“Cuando estaba niño me acostaba y decía me voy a buscar una novia para que mis papás se contentaran porque yo era gay. Me acostaba a dormir con ese sueño pero por el día se me olvidaba, era imposible porque nací siendo gay. Me dejó trauma porque lloraba, sufría viendo a mis otros amigos que tenían sus novias”.
“Soy Nelson José Rodríguez Rodríguez. Tengo 50 años y soy de La Guaira, Venezuela”.
“Mi abuela me amaba pero decía que nunca había visto un gay en la familia”, dice con una sonrisa.
“Con 14 años se lo dije a mi mamá. Se puso a llorar. Me dio la cachetada pero no me corrió de casa ni nada. Mi papá me daba golpes y que no le hablara delante de sus amigos porque se avergonzaba de mí. Era horrible. De mi padre nunca tuve un recuerdo bonito”.
Nelson llora en silencio.
“La muerte de mi mamá me dejó en shock. Me tocó enfrentar la vida. Murió cuando yo tenía 20 años y ella 39. Mi papá murió con 46. Cuando murió mi mamá, en la casa vivía también mi tío y me echó a la calle por gay”.
“Me fui a la calle a vivir. Me creó trauma. Eso afecta mucho psicológicamente”.
“El tío que me odiaba ahora somos buenos amigos”.
“Mi hermana es evangélica y dice que tengo al demonio metido. Nos distanciamos”.
“Mi hermano era malandro: robaba y mataba. Mi mamá pedía morir antes que ver a su hijo muerto. Y parece que funcionó… A mi hermano lo mataron al año de morir mi mamá”.
Nelson llora, pero esta vez no para de hablar.
“Ella venía a la cama de mi hermano y le decía a dios quítame la vida. La oía y pensaba ella piensa en mi hermano y no en mí”.
La violencia como motor migratorio
“He dormido en la calle, en un baño, en el pasillo del portal con la esperanza de que me abrieran la puerta y nunca”.
Nelson llora sin parar de hablar.
“En la calle dejé de estudiar y empecé a agarrar el alcohol y las drogas. Empecé a prostituirme para conseguir plata aprovechando mi belleza. Psicológicamente estaba muerto. Intenté matarme varias veces pero me daba miedo, si no creo que me hubiese matado”.
“Bastante se han reído de mí. Sienta horrible. O cuando me gritan. A veces me da como ira”.
“Tuve cáncer de canal anal. Me operaron. Me amputaron el recto. Horrible. Llevo bolsa de colostomía y más nunca tuve erección. Imagínate. Tenía mi pareja pero como soy celópata”, dice con una sonrisa, “le dije que se fuera de la casa. Eso me trajo depresión y otra vez casi me mato y caí en la droga, el alcohol”.
“De Venezuela me fui por violencia, me habían cortado la cara, casi me sacan el ojo. Fue por homofobia y para robarme. Allá hay mucha gente que me quiere pero también hay gente muy mala que le dice a uno marico, le amenazan. Es horrible la discriminación, siempre hay homofobia”.
“Desde pequeñito me decían mariquito. Entonces uno tenía que pelear. Me han pegado bastante”.
Nelson llora sin parar de hablar.
“Antes de llegar a España me deprimí mucho. Estaba fea, descuidada, me tiré al abandono. No era yo. Mis amistades me dijeron que me fuera, que no lo pensara. Si me quedaba en el país, me moría. En Venezuela además la situación económica es demasiado precaria. Destrucción del país. Un país tan rico que lo tenía todo y ahora no tenemos nada”.
“Decidí venirme y fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Cambio de 180 grados. Amo a España”.
Sueños alcanzables
“Llegué aquí el 12 de enero de 2023. Cuando llegué me impacté. Qué bellos los autobuses, el tren, la renfe. Ahora estoy un poco estable. He dejado de consumir en España. Esto es otra vida. Este es el país de mis sueños. Siempre quise venir, desde que estaba niño. Mi bisabuelo era de las islas Canarias. Huyó a Venezuela en un barco de vapor italiano en 1923”.
“Allá vendí mi apartamento. Mis amigos están felices por cómo me ven. No quieren que regrese más nunca. Los echo de menos sí y no. Aquí tengo calidad de vida, seguridad, tranquilidad”.
Nelson llora sin parar de hablar.
“He estado en un refugio con Samur. Se cortaban, llegaban borrachos. Allí era horrible. Me dio pánico. Cáritas me ayudaron muchísimo. Y hasta ahorita muy agradecido a Cear. Ahora vivimos seis en una casa: africanos, árabes y un colombiano. También pedí asilo”.
“Ahorita no tengo trabajo, me dieron la discapacidad”. Nelson saca una carpeta donde lleva sus papeles. Hay informes médicos, también los documentos de discapacidad. Tiene un 46%. Tiene también un problema serio de audición. “Creo que la sordera viene conmigo desde hace tiempo porque a mí me hablaban y me hacía el loco diciendo sí, sí, pero no entendía nada de lo que me estaban hablando”.
“En Cear me dijeron que buscara trabajo, pero me surgió la operación. Me van a hacer una prótesis peneana. Sufro mucho porque más nunca tuve una relación. Con la prótesis podré tener erección”.
“Con la tarjeta de discapacidad podría trabajar en la Once, que es mi sueño, pero voy a esperar a la operación. Ahora me quedo en la casa. Voy a talleres de meditación, de violencia”.
Mientras hablamos suena su móvil. “Mira, me dieron cupo para un curso de manipulación de alimentos. Yo cocino exquisito, demasiado bueno”, dice riéndose. “He hecho amistades y a veces me dicen vente para que cocines. Cocino, como y me llevo para mi casa”, dice riéndose. “Hay gente que ayuda, pero no todo el tiempo. No te creas que todo ha sido fácil. Uno aquí está prácticamente guerreando solo. Cada quien tiene su vida hecha y su privacidad. Cada quien vive en su espacio y le incomoda a veces que le interrumpas su privacidad. Pero veo un final bonito al final del camino”.
“Con la operación me han dado la prórroga en el piso para no quedarme en la calle. Me mandaron a abrir el ingreso mínimo vital. Todavía no lo tengo. Ahorita tengo doscientos y pico euros al mes, pero no alcanza. Yo estiro y compro comida. A veces me aburro viviendo con tanta gente. Yo tenía mi apartamento solo. Mi sueño es trabajar en la Once y ganarme mi dinero para tener mi hogar. Vivir como vive la gente, con comodidad”.
“Sufro de ansiedad y depresión. Tomo pastilla para la depresión y relajante para dormir. Creo en los santos, en los muertos, en dios y en el universo. Siento que mi mamá y mi abuela me protegen aparte de dios y los santos”.
“Ya yo no quiero más parejas. Tuve muchas pero todo se acaba. Me gustan los hombres bellos. No me gustan las mujeres para nada”, dice riéndose. “He estado con mujeres porque me han pagado. Fui muy lindo, llamaba mucho la atención”.
“He aprendido a valorar la vida. Afronto la vida con fuerza y esperanza. Soy feliz a mi manera. Los momentos de felicidad los disfruto al máximo. Nadie es feliz para siempre. Fui muy feliz cuando me dieron el carné de discapacidad y dije voy a empezar a trabajar en la Once”, dice riéndose.
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