Zapatillas deportivas compradas en Italia, abrigo comprado en Bosnia y jersey y camisa en Francia. Así aparece vestido Lori. Son algunas de las huellas de un largo viaje. Antes de empezar se disculpa porque no habla inglés muy bien, “no es bueno porque no lo he aprendido en la escuela, no lo he estudiado”. Está un poco preocupado por si no nos entendemos. No domina el idioma, pero durante horas de conversación no hemos tenido que mirar el diccionario. La realidad es que se siente comodísimo hablando inglés, le sucede lo mismo cuando intercala alguna palabra en español, idioma que está aprendiendo. Es un narrador excelente y el idioma no es una traba.
Lori tiene 24 años y es de Pakistán. Lori no es su nombre real. Ha pedido asilo en España y su abogada ha recomendado que permanezca en el anonimato. No habrá fotos tampoco de la sonrisa y los ojos de Lori. Tiene una sonrisa cautivadora y unos ojos con una chispa vital contagiosa. Lori es un tipo muy expresivo. Tiene una voz ligeramente ronca. También tiene unas manos bonitas que mueve sin parar mientras habla. Todo él se mueve sin parar. Recrea situaciones, conversaciones, posturas, ríe, ríe, ríe, ríe y hace aspavientos de todo tipo. No sé si siempre habrá sido así o tener que lidiar con tantos idiomas desconocidos lo habrá llevado a desarrollar ese amplio lenguaje corporal.
Todavía no estoy acostumbrada a sus gestos y uno de ellos me despista.
–¿Tienes sueño?
–No, estoy pensando en mi vida, en mi historia –y suelta una de sus sonrisas.
Todavía no sé lo que se avecina cuando dice que está pensando en su vida… Lori es un narrador fantástico no solo por la pasión que pone a sus palabras, sino porque recuerda una cantidad ingente de detalles. Da la sensación de que lo recuerda absolutamente todo. Tiene una memoria espectacular que le sirve cada vez que tiene que aprender un idioma nuevo.
Lori cuenta su vida como si se tratara de una película. A pesar de los episodios duros, al oírlo tienes la sensación de que estás oyendo a un niño pequeño contándote sus hazañas o a un aventurero de hace siglos. Hay cierto orgullo en lo que cuenta, disfruta con la narración. Como si tratara de decirte: mira, todo esto lo he vivido yo. Habla con calma, pero sin parar. En ningún momento pierde el hilo, se entristece o titubea. No, lo recuerda y lo quiere contar todo. Es imposible pararlo.
Vida en Lahore
“Soy de Lahore, Pakistán. Mi vida allí era muy buena. Tengo cuatro hermanos, yo soy el pequeño, el mayor tiene 40”. Lori abandonó el colegio en 2005, cuando tenía unos 11 o 12 años. “No tenía problemas de dinero, mi padre trabajaba, mis hermanos también. Solo que no me gustaba y lo dejé”. A Lori le encantan “los coches y las máquinas, por eso quería ser mecánico de coches”. Así que entró en una escuela para formarse durante cuatro años. En ese tiempo hizo prácticas con marcas de coches europeos, “por eso quise venir a Europa, pero entonces era como un sueño” más bien irrealizable.
Lori terminó su formación y consiguió su diploma que lo acreditaba como mecánico, lo que le posibilitó trabajar en Honda. “No me gustó y lo dejé. Había trabajado cuatro años de prácticas sin cobrar y en Honda el sueldo era muy bajo, así que me fui”. Lori se centró en montar un negocio. Visitó un mercado que hay cerca de su casa “y hablé con varios amigos que tenían tiendas para que me informaran. Yo tenía 15.000 rupias, como 100 euros. Me hice con un puesto y empecé a vender bolsos en el mercado. Abría 14 horas todos los días de la semana. Sin vacaciones. Abría de 9 de la mañana a 11 de la noche”, cuenta mientras abre mucho los ojos. “Seis meses después tenía 60.000 rupias”, dice orgulloso.
Era un puesto pequeñito y le ofrecieron comprar una tienda de ropa que estaba al lado, y así lo hizo. “Iba bien y contraté a gente: mi primo y dos tipos más”, dice con una sonrisa. Añadió ropa de mujer y de hombre, “vaqueros, pantalones cortos, de todo”. Iba todo “veeeeery good”. El negocio seguía creciendo y Lori convenció a uno de sus hermanos, que es enfermero, para que dejara el hospital y se fuera a trabajar con él.
