“Soy Juan Calderón Cardoza, tengo 47 años y soy de San Pedro Sula, Honduras, justo en el corazón de América”.
“Yo crecí en un barrio que era el punto negro de la ciudad. Vivíamos en cuartos, un espacio de dos por cuatro o dos por seis donde cohabitaban diez personas, o las que fueran, en una situación totalmente precaria. Éramos ocho hermanos, tres varones y cinco muchachas. El agosto pasado murió mi hermana Vicenta”.
“Éramos riesgo de ser niños de calle, de hecho creo que lo fui. No pernoctaba pero estaba todo el día en la calle. Experimentas la precocidad por el entorno: prostitución, droga… Estuve muy expuesto al abuso, a ser muy abusivo yo también”.
“Fuimos vendedores ambulantes con mis padres. Era la calle… allá hay muchas niños que son vendedores. Con lo que vendíamos sobrevivíamos: frutas, vegetales, casetes piratas de música, queso… vendíamos todo lo que llegaba a nuestro alcance. Y vendiendo en la calle andas expuesto a todo, en la calle se encuentra de todo un niño”.
“En el caso mío hubieron personas que estuvieron sumando muchísimo a mi vida. A mi barrio llegó la comunidad de iglesia de Misael Argueñal que me daba de comer a discreción. ¿Sabes cómo están los niños en nuestro país con protuberancia en su panza, no de gordura sino de lombrices y todo? Esa es mi figura cuando estaba chico. Ahí desarrollé también mis habilidades de expresión. Él me dio el tiempo y las herramientas, no me solucionó el problema pero me dio esa atención”.
Juan fue creciendo y además de recibir ayuda comenzó a prestarla. Empezó a colaborar con el comedor solidario de la comunidad que le daba de comer. Tiempo después la comunidad construyó un orfanato y también empezó a ayudar allí. “Después de que yo fui beneficiado, ahora me toca a mí seguir”.
De ser un niño de la calle a ayudarlos
“Me doy cuenta de que no quisiera ver ese drama en la población infantil. Me cambió la vida la comunidad de mi barrio, fue la inyección de este trabajo que hago. Todos tenemos una locura, una obsesión, yo me lo he preguntado muchas veces: por qué ayudo a los niños”.
Juan es el quinto hijo y el ejemplo de su familia también fue determinante en su vida. “La persistencia, el deseo de aspirar a más de mis hermanos mayores me ayudó mucho. El caso de Vicenta me quedó marcado. Ella llegó a ser enfermera y gracias a ella construimos nuestra primera casa. No estaba completa, solo las paredes, pero iba mejorando poco a poco. Ella siguió apoyándonos siempre, nos dio la pauta para ir mejorando”.
Juan llegó hasta la universidad. “Mi carrera era Orientación Educativa pero no la concluí. Enrollarme tanto en este tema –trabajar en la comunidad de su barrio– me alejó de la universidad. Mi tutora me advirtió: no dejes la universidad… Quizás me faltó más rigor, más disciplina”.
No terminó su carrera pero salió adelante. “Antes de venir estábamos con el negocio de ropa de segunda mano. Teníamos dos o tres tiendas simultáneamente. Otra hermana que tengo es empresaria de tiendas de segunda mano. Ella nos facilitó herramientas a mi mujer y a mí para empezar nuestro propio negocio: un local, financiamiento…”.
“A la vez de las tiendas, mi hijo, mi mujer, un hermano de mi mujer y yo desarrollamos un programa de mentoría. Atendíamos a una población de chicos, les facilitábamos herramientas y les buscábamos mentores dentro de las propias comunidades. Nuestro fuerte eran chicos en situación de calle y de pandillas. Trabajábamos para llevarlos a una institución o de vuelta a sus casas. El trabajo básicamente era el abordaje amistoso por la calle. En estos países es fácil, vas llegando y te encuentras con un hormiguero de problemas. Los chicos se juntan para trabajar en la mendicidad, en la limpieza de cristales de vehículos, también estaban los que inhalaban pegamento, la droga”.
“El abordaje amistoso es porque la cercanía es lo que logra romper la barrera de la desconfianza. El tema al principio es hacerte como ellos, tener la empatía, sentarte con ellos en la acera de la calle. Y uno los encuentra en situación de soledad. Llevar un balón y hacer un partido, y el trueque: dame tu droga y yo te doy comida. De esas maneras rompíamos un poco el muro y teníamos un vínculo”.
“Habrán pasado semanas o meses para lograr un vínculo y luego llegas a un acuerdo con él y buscas alternativas: qué es lo que te gustaría. Muchos querían regresar con sus familias, tener un reconcilio, pero lo veían casi inalcanzable a estas alturas, tantas veces de fugarse… Estamos hablando de chicos de 14 años de promedio”.
