“Ellos ven a un hombre vestido de mujer”. Silvia acaba de llegar de una nueva entrevista de trabajo. Cuando dice “ellos” se refiere a los que le han hecho las distintas entrevistas por las que ha pasado. Quiere trabajar, pero no es fácil.
Silvia Hernández de Dios tiene 46 años y es de Madrid. Es muy alta. Tiene unas manos grandes con uñas largas y cuidadas. Habla muy bajito, pero mucho. También habla despacio, casi como si recitara. Su risa es también muy prudente. Cuando habla y se ríe es como si no quisiera molestar, como si deseara que no se supiera que está ahí. Ella se define como “trabajadora, amable, incluyente, paciente, tranquila”. Y ha olvidado decir discreta en su manera de comunicarse. Al oírla hablar y reír da la sensación de que se está delante de una mujer de otro tiempo a la que han aleccionado para ser discreta y no llamar la atención. En su caso es una discreción que afecta a cómo dice las cosas y no a lo que dice, pues estas maneras discretas no impiden a Silvia tener un discurso armado sobre lo que es: una mujer, una persona de identidad trans.
Mujer pese a todos
–¿Te sientes mujer?
Silvia sonríe con su discreción característica antes de contestar.
–Yo no me siento mujer, soy una mujer. Soy la mujer que soy, no la que me dice la sociedad o las normativas. Pero no me siento, siempre lo he sido. Me di cuenta de que era una mujer al ser consciente de mí misma. Era niñísima, 4 o 5 años tendría. Yo nací en una época en la que se nos consideraba anormales, engendros. Y cuando lo manifestabas en entornos familiares, te intentaban corregir porque me decían que era de mariquitas. Y qué mejor manera de corregir que pegándote palizas. Mujer es lo que soy y lo que nací, tenga el cuerpo que tenga.
La infancia y la adolescencia de Silvia no fueron buenas. “Mi familia intentaba corregirme y tú te resistes. Son momentos que no quiero recordar porque no son nada felices. Son más amarguras que alegrías. Sueñas con que se acabe la pesadilla, es una condena. A mí mi familia me ha repudiado. Y esto no lo digo para que la gente piense: ‘ay, pobrecita’. No, es una realidad más que hay que ver. Hay personas que pasan todavía cosas peores que las que yo he pasado. Hay personas que hoy en día siguen sufriendo lo que yo he sufrido y eso se tiene que acabar. Por ser niños o niñas no quiere decir que no tengamos derecho. Que te intenten encaminar desde pequeña porque te has desviado te convierte la vida en un infierno”.
El proceso hasta llegar a la disforia de género
Silvia vivió una vida que no era suya hasta hace poco tiempo. “Con cerca de 40 años fue cuando dije hasta aquí, se acabó, ya está bien. Es cuando vi la luz. Hasta entonces tenía miedo por la educación que me dieron. Antes de dar el paso hay un proceso de preparación para lo que me iba a venir, que era muy duro. Tienes que tener una preparación para no caer moralmente, ser derrotada. Y con 40 años ya estaba preparada para afrontar todo lo que me iba a caer encima. Jamás voy a volver a ser lo que no soy. No voy a ir hacia atrás, siempre voy a estar luchando. Moriré con las botas puestas. Caiga lo que me caiga”.
“Yo pongo en duda las teorías de género que dicen que vayas por un camino y que nadie se salga. Están todos encauzados en el mismo canal del río. Yo no soy así y quiero salir del cauce del río. Me siento así y te clasifican como enfermo porque no sigues el caudal . En este país para manifestar quienes somos tenemos que ser juzgadas y estudiadas por psicólogos y psiquiatras durante dos años para dar el visto bueno y diagnosticarnos con disforia de género. Yo he pasado por eso. Luego el informe es enviado a un juez”.
–¿Ser como eres te hace sentir diferente?
–No, yo no soy diferente. ¿Por qué lo soy, porque ellos lo digan? Yo soy persona ante todo, eso lo primero. Tú al romper esas normas y cuestionarlas me pones como una persona anormal o diferente, pero ellos son los diferentes porque no reconocen mi variedad. A finales del siglo XIX no éramos ni personas porque no cumplíamos las normativas. ¿Y ante eso me tengo que sentir diferente? La sociedad marca el cómo de la imagen del hombre y el cómo de la imagen de la mujer. Se busca siempre el cuerpo normativo. Yo me niego a cumplir con los cánones. Mi cuerpo es así y como tal voy a exhibirlo.