Nace el espíritu aventurero y las cosas se tuercen en Lahore
“Empecé en 2013 con las tiendas. Fueron dos años muy buenos de negocio. ¡Eeeehhh, no has apuntado la fecha que te acabo de decir!”. Sí, Lori está pendiente de todo. No sigue hasta que apunto 2013. Ni que decir tiene que es muy bueno para las fechas, para él los detalles son importantes. “Como estaba mi hermano trabajando conmigo, aproveché en septiembre de 2015 y me fui un mes a Dubai para descansar y hacer negocios. Yo quería ir a otros países”. Pero Dubai fue un chasco, “me encontré a 12 o 15 personas durmiendo juntas en una habitación enana –extiende los brazos y mira alrededor señalando un espacio muy pequeño equivalente a las habitaciones que había visto– porque aquello es carísimo. Los sueldos son bajísimos, así que me volví”.
“Tenía una buena vida en Lahore”. Hasta que hubo una explosión cerca de un zoo, “murió mucha gente y muchos heridos”. Al día siguiente había huelga, “pero yo no lo sabía, así que abrí las tiendas como siempre. Vino mucha gente de la huelga y me rompieron cosas de las tiendas. Venían con palos, entonces yo le quité el palo a uno y lo golpeé”, hace el gesto con los brazos como si bateara. “Le rompí una pierna. Uaaaaaa… Entonces alguien incendió las tiendas y me las quemaron. Muy mal. Estuve tres días en casa sin salir de mi cuarto”. Cuando Lori hizo ánimo y salió, se encontró en la calle con el tipo al que había roto la pierna. “Venía con unos amigos y familiares a pegarme. Me dijeron que me querían romper las piernas”, dice con una sonrisa traviesa como si la cosa no fuera con él.
Lori se fue a casa de sus abuelos maternos, a “Multan, a 350 kilómetros de Lahore”. A los tres meses estaba de vuelta en su casa y “me volví a encontrar con el tío de la pierna rota y otra vez problemas. Así que decidí que me iba a Europa, decidí dejar mi país, empezar mi viaje”.
No fue una decisión fácil. “Tenía mucha presión porque sabía que era muy difícil, sabía que había gente que moría en el viaje, pero después de pensarlo mucho decidí hacerlo. Mi familia es muy grande, pero todos están en Pakistán. Yo soy el único que se ha ido del país. Cuando dije que me iba mi familia me decía que estaba loco, que por qué me quería ir, que era muy difícil”. Lori trató de hacer el viaje legalmente, “pedí visado a Italia varias veces y siempre me lo denegaron. Por eso salí de manera ilegal de Pakistán”.
El gran viaje, la aventura que todavía sigue
Lori recuerda prácticamente todos los lugares por los que ha pasado, por pequeños que sean, así como la duración de los trayectos. También recuerda la marca de muchos de los coches y camionetas en los que subió. Su viaje comenzó en noviembre de 2016 con un billete de tren que en 24 horas lo llevó a la frontera con Irán. “Estuve una noche de hotel con más gente y pagué 5.000 euros para que me llevaran hasta Grecia atravesando Irán y Turquía. Ok, deal is done –trato hecho–”. Subieron a Lori junto a unas 30 personas en la parte trasera de una ranchera Toyota. “Ahí metidos como animales 24 o 26 horas. Aaaaah, muy difícil, iba muy rápido, estaba lleno de baches, íbamos botando”, botes que escenifica ahora como si estuviera en una atracción de feria con sonido incluido. Tras pasar la frontera cortando unos alambres, Lori hizo su primera etapa andando: ocho horas para adentrarse en Irán. Después llegaron más coches y rancheras. Uno de esos coches fue un Peugeot. “Íbamos 10 u 11 allí metidos a 200 kilómetros por hora, 4 tenían que ir en el maletero, cada vez te tocaba un sitio”, y despliega su maravillosa sonrisa. En momentos así da la sensación de que Lori no es un personaje de este mundo. Muestra un disfrute total en su narración, hace que todo sea muy real, pero a la vez tiene la capacidad de quitar importancia a absolutamente todo lo que está contando, como si fuera su rutina habitual y la de cualquier mortal.
“Así llegamos a Teherán y nos metieron a 100 personas en un contenedor en un camión con un agujero arriba porque teníamos problemas de oxígeno, ya sabes”, sonríe mientras señala un aire acondicionado que tenemos justo encima de nuestras cabezas y que tiene un tamaño similar al agujero del contenedor. Tras 12 horas de viaje en contenedor llegaron a la frontera con Turquía. “De ahí fuimos andando por las montañas. Muy grandes las montañas. Very, very, very, very big mountains. Cuatro o cinco murieron. Y los dejamos allí. Era imposible llevarlos”.
