico, los de perder el control y tener muchas ganas de huir. Tienes la cabeza tan aturdida y en otras cosas que no soy yo”.

Claudia no puede controlar los ataques de pánico. “De ansiedad tengo miniataques todo el rato, los grandes son los que he aprendido a controlar”. Aunque necesitó tiempo para controlarlos y al principio llegaron a darle ataques de ansiedad “casi cada dos semanas. De repente se me dormía el brazo izquierdo. Otro día sentía que se me dormía un lado de la cara. Empezaban a aparecer esos síntomas en momentos que no estaba estresada, estaba tranquila”.

Después de aquel primer ataque de ansiedad “ya no fumé más porros nuca más. Diga lo que diga la gente, los canutos son el detonante de muchas enfermedades mentales”. Claudia ya iba al psicólogo cuando la llevaron también al psiquiatra tras un nuevo ataque. “Era incapaz de venir aquí desde casa de mi expareja. Era incapaz de coger el autobús o de subirme en el coche de una amiga a la que llamé para que viniera a por mí. Se siente terror. No entiendes por qué. Sentir algo así en una acción tan cotidiana como subirme a un coche o a un autobús cuando lo has hecho siempre… De ahí me llevaron al psiquiatra”.

Agorafobia o el miedo a salir de casa

“Para mí la agorafobia es miedo a salir de casa, porque a cada uno le pasa una cosa. Tampoco puedo quedarme sola en casa, me cuesta mucho”. Cuando llego a la cita Claudia no está totalmente sola, la acompaña su perra Bambam. “Con ella en casa estoy bien. Además ella lo nota un montón, nota cuando estoy pocha”. Sin embargo a la hora de salir a la calle la compañía de Bambam no es suficiente. “No me sirve porque mi miedo principal es a perder el control, a tener un ataque de pánico. Si me da un ataque tengo miedo de cruzar la calle y no saber si viene un coche”.

Claudia empezó con la agorafobia en noviembre de 2018. “Empiezo a relacionar los ataques de pánico con la calle y empieza a apetecerme menos salir. Acabo metida en casa desde finales de noviembre hasta principios de enero”. Esa ha sido su etapa más dura. Pero no terminó ahí. Ese encierro fue en su casa de Granada, donde vive, y de allí se vino a Madrid con su padre. “Él estaba muy dispuesto a ayudarme y me vine con él. Al principio era incapaz de salir a sacar a la perra ni con mi padre, ni de quedarme sola en casa. Lloraba, lloraba”. Poco a poco consiguió sacar a Bambam hasta el final de la calle.

–¿Cómo hiciste el viaje desde Granada?

–Con mucho Orfidal y vendándome los ojos –dice mientras se ríe–. Vine en coche con unos amigos.

El chute de Orfidal fue tal que al final terminó quitándose la venda de los ojos. “El Orfidal siempre me ha dado mucho miedo. En ese viaje iba tan colocada que volví a recordar lo que es vivir sin ansiedad. Porque es una sombra que ahora tengo hablando contigo”, dice mientras señala con la mano como si la ansiedad fuera un loro que lleva sobre el hombro. “Está siempre ahí, es como una sombra dando por culo”.

Cuando la agorafobia llegó a su vida pensó: “¿Por qué? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿No tengo las herramientas o no las estoy utilizando bien? Y ahora esto, agorafobia. Es como un poco decir basta ya, esto ahora a cuento de qué. Yo sentía que lo estaba haciendo bien, a pesar de tener ansiedad hacía de todo y ahora nada. Es como si la ansiedad hubiera crecido y hubiera salido por la agorafobia”.

“En mi caso la agorafobia fue progresiva. Lo que no es progresiva es la recuperación. Va en picos”, y hace un gesto con las manos como si dibujara una montaña. “Es como una montaña rusa. Un día estás pletórico y sales. Tienes un día cien, te sientes una persona totalmente normal y de repente al día siguiente estás hecho una mierda”.

