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Salud mental

Trastorno de pánico: “Todavía recuerdo y no sé cómo estoy viva”

Gloria Pérez ha sobrevivido la mayor parte de su vida sumida en el miedo más profundo debido a su trastorno de pánico con agorafobia

“Soy Gloria Pérez y tengo 39 años. Nací en Madrid y llevo un año y medio en el rural gallego, en la provincia de Coruña, cerca de las Fragas del Eume. Toda mi familia es de Granada y también viví allí durante trece años. Me vine a Galicia con mi pareja y estoy supercontenta, me gusta mucho la lluvia y la naturaleza”.

“A los 19 me diagnosticaron un trastorno de pánico con agorafobia”.

Pánico y agorafobia

“Tengo mi etiqueta, con 19 años fue la primera vez que fui a un psiquiatra”.

“Los procesos de pánico me acompañaron durante mucho tiempo. Yo sentía… estaba en la calle y empezaba a percibir las cosas como irreales, me parecía todo un escenario, como de cartón piedra. Era como si la realidad cambiase y eso a mí me asustaba. También me pasaba conmigo misma, me miraba al espejo y me reconocía pero es como si me fuese de mi cuerpo. Nunca pensaba en la muerte en sí, sino en la locura, en irme de esta realidad, como si me fuera a desconectar, parecía que me iba a disolver en el universo y eso me producía un pánico tremendo”.

“Piensas que estás chalada, que se te está yendo la cabeza. He tenido épocas de sensación de pánico continuo. Es un infierno”.

“He leído muchas cosas sobre la agorafobia que no me representan, pero hay una que sí: a mí me pasaba cuando estaba en una situación de la que era difícil o comprometido salir. Por ejemplo, en el metro cuando el tren se para en un túnel, pero también me ha pasado en la peluquería, que me están cortando el pelo y me tengo que ir. Estuve años sin ir… aprendí a cortármelo yo. Siempre he sido muy responsable, muy niña buena y entonces si estoy hablando con alguien no me puedo ir porque no puedo dejar a esa persona con la palabra en la boca; es el miedo a que esa persona diga ¿pero y esta? ¡Qué rara es! Por eso situaciones no solo de las que es difícil salir, sino también las que son comprometidas”.

“Cuando llega cualquier cosa que te pueda despertar el pánico y no puedas irte o no puedas irte sin quedar mal, pasa que te da miedo encontrarte con alguien por la calle o subirte al autobús por si te tienes que ir y no puedes. Me limitaba enormemente la vida porque estar en cualquier situación en que se me pudiesen disparar esas sensaciones ya me producía miedo. Todo eso fue creciendo hasta las crisis de agorafobia: como cualquier cosa te da miedo no puedes salir de casa. He tenido crisis que llegaba al rellano y me empezaba a marear, a temblarme las piernas, es muy loco”.

Sufrimiento mental: sobrevivir y no vivir

“Dentro de mi etiqueta no se incluía la depresión, pero yo sé lo que es. Tu vida queda limitada tan joven… Llevaba desde los 13 con síntomas de ansiedad y la pelota se fue haciendo más grande. No sabía qué era eso que me estaba pasando. Con el diagnóstico y el paso del tiempo vi que durante aquellos años tenía ansiedad. Llegué a pensar que me estaba volviendo loca o que tenía un tumor cerebral”.

“De los 13 a los 19 no supe expresar ni tuve confianza en mi entorno para contar lo que me estaba pasando. Me lo guardaba todo para mí, estuve en mi burbuja infernal. Me fui callando y peté, porque tenía que petar. Fue en los exámenes de primero de carrera, hasta aquí hemos llegado”.

“La depresión fue en esos primeros años, cada vez veía mi vida más limitada y se me iba más de las manos. Era más sobrevivir que vivir, durante muchos años ha sido supervivencia, he estado media vida superviviendo. Para mí sobrevivir es aguantar los estados de ansiedad y de pánico tan bestias, aguantar con ese infierno viviendo dentro de ti. Sostenerlos como podía mientras haces lo que te corresponde en el día a día, que en mi caso era estudiar, era lo único que hacía: de la facultad a casa y de casa a la facultad. En esos momentos me identifico con la etiqueta de depresión… De acostarme y decir ojalá mañana no me despierte porque es tan agotador pasar los días así. Sabía que no era capaz de suicidarme, pero lo pensaba”.

“Es un sufrimiento mental enorme. Para mí el sufrimiento mental es estar de una forma continua con pensamientos de dolor, de miedo, de sufrimiento. No parar de pensar que no soy capaz, que no voy a poder, que me voy a volver loca. Es una rueda de pensamientos destructivos que te acompañan todo el día y eres incapaz de controlar. Para mí la locura es quedarme enganchada en ese punto máximo de ataque de pánico y ansiedad, quedarme en ese infierno”.