–¿Y tú qué sentías al ver morir a gente?
–Yo cerraba los ojos y me imaginaba que estaba en mi casa, en Lahore.
Tras 18 horas de travesía a pie “pagué 2.500 euros a la mafia porque todavía no había pagado nada”. Después, 24 horas de viaje en autobús a Estambul, tres días de estancia y formación de un grupo de 30 o 35 personas para pasar la frontera con Grecia por el río Maritsa “en un bote de aire, fueron unos 30 minutos de viaje”. Nada más salir del río se encontraron con un very very very very hugh forest –un bosque enorme–. “Aaaaah, había mosquitos, ay, ay, ay”, exclama mientras hace como si le estuvieran picando ahora mismo en los brazos. Se ríe divertido con su escenificación antes de proseguir. “10 horas de bosque y luego una furgoneta hasta llegar a Salónica. Allí pagué los 2.500 euros que me faltaban del viaje y ya me podía ir donde quisiera”.
Grecia, ¿pero esto es Europa?
“Me sentí solo. Dónde voy a dormir, dónde voy a ir”. En el viaje en grupo hasta allí había coincidido con un pakistaní. Como estaban solos decidieron juntarse para proseguir rumbo a Atenas. Negociaron con un coche particular y cerraron el precio para que los llevara a Atenas.
–Y nos secuestró.
–¿Perdón?
–Nos secuestró. Nos llevó a una casa en las montañas y nos pidió dinero, 3.500 euros a cada uno.
El compañero de Lori abandonó antes que él el lugar porque su familia consiguió reunir primero el dinero y enviarlo. “Mi familia tardó más, por eso yo me fui el último. El secuestrador llamó por teléfono a mi familia para pedirles el dinero y les dijo que si no se lo daban, me iba a matar. Me pegó muchísimo. Muy mal” y sorprendentemente vuelve a sonreír. “Estuve dos días, hasta que mi familia mandó el dinero por Western Union y me fui”. Por culpa de las palizas que le dio el secuestrador “tengo problemas en la pierna izquierda, en la zona de la rodilla”. Se cruza de piernas poniendo la izquierda por encima y dice que así no aguanta mucho tiempo porque le duele, “pero no sé qué tengo. A veces me duele muchísimo”.
Tras el secuestro Lori se fue a Atenas. Poco tiempo después se trasladó a Patras porque un conocido de su primo vivía allí y le podía dar trabajo y alojamiento. “Cuando llegué y vi aquello… era como una granja… Y yo pensando, ¿esto es Europa? Uuuuuh”, hace que llora para después soltar una carcajada. “Sin camas, ni duchas, nada. Y hacía mucho frío, era enero de 2017. Estuve allí seis o siete días hasta que me dejaron irme. He dejado una ciudad y ¡yo no sé nada del trabajo en el campo! Me decían que a trabajar. Cogiendo aceitunas todo el día. Dormía en el suelo con una manta muy pequeña. Tenía que elegir, o me tapaba la cabeza o los pies, así que los pies siempre se me quedaban fuera”, hace como si se tapara la cabeza y se ríe. “Me pagó 86 euros por seis días de trabajo. Trabajaba todo el día y solo te daban una comida por la noche».
Lori volvió a Atenas donde vivió 18 meses alquilado en casa de un señor de Pakistán al que acababa de conocer. “Yo estaba ilegal en Grecia”, así que era difícil trabajar, pero finalmente fue consiguiendo trabajos en distintos lugares, incluso de mecánico. Aprendió griego, lo que le ayudó en el mundo laboral. Lo que no hubo manera fue de conseguir los papeles, “era muy difícil”.
Mientras apunto veo que Lori saca la lengua y hace carantoñas a un bebé que hay en una mesa cercana. “Me encantan los niños”, dice divertido.
En su ir y venir por Atenas, Lori recaló en Legal Assessment Team, una asesoría jurídica de ayuda a refugiados que llevaban unos españoles. “¡Allí conocí a mis amigos de España! Buenísimas personas, me cuidaron muchísimo”. Lori había salido de Pakistán con estos conocimientos de inglés: How are you? Where are you? Who are you? Y la respuesta a cada una de esas tres preguntas. “Mis amigos españoles me ayudaron a aprender inglés. Yo solo hablaba urdu, algo de pastún y panyabi de India. Mi inglés iba mejorando con ellos y trabajé cuatro meses para la asesoría de traductor”.
