Geraldina no es su nombre. Es de Honduras y lleva más de 15 años en España. Estamos sentadas en un parque mientras su hija pequeña juega con un amigo. Ha elegido este lugar para que su niña pueda jugar mientras nosotras hablamos.
A Geraldina no hay que hacerle casi preguntas. Comienza con el relato de su vida de manera pausada pero firme. No se detiene casi por nada, solo un poquito cuando se acercan los niños para pedirnos agua o preguntarnos alguna cosa. Cuando ellos vuelven a sus juegos, ella vuelve a su historia, se acuerda perfectamente donde la ha dejado.
Pasan las horas y Geraldina apenas me mira. Su mirada se posa en un punto indeterminado en diagonal a ella, donde puede vigilar a los niños y buscar en su pasado y presente.
Geraldina no quiere dar su nombre ni mostrar su rostro en las fotos porque con el padre de la niña que hoy juega en el parque “hubo violencia de género. Él ahora no sabe ni dónde vivo y quiero que siga así”. Hace unos años que ya no vive en España y Geraldina no quiere saber nada de él, “pero sigue siendo el padre de mi hija y ahora ha vuelto a reaparecer y le manda mensajes a la niña”.
Las madres solteras de Honduras
“Soy de Honduras, de La Esperanza. Ese es como el pueblo y pertenece al departamento, aquí sería la provincia, de Intibucá. Soy hija de madre soltera”. La madre de Geraldina se quedó embarazada siendo muy joven. “La familia de mi padre, que es gente de dinero, se lo llevó del pueblo para que no se casaran. Ahí empezó mal todo, los separaron”.
“Nosotros somos de una familia de clase media. Mi abuelito era un terrateniente cafetalero. Recuerdo muy bien el olor a café en las fincas. Olía muy rico, era muy bonito aquello”. Geraldina no tuvo casi relación con su padre ni con su familia paterna. Con su madre tuvo algo más, pero tampoco mucha. “Mi madre andaba siempre vive la vida por ahí” y acabó casándose con otro hombre y formando otra familia, “pero bueno, la madre no se elige”. Geraldina se quedó con su abuela, “me críe con ella, para mí es como mi madre. Mi papá era alcohólico, bueno, supongo que seguirá siendo. Yo tenía tres hermanas por parte de padre y dos por parte de madre. Y no sé si alguno más de mi padre porque era terrible. Allí las cosas son así, mi abuelo el terrateniente tuvo 30 hijos con diferentes mujeres, pero como tenía dinero a todas les daba su terreno, su casa y sus vacas”.
“Estudié bachillerato en administración de empresas”. Tuvo que terminar sus estudios a distancia porque se quedó embarazada. “Al final lo conseguí, fue muy difícil. Y ahí tengo el título guardado que no sirve para nada. He tardado años en darme cuenta de que tengo que homologar el curso que hice allí porque si no, no me sirve aquí”.
“Conocí al padre de mi primer hija con unos 17 años. No fue una cosa estable. Él no vivía en La Esperanza, venía solo en vacaciones. Una Navidad tomamos un poquito de más y ahí pasó todo”. Nunca fue estable, siendo padres seguían viéndose solo cuando él iba en vacaciones al pueblo.
