Historias cotidianas que solemos ignorar

Salud mental

Vivir en un centro: “A veces me pregunto, ¿por qué estoy aquí?”

Harold Nepomuceno viven en el Centro San Juan de Dios tras superar una adicción a las drogas y tener esquizofrenia

“Harold Nepomuceno Luceña. 46 años. Soy de Filipinas”.

Cuesta entenderle. No habla a la perfección el castellano y tampoco vocaliza mucho. 

“Con 17 años vengo a España. Estaba ya toda mi familia aquí. Vine solo en avión. Mi tía abuela me cuidaba en Filipinas. Tengo cuatro hermanas. No he vuelto a mi país. Me gustaría volver solo de vacaciones para conocer a la familia que hay allí”. 

Drogas y esquizofrenia

“Ya consumía marihuana en mi país. Adicto a las drogas. Empecé con 18 años. Probé casi todo menos inyectable. Cuando encuentro una cosa nueva, la pruebo”. 

“Me enganché hasta 2012. Estuve cinco años en la unidad UHTR (Unidad de Hospitalización, Tratamiento y Rehabilitación) de San Juan de Dios. Y después de eso ya está. Me ayudaron y estuve cinco años sin tomar drogas ni alcohol. Yo tomo antes mucho alcohol”. 

“Me dieron el alta en 2017. Mi padre y mi madre me dijeron tu pareja tiene otra pareja. Para mí fue sorpresa. Yo pensaba que ella iba a estar conmigo”. 

“Miedo a caer en la droga, no quiero que me pase otra vez. La droga es mala toda. He pensado en morirme con las drogas. Ya no quiero morirme”.

“Adicción a las drogas es muy mal. Imaginación persiguiéndote y que te iban a matar. La policía está detrás de ti”. 

“Esquizofrenia. Alguien va hablando en tu oreja. Tú eres una caca. No trabajes. No cuides a tus hijos. No limpies. No comas. No duches. Yo no hablaba con mi familia. Pensaba que ellos hablaban de mí a mis espaldas. Las voces hacen que consuma más droga. Me da miedo que vuelvan las voces malas. Ya no hay voces, antes sí. Tomo medicación, me ayuda”. 

“En 2008 me dieron diagnóstico. No sabía lo que era la esquizofrenia. Me lo explicó mi psiquiatra. Fue alivio saber. Yo sospechaba que pasaba algo. Es cansado”.

“La esquizofrenia limitaba mi vida porque antes oía la voz y no hacía nada. Apagado, tumbado. No hay día, todo noche. Siempre con televisión. No hacía nada y por la noche venían mis amigos y las drogas. Terminaban la droga y me dejaban solo. Nadie con quien hablar. Ya no tengo esos amigos”. 

Sin hogar

“Calle, sí. Desde 2018 hasta 2021. No tenía sitio fijo. Tengo mi mochila, mi saco de dormir. No tomaba medicación esos días y peor. Hablaba con mi psiquiatra una vez a la semana y le contaba lo que estaba pasando conmigo. Me buscó residencia pero peor porque todos tomaban droga. Volví a la calle”.

“Acabé en la calle por problemas de mi familia. Mi familia no quería vivir conmigo. Mi padre y yo no estamos bien”.

“El primer día en la calle llorando. Estaba en Alberto Aguilera (calle de Madrid). No me imaginé viviendo en la calle. El primer día pensaba ¿lo he hecho bien o lo he hecho mal?”. 

“En la calle se siente hambre. Vergüenza. Tengo mucha familia aquí pero no me ayudaron nadie. Buscando trabajo, pero nadie quería cuando preguntaban dónde vivía. Y qué voy a decir”. 

“Mi psiquiatra me buscó sitio aquí en 2021”. Cuando dice aquí se refiere al Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos (Madrid), donde vive desde entonces y estamos haciendo esta entrevista. En el San Juan de Dios atienden a personas con trastornos en salud mental y discapacidad. 