La palabra transexual es ofensiva
Silvia ya se ha definido como persona y como mujer. Lo que no se reconoce es como transexual. “Esa palabra es ofensiva en sí. Clasifica con un significado que no tiene sentido. Transexual significa cambio de sexo o romper el sexo. Eres un hombre que ha nacido hombre y te conviertes en mujer o viceversa. No lo eres, te conviertes, te cambias. Eso es transexual. Por tanto no somos personas que nacemos, sino que nos cambiamos. Yo no he nacido hombre y por eso lo considero un insulto. Yo he nacido lo que soy y lo que siento”.
Por este motivo se siente cero identificada con las siglas LGTBI. “Uy, pero nada”, dice con una nueva sonrisa tímida. “No me identifico con la L, ni con la G, ni con la B, ni con la I y con la T de Transexual mucho menos. Aunque para reivindicar derechos sí utilizo la palabra trans o identidad trans”. Silvia sabe que no puede hablar en nombre de todas las personas de identidad trans. “Habrá algunas que no compartan mis ideas, naturalmente. Hay personas que sí defienden la palabra trans, por ejemplo, pero yo no siento que haga un tránsito a ningún sitio. Yo soy quien soy, no voy a ningún sitio”. Pero lo que sí pide en nombre de todas son los derechos de “amparo legal, igualdad y despatologización legal. Somos una minoría silenciada. Lo que sufrimos a diario las personas de identidad trans no se escucha y es brutal”.
La polémica de las operaciones
–¿Te han preguntado muchas veces si te has operado?
–Sí, y aburre mucho. Yo me niego completamente a operarme. También hay prejuicios dentro del colectivo por esto y yo me pregunto: ¿eres menos mujer por esto? Somos mujeres con otros cuerpos, ya está. Cuerpos no normativos.
Silvia lo tiene muy claro, “yo a mi cuerpo no lo voy a hacer sufrir con operaciones para parecer lo que el patriarcado me dice que tengo que parecer. Si yo me opero, parezco esa imagen femenina que cumple las normativas, pero eso hace sufrir a mi cuerpo para aparentar ser lo más femenino posible”. Silvia se queja de que hay “falta de reconocimiento de los cuerpos. Por qué ser hombre o mujer simplemente por los genitales”.
El discurso de Silvia impacta. “Obviamente la mayoría de la sociedad coincide, yo no lo voy a discutir, pero hay otras personas diversas que ponemos en duda esas normativas. Yo sí estoy contenta con mi cuerpo. Por qué tengo que estar haciéndolo sufrir constantemente para que la sociedad me integre”.
Dentro del colectivo sí hay personas que se operan. “Cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera y no voy a generalizar lo que deben hacer las personas. Yo siento que hay una sociedad que me empuja a llevar mi cuerpo a un extremo para parecer lo que se supone que debe ser femenino, cuando lo importante es lo que tú eres, lo que tú sientes”.
Lo que sí sigue Silvia es un tratamiento hormonal. “Con las hormonas no siento que maltrate a mi cuerpo. Al sustituir una: testosterona, que es la que produce mi cuerpo, pones otra: estrógenos. Tu cuerpo no sufre ninguna molestia con esto. Hace dos años y medio que las tomo y me siento genial. Tomar las hormonas ha sido para mí sentirme libre de algo que no soy. Vivía en un cuerpo que no me representaba a mí misma, representaba un rol que no era el mío”.
Una nueva identidad
Gracias a las hormonas Silvia está contenta con su cuerpo. También fue diagnosticada con disforia de género y el juez dio el visto bueno a ese informe que le pasaron psicólogos y psiquiatras que la habían tratado. Esto supuso el cambio en la partida de nacimiento. “Ahí puedes proceder a hacer el cambio de documentación de sexo y nombre”. Silvia pidió su nuevo DNI hace un mes y todavía no lo tiene, “sigo indocumentada”. Este acta que firmó el juez en febrero es el “permiso que necesitas para ser quien eres, cuando naces así”.