Sick of Waiting
El 13 de septiembre de 2017 su vida cambió. A través de sus amigos españoles se unió al movimiento ciudadano Sick of Waiting para reclamar a los gobiernos europeos que cumplieran con sus compromisos de acogida de refugiados. Sick of Waiting montó una gran movilización de protesta en Atenas y en otras ciudades europeas como Madrid. Lori participó en la de Atenas donde dio un discurso en urdu megáfono en mano. “Yo estaba encantado de poder hablar”.
Como Sick of Waiting nació por iniciativa española, muchos españoles fueron a la gran movilización de Atenas. Así que Lori siguió sumando amigos a los que ya tenía. Habla de todos ellos con pasión y emoción. Recuerda los nombres de todo el mundo, lo que habló con ellos, de qué ciudad de España es cada uno. Insiste en que solo se vieron tres días –los cuenta uno por uno con los dedos de la mano– y que en un tiempo tan escaso se portaron con él maravillosamente. Todos buscaban la mejor manera de ayudarlo. Varios le prestaron dinero “y casi no me conocían. Creo que me dejaron ese dinero porque confiaban en mí. No me lo puedo creer todavía”. Lori cautivó con su magnetismo a los españoles, pero el sentimiento había sido mutuo. “En Grecia conocí a gente de muchos países pero decidí venir a España porque la gente de aquí es loving –cariñosa–. La forma de ser de la gente dice mucho de la reputación de un país”, defiende emocionado. “En Alemania hay más trabajo de lo mío pero yo quiero estar aquí por mis amigos españoles”.
Estaba decidido, Lori tenía que encontrar la manera de venir a España. Con el dinero que le dieron se hizo un pasaporte falso “e intenté venir en avión, pero me pillaron. Me tenían todo preparado aquí, me esperaban mis amigos, pero no llegué”.
El tipo que fue feliz en la cárcel
Había perdido el dinero y su oportunidad de venir a España, así que Lori siguió con su vida en Atenas. Un día cuando salió de trabajar lo detuvo la policía. “Como no tenía documentos legales, me metieron en la cárcel tres meses. Fue una buena experiencia”, se ríe. Increíble pero cierto. “Dentro de la cárcel solo estaba yo de traductor. Todos venían a mí. Me pasaba el día en la oficina del médico traduciendo”. Se acuerda del nombre de las enfermeras, del médico, de todo el mundo, “todos eran mis amigos. Me arreglaron los dientes ¡gratis! y eso vale mucho dinero”, me enseña sus estupendos y blancos dientes delanteros que se había partido cuando era niño en Pakistán. “Súper agradecido al doctor y las enfermeras de prisión. Me ayudaron mucho”.
Pregunta cómo se dice cárcel en español. A veces lo hace y cuando oye la palabra la repite hasta que suena totalmente natural, como si llevara toda la vida diciéndola. En ocasiones compara la palabra que acaba de aprender con cómo se dice en griego o inglés. “Yo estuve en la cárcel –lo dice en español– tres meses en vez de seis porque todo el mundo habló bien de mí”. Es inevitable sentir que para Lori la vida parece ser un juego, una gran aventura de principio a fin. Transmite felicidad y entusiasmo, se siente un tío afortunado pase lo que pase.
Volvió a trabajar en Atenas, pero a los seis meses decidió que ya estaba bien, que tenía que volver a intentar llegar a España. “Starting trip otra vez”, dice en spanglish –empezar el viaje otra vez–.
El camino de Los Balcanes
“Decidí ir por mí mismo, no quería ir con más gente, no quería correr riesgos y que me pillaran. Además Google Maps funciona muy bien. Salí de Atenas el 14 de septiembre de 2018. Fui a Jánina, allí tomé café –sí, Lori también recuerda lo que ha tomado en cada sitio– y luego 70 kilómetros andando hasta Albania. Llegué a Kakavia”, donde pagó cuatro euros a la policía para que le dejara pasar. Allí un tipo se ofreció a llevarlo a Tirana a él y a otro por 200 euros. “Dijimos que sí”.
–¿Después del secuestro en Grecia dijiste que sí?
–Tenía miedo porque ahora ya sabía lo que podía pasar, antes de lo de Grecia no sabía que te podían secuestrar, pero ahora sí lo sabía.