Terminados los estudios y con una hija, Geraldina se puso a trabajar. Seguía viviendo con su abuela, que tenía una pensión que no daba para tanta gente. Geraldina tuvo muchos trabajos. Algunos buenos, como uno en una cooperativa de consumo para las mujeres indígenas. “Ahí estaba yo muy bien, podía pagar hasta una chica que me cuidaba la niña”. Estas cooperativas quebraron y las cosas empezaron a torcerse. A Geraldina todavía le dio tiempo a ayudar “a mi hermano a graduarse en Magisterio, le hice hasta su fiestecita de graduación”. Pero las cosas siguieron yendo a peor y Geraldina se trasladó a San Pedro Sula, “que es la capital industrial de Honduras. Y maldita la hora. Cuando caí allí conocí al padre de mi segunda hija”. Continuó su “vida de miseria” en trabajos precarios y para colmo el padre de la que sería su segunda hija la engañó porque era un hombre casado. “Eran tan joven, tan tonta y tan inexperta, y me quedé embarazada dos años después de la primera. Ay, Dios. Pues venga, otra vez. Me quería matar mi abuela cuando se lo dije. De vuelta al pueblo otra vez. ‘Yo si quieres te pago el aborto clandestino’, me dijo el padre, y yo le dije que no. No te quiero volver a ver en mi vida. Me dio dinero y se lo rompí en la cara. Creo que lo que más me dolió en mi vida es que este hombre me mintiera y me hiciera sentir tan mal. Yo nunca lo he vuelto a ver, mi hija no lo conoce, nunca lo ha visto. Una mala ficha”.
La decisión de abandonar Honduras
Geraldina tenía una vida difícil: dos niñas pequeñas y problemas económicos. Antes de mudarse a San Pedro Sula se había endeudado porque en uno de los últimos trabajos que tuvo le pagaban cada tres o seis meses y “aunque me pagaran, no me terminaban de pagar nunca lo que era”.
Las cosas mejoraron cuando el padre de su primera hija se fue a Estados Unidos. Tiempo después de haber llegado allí, empezó a enviarle algo de dinero para la niña. Pero murió en un accidente de tráfico y ese dinero dejó de llegar. “Ahí empecé a ver la manera de irme de Honduras. Yo estaba ya tan cómoda de que me mandara 100 dólares al mes más lo que yo trabajaba…”. Poco después de quedarse sin el dinero que le llegaba de Estados Unidos se quedó sin trabajo. Mezcla asfixiante: “Falta de trabajo o cuando tenía no llegaba a fin de mes”.
La decisión estaba clara: “Me tengo que ir porque no voy a vivir en esta miseria”. Para contribuir a su salida del país la abuela puso la casa a su nombre. Así pudo pagar la deuda contraída hacía unos años. “Pagué la deuda y tenía el dinero para el coyote –la persona que pasa a los inmigrantes ilegales a Estados Unidos–, pero yo no me quería ir mojada. Me daba miedo. Entonces una abogada del pueblo me dijo: ‘vete a España, que allí vas en avión’. Me contó que su hermano había intentando entrar tres veces en Estados Unidos y no lo había conseguido. Y yo cogí más miedo todavía”.
Geraldina no conocía a nadie en España, pero siguió el consejo de la abogada y decidió venir. Hipotecó la casa y se vino en avión dejando a las niñas con su abuela.
–¿Te imaginaste alguna vez dejando Honduras?
Se queda un momento pensativa.
–Sí, creo que sí porque allí toda la gente joven su sueño es migrar y ahora más. Solo tienes que ver las caravanas. Nos hacen huir de la pobreza.
Mujeres migrantes: servicio doméstico y cuidados
Como Geraldina no conocía a nadie aquí estuvo unas cinco horas en el aeropuerto esperando a que alguien la fuera a recoger. Se sentía perdida. Finalmente fueron a buscarla para llevarla directamente a la casa donde trabajaba como interna una mujer hondureña. “Me tuvo una semana escondida en el piso que trabajaba. No me dejaba ni ducharme para no hacer ruido. Lo entiendo, pero me trató mal. Entonces vino una ecuatoriana que trabajaba en el mismo piso como externa y me ayudó”.