A Silvia no le hace especial ilusión tener su nuevo DNI. “Lo que sí me dio ilusión fue tener el acta del juez que me dijo que podía ser quien soy. También me hizo ilusión la partida de nacimiento”.
Este reconocimiento oficial supone un paso en el camino hacia la igualdad que tanto desea Silvia. “Igualdad es tener los mismos derechos que cualquier persona. El hecho de que el estado me reconozca ya me hace estar en igualdad real en lo que se refiere a trabajo, violencia de género… Antes no tenía nada, aunque ahora sigo sufriendo una discriminación por todo lo que somos. Quiero el derecho a vivir, al trabajo que se me niega tanto, el derecho a ser libre”.
El mundo laboral para las personas trans
Lo primero de todo es que se tiende a asociar a las personas trans con la prostitución.
–¿A ti te ha pasado?
Se ríe con discreción durante unos segundos.
–Un montón. Voy por la calle y me toman por prostituta. En hoteles me han tomado por prostituta, en locales. Se nos vincula siempre. No somos carpinteras, ni abogadas, ni profesoras, no tenemos oficios. La realidad es que muchas trans migrantes se ven conducidas a la prostitución porque tienen que comer. No valen para trabajar porque no tienen un cuerpo normativo, pero sí para satisfacer el morbo de los que no le quieren dar trabajo. Eso me duele en el alma.
Silvia saca a relucir una cifra demoledora: “Las personas de identidad trans sufrimos un 85% de paro”. Por otro lado, Silvia ha desarrollado su propia estadística: “Las posibilidades de una mujer de identidad trans de encontrar empleo en la Comunidad de Madrid son de 0,68%, cifra documentada con mi experiencia. En un mes he hecho 137 solicitudes de trabajo más 90 solicitudes en el servicio doméstico particular. Esas 90 solicitudes no están metidas en el porcentaje que te he dado. De las 137 solicitudes, solo dos empresas incluyentes me han dado la oportunidad de trabajar, pero las rechacé porque era una explotación brutal. El resto de solicitudes te dicen que no, pero no por trans, claro. Eso no te lo dicen, sería hasta ilegal, lo que te dicen rápidamente es que no estás cualificada”.
De ser profesional cualificado a no ser nada
“Llevo dedicada a la decoración de interiores desde los 17 años y ahora me dicen que no estoy cualificada. A mí me gustaría seguir en el mundo de la decoración. Me encanta dar alegría a una vivienda. Lo vivo. Cuando vestía de otra manera no había problemas. Cambió todo cuando di el paso con el tratamiento de hormonas. De la noche a la mañana pasé de ser un profesional a no serlo”.
Silvia está acostumbrada a que en muchas entrevistas no la miren a la cara ni le den la mano –todavía recuerda una en la que dieron la mano a cada uno de los candidatos y a ella se la saltaron–. Silvia está acostumbrada a que la desprecien. “La entrevista más corta que he hecho ha sido de un minuto y medio”, dice con una sonrisa.
Utiliza un currículum ciego y otro con foto. El currículum que entrega con foto no suele recibir respuesta. Cuando utiliza el currículum ciego –sin foto– sí que acostumbran a llamarla para la entrevista. “Me suelen recibir con cara de extrañeza, de pavor. Todo suele ser cordial, pero no tardan ni un minuto en mandarme un correo diciendo que no soy apta para el puesto. Yo tengo gente que me ha dicho que mi currículum es muy bueno, por eso creo que con el currículum ciego me llaman”. Pero claro, luego hay que pasar la entrevista…
Silvia no solo busca empleo en la decoración de interiores. “He solicitado puestos de trabajo en hostelería, mantenimiento, cuidados, conductora… En telemarketing sí he trabajado pero no duré nada porque me decían que tenía que mentir para vender. En la decoración de interiores tienes que saber de muchas cosas. Para diseñar un cuarto de baño, por ejemplo, tienes que saber de fontanería, alicatado o electricidad. Así que puedo trabajar de muchas cosas”.
Desconfianza social
Todo lo que ha vivido Silvia en su vida, y no solo su experiencia en el terreno laboral, ha hecho que vaya curtiendo su personalidad “en defensa de lo que te encuentras en la sociedad. Estoy siempre alerta. No me fío. Veo que tienes que estar en guardia ante ese peligro social que puedes tener en cualquier lugar. Soy desconfiada social”.