Cómo condicionan la vida la ansiedad y la agorafobia

“De citas olvídate, yo de eso soy incapaz. No puedo quedar con alguien que no venga a recogerme a casa y me acompañe porque tengo miedo a perder el control. Y a la vuelta igual. Solo lo he hecho dos veces y sin Orfidal”, dice soltando una carcajada, “y muy mal”.

“Muchas veces me envalentono, estoy en el sofá y digo qué hago yo aquí”, dice muy digna y dispuesta. “¡Voy a salir! Y en la calle es ¡qué hago! y vas retrocediendo, vas dando pasos para atrás poco a poco”, dice mientras se ríe y se va haciendo pequeñita. “Si no fuera por todo lo que tengo, yo estaría matriculada en la universidad, y no estoy ni cerca. Y es lo que más me apetece, estudiar Antropología. Necesito estudiar para sentirme completa al cien por cien. No puedo tener trabajo, aunque ahora estoy en proceso de empezar en uno durante unas horas al día. Es en un herbolario que hay cerca de mi casa de Granada. Para mí es lo más importante que está pasando ahora en mi vida. Estudio naturopatía a distancia, así que está relacionado”.

Lo primero que hace Claudia cuando se levanta es sacar a Bambam como terapia de choque, que su primera actividad del día sea en la calle. “Yo prefiero salir cuando no hay gente. Voy rezando para que nadie me pare y me pregunte nada. Que nadie venga a decirme nada de la perra. Me bloqueo si me encuentro con alguien que no sea conocido, me vuelve el aturdimiento. Estás en una situación tensa y encima viene una persona a hablarte. Mis amigos me dicen: ‘¿Tú? ¡Pero si eres una persona súper extrovertida!’. Ya, pero siempre acompañada. Sola y en la calle no”.

“Para hacer esta entrevista me he tomado medio Orfidal”, dice con una sonrisa. Hubo una época en el que a Claudia le decían que midiera su ansiedad de uno a diez, siendo diez el nivel mayor. Si mide lo que supone estar ahora sentada charlando conmigo, este es el resultado: “Con el Orfidal encima un cuatro. Sin el Orfidal podría ser un siete”.

Claudia García Granados tiene ansiedad
Claudia y su perra Bambam, gracias a ella puede estar sola en casa.

Qué se siente teniendo ansiedad y agorafobia

“Yo antes me pasaba el día fuera de casa. Me encantaba estar sola también, era una sensación maravillosa. Y ahora es algo de lo que no puedo disfrutar. Lo que más se siente es terror. También impotencia, malestar, un poco de fracaso. El fracaso sobre todo es cuando se repite muchas veces y ves que no puedes hacer nada para remediarlo. Es miedo a no saber qué está pasando”.

“Cuando he salido a la calle, he hablado con no sé quién, he sido capaz de llegar a no sé qué sitio… Es maravilloso. Hay muchos días así, pero también hay muchos días que son soy capaz de ir al Covirán de la esquina. Ese puntito depresivo acaba pudiendo un poco contigo y cuando estás en casa estás dolido. Verte en esa situación no es fácil para nadie. Y aunque sepas lo que es y lo tengas identificado, al final es pues venga, otro día en casa”.

“A mí lo que me mueve es la ira, la rabia. Yo me cabreo y salgo. Si me tengo que morir, que me muera. Y salgo, aunque con gente”. Claudia mira con rabia “a ese gnomo maligno que tengo ahí”, y vuelve a señalar la presencia sobre su hombro que se llama ansiedad y agorafobia. Aunque Claudia prefiere llamarlo gnomo maligno o enano cabrón, por darle un punto divertido y por personalizar al ser contra el que lucha.

“Estoy cien por cien en superarlo. El momento en el que me dé por vencida con la ansiedad tendrá que ser en mi lecho de muerte porque no quiero dejar de lucharlo. Casi estoy convencida de que voy a salir ya, es lo que me mueve. Para mí es una parte de mí contra la que tengo que luchar. Es un elfo maligno”, llama ahora al enano cabrón mientras se ríe. “Cuando hago cualquier cosa está ahí, siempre”.