Aun así pagaron y se montaron. Luego 75 euros en taxi hasta llegar a la frontera donde pagó 50 euros a la policía albana que le dio el alto. “Después de eso andando 40 o 45 kilómetros sin luz hasta la capital, Podgorica, por túneles de trenes». En Podgorica se quedó una semana para descansar. “Allí nos juntamos 30 para ir a la frontera. Llovía, hacía mucho frío, pero mucho frío. Era octubre. Nos pasamos toda la noche en el bosque. Todos tiritábamos”, ahora tirita mientras se abraza a sí mismo, se ríe e imita el ruido de una tiritona. “Volvimos otra vez a Podgorica a un campo de refugiados. Allí tomamos medicinas”. De allí Lori se fue a un hotel a la frontera, “por 15 euros la noche”, en Pljevlja. “La policía se ofreció a pasarnos ilegalmente”. Obviamente recuerda el nombre de los dos policías, “¡ahora los tengo en Facebook! Me dijeron que 300 euros por persona por pasar en taxi hasta Sarajevo, sin andar. Yo avisé a la gente y les dije que 350 euros, y así yo ganaba 50 euros por persona. Pasaron 10 mientras yo seguía en Montenegro. Cuando fui a pasar yo, la policía tuvo un problema con el ejército y me quedé sin poder pasar, el único” y se ríe. “Así que tuve que ir andando 91 kilómetros hasta Sarajevo”.
“El campo de refugiados de Sarajevo es horrible. La gente vivía debajo de plásticos. Hacía muchísimo frío. Yo me fui a un hotel por 20 euros la noche. En el campo la gente vivía muy mal. No había duchas. Colas de dos horas para comer”. Desde Sarajevo fue en tren a Bihac, en la frontera con Croacia. “Desde allí andando hasta la frontera. Después 320 kilómetros andando por bosques y montañas hasta Italia”. Pasó brevemente por Eslovenia y llegó a Trieste. “Dormía al aire libre en saco de dormir. Dormía por la mañana y caminaba de noche”. Once días tardó en llegar a Italia, donde lo detuvo la policía “otra vez”, se ríe, “me han detenido muchas veces”. Finalmente “la policía me dejó ir porque dije que no me quería quedar en Italia, que yo iba a España”.
En Italia Lori descansó en casa de un amigo que tenía en Turín. “Me dolían mucho los pies, andaba como un zombi”, imita el sonido y andares de los zombis. “Con la pierna mala iba andando como si la tuviera rota”. Cuando se recuperó cogió un autobús hasta Estrasburgo y de allí a París. “Pasé por sitios tan bonitos como la ciudad de Como, que significa how en inglés”.
El mapa de marquitas azules
Lori ya había dicho que sabía que Google Maps funciona bien. Como tenía intención de hacer el viaje solo, elaboró un mapa él mismo. Lori recupera el mapa en su móvil y me lo enseña. Es enorme, abarca todos los países por los que pasó en su peregrinar. “Mira, mira, mira”, Lori amplía y reduce, mueve los dedos para mostrarme todos los lugares por los que pasó. Iba poniendo los pins –marquitas azules– de su camino. Así que el mapa ahora es un largo camino de marquitas azules muy juntas que señalan lo que hizo Lori para venir desde Grecia a España. “Iba marcando la ruta que iba siguiendo. Mucha gente quería venir conmigo por mi mapa, pero yo no quería, prefería ir solo. Uno me ofreció 500 euros por ir conmigo a Italia desde Bosnia. Yo le dije que no, pero como lo que quería era mi mapa, le dije que se lo daba, que lo compartía con él para que lo tuviera también”.
Tardó una semana en hacer el mapa. Lo hacía cada noche. Como durante el viaje no tenía internet, se descargaba los mapas de los países por los que iba a pasar. Así podía consultarlos sin conexión. Luego iba poniendo sus marquitas azules en cada punto hasta crear el mapa que me enseña hoy. “Desde pequeño creo que soy muy bueno con los caminos”. En su viaje desde Grecia “solo me perdí una vez, por eso la gente quería venir conmigo y por el mapa”, se ríe.
Si el mapa fue indispensable en el viaje de Lori, también lo fueron los mensajes de ánimo que recibía de sus amigos españoles a los que les iba contando sus avatares por el camino. La llegada a París fue la locura, Lori se hacía selfis –ahora simula autofotografiarse divertido– para enviar las fotos a sus amigos españoles con textos como: “¡Mira, Lori en París, uauuuu!”, se ríe a carcajadas.
