“Aunque en muchas ocasiones me rompa, quiero hablar”, dice entre lágrimas. Sus compuertas de hablar y llorar se han abierto. Habla mientras llora y llora mientras habla.
“No paró de pegarme patadas, puñetazos, intentó estrangularme. Mi pensamiento era que no quería morir ahí, no quería dejar a mis hijos”.
“Se presentó en mi puesto de trabajo y me atacó por detrás. Era una ratonera. Me defendí, le arañé. Tumbada en el suelo inmovilizada, veo que entra el cartero y se va. Lo maldecía, no entendía que se hubiera ido, pero fue ir a pedir ayuda. Me había meado. Iba sangrando, horrible. Notaba mucho dolor. Conseguí salir y ya estaba la policía y un montón de gente”.
“La violencia de género es tener la sensación de que hay una persona que te va a matar. La sensación que yo tenía en ese momento era te mata, te mata, te mata. Me siento como una persona herida, dañada, te cambia la vida por completo. Aprendes a vivir con miedo, mucho miedo, y no lo cura nada: ni la psicóloga ni los medicamentos”.
“La violencia de género es una brutalidad, una sensación horrible. Cualquier persona decide que vas a morir porque le da la gana. Te preguntas por qué me ha pegado. Te sientes culpable, sientes que lo has provocado tú y es mentira: no hay explicación en buscar la muerte de otra persona”.
“Rosa no es mi nombre verdadero, pero mejor no darlo por represalias porque no tenemos ni fecha de juicio todavía”.
Violencia de género: juicios y protecciones
“Salí de allí en ambulancia y escoltada por la policía. Todo el rato dándole vueltas a la cabeza, no saber por qué, no entiendes nada, estás en shock. Y todo el rato me he meado, me he meado”.
“En la sala de espera del hospital todo el mundo te mira porque tienes sangre y toda la ropa reventada. Me dijeron tú tranquila, que ya está detenido. Fue después cuando me enteré de que antes de que lo detuvieran había ido al hospital a por un parte de lesiones para ponerme una denuncia por agresión”.
“En el hospital la policía viene a convencerte de que denuncies. En mi caso tenía muy claro que iba a denunciar. Para mí era mi primera agresión”.
“Mi denuncia llegó después de la de él. Aluciné con su denuncia, me quedé blanca. Cómo puede ser que me estén investigando a mí también. Es surrealista pero es así. Tuve que ir a declarar y lo hice con miedo. Él declaró que sin mediar palabra yo le meto un puñetazo… Se ha archivado esa investigación. Ahora queda el juicio por la denuncia que le puse yo. Ese juicio todavía no tiene fecha y la abogada de oficio me adelantó que habrá que esperar años. El día que llegue el juicio será muy complicado. Aunque te pongan el biombo para que no lo veas, el oír su voz… No sé cómo lo voy a llevar”.
“Él tiene una orden de alejamiento desde el minuto cero. Al principio tenía a la policía aquí –se refiere a su casa–. Venían un ratito todos los días para ver cómo estaba todo”.
“También me han puesto el teléfono de emergencia. Cada x tiempo te llaman para ver cómo estás, te apoyan. El teléfono tiene solo dos botones: llamar y colgar. En cuanto llamas se pone a grabar y si no hablas, se ponen en contacto con los cuerpos de seguridad. Tiene también geolocalización. Me ha hecho sentirme más tranquila, te da seguridad. Ves las noticias y las órdenes de alejamiento no dejan de ser un papel. También entiendo que no puedes paralizar el mundo entero porque hay tanta mujer, tanta violencia, que no dan a abasto”.
Violencia de género: los apoyos de las asociaciones
“Él no es el padre de mis hijos. El padre de mis hijos ni está ni se le espera”.
“Cuando me atacó no éramos ni pareja, ni habíamos tenido una relación larga. Cuando menos lo esperaba vino. Con el tiempo descubres que hubo señales, ahora las veo pero en su día no. No pensaba que él era capaz de algo así. Un tiempo antes del ataque hubo acoso, una persecución: me mandaba regalos, escribía a mis amigas, hacía pintadas en la calle. Le dije que me estaba asustando, que parara y que si seguía lo denunciaría. Se había obsesionado conmigo. Le pregunté a un amigo municipal y me dijo que si no hay amenazas no podía hacer nada”.
“Los meses que estuvimos juntos y yo lo quería dejar él me decía eres el amor de mi vida, perdóname, no puedo vivir sin ti y me hacía muchos regalos. Me idolatraba. Era muy controlador pero si me gritaba yo le gritaba más. Me gritaba, sí. Maltrato verbal. Que sin mí no podía vivir, que se iba a suicidar”.
“Ya en el hospital la policía te dice dónde ir de organismos oficiales y asociaciones. Las asociaciones se vuelcan contigo. Creemos que somos menos de las que somos pero somos muchas. Al principio te dan mucha información y estás perdida. En las asociaciones te facilitan psicóloga, cursos, talleres, excursiones, actividades. Porque lo físico se va pero luego viene el después…”.
“Las asociaciones son un punto de apoyo, una referencia. Llegar allí es como llegar al pueblo y que te reciba toda la familia. Allí ves los mismos miedos, inseguridades, fantasmas. Es llegar y encontrar gente que te quiere. Encontrar a mujeres que pasaron lo mismo que tú hace más tiempo y que te dicen saldrás, mira cómo estoy yo ahora y estuve como tú. En estas asociaciones no te sientes sola”.
“En una de las asociaciones hice una terapia de caballos que fue increíble. Los animales te dan mucho amor y te enseñan a confiar ciegamente. Confiar para mí es muy jodido. No me fío de nadie, el miedo no te deja confiar. Aprendes a intentar protegerte un poco más pero es difícil. Volver a quererte y coger fuerzas es complicado”.