Ansiedad, agorafobia y medicación

Cuando Claudia empezó a ir al psiquiatra “lo primero que me dijo fue: ‘Toma, seis pastillotes’. Y yo tenía 18 o 19 años. Yo iba medicada todo el día. Me acuerdo siempre de ese capítulo de Los Simpson que a Lisa la medican y va viendo por ahí caritas felices. Para mí la medicación ha sido el demonio y lo que te salva un poco. Te salva para pasar de no poder hacer cosas, como meterte en el metro, a poder hacerlo. Con la medicación no tienes esos picos que yo te contaba antes. El demonio es porque una medicación dada en exceso también te produce sensaciones horribles como la apatía. Yo resumiré los cinco años que estuve medicada como apatía. Mi psiquiatra era como un camello: ‘Tómate cuatro de estas’. Y yo me las tomaba porque confiaba en él”.

El año pasado Claudia dejó las pastillas. “Son todas horrorosas, para tumbar caballos. Hasta el año pasado estuve zombi total. Ahora no tomo nada. Vuelvo a ser una persona. Durante estos cinco años estaba negada a todo en la vida. Dormía mucho y el resto del día estaba cansada. Ahora me siento que no necesito echarme una siesta por encima de todo. Puedo madrugar y tener un día normal, puedo estar todo el día activa. Volver a sentir ganas de hacer cosas, eso para mí es lo más fuerte”.

Claudia aprovechó el subidón para sacarse el Bachillerato y se apuntó a clases de cosas que le gustaban como fotografía y cerámica. “Estaba feliz, contenta”. Pero tuvo que acabar dejándolas dos meses después de haberlas empezado porque la agorafobia llegó a su vida. De hecho, lo que echa de menos de su época “pastillera” es no tener agorafobia.

“Considero que con la medicación hay que tener muchísimo cuidado. Para mí es una alfombra. Todos los problemas que estás tapando con la medicación los estás barriendo y metiendo la mierda debajo de la alfombra. La medicación esconde la ansiedad, la retiene”.

Claudia ha dejado también de ir a terapia, pero siente necesidad de volver a pesar de que tiene la sensación de que nunca ha dado con la persona correcta. Con la última psicóloga que tuvo vivió esta situación: “Me sentí estafada. Yo estaba ahí porque era especialista en ansiedad y depresión. Ahora con la agorafobia lo hacíamos por Skype. Y la mujer un día me ofreció un cursillo para quitarme la ansiedad y la agorafobia por 400 euros. Yo no tengo dinero y lo sabe. Y además, ¿para qué te estoy pagando a ti, para qué estás tú aquí? Yo pensaba que su trabajo era quitarme la ansiedad y la agorafobia”.

A Claudia la han ayudado mucho los grupos de ayuda mutua de la asociación Amtaes. “Es bueno relacionarte con la gente que está en tu misma condición. Mola mucho, te sientes más cercano”.

Ansiedad, agorafobia y el entorno

Claudia vive en Granada. “Por huir de Madrid. Madrid me espanta, me abruma muchísimo. Me surgió con una amiga. Fui para probar qué tal y ya llevo cuatro años. Tiene todo lo que busco en una ciudad, yo vivo en el Albaicín y tengo el campo a un minuto de casa. Tienes todas las facilidades con toda la calma que yo necesito. Madrid para mí es como tenerlo todo lejos. También hay una cosa en Madrid, a la que yo llamo el rugido, que es el ruido constante, que no haya un puto minuto de silencio en todo el día. A mí eso me vuelve loca. Y las luces, que no sea de noche en Madrid. Eso me trastoca también, no tener un momento de oscuridad o de menos luz. O que para mirar al cielo tengas que levantar la cabeza. Aquí estamos todos encajonados, como enlatados. Que esto está muy visto, muy dicho, pero es así. Que mires al frente y ver cielo en algún momento. Madrid me da la sensación de estar atrapada”.

Granada ha implicado hacer nuevas amistades. “A mí me ayuda hablar de lo que me pasa, pero hacerlo ha hecho que la gente se aleje. Me da un poco de pena pero tampoco puedo pedirle a nadie que lo comprenda. He procurado que los amigos más cercanos sepan lo que me pasa, aunque me ha costado decírselo. Mis amigos más cercanos siguen estando ahí”.