A Silvia la miran mucho y “es incomodísimo. No sabes si es por admiración o por engendro, por bicho raro. Las miradas me hacen desconfiar mucho, mucho, mucho. Por eso cuando voy en el metro nunca me siento, me pongo en una rincón para pasar lo más desapercibida posible. En el autobús me pongo en las últimas filas para que nadie me vea, en el rincón más profundo”.
–Si te hubieran dado un euro cada vez que alguien te mira…
Se ríe antes de contestar.
–Sería la persona más rica del mundo. A mí me han insultado mucho, pero mucho. Está a la orden del día. También he puesto varias denuncias por agresiones físicas pero no han servido de nada. Eres un blanco de la sociedad. Todas las humillaciones se te quedan grabadas. Yo ahora me doy la vuelta y me enfrento cuando me insultan por la calle.
Según cuenta, se enfrenta a esos insultos de manera tranquila y educada, lo que hace que se queden cortados los que la han insultado. “De todas formas yo creo que las personas que ladran mucho son las menos peligrosas. A mí los que me dan miedo son los que se callan y actúan. Son los más peligrosos”.
Espacios seguros pero manteniendo las distancias
Silvia me ha propuesto para hacerse las fotos espacios como La Ingobernable, la EKKA o La Villana de Vallekas. “Son espacios donde me siento segura y libre”. Allí Silvia baja un poquito la guardia de su desconfianza social. “Siempre tengo el miedo al daño que pueda recibir y sé que allí no me van a hacer daño. En esos espacios nadie me mira, paso desapercibida. Entras y eres una más, y ese es el sentimiento que quiero yo en la sociedad”.
Aun así es difícil que se quite por completo la desconfianza social que siente “por el rechazo que he tenido constantemente. Entonces intentas no acercarte mucho, no les dejo que penetren. Es algo que tengo muy arraigado ya. Compañeras tengo muchas, pero soy yo la que pone los obstáculos. Y mira que conozco a mucha gente y las quiero, pero como que me guardo las distancias. Intento no tener mucho roce con las personas. Intento que no me hagan daño. Quizás por ese motivo tampoco quiero tener pareja. Siempre va a haber personas a las que no le caes bien, naturalmente no puedes caer bien a todo el mundo, pero lo que yo no sé distinguir es si es por ser quien soy o por mi personalidad”.
“Yo me he sentido muy excluida de la sociedad porque rompes con las normas sociales. Molesta que haya más identidades. Molesta decir que aquí tienes un cuerpo femenino y que no es el que tú dices que es”. Donde también se ha sentido aceptada es en el movimiento del 8M de Madrid. Este año leyó parte del manifiesto con el que concluyó la manifestación feminista en la capital. “He estado un año trabajando en el 8M y me he sentido súper acompañada en mi lucha. Nunca me he sentido extraña ni me han señalado con el dedo. Soy una compañera más”.
Cuando leyó parte del manifiesto del 8M ante tantísima gente sintió “algo maravilloso, especial. Sentí que mi grito era escuchado porque soy una mujer en la sombra. El único daño que haces a la sociedad es decir aquí estoy yo y existo. Y por eso ya somos condenadas Es una lucha que es como la de las demás por la igualdad y la equidad. El feminismo no va a por el hombre, va a por la igualdad y eso beneficia a la sociedad”.
Madre: educación en el respeto y la diversidad
Silvia se define también como madre. “Tengo un hijo maravilloso de 8 años”. Con él sí que no guarda las distancias. Vive con su expareja y Silvia lo ve una vez a la semana. “Me gustaría verlo más, pero hay una sentencia del juez que me lo impide. Por ser quien soy te arrebatan a tu hijo. Parece que por ser quien eres tu hijo ya no va a tener los cuidados que le corresponden. También creen que lo puedo contagiar… Cuando tenía 3 o 4 años luchaba por verlo más, pero ya no. Mi hijo tiene ya una vida hecha, sería egoísta por mi parte hacerlo volver a mí. No quiero romper su estatus de vida, romperle todo su esquema por mi propio egoísmo”.