Esta llegada tan clandestina marcó la que sería su tónica laboral hasta. “Para nosotras no queda otra cosa que servicio doméstico y cuidados. Por eso quiero arreglar la homologación del título. He hecho cursos de repostería, me he empoderado, he buscado las maneras. También he hecho cursos de cooperativismo. El trabajo de los cuidados es agotador. No quiero volver a eso. ¿Quién nos cuida a las que cuidamos? Yo he cuidado a gente mayor con enfermedades muy graves. Y cuando pones un anuncio te llama gente diciéndote cosas como: ‘en este piso todos somos nudistas’. Yo no fui, claro, ya sabes. Pero lo siguen haciendo. La última fue a principios de este año, que estaba yo desesperada y puse un anuncio. Un hombre me mandó un mensaje para que lo cuidara y al final te dice ‘me tienes que duchar y ayudarme si necesito algo más’, y tampoco fui. El acoso sexual de los hombres. No te lo quitas de encima en ningún sitio”.
–Si pudieras elegir, ¿en qué te gustaría trabajar?
–Me he fascinado por la repostería. Hago cosas en casa, ahí me saco un sobresueldito. Y mi mira es tener mi negocio propio y no tener que depender de nadie ni tener jefes.
De vida de interna a sufrir violencia de género
“Estaba interna en una casa muy buena, ellos querían hacerme mis papeles”. Trabajando en esa casa conoció al padre de su tercera hija, la que hoy juega en el parque. “Nos veíamos poco porque yo era interna, pero yo quería vivir con él”.
“Me salí de ese trabajo y me dio una pena… Los niños se quedaron llorando, me querían mucho. Y me fui con el padre de la niña. Ahí empezó a cambiar todo”. Una cosa era la cara que había conocido de él cuando apenas lo veía –debido a su horario de interna– y otra bien distinta era convivir juntos. Para entonces Geraldina ya había ahorrado el dinero suficiente para traer a España a las dos hijas que había dejado en Honduras.
“El año que compré el billete para mis hijas me quedé embarazada. Yo ya estaba muy mal con el padre –de la tercera– porque todo eran peleas, gritos o pegarme”. Geraldina recuerda una noche en la calle: “Me alcanzó del pelo, me tiró, me pegó en el suelo. No había nadie. Ahí me pegó una paliza de las buenas porque me dejó morada. Yo le dije: esto no va a quedar así. Él huyó y yo me fui llorando y caminando, imagínate. No hacía más que llorar y llorar. Y que me traía a mis hijas, y estaba embarazada y yo no lo sabía… Entonces me vio la policía. No sé si se me veían los golpes o si iba desgreñada, pero me atendió ahí mismo el Samur y la policía me dijo que si quería ir a denunciar. Dije ahí está, lo voy a denunciar, y me llevaron a dormir a un centro de estos de mujeres maltratadas y al día siguiente un juicio rápido. Ya llevaba yo como un año aguantándolo. Hacía conmigo lo que quería. Y yo aguantaba. Si hubiera sabido que estaba embarazada, no lo habría denunciado. Yo tenía miedo a estar sola embarazada, así que habría seguido aguantando”.
“Me pusieron unas abogadas muy buenas y así conseguí los papeles. A él le pusieron una orden de alejamiento. Me atendieron psicólogas y yo no quería ir. Yo estaba negada. El día del juicio me dijo que le quitara la denuncia y que volviéramos a vivir tranquilitos, y no se la quité, me mantuve firme”.
Vivir sin papeles o con papeles falsos
El tema de los papeles no es baladí. Geraldina ha estado años aquí con escasísimos conocimientos sobre lo que hacer. Dejó la casa donde estaba interna para vivir con su novio antes de que la familia le hiciera los papeles. Además de que quería vivir con él “estaba aburrida de estar ahí encerrada todo el tiempo. Yo quería salir a pasar un buen rato y me encontré amigas hondureñas, y era rarísimo entonces encontrarte con hondureños aquí. Un día con las amigas iba a cenar y de camino a la discoteca me pillaron en una redada. La policía de paisano nos dijo: ‘su documentación’. Y qué documentación, si no teníamos”. A las tres amigas las mandaron a pasar la noche al CIE –Centro de Internamiento de Extranjeros–. “Unas colchonetas asquerosas que olían fatal. Salimos de allí con un hambre porque casi no nos dieron de comer. Gracias a Dios al día siguiente salimos las tres sin orden de expulsión ni nada”.