“No me siento comprendida, qué va. En el momento en que yo cuento lo de la agorafobia no creo que haya ninguna sola persona que se interese por lo que es. Y por ahí empieza la compresión de la persona, saber de qué se trata. Mi padre lo ha hecho, pero mis amigos no y mi familia tampoco, y eso que me ayudan un montón. Pero no los culpo nada porque para que lo entiendan muy bien tendrían que estar años estudiando. Me importa más que pueda pedirles ayuda y estén. Claro que me gustaría que me preguntaran, que no tuviera que estar yo continuamente contando. Que me preguntaran ¿estás bien?, ¿necesitas ayuda?, ¿qué sientes?, ¿qué es la agorafobia? Creo que nadie me ha preguntado. También me habría molado que se hubieran informado en internet o donde sea. Pero tampoco creo que no se preocupen”.

“Hablarlo es la manera de salir también. Yo creo que cuanto menos lo hablas, más te niegas, menos lo aceptas. Cuando lo hablas, de alguna forma lo estás haciendo natural, que no sea tabú. Hacer esta entrevista contigo es quitarme la vergüenza de contarlo. Algo que todo el mundo tiene a ti te está condicionando la vida. Eres débil, eres vulnerable, es un poco eso lo que sientes. Hasta que te das cuenta de que no, simplemente estás en otro punto que otras personas jamás entenderán”.

Claudia García Granados tiene agorafobia
Claudia tuvo que dejar sus clases de fotografía por la agorafobia.

Esfuerzo mental en un contexto hostil

“Yo creo que la sociedad no me ve”, dice mientras se ríe, “que no me ve nada. Creo que no nos ve porque el ritmo de vida que implica estar vivo no va nada acorde con lo que una persona con ansiedad necesita”. A Claudia le gustaría que la sociedad viera a las personas con ansiedad y agorafobia “como somos, como personas normales, pero con otras dificultades. Somos paralelos a lo que tenemos. La ansiedad nos condiciona, pero sigues creciendo igual, no nos hace de otra manera”.

A Claudia le gustaría que se le diese más bombo a la ansiedad “para que se conozca porque es tanta la gente afectada”. La Organización Mundial de la Salud afirmó en 2017 que más de 260 millones de personas en el mundo tienen ansiedad.

“La sociedad debería darlo a conocer para que la persona pueda decirlo abiertamente sin que te dé vergüenza y que el otro sepa cómo reaccionar. Para que la respuesta no sea vale. La persona que te lo está contando se ve condicionada en su día a día. Tienes miedo a contarlo y que esa persona no lo entienda. Pero por qué iba a conocerlo si nadie se lo ha enseñado. La ansiedad es un tema tabú y yo creo que es por el desconocimiento precisamente. Que igual yo si no lo tuviera también estaría así y preferiría ignorarlo”.

Este contexto desfavorable se suma al esfuerzo que realiza Claudia casi constantemente. “Requiere un esfuerzo mental asimilar todo lo que me está pasando, entenderlo, afrontarlo y superarlo. Es como un examen de la vida. Nosotros lo que hacemos es ejercitar nuestra cabeza constantemente. Si tú lo has pasado tan mal a nivel de estar todo el día llorando, sentirte inútil, fracasada, impotente, para superar todo eso que te ataca todo el día se necesita un esfuerzo mental muy fuerte. Tú luchas contra la ansiedad en periodos muy cortitos –dice señalándome–, nosotros no. Estoy constantemente luchando para salir de esto. Estás constantemente aprendiendo a hacer las cosas otra vez: salir de fiesta, encontrarte a alguien por la calle, ver a tus colegas. Pero entiendo que este esfuerzo mental tiene que tener una recompensa”.

