“Los 17 años que he estado jugando –a las máquinas tragaperras– han sido por y para el juego siempre. Si no estaba jugando estaba pensando en ir a jugar. Y si no tenía dinero estaba pensando de donde lo iba a sacar para ir a jugar. Era un bucle, toda mi vida era juego. En el momento en que estaba jugando no había nada más. Yo de esto me di cuenta a raíz de dejar de jugar”.
Tiene 41 años y me pide que me refiera a él utilizando la letra L. Ha insistido mucho en mantener su anonimato. “Este problema en mi entorno solamente lo saben mis padres, mi hermana y mi cuñado, y mi pareja. Al margen de esas cinco personas nadie sabe el problema. Ni en el trabajo, ni amigos, ni nadie. La decisión fue de mi madre. Ella fue la que decidió que no se lo dijera a nadie más de mi familia. A mí no me importaría sentarme con ellos y explicarles lo que me pasa. Quien me acepte que me acepte y si no que salga de mi vida. Yo lo contaría a mi familia, pero respeto la decisión de mi madre. Con la familia de mi mujer pasa igual, ella decidió que no lo contáramos. Qué pasa, que hay gente que lo puede entender como que esto es una enfermedad y que yo estoy en un grupo –Jugadores Anónimos– recuperándome, y hay gente que no lo ve como una enfermedad sino como un vicio, que es lo más común. A nivel laboral esto es un problema que te puede costar el puesto de trabajo”.
Ludopatía: enfermedad o vicio
“La gente que lo ve como vicio puede ser porque lo ven que tú juegas porque a ti te da la gana. Tú tienes la potestad de jugar o no. Es como: ¡joder qué vicio! Pero yo realmente cuando jugaba no tenía la posibilidad de decidir. Yo salía de casa ya con la intención de ir a jugar y me daba igual trabajo o lo que fuera”.
“La enfermedad es como lo entiendo yo ahora. La ludopatía es una enfermedad crónica, progresiva e incurable. Si yo tengo un problema con el juego y no acudo a los grupos, va a ir a peor, y si me creo que estoy curado, va a ir a peor. Desde mi experiencia no me creo lo de jugador rehabilitado. Cuando tú tienes esta enfermedad el impulso siempre está. Yo siempre pongo el ejemplo del chocolate. Si a ti te gusta y te sale diabetes, ¿te deja de gustar el chocolate? Pues esto es lo mismo. Yo soy un jugador compulsivo en rehabilitación. Llevo seis años en rehabilitación y estaré toda mi vida en rehabilitación”.
L habla de manera tranquila y sosegada. Está serio y a la vez relajado. Es conciso, que no escaso. Como bien ha explicado antes, la ludopatía es un trastorno reconocido, entre otros, por la Organización Mundial de la Salud. Según la Memoria 2017 del Plan Nacional Sobre Drogas, en base a los datos de 14 comunidades autónomas, en 2017 se atendieron 5.040 casos por adicción al juego. Este plan incluye también unos datos de 2016 que afirman que un 0’9% de la población eran jugadores patológicos.
L jugaba a las máquinas tragaperras, no le dio por nada más. Sin embargo lleva seis años sin jugar absolutamente a nada. “Ni a la lotería de Navidad, y en el trabajo me miran mal porque no compro. Ni ninguna porra para un partido con la familia. Nada. Sin dinero de por medio podría jugar a las cartas aquí contigo, el problema vendría si en esa partida tengo la sensación y el impulso de que te tengo que ganar, que tengo que seguir”.
Ludopatía: las primeras partidas en las tragaperras
“Yo empecé a jugar con 18 años. En casa tenía una vida normal. Salíamos los fines de semana o entre semana a tomar algo con lo amigos, lo normal, y ahí empezó el problema. Empecé a jugar con ellos de vez en cuando, hacíamos lo típico: poníamos 100 pesetas y si ganábamos en la máquina lo utilizábamos para pagar lo que tomáramos. Empecé a trabajar con 19 años, tenía mi dinero, contribuía en casa con los gastos. Me administraba bien el dinero y luego todo eso desaparece”.
–¿Te acuerdas del primer día que jugaste?
–Pufff, para no acordarme. El primer día que eché la moneda a una máquina con mis amigos… me acuerdo del día, del local, la máquina. Cuando yo eché la primera moneda aquel fin de semana con esos amigos yo no sabía como iba a acabar. No lo he visto venir, no he sido consciente de como se ha ido agravando.