Después tuvo una época en la que trabajó como camarera con papeles falsos. “Yo nunca me imaginé que lo hiciera, pero no encontraba otro trabajo. Pagué como 200 euros para que me los hicieran, una burrada, y me pillaron. Trabajé en un restaurante famoso, en una cafetería, en una heladería”. Trabajaba con los papeles falsos cuando se quedó embarazada. Su último trabajo con los papeles falsos fue “en casa con unos abuelos. Yo estaba feliz, buenísimo el trabajo. No lo habría dejado por nada del mundo, por cinco horas de día me pagaban 800 euros. Yo me ponía los uniformes esos tan finos, pero al pagarme no sé qué cosa de la Seguridad Social, me pillaron. Me desaparecí de allí, con qué cara los iba a mirar yo”.
“Ahora ya tengo la nacionalidad recién hace poco. La niña nació aquí –y señala a la pequeña– y no tenía nacionalidad española, solo hondureña. Ahora este mes va a juramentar la bandera, que es lo que le queda ya. El problema fue cuando traje a las otras dos, que yo estaba aquí de ilegal. Los papeles de mis dos hijas mayores han sido un quebradero de cabeza. Ellas no los tienen todavía”. Llegaron a España hace años, siendo menores, y ahora las dos son mayores de edad. La mayor “hace servicio doméstico y a la vez está terminando auxiliar de enfermería. La segunda quiere estudiar Filología Inglesa, que le gusta mucho el inglés”.
Migraciones: vida en la precariedad
Geraldina dejó Honduras por la precariedad económica e hipotecó su casa para venir a España. Al poco de llegar aquí y de empezar a trabajar le mandó dinero a su hermana para que empezara a pagar esa deuda que tenía con el banco. “Ese ingreso lo hizo, pero luego empecé a mandar más dinero y nunca más lo ingresó. Nunca supe qué hizo con el dinero. Cómo fui tan tonta, tan confiada. Tendría que haber enviado el dinero directamente al banco. Tres años interna, que no miraba ni el sol, de domingo a domingo en dos casas: en una entre semana y en la otra el fin de semana. No tenía fin, yo no descansaba para pagar este préstamo”. Pero nunca lo pagó y le quitaron la casa de Honduras que le había dejado su abuela.
Cuando trabajaba en la casa en la que descubrieron que sus papeles eran falsos, Geraldina reunió el dinero suficiente para traer a sus niñas. En contrapartida fue cuando descubrió el pufo que le había hecho su hermana durante años. “Me dio un ataque de ansiedad ahí. Me quedé muda. No sabía yo qué hacer. Horrible”.
Tras irse de esa casa después de que descubrieran sus papeles falsos, Geraldina se vio con tres hijas y sin trabajo. “Cuando las niñas eran pequeñas cómo podía trabajar, no podía hacer nada. Un desastre. Me daban unos trabajos con unos horarios… y quién cuida de mis hijas. Trabajos en restaurantes de noche y por el fin de semana. Mi vida aquí ha sido un desastre. Yo lo conseguía todo sola. Todo era ayuda social y Cáritas, Cruz Roja y otras asociaciones”.
Desde entonces a Geraldina y a sus hijas las han desahuciado de tres pisos. “Ahora estoy un poco mejor. Estoy de okupa. Es un edificio que todo es okupa”. Geraldina tiene dos hijas mayores, pero la pequeña sigue siendo una niña que requiere de sus atenciones y cuidados. Sigue trabajando en casas, pero pocas horas. “Por eso tengo muy pocos ingresos”. Cobra el RMI (Renta Mínima de Inserción) y recibe la ayuda económica de su hija de los trabajos de cuidados y en el servicio doméstico que realiza. “Sobrevivimos gracias a eso y a que no pagamos alquiler. No encuentro un trabajo que me den las ocho horas seguidas. En las empresas de limpieza se da de alta cuatro o cinco horas aunque trabajes diez. A nosotras las mujeres migrantes nos lo hacen. Es la precariedad. En la última casa que estaba más horas pedí que me dieran de alta y no quisieron”. Con las pocas horas que trabaja ahora gana unos 200 euros, más el RMI, que son unos 600. Más lo que aporta su hija. “En ningún trabajo que tengo estoy dada de alta. Son horas sueltas, pocas horas”.