“Si ellos nos lo permitían, íbamos a sus casas con un trabajador social. Procurábamos no prometerles nada, simplemente ofrecerles nuestra amistad. Uno no tiene todas las respuestas. Hablabas con el director de un colegio y que aceptaran matricularlo, con el banco de alimentos para que fueran a su casa a entregarles comida, con un empleo aunque sea a pequeña edad. Cositas como esas que van paliando su situación aunque no les resolvían el problema. Y lo más importante y lo más difícil era encontrar un mentor, ese era nuestro mayor desafío. Un mentor dentro de la comunidad que pudiera darle seguimiento, estar pendiente de la situación”.
“En Honduras hay tantos niños en riesgo por desidia, indiferencia. Los chicos te dicen: la primera vez que salí de casa y volví al día siguiente no pasó nada. Una segunda vez nadie se dio cuenta de que salí… Los niños se vuelven una carga. Los padres están ocupados en el diario, en qué llevar para la comida. Es un papel que no tiene nada que ver con ser padre”, dice con una sonrisa triste. “Ese diría que es el inicio del problema. Qué cosas le están llevando a irse a la calle: el chico no encuentra quien le preste atención. Yo recuerdo la fortuna de que yo jugaba con papá y hacía burbujas en su panza. Yo los disfruté a los dos: a mi papá y a mi mamá”.
“Es más grande el problema que los resultados. Esa era la mayor impotencia y frustración que uno puede tener. Yo soy un puntito en ese ancho mar”.
Unicef presentó en 2018 un informe sobre los derechos de la niñez y la adolescencia en Honduras que afirmaba que el 77% de los niños y adolescentes vivían en hogares clasificados como pobres. Y en el año 2018 todavía no había pasado por Honduras el huracán Eta ni la pandemia de coronavirus.
La huida a España
“El caso de Levy, que protagonizó el documental Saving Levy –emitido en Al Jazeera–, para mí fue la gota que derramó el vaso”.
“En 2001 ya huimos a Argentina de una violación que le hicieron a mi mujer en casa. Pero allá nos tocó el corralito y nos volvimos para Honduras a los dos meses. Teníamos el negocio de las tiendas, en 2009 con el golpe de Estado se vino abajo la cosa pero en 2011 nos volvimos a levantar hasta 2016, que vendimos los negocios y el 2017 ya estábamos aquí”.
“Levy, con 14 años, era parte de una pandilla y con problemas de droga y de todo. Los niños en situación de calle están más expuestos a las pandillas y a las maras, los cuales reclutan precisamente a esta población”.
Levy quiso dejar atrás la vida de pandillero y volver a casa, lo que provocó que la pandilla lo amenazara de muerte. En su nueva etapa contó con la ayuda de Juan. Pero no pudo ser. A Levy lo asesinaron.
Honduras cerró el año 2020 con un promedio de 9,46 asesinatos al día, un dato que supone un 15% menos con respecto a 2019.
“Salir de Honduras lo asocié a lo de Levy. Si a este chico lo asesinan y fue protagonista de nuestro documental… Trabajando en el negocio y trabajando con este tipo de población estábamos expuestos. Yo tenía amenazas. En mitad de la noche llegaban a sonar las persianas de mi casa para que les diéramos dinero. Me buscaban los pandilleros, sentía que había algún tipo de persecución. Uno cuando trabaja en esto sabe que está expuesto y no le importa, pero ya que le toquen el hijo, la mujer o la familia, ahí es cuando uno frena y dice no puedo continuar así. Son niveles de frustración que lo incitan a uno a moverse”.
“El asesinato de Levy nos dio una pauta también para decir bueno, tengo que buscar la manera diferente para apoyar a estos chicos. Tengo que buscar otros espacios un poco más estables para darles un mejor servicio a ellos. Buscar estructuras, instituciones que ya lo hayan hecho mejor. La improvisación es una de las cosas que se marca mucho en nuestro caso porque lo hacemos con mucha pasión, pero nos falta mucho profesionalismo en el caso mío. La pasión es importante pero entiendo, y ahora lo entiendo más, que necesito tener herramientas y no tengo que ser de Llanero Solitario queriendo salvar al mundo”.
Tenían que dejar el país. “Es un arrastre de situación que viene lacerando. Una vez tomada la decisión entras en un estado casi paranoico. Se vuelve enfermizo uno por querer salir del embrollo donde está. Es como una paranoia personal pero es una paranoia social también. Tú ahora mismo ves Honduras y salen de allá las familias enteras”.
Asilo y ayudas
“Yo salí del país para España con mucha esperanza. Llegamos primero a Valencia porque me recomendó mi gestor de Honduras que fuéramos allá. Nos volvimos victimizados: estábamos acostumbrados a una vida más autónoma, más independiente. Yo quería salir pronto de esos problemas de asistencia, uno quiere buscar la vida. Un albergue, otro albergue, por todos lados contar la historia… Entonces renuncio al tema de la ayuda porque una ONG de Madrid me dio trabajo, pero tenía poca estructura y pudimos hacer muy poco. Nos apoyaron muchísimo, pero nosotros estábamos durmiendo en el suelo, no era el lugar para estar. El abogado de Cruz Roja de Valencia me lo advirtió: no renuncies a la ayuda, Juan. Entones mi mujer y mi hijo pidieron la ayuda –a mí me dejaron afuera por haber renunciado– y se la dieron. Nos fuimos a un albergue de Vallecas. Entonces salió una plaza para Granda y no lo piensas dos veces, nos fuimos para allá. El sistema de asilo es que uno va donde surge una plaza”.