Llegada a España
París fue la última etapa. Allí estuvo 12 días hasta que inició su viaje en autobús hasta Bilbao. “En Irún –llegó el 16 de noviembre de 2018– había un control de la policía… otra vez”, se ríe, “y yo sin papeles… me volvieron a pillar”. Como lo pillaron no llegó a tiempo a Bilbao para pasar la noche. “No tengo palabras, mejor te lo enseño”. Lori vuelve a sacar el móvil y me enseña una foto en la que aparece una cama, una foto de una familia y un letrero que pone «Wellcome!!». Era la casa en la que lo esperaban en Bilbao para pasar su primera noche en España. Para él esta foto es una muestra de cómo son los españoles. La foto explica porqué quería venir aquí y no paró hasta conseguirlo. “Mucha gente viene a España, pero no como yo, no way –de ninguna manera–”.
En Irún “me pusieron un abogado y me dejaron ir”. De allí llegó por fin a Bilbao y después lo trajo un amigo en coche a Madrid, donde vive ahora. “Muy mal, no me gusta. Dije que quería pedir asilo en noviembre y me han dado cita para marzo –que será cuando haga la solicitud oficial–. ¿Qué es esto? La gente está muy bien en España pero el sistema es muy muy muy malo”. Vive en un albergue para personas sin hogar. “Al llegar viví en casas de amigos y luego aquí. No me gusta, no es cómodo, estamos cuatro personas por habitación”.
En 2018 en España se hicieron 54.065 peticiones de asilo, según CEAR. Durante ese año se resolvieron 11.875 peticiones, de las cuales 8.980 fueron desfavorables y 2.895 favorables.
Lori ahora está aprendiendo español, vuelve a enseñarme el móvil porque muchos colegas españoles le dan clase por WhatsApp. Tiene audios con explicaciones gramaticales, textos con conjugaciones, etc. “Tengo muchos profesores, aprendo con mi teléfono”, se ríe. Oficialmente da clases de español martes y miércoles, una hora cada día, pero la profesora no habla inglés, así que no la entiende cuando explica las cosas. Afortunadamente para él los idiomas son lo suyo. Pregunta dudas sin parar y comenta cosas que le llaman la atención como que pronunciemos la be y la uve igual. También dice que hablamos muy rápido, “sobre todo las chicas”.
“Ahora mi vida no está bien. No tengo casa, no tengo trabajo”. Está en proceso de adquisición del permiso de trabajo, pero no se lo han dado. “Hay gente que me ha ofrecido trabajo, pero como no tengo el permiso, pues nada. Mi familia quiere que vuelva, pero yo no quiero. Quiero volver pero a visitarlos, pero no hasta que tenga los papeles, porque yo quiero volver luego a España”. Lori no recibe ayuda económica, consigue algo de dinero vendiendo cosas en Wallapop. Sus amigos le regalan de todo para que pueda venderlo en esta web de ventas. “Saco 200 o 300 euros al mes”.
Lori lo tiene claro: “Mira, necesito un trabajo, necesito mucho dinero porque quiero montar un negocio. En Pakistán hay muchos problemas y yo quiero ayudar a mucha gente como mi hermano mayor, que no ve bien, le ha salido un problema en la vista, tiene cinco hijos y ahora no puede trabajar. También quiero ayudar a un primo mío que es adicto a las drogas. Solo quiero tener dinero para ayudar a la gente”.
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Belen Blanco
Ojala Lori consiga su sueño… un luchador y aventurero con muchas ganas de triunfar! Suerte lori!!!
Adalberto Mtz Solaesa
Magnífico e impresionante relato de la peripecia vital de este aguerrido muchacho paquistaní. ¿Cómo se puede sufrir tanto sin perder la sonrisa y la esperanza?
Patri
Qué riquiño nuestro Lorí, ojalá se pueda quedar en España, entusiasmo no le falta y en la entrevista se refleja de maravilla. Qué gusto leer la historia de Lorí de una forma tan respetuosa y bonita! Winnita, tienes un don y lo sabes!
Winnie
¡Gracias!
Cardi
El artículo transmite felicidad y entusiasmo pese a las duras vicisitudes que ha pasado Lori. Deberíamos de aprender un poco más de él, que pese a los reveses se siente afortunado. Gracias Winnie por acercarnos a realidades que desconocemos y tenemos tan cerca.
Winnie
¡Mil gracias!