No recuerda cuándo se convirtió en un jugador compulsivo. “Ahí tengo una laguna que no he conseguido recordar. De pasar de ser un jugador social a un jugador compulsivo… Por aquella época sabía parar, lo que no sé es cuándo pasó a descontrolarme. Ir yo solo al bar a jugar es el siguiente recuerdo que tengo. Trato de hacer memoria y nunca he conseguido encontrar un momento puntual o un detonante, no lo vi venir”.
Hubo una época en la que todavía no era un jugador compulsivo y no comprendía la manera que tenían de jugar los que sí lo eran. Tenía un amigo con el que jugaba que apuntaba maneras. “Recuerdo que salíamos del bar a un cajero para que mi amigo sacara dinero. ‘Ya verás mi madre cuando lo vea’, decía después de sacar. Y yo por entonces no lo entendía”. No podía entender el comportamiento de su amigo, lo que gastaba, que sacara dinero de esa cuenta de su madre. Entonces no entendía nada y sin embargo se acabó convirtiendo en un jugador compulsivo.
Jugador compulsivo: “No lo vi venir”
“No me planteé que algo así me podría pasar. No lo vi venir y cuando era parte de mí para mí era incontrolable. Yo me ponía delante de una máquina y no sabía parar. Como tengas dinero y no puedas ir a jugar para mí era jodida esa sensación. Cualquier razón era buena para ir a jugar: tienes un día bueno, pues vas a jugar para celebrar. Que tenía un mal día, a la máquina para desconectar para quitarme el disgusto. El juego era mi evasión, jugar era evadirme de todo. Era mi espacio, mi momento. Todo lo demás no importaba. Yo lo que tenía era necesidad. Todo gira en torno al juego, da igual lo que pase en tu vida. Te da igual, te da exactamente lo mismo. Mientras que yo tuviera mi momento para jugar y mi dinero para jugar, se podía caer el mundo a mi alrededor. No me paraba a pensar si me gustaba o no mi vida entonces. Si me tocaba un premio, de puta madre, y si no estaba amargado a ver si cobraba para seguir jugando”.
–¿Nadie te decía nada en los bares?
–Los dueños de los bares no tienen ningún papel. Cuando tienes un problema, ninguno. Ni los camareros tampoco. A mí me han hecho comentarios y les he contestado de mala manera. Cuando estás jugando no quieres que nadie te moleste y cuando pierdes, más, quieres pasar desapercibido y que nadie se esté fijando. Pero si te están mirando te da igual, es jugar, jugar y jugar.
En las máquinas tragaperras nunca ganas
“Cuando tú empiezas a jugar echas poco dinero y te da un premio importante… pufffff, eso es lo peor. Eso ya te hunde. Nunca ganas cuando tienes este problema. Puedes ganar un día o dos, pero estás perdido desde el primer momento. Yo he tenido días de tener ganancias. Un día en particular, que ese día no se me va a olvidar. Estuve desde las 9 de la mañana hasta las 11 de la noche de bar en bar con un amigo. Ese día sacamos muchísimo dinero. Ese día te sientes la hostia. Ese día sacamos para cada uno, después de haber invitado a los amigos, entre 30.000 y 40.000 pesetas –entre 180 y 250 euros–. Por eso te digo que esa batalla la ganas. Yo he tenido días de sacarle a una máquina 600, 700, 800 euros y en esos momentos eres el rey del mundo. Y otro día vas y te gastas los 800 euros que te habías ganado. He llegado a estar de tres a cuatro horas jugando en el mismo sitio”.
Durante los 17 años que fue jugador compulsivo el tiempo máximo que estuvo sin jugar fueron tres meses. Lo dejó porque no tenía dinero, pero la vuelta fue por todo lo alto después de recibir dinero de varios sitios: “Me dieron 3.300 euros que había ganado en un concurso y me los gasté en una semana. Me gasté el premio, el sueldo y un préstamo que pedí”.
“Yo soy consciente de lo que he jugado. Me quedaba sin dinero, se me encendía la bombillita, autocrítica: ‘Esto no puede seguir así’ y hasta que volvía a tener dinero y volvía a caer. Yo en máquinas me he gastado muchísimo dinero. El dinero que me he gastado todos estos años me da igual, me preocupa más el tiempo que he perdido, tiene mucho más valor. El tiempo y el daño que has hecho tiene más sentido”.
La ludopatía no es un problema económico
“El juego los problemas que te trae, lo que más se ve, son los económicos. Yo pensaba que el problema mío era económico. Pensaba que si tuviera 10.000 euros al mes no tendría problemas, pero no es así, si tuviera 10.000 euros al mes me lo gastaría todo.”