“Vivir en la calle es lo peor. Esperaba los restaurantes que cierran. Las sobras en cubos de basura. No comía en tres días”. 

“Delito de robo por necesidad. Robé en el Ahorramás (supermercado). Al calabozo por hurto. En la calle hambre, sin pastillas y empezaban las voces. Quemando el cubo de basura. Necesito descansar en una habitación. Fui al calabozo y muy bien. Me dieron desayuno y comida. Eso fue en 2019, creo. Robo de hurtar la caja y me pillaron. Juicio y multa de mil euros. Me ayudaron mis hermanos”. 

“Llegué a San Juan de Dios. Me ayudó darme la comida y darme una habitación. Una ropa nueva. Duchado todos los días. Bueno, me siento limpio. He encontrado nuevas experiencias”.

Harold en la cocina del San Juan de Dios, donde trabaja.

La vida en un centro

“Primero vivíamos ocho en una planta. Dos en una habitación. Mis compañeros están bien y yo también. Yo no trabajaba todavía. El coordinador me ayudó a encontrar trabajo. Estoy trabajando ahora en panadería en el centro. Ayudo a mi jefe a preparar los bollos. Me despierto muy temprano. Me gusta mi trabajo. Después, cuando termino en panadería, empiezo en la cocina. Pelar patas. Trabajar me despeja la mente”. 

“Ahora vivo en un chalé con dos compañeros. Me gusta vivir allí. También hay integradoras sociales”. Las personas que residen en el Centro San Juan de Dios van ganando autonomía poco a poco. Vivir en uno de esos chalés es el paso previo a poder abandonar el centro. Aunque Harold no se quiere ir. “Tengo miedo a vivir independiente. No tengo prisa, poco a poco. Por tener miedo de volver otra vez a la droga. Encontrarme con mis amigos malos”. 

“En el chalé me levanto. Me ducho. Limpio mi habitación para que Alba, mi integradora social, vea que está limpia. Por la tarde me siento en la ventana y veo este centro. Estar solo me gusta. Me encantan los paisajes. Por la ventana veo gente, coches, nubes, pájaros. No soy muy hablador, ¿sabes? Soy observador. Descanso y a la cama. Me acuesto a las nueve o nueve y media y me levanto a las cinco y media. Como y ceno aquí, en el centro. Me gusta bailar”.

“A veces me pregunto ¿por qué estoy aquí? Tenía dos hijos. Por caer en la droga estoy aquí. Mi madre está en Londres y mi hermana mayor no me coge el teléfono. Mi tío siempre me llama. En agosto viene a visitarme”, dice con una sonrisa. 

“Me gustaría abrazar a mis hijos. Mi mujer me cambió por otro hombre por no darles dinero a ellos. Mis hijos viven en Madrid. Tienen 25 y 23 años. Saben que estoy aquí. No han venido y me gustaría. Ojalá que vinieran. Abrazo. Llorar. Pedir perdón por no cuidarlos. Los echo de menos. Llevo nueve años sin verlos, ¿sabes?”. 

Harold se queda callado y llora en silencio. 

“En mi cumpleaños, que es el 30 de mayo, no sabía que era la última vez que los vería. Pensaba que podría irme a nuestra casa cuando me dieran el alta de rehabilitación. Tengo miedo a tener pareja. Sufrí mucho. Aquí no me siento solo. Me siento incomprendido. Cosas que me gustaría hablar sobre mi familia y no lo hago por vergüenza. Me siento bien pero mal. A veces estoy bien. A veces estoy mal. Hablar cosas del pasado me hace feliz”. 

“Tengo 65% de discapacidad. Casi nunca me enfado. He aprendido a ser como yo. He aprendido muchas cosas. Aquí los profesionales hablaban sobre mi problema y me daban consejo. El futuro para mí es cada segundo que pasa. No pienso en el futuro”. 

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