“Siento que he renunciado a mi hijo por manifestar ser quien soy. Eso me pregunto a mí misma y a veces me siento culpable. Pero luego me respondo: eres quien eres y tienes que luchar por ser quien eres. No te puedes rendir, aunque me gustaría sentir que lo ayudo más de lo que lo hago”. Cuenta orgullosa y emocionada cómo su hijo le dijo que le encantaba que lo educara en el respeto y la diversidad, y que por eso la quería mucho.
Su hijo es su única familia, pero a lo largo de su vida Silvia ha tenido distintas parejas. “Para no sufrir lo que sufrí de niña y adolescente busqué siempre otra persona que me protegiera. Como que manipulaba a otras personas para sentirme protegida. Con eso sí me siento mal. Creo que he provocado el sufrimiento en otras personas con las que he tenido relaciones de noviazgo. En el momento quería mucho a esa persona, pero yo no obtenía lo que quería y siempre fallaba la relación. Lo estoy contando ahora y me estoy sintiendo fatal… ¿Tienes el derecho a justificar algo así? Porque también están los sentimientos de otras personas. Esta es la primera vez que lo cuento…”. Silvia se pasa las manos por los muslos mientras ha dejado de mirarme. Su cara está ahora perpendicular a mí, mira sin ver, su mirada está fija, perdida en un punto indeterminado. “También la gente tiene que ver que no somos tan buenas, que tenemos nuestros puntos de maldad. Ahora creo que sería imposible hacer algo así porque manifiesto mi verdadero ser, la persona que soy”.
Silvia desea sentirse persona, “que se me reconozca tal como soy porque se me arrebata lo que soy. Tómalo como una identidad más porque somos personas. Necesitamos una sociedad incluyente que respete a las personas. Hay que ver que hay diversidad”. Jamás ha deseado no ser quien es y ahora sueña con “recuperar lo que me han arrebatado, que es una vida… Y pasar desapercibida. Que nadie me mire, por favor”, dice mientras sonríe discretamente.
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Mar
Preciosa entrevista. Muchas gracias por ser una gran reportera
Winnie
¡Gracias a ti por leer!
Isabel
Pues me parece muy bien tu historia y lo más duro, en mi opinión, es el repudio de la familia de origen que hace que la vida se complique mucho más a causa de la falta de apoyo. A mi me repudiaron por tener ideas progresistas, ell@s eran extrema derecha … Que cosas…
Ángel Iznaola
Agradezco poder ver a la protagonista de la entrevista como persona sin etiquetas, como persona buena o mala, que todos vivimos esa dualidad. Me ha gustado hacerme cómplice de sus sentimientos y vivirlos con ella. Si la vida me ha dado un género al nacer con el que me siento a gusto no comprendo porque debo tener más privilegios que alguien como Silvia. Me pongo en su piel.
Guada
Uyyy!!!. Me gustan tus historias pero esta espécimente, muy bien relatado el sufrimiento de Silvia por ser quien es… Que sociedad más injusta y cuanto nos falta por aprender a tolerar y respetar! Gracias por hacernos llegar estas realidades! Enhorabuena winnie
Winnie
¡Mil gracias, Guada!
Mercedes
Eres grande Silvia. No desfallezcas nunca❤❤
Concha
Preciosa y pedagógica entrevissta ,admirable Silvia eres una mujer excpcional y todo un ejemplo
Winnie
Gracias, Concha
Karmen
Hija Silvia este planeta todavía tiene mentes muy trogloditas
Montse
Me ha gustado como cuentas tu vida y a pesar de todo el sufrimiento producido por la familia, la sociedad, el que no te den trabajo a pesar de tu valía……eres una persona sin rencor, educada y amable. Espero y deseo que cambie tu suerte en lo laboral.
Emilie
He tenido la oportunidad de conversar con Silvia por redes sociales y vaya que me alegra saber de ella ahora más madura más Serena y feliz …una narrativa desde la otra cara de la moneda
…maravillada con esta entrevista
Winnie
Gracias, Emilie
Javier Barrantes Garcia
Hola Silvia, (soy Javier amigo de Valentina, ella si te conoce y tu a ella también), yo no te conozco en persona pero despues de leer tu entrevista tengo que decirte ‘chapó’, que te admiro y te respeto por ser como eres, eres genial,