“Cuando no tienes dinero para pagar lo sacas de donde puedes. Yo he quitado dinero a mis padres. Al final trataba de estar en casa el menor tiempo posible o me encerraba en mi habitación para no tener que hablar con mis padres. Yo tenía la sensación de que cualquier tema de conversación acababa en el dinero. Pero claro, ellos no sabían nada de mi problema. También pedía bastantes préstamos a los bancos y a sitios como Cofidis para jugar. Ahora ya estoy en paz, no tengo ninguna deuda. Trabajaba de lunes a domingo sin descansar y no tenía nada, solo tenía deudas. Tenía tres, cuatro trabajos. Lo hacía para tener dinero, se suponía, pero al final iba todo al mismo saco, al juego”.
“Cuando jugaba el miedo que tenía era de bancos o sitios de préstamos cuando te llegaban cartas amenazándote con llevarte a juicio. Ahí sí que me acojonaba más, pero tampoco ponía solución”.
El dinero ya no es protagonista de su vida. “Yo he aprendido a disfrutar de lo más insignificante. Lo insignificante tiene una importancia increíble para mí. Poder vivir sin estar pendiente de la cuenta bancaria día a día y momento a momento. Pasear con mi pareja y decir ‘vámonos a cenar’. Para mí eso es muy importante”.
La familia y el entorno de un jugador compulsivo
“Mi familia, los que lo saben, me apoyan. Me han apoyado más de lo que he merecido. Ahora me estaré portando de otra manera, pero he sido un cabrón con ellos. A mí no me importaba nada de nadie mientas tuviera dinero para jugar. Lo peor es no tener siquiera remordimientos”.
“Yo nunca le llegué a confesar el problema a mis padres. Nunca he tenido el valor para sentarme con mis padres. Se enteraron porque me pillaron jugando. Es que te vuelves tonto. Me gusta que ahora de todas esas cosas me puedo reír”, dice con una sonrisa discreta. “Ese día íbamos juntos a un sitio y yo tenía que jugar sí o sí, así que salí antes de casa. Tanta necesidad tenía de jugar que no me di ni cuenta de que me paré en un bar por el que tenían que pasar mis padres. Y así fue. Me pillaron mis padres un 18 de mayo. Yo estaba jugando de espaldas a la calle. Me dieron en el hombro, me di la vuelta y me quedé blanco. Eran ellos. ‘Por lo menos ahora sé en qué te gastas el dinero’, me dijo mi padre. Ellos se fueron y yo me quedé jugando. Ese día al volver a casa imagínate. Ellos me pedían explicaciones y yo no daba ninguna. Cuando estaba en un bar con mis padres o con mi familia nunca he jugado a una máquina, me tenía que aguantar, así que ellos no me habían visto jugar. Yo estaba en el bar mirando y pendiente todo el rato de la máquina y luego, en cuanto podía, otra vez a jugar. A mí me habría encantado tener ese valor de sentarme con ellos y pedir ayuda, y no estar 17 años hundido en la mierda. Que igual hubieran sido 3 en vez de 17 si hubiera sido capaz de sentarme con ellos”.
“Con mi pareja no se podía hablar conmigo del tema económico. Lo típico que llega una edad en la que empiezas a hacer planes de futuro y yo nada de nada. Me dejó por no poder hacer planes. Entontes se lo confesé en una carta. No tuve valor de hacerlo como estoy haciendo contigo ahora. Ella pensó que era mentira, que me lo estaba inventando para que volviera conmigo. Después de eso me ayudó y me apoyó. Me creyó y me decía que buscara ayuda, pero yo no la buscaba”. Ella optó por creerle, aunque él le mentía. “Para ella yo no jugaba ya. Ella me decía: ‘Qué orgullosa, qué bien lo estás haciendo’. Y yo me inflaba como un pavo”. Pero la realidad es que venía de gastarse 600 euros en una máquina. “Hasta que exploté y le confesé que seguía jugando. A raíz de eso buscamos ayuda. Empecé entonces a venir a los grupos sin tener intención de dejar de jugar. ‘Aguanto la chapa que me den ahí, que se calmen las aguas’, eso pensaba yo cuando vine”.
Jugadores Anónimos, la recuperación
Afortunadamente las cosas no salieron como L pensaba. Ahora estamos en la sala donde se reúne semanalmente desde hace seis años con su grupo de Jugadores Anónimos. Sus padres y su mujer acuden también semanalmente al grupo que hay para familiares de jugadores compulsivos.