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14 Comentarios

  1. Ana Hernandezae

    Vida dura la de Claudia.
    Con tus entrevistas nos abres un mundo de sufrimiento totalmente desconocido ,muchas gracias.intentemos ayudar a las Claudias que tenemos alrededor.Valiente redacción ágil y completa

  2. Tamara

    Después de leer la historia de Claudia, una no se siente tan original. Podría cambiar su nombre por el mío y la historia sería prácticamente la misma. En efecto, ansiedad y agorafobia son dos males que están más extendidos de lo que creemos, pero que muchas veces dejamos en silencio.
    Enumerar las cosas en las que estoy de acuerdo con Claudia supondría casi hacer un copy paste de todo el post, así que voy a limitarme a apuntar aquellas cosas en las que, por mi experiencia, no estoy de acuerdo:
    1. Contra la ansiedad, no se debe/puede luchar (siempre va a ganar ella). Algo que he aprendido recientemente con mi psicóloga es que llevo toda la vida intentando luchar contra la ansiedad, y ese no es el camino. La ansiedad no es una enfermedad que vaya a desaparecer si le aplicamos el tratamiento correcto; la ansiedad es una condición con la que tenemos que convivir los que la padecemos. Una vez que la asimilemos (proceso largo, duro y que, en muchas ocasiones no llegaremos a conseguir), la aceptaremos como algo más, algo ciertamente incómodo y duro («por qué yo», no nos dejaremos de preguntar), pero algo que no nos impedirá llevar una vida normal.
    2. Para la medicación, hay un punto medio. Claudia presenta su relación con la medicación de una forma extrema: temporadas totalmente medicada y tempordas sin ninguna medicación. Yo creo que hay un punto medio que debemos encontrar entre un psicólogo, un psiquiatra y uno mismo. Algo que nos ayude, nos dé un empujoncito en el día a día para poder llegar a convivir con la ansiedad pero que no nos incapacite, que no nos anule por completo. Sin duda, dar con el profesional correcto es un reto al que todos nos enfrentamos, pero asumir posturas radicales no nos lleva a ningún sitio. La ansiedad es un problema, una condición incómoda, ¿por qué no pedir ayuda?

  3. Mone

    Una historia muy parecida a la mía , de principio a fin. Mucho ánimo y a por todas!

  4. Si, mucho mas generalizada de lo que nos imaginamos. Pero los malos tiempos se pasan. Hice esta entrevista con Winnie hace unos meses y ni comente que yo también padezco ansiedad. No tan limitante, pero he tenido momentos duros y puedo entenderte muy bien, Claudia. He tenido mis recaídas y hace mas de un año he vuelto a terapia. No me medico y estoy bastante bien. Y me arrepiento de no haber hablado mas de ello, ya que ni mi familia ni mi entorno sabe mucho del tema. Me alegra mucho que hables abiertamente de ello y quiero animarte mucho y asegurarte que se pasa antes de lo que crees y empiezas a controlarte muy bien. Y como dice un comentario anterior, no se trata de luchar contra ella, sino de aceptarla y cada vez se pasa antes. Un ejemplo estupido de hace muy poco: voy en silla de ruedas, vuelvo a mi casa y antes de cruzar la calle suena algo y unos chicos enfrente. Situación cotidiana de Madrid. Me da un ataque y no soy capaz de volver ni cruzar la calle. Llegué a coger el mv para llamar a mi pareja q saliera de su trabajo para q me acompañara 50m a mi casa y pensaba: otra vez? En vez de luchar y querer ser fuerte recordaba a mi psicologa (en Madrid la recomiendo) y lo acepte. Guarde el mv, espere unos minutos y se me paso sola. No ha vuelto a darme y llegue a mi casa como quien se ha subido el Everest. Un super logro.
    Mucha suerte y animo. Y como siempre, gracias Winnie, me encantan las historias que publicas.

  5. Javi

    Espectacular trabajo Winnie, ¡Felicidades!
    Me paré en este caso en concreto porque me sentí por momentos muy reconocido en su caso. También estoy pasando por algo bastante similar, sino peor. Sé que este artículo es de hace 2 años, muchísimo tiempo, pero agradecería que Claudia u otra persona con experiencia personal, me aconsejara o me hablara de maneras, métodos, pautas, profesionales, o me informara sobre esos grupos de ayuda mutua. Soy de Granada. ¡Muchas gracias! Y nuevamente, geniales tus reportajes.

  6. Un abrazo desde Chile a Claudia, es muy valiente, mucha fuerza para ella!

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