Las secuelas no físicas de la violencia de género
“Estoy aprendiendo a vivir con ello. Al principio no quería ir sola por la calle. Iba mirando siempre para atrás. Pensaba que vendría a rematarme. Me da mucho miedo encontrármelo”.
“No dejas de pensar por qué te ha pasado. Recordarlo, cerrar los ojos y ver la agresión una y otra vez. Te lo estoy contando y veo la pelea”.
“Tengo muchísima ansiedad, muchísima. Y sigo tomando antidepresivos”.
“Hay que gestionar ese miedo y ese dolor. Como el miedo no te deja confiar en nadie estás a la defensiva. Me he sentido tan frustrada, tu forma de actuar con el mundo cambia porque todo te lo tomas a mal: tu mente está muy dañada. He estado muy perdida. He hablado mal a todo el mundo. Empezaba a salir para no pensar. Buscaba bloquearme alcohólicamente y te preguntas por qué te ha pasado a ti”.
“He cometido tantas locuras. Me tiré de un coche en marcha. Eso fue lo que me hizo despertar porque me di cuenta de que ya no quería luchar, no quería seguir viviendo. No quería seguir sintiéndome como me sentía. Ahí me pregunto qué estoy haciendo con mi vida, ¿quieres que esa persona salga ganando? Y empiezo a trabajar en mí, me meto en un grupo de apoyo de mujeres. He empezado a quererme y a valorarme mucho más”.
“Tu vida cambia, tu cabeza cambia. Me dejó sin trabajo y sin autoestima, pero recuperaré, me niego a que él gane. No puedo volver a ese trabajo porque no puedo ni pasar por esa calle. Vivir con miedo. El miedo va bajando de intensidad pero te haces pequeñita. Sientes que tu mundo se ha destruido, es un decaimiento, unas ganas de no luchar, de no vivir. Ya me dijo la psicóloga que es un proceso lento, muy lento, que no hay que tener prisa. Es un trabajo muy duro salir de ahí”.
“Con la violencia de género pierdes la autoestima por completo: darte cuenta de que tu vida no vale nada si una persona lo decide en ese momento”.
“Te encuentras perdida, tienes que ir colocando todos los sentimientos, emociones y gestionar tu relación con el resto del mundo. Estás dañada, dolida, rabiosa. Estás enfadada con todos y contigo misma por consentir, pero es culpa de la otra persona, no tuya. Tienes rabia al principio, sed de venganza, quieres que se pudra en le cárcel, deseas su muerte”.
“Lo único que pido es ser la de antes. Bueno, no, voy a ser una versión mejorada, dice mi psicóloga”, explica riéndose. “Nunca pensé que me podría tocar a mí, siendo tan guerrera como soy por qué me ha pasado a mí. Y ese es el pensamiento equivocado que tenemos porque nos puede pasar a todos”.
“Se me acabaron los sueños ese día, económicamente empecé a decaer. No tengo ayuda económica por mujer maltratada: me dijeron o cobras el paro o cobras la violencia de género. Ahora no estoy trabajando, si me sale alguna casa para limpiar la cojo. Me mantengo porque tengo una hija con discapacidad que todos los meses le dan cuatrocientos euros. Mi madre me está dando la herencia en vida. Me mantiene la familia. Mi día a día es buscar trabajo y ocuparme de de las personas mayores de mi familia”.
Alegría y rencor
“Cuentan la lista de las que no están, yo soy un número de las dañadas. No sé qué va a ser de mi vida. La esperanza de que van a venir tiempos mejores. A veces quieres ir más rápido tú de lo que va la vida”.
“La violencia de género deja secuelas y la gente no quiere oírme hablar de estas cosas porque dice que no quiere verme sufrir o que ya ha pasado y lo tengo que olvidar, tienes que pasar página, me dicen. Me pongo de mala leche y me cabreo. No puedo pasar página, quiero sacarlo todo, necesito soltar todo lo que llevo”.
“Puf, que si existe la violencia de género… Existe día a día, minuto a minuto. ¿En serio que aún ponemos en cuestión que no hay violencia? Deberían informarse un poco más, preocuparse, indagar, preguntar como estás haciendo tú. Hay violencia de género, fin”.
“Si te falta al respeto lo más mínimo sal de ahí, pide ayuda. La violencia de género no es solo que te peguen, basta que te prohiban, que no te dejen ser tú misma”.
“No me siento sola porque tengo las asociaciones que me ayudan pero sí te sientes sola porque la gente no llega a entender la violencia de género. A veces te sientes como un bicho raro porque estás marcada de por vida. No quiero dar pena, lo que quiero es que seas consciente de que la mente enferma tarda mucho en recuperarse, es muy complicado”.
“Quisiera decir que ya lo he superado. Mi sueño es seguir siendo quien soy y no perderme por el camino porque hay momentos que no me aguanto ni yo. Sueño con vivir tranquila”.
“Contarte es remover, abrir la herida y sacar, así duele menos. La sensación ahora hablando es que el corazón se estruja, te duele, es una opresión en el pecho. No me avergüenzo ni me siento orgullosa. Sí estoy orgullosa de ser una superviviente. Y que alguna vez esto acabe, que yo he sido pero que no haya más. No sé qué se podría hacer… que los castigos fueran más duros, no sé. La ley no actúa como te gustaría”.
“Quiero que se mee como yo me meé, que sienta lo que yo sentí en algún momento de su vida. Que sepa lo que se siente cuando te están quitando tu vida… Ahora estoy hablando desde el rencor y no quiero tener rencor. Pero es imperdonable, es horrible. Y mira que lo intento, pero no puedo. Dejas de tener alegría”.
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