“A mí me costó mucho hablar de esto con la gente, primero lo tuve que asumir yo y luego me costaba compartirlo por lo que sabes del estigma. Prejuicios que tenemos todos, yo también: que te vean como una desequilibrada, débil, frágil, que no eres tan válida como las demás. Cómo voy a desarrollar yo una vida normal, pensaba. Me daba vergüenza compartirlo, pero luego cuando lo hice he tenido aceptación siempre”, dice sonriendo. “En aquellos momentos me hubiera gustado que alguien me preguntara cómo estaba, qué necesitas, qué te está pasando. Y eso que a mí el diagnóstico me alivió porque lo que me pasaba le pasaba a más gente. Y la medicación me ayudó a estabilizarme”.

“Fueron años de estados de pánico y ansiedad sostenida, y de vez en cuando llegaba un pico”.

Según Salud Mental España, una de cada cuatro personas tiene o tendrá algún problema de salud mental a lo largo de su vida.

Fotos cedidas por Gloria.

Hacia dentro

“Llevo siete años de enseñanza de yoga y fue un cambio radical, el yoga le ha dado sentido a mi vida, es mi camino. En terapia he estado años, tanto individual como de grupo, y me ha dado, junto con el yoga, comprensión. Ahora mismo tengo mis malos momentos pero los sostengo de otra manera”, dice riéndose. “Con el tiempo he aprendido algo muy importante: ningún lugar me libra de mí, esto va conmigo, a esto tengo que enfrentarme yo. Siempre buscamos fuera lo que solo podemos buscar dentro. Cuando vivía en Granada tuve mi último ataque y empecé a pensar en esto, entendí que lo que tenía que hacer era mirar hacia adentro y no hacia fuera para empezar a conocerme, a comprender. Es un camino de vital importancia para mí: el comprometernos con nosotros mismos y hacernos responsables de nosotros mismos”.

“Con mi pareja tenemos un proyecto de mantra yoga, se llama Samaya Yoga. Necesito muy poco para estar bien, lo que sí necesito es saber cuál es mi lugar y respetarlo, tener un sentido en la vida que vaya conmigo; encontrar una dirección y poner tu energía en esa dirección. Intentar hacer de mi forma de vida mi economía, en eso estoy ahora. Mi intención con el Samaya Yoga no es solo intentar hacer mi propio camino, sino también intentar compartir con otras personas lo que a mí me está generando tanta calma. Compartir con otros lo que a mí me ha cambiado la vida. El yoga le dio sentido a mi vida porque me permitió empezar a conocerme desde un punto de vista más profundo y a la vez conocer el mundo, porque el yoga es mucho más que posturas”, dice con una sonrisa radiante.

“He conseguido que mi mente esté en calma. Todavía me paro, recuerdo y pienso no sé cómo estoy viva. He estado años sin saber lo que era la calma, era una continua tensión”.

Vivir (que no sobrevivir)

“Siempre digo que no tuve adolescencia. Disfrutar de la vida para mí es muy reciente. Desde los 30 años no tengo crisis, pero los siguientes años viví una adolescencia tardía. Viví cosas que tenía que vivir, nunca había tenido una pareja, por ejemplo. Cómo iba a pensar yo en novios si estaba dedicada a sobrevivir”, dice riéndose. “Pasados los 30 no tenía estados de pánico pero tampoco estaba bien, no estaba a gusto conmigo. A principios de 2019 dije se acabó, terminé con el trabajo y la relación que tenía y empecé un proceso de reencontrarme a mí misma. En ese momento siento que coloqué muchas cosas y desde hace tres años soy feliz”.

“Un estado de calma y paz interna, eso para mí es la felicidad. Estoy tranquila con lo que hago y con la gente que me rodea, eso es vivir. He aprendido a quererme y aceptarme, y cuesta. Estoy en el camino, es largo y de mucho trabajo y paciencia, pero de ahí surge la felicidad”.

“Alguna vez pienso si volverá, pero no me da miedo. Sé que aunque lo pase mal, lo voy a sostener de otra manera, tengo herramientas. Como lo he pasado tan tan mal, el sufrimiento no me da miedo. Hombre, prefiero que no llegue”, dice con una carcajada. “De lo que he vivido hay mucho positivo. Me ha hecho tal como soy hoy, y como soy hoy me gusta”.

“Hoy estoy contigo porque comprendí que compartir con los demás, y más si es un tema un poco tabú, puede ayudar y aliviar. Afronto la vida con alegría, motivación, dirección e ilusión. Siento que tengo muchas cosas claras”.

“Me gustaría que me vieran como una persona normal. Una de las primeras reflexiones más nítidas que he tenido fue en terapia de grupo. Allí había personas con TOC, otras con ansiedad, yo con el pánico… Vi muy claro que todos necesitamos sentirnos queridos, aceptados y parte de algo”.

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