“Sobrevivo aquí, yo que apenas sobrevivo, y le mando dinero a mi madre porque como la casa se perdió, para que se pague el apartamento donde vive. Ella me pidió que la ayudara. No le voy a decir que no. Ella está sola y vieja porque el marido la dejó”. Hija y madre apenas tuvieron relación hasta hace unos años, cuando la madre le pidió ayuda.
Colectivos de mujeres migrantes
El salvavidas de Geraldina son sus hijas y los distintos colectivos con los que se relaciona. Hace años formó parte de uno de hondureños. Ella se queja varias veces de que cuando llegó había pocas personas de su país, situación que ha ido cambiando. De hecho, según la Estadística del Padrón Continuo del Instituto Nacional de Estadística, el 1 de enero de este año había 96.197 hondureños en España. Y según el Informe 2019 de CEAR, en 2018 Honduras fue el cuarto país con mayor número de solicitantes de protección internacional en España por detrás de Venezuela, Colombia y Siria. 2.410 hondureños pidieron asilo en España el año pasado.
Geraldina y unas cuantas más se salieron de la asociación de hondureños para crear una propia de mujeres. “Nos salimos por los compañeros, el machismo allí no nos dejaba hacer nada. Por ejemplo, queríamos hacer talleres de educación sexual para que no pasara lo que nos pasó a nosotras y nada. La pasamos tan mal en los grupos mixtos”. A raíz de esta nueva asociación y de un acercamiento a movimientos feministas, “empecé a empoderarme y a conocer otras facetas que no conocía. Se me abrió un canal nuevo. El feminismo a mí me ha abierto los ojos. Empecé a cuidarme a mí misma. Me siento más incluida en la sociedad desde que estoy metida en las asociaciones. Me valoran. Mis propias compañeras me valoran. Me siento más capacitada para las cosas. Me gusta irme a las reuniones, luego tomamos una caña. Me desestresa. A veces vamos con los niños, pero cuando podemos ir solas, vamos libres. Nos ayudamos mucho”.
“Cuando yo vivía en Honduras no nos dejaban hacer nada, todo lo teníamos que hacer a escondidas. Era todo tan tabú. Así me quedé yo embarazada tan joven. Mis hijas aquí se han criado en otro ambiente. No es lo mismo”. Geraldina cree que no sueña, “cuando sueño tengo pesadillas. No puede ir a peor, yo creo. Vivo el día a día. Mi lema es vive y deja vivir y que sea lo que Dios quiera. Pero una cosa que sí me gustaría es que las hondureñas se concienciaran más, que fueran más empoderadas”.
A pesar de que piensa que no puede ir a peor, a Geraldina le preocupa “el día que me quieran echar del piso. La mayoría de los que vivimos allí somos familias, así que yo creo que sería justo que nos hagan el alquiler social. Necesito el alquiler social y un trabajo que me pueda dar de alta como Dios manda. No pido nada regalado. Quiero un trabajo digno, darme de alta y quitarme la mierda de la renta mínima”.
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Ana Hernandez
Cuando vamos a ser capaces de dar respuestas a estas personas para que dejen de sufrir.
Cruel sociedad que no protege a los desvalidos.
Narración directa que te hace sentirte parte integrante.Gracias
Ny
Así como estas historias así habremos muchas aquí en España es muy cruel lo que vivimos, y todo por los gobiernos que hay en nuestro país
Maite
Me encanta leerte y aprender realidades tan diferentes.
Winnie
Muchas gracias, Maite!