“Cuando yo vine aquí la primera vez tenía cuatro o cinco préstamos pendientes. Las personas que me recibieron me dijeron: ‘El tema económico no es un problema, es una consecuencia del problema que tú tienes’. Eso me dio que pensar. A raíz de mis dos primeras reuniones a mí me cambió el chip y dije que tenía que hacer algo, que me estaba jodiendo la vida a mí y a los demás. En las dos primeras reuniones con el grupo me hicieron consciente del problema. Antes de ser consciente de todo para mí el ludópata era el de la máquina de al lado, no yo”.
“La base de toda mi recuperación es el haber sido consciente del problema. Una vez que eres consciente del problema ya está en tu mano ponerle solución. Nosotros trabajamos con el programa de 12 pasos. Que te controlen el dinero, salir a la calle con poco dinero, hay herramientas que podemos usar. Quién me iba a decir a mí que iba a salir a la calle con menos de 20 euros. Que me dieran 20 euros a la semana y el fin de semana presentar tickets de todo lo que me había gastado, de todo, todo, todo, me ayudó mucho”.
“Toda la ayuda que he recibido ha sido de los grupos de Jugadores Anónimos. Siempre me negué a ir a psicólogos, psiquiatras. Esto lo buscaron mis padres. Las reuniones se basan en compartir cada uno su experiencia. Para mí eso es lo importante y por eso me gusta. Yo cuando llegué no tenía intención de hablar, pero cuando escuchas a otra persona, esta persona sabe lo que tú has sentido. En particular un compañero, con lo que habló… y yo al final me animé a hablar. Lloré como no he llorado en mi vida. Con su mirada simplemente me estaba diciendo ‘te entiendo, he pasado lo mismo que tú’. Esa fue mi sensación. Hoy casi no hablo de juego, hablo de que tal tu día a día para no guardarme nada dentro, sobre todo las preocupaciones, porque pueden ser un detonante para una recaída”.
“Recaídas no he tenido. Y si la tuviera no se como la llevaría. Esa es la espina que tengo. Yo espero que con el tiempo que llevo sin jugar y en el programa tomaría la decisión correcta y lo contaría, pero también espero no tener que pasar por ello”, dice mientras se ríe. “Recuerdo la última vez que jugué. Recuerdo la fecha porque aquí decimos nuestra fecha de abstinencia: el 14 de septiembre, pero no recuerdo exactamente en que sitio jugué”.
“Me ha resultado relativamente fácil dejarlo. He tenido impulsos, yo siempre he seguido mirando las máquinas, a mí me sigue gustando jugar. Pero sé que no lo tengo que hacer”.
La nueva vida de un jugador compulsivo en rehabilitación
“Empecé a ir a los bares como una persona normal, a día de hoy no siento nada con el ruido de las tragaperras ni las luces. Ahora me fijo más en el comportamiento del que juega que en la máquina porque me he dado cuenta de comportamientos que seguro que tenía y yo no era consciente, y de como quedas a ojos del mundo. Ese gesto es de que te has gastado el sueldo del mes… Esa patadita a la máquina es que tienes deudas…”.
“No me avergüenzo de lo que he vivido. He reflexionado mucho sobre mi vida. He tenido épocas de sentir vergüenza por lo que había hecho, de sentirme culpable. Y he aprendido que soy responsable de la vida que he tenido. Cuando una persona tiene una enfermedad no es culpable, no se tiene que avergonzar. Soy responsable de todo lo que he hecho, del daño que le he hecho a mi familia. A raíz de venir aquí a los grupos… poder expresar todo lo que siento y todo lo que he sentido me ha ayudado mucho. Me ha gustado cuando mi mujer me ha preguntado por qué has jugado. Pero no hay respuesta, es una necesidad”.
“Para mí ahora mismo mi vida es perfecta. Tengo mi trabajo, tengo mi familia, tengo dos hijos. Me lo dices hace seis años y no me lo hubiese creído. Me gustaría que la sociedad me viera como una persona normal. Se trata de llevar una vida normal. Poder salir a dar un paseo, a una terraza, ir a comprar con mis hijos y poder comprarles un capricho si quiero. Yo nunca me había planteado tener hijos, si no me podía mantener ni yo… A día de hoy tengo todo lo que necesito para ser feliz”.
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Antonio Peña
Muy buen articulo, que refleja la realidad muy triste que vivimos muchos, como protagonistas o como secundarios!! Me alegro de que «L» haya encontrado su camindo.
Winnie
Gracias, Antonio