La conocí en una asamblea de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) de Parla (Madrid). Enérgica, se sentaba y levantaba cada dos por tres. Con genio, participativa. Una semana después llamo al timbre de su casa del Ivima. Me abre en bata. Está pasando el aspirador. Se queja por lo bajo, pelea con el aspirador hasta que lo coloca apartado en el corredor para que no moleste. Hoy no está esa energía de hace siete días. Hoy no es esa mujer que te pone firme en dos segundos.
–¿Cómo estás?
–Puf, llevo una semana mu mala con muchos dolores.
Lola Andújar tiene 45 años, es de Barcelona y vive en Parla. Lola tiene fibromialgia, una enfermedad crónica consecuencia de los años que fue víctima de violencia de género. “Antes me llamaban Loli, pero cuando reinicié mi vida, lo borré y nació la Lola de nuevo. Ahora no me gusta que me digan Loli”.
Cuando tu padre pega a tu madre
Lola habla de sus padres en presente hasta que un rato después me dice que los dos murieron hace ya años. Su discurso es confuso por momentos, ella misma se disculpa porque se pierde, “de una cosa me voy a otra, te quiero contar tantas cosas que ya no sé por dónde voy”.
“Mi padre era un trabajador a tope, trabajaba en el puerto de Barcelona, pero cuando tocaba el alcohol era el peor del mundo. Le daba por mi madre y por mi hermano. Entre los hermanos –cuatro varones y Lola, la pequeña– no lo hablamos nunca y ahora de mayores dicen que la culpa de que le pegara la tenía mi madre. Cómo se puede tener tan poca vergüenza. Y eso que a mi hermano le zurraba también con la correa del butano. Ellos dicen que en aquellos tiempos se pegaba a las mujeres. Y yo les digo que no, que miren al Tarrés y a su mujer. El Tarrés nunca le ha pegado a la Ana. Son un matrimonio amigo de mis padres. El Tarrés nunca le ha puesto la mano encima y los ves ahora y se besan por la calle. Yo los veo y me pongo a llorar porque mis padres podrían haber sido así”. Lola se queda en silencio.
“Mis hermanos siempre han tenido a mi madre como la mala. Entonces yo he estado sola. Yo he llorado muchísimo, he sufrido mucho porque nunca he tenido el apoyo de ellos. Hay que decir también que a mi madre se le fue la pelota totalmente. Se le fue la cabeza y se metía con las nueras, con los hijos. Estaba hasta el higo ella también. De las idas de cabeza me pegó a mí y to”.
Dejar el colegio y ponerse a limpiar
“Mi infancia es muy dura, la recuerdo muy mal. Siempre ha sido pegar y por mucho que lo hablo con la psicóloga, no se me va, no se me quita. A mí me han tratado como a la chacha Merengüela güi, güi”.
Lola se convirtió en la chacha Merengüela cuando era una niña. “Yo salía a la pizarra y me ponía a llorar. Tenía problemas de aprendizaje, no me enteraba de nada”. Ante los problemas escolares de Lola, su madre no estuvo allí para ella. “Bastante tenía con lo que tenía”. La madre le dijo: “¿No quieres ir al colegio? Pues a limpiar”. Así que ahora “tengo obsesión por ver cómo les va a mis hijos en el cole”.
La madre de Lola la ponía con el cepillo de dientes a limpiar de rodillas las baldosas del baño. Mientras, sus hermanos le decían una y otra vez que era una analfabeta y que no servía para nada. “Me lo dijeron muchísimos años. Me llamaban analfabeta y luego me venían con las camisas para que se las planchara. Yo tengo mucho rencor a mis hermanos. Ellos no entienden que yo esté así. Les pedí ayuda cuando me fui a divorciar y me la denegaron”. Uno de los hermanos de Lola ha muerto de cáncer, ella se enteró y pudo ir a despedirse gracias a que se lo dijo por Facebook la hija de Tarrés y Ana.
Los años de limpieza en casa también dejaron huella en Lola. “Mi madre me ha acostumbrado a tenerlo todo como una patena. Y ahora no poder hacerlo por la fibromialgia te hunde, y eso que la casa no es lo importante. He tenido tantos problemas que en las terapias aprendí que me agarraba a la limpieza, a que todo tiene que estar perfecto, y te vuelves obsesiva”.
Y Lola se casó con un maltratador
“Con 14 años conozco al padre de mi hija. Mi padre se puso por en medio y yo le tenía que haber hecho caso”. Pero no lo hizo. “Esperé y me casé a los 18. Y maldita la hora. Ahí fue cuando demostró su cara. Cuando yo lo conocí era muy bonito todo, luego me casé y fue mi ruina. La noche de bodas ya me soltó cuatro puñetazos en las piernas. Había bebido y se había metido cuatro rayas. Yo nunca he tomado drogas, pero lo que no me tomaba yo, se lo tomaba él. Me quedé con miedo, no me lo esperaba. No dije nada, me quedé callada. No se lo conté a nadie, como suele pasar”.
Los puñetazos se repitieron mientras Lola estaba embarazada. “Me pegaba mucho, sobre todo a través de las mantas. Me tiró de la cama estando de muchos meses. Fui a urgencias y dije que me había caído yo. Allí me dijeron que si no hubiera caído sentada, podría haber perdido a mi niña. Y psicológicamente me maltrató mucho. Bah, era una mierda”.
El matrimonio se mudó al País Vasco por el trabajo de él. “Allí le dio por meterse mucho por la nariz. Un día te podías mear de risa con él y otro día cagarte de miedo. Todo tenía que ser lo que él dijera, a sus órdenes y mando. Y yo tenía lo ojos así”, Lola cierra los ojos. Es su manera de decir que estaba cegada, que no veía que era una víctima de violencia de género.
Abrir los ojos y denunciar al maltratador
Lola está operada de cervicales, “era una operación bastante complicá, podía salir en silla de ruedas”. Dos o tres días después de la operación “me empieza a dar por donde pilla y me coge del collarín, que llevaba desde el pecho pa’rriba, y me estampa contra la puerta de la calle”. Ahí pensó: “Ojo, este me mata”. Fue al hospital después de la agresión y coincidió con el médico que acababa de operarla. “Me dijo que si no denunciaba yo, denunciaba él”.
Así que Lola denunció. “Cuando fui a denunciar tuve mucho apoyo de la Ertzaintza. Denuncié porque yo veía que eso ya no era camino. Cada vez más droga. Yo no quería eso”. Tras denunciar volvió a casa a esperar a la policía y se encontró con que tenía el café y todo preparado como si allí no hubiera pasado nada. “Juicio rápido y él dice que estoy loca. Lo mandan a tema de alcohol y drogas para que lo deje y recurre la denuncia”. Lola se recoloca la bata y se cruza de brazos, gesto que repite con frecuencia durante la charla.
Lola y su hija Cristina se quedaron en la casa en la que vivían hasta que se dio cuenta de que ella sola no podía pagarla, así que se fueron a Barcelona a pedir ayuda, pero sus hermanos no se la dieron. Por tanto, volvieron con su marido y padre. Un día él estuvo a punto de pegarle nuevamente y Lola le paró los pies amenazando con llamar a la policía. “Entonces me dijo que tuviera cuidado, que la que estaba incumpliendo la orden de alejamiento era yo porque había vuelto a vivir con él, así que a ver si era él el que llamaba a la policía”. Y Lola se asustó.
Se marchó y dejó atrás a su hija
Lola dejó su trabajo, a su marido y a su hija con él. “Hija, me tengo que ir. ‘Por favor, mamá, no te vayas’, me dijo ella. Pero yo le dije que