“Seis meses estuvimos en el albergue de Inturjoven de Granada, que era de lujo”, dice riéndose. “Para nosotros era la gloria con habitación privada, con baño y todo. Lo más digno posible. Esa es la primera fase de la ayuda del asilo. Luego en la segunda fase le asignan un presupuesto a uno para alquilar un piso. La primera y la segunda fase es mientras la investigación de tu proceso de asilo. Hay silencio en Madrid. Incertidumbre, que sí, que no… Yo veía tantos casos de familias que su resolución es negativa… Qué va a pasar con nosotros, los temores que le embargan a uno. Nosotros asistíamos a todos los cursos, aunque fueran repetidos”, dice riéndose, “teníamos una actitud muy proactiva y yo creo que eso nos ayudó”.
Juan, su mujer y su hijo recibieron una respuesta positiva a su petición de asilo. “Uf, y son casos contaditos”, dice casi sin creérselo todavía. Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, en 2019 había 9.085 peticiones de asilo hechas por hondureños pendientes de resolución. Durante ese año se aprobaron 239 solicitudes.
Situación actual
Juan y su familia tenían una situación económica mejor en Honduras que en España. “Aquí es recomenzar. Allá teníamos ocho empleados. Ese es el drama de mucha gente que viene. Siendo empresarios allá o teniendo máster y doctorados, gente muy letrada”.
“Nosotros no queremos estar aquí dependiendo toda la vida. El año pasado Bankia le dijo a mi mujer que tenemos un préstamo de 9.000 euros y lo firmamos. Yo entonces estaba cuidando a un abuelo y Carolina trabajando también. Pero se dio la oportunidad con el préstamo y abrimos algo que nos convierte en autónomos. Fue así como iniciamos J&C Moda, una tienda de ropa de segunda mano. La pandemia ha afectado a la tienda, pero ahí seguimos dándole duro”.
Juan está contento en Granada. Pronto dieron con la ONG Inpavi, donde trabaja también como voluntario. Una ONG donde nuevamente ofrece ayuda y también la recibe. “Nosotros servimos allí y al mismo tiempo recibimos. Esta institución trabaja la mentoría con mi hijo. Para mí eso es como la cúspide. Ellos lo llaman discipulado porque el enfoque es cristiano, pero es mentoría. A mi hijo lo cogió un estudiante de Arquitectura, se sienta con él, le pregunta hacia dónde quiere ir, qué va a hacer con su vida. A mi hijo lo dejo bien establecido y mi mujer tiene una vida más digna. Eso para mí es un logro”.
Económicamente la situación está difícil, así que Juan y su familia reciben alimentos de Inpavi. “La comida siempre nos viene bien. Ya te darás cuenta de en qué contexto estamos todavía. Cada mes es un desafío, ¿sabes? Vamos viviéndolo. Nosotros queremos vivir modestamente, sin lujos”.
“Luego le he comentado a mis trabajadores sociales para continuar mi formación, para certificarme para poder seguir trabajando con chicos, población infantil que también en España existe: población en riesgo social. Ahora mismo me estoy sacando la ESO porque no tengo homologados mis estudios de Honduras, pero aspiro a formarme para trasmitir esa idea de los mentores y crear esas redes en las comunidades”.
“Me pregunto qué persigo yo, pero es que se me presentan los casos en todas partes. Voy a Mercadona y veo a un hombre uruguayo pidiendo en la puerta. Le hago un abordaje amistoso”, dice con una sonrisa cómplice, “y comparto con él la naranja que iba comiendo. Cuál es tu propósito en la vida, le pregunto. Nos hicimos amigos. Él estaba en desahucio. Me veo en tentación de acercarme a estas personas. Lo llevamos a nuestra casa a vivir unos meses. Era una persona muy capaz. Estar en el suelo en Mercadona no es tu lugar, le dije. Y después se sacó su curso de panadería y ahora es comercial, hasta mujer se sacó, ¡una rusa!”, dice riéndose. “Este parlotear con la gente… de algo tiene que servir el darle importancia a las personas”.
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Ana+E.+Hernandez
Juan una gran persona. Agradecida , desprendida y pensando en los demas.
Bravo Juan mereces que os vaya muy bien en Granada a ti y a tu familia.
Jose Manuel
Hola Juan. Gracias por tu testimonio y por abrir tu vida con todos. Sois un ejemplo. Os quiero amigos.
Juan Calderón
Gracias, amigos
Jose Manuel
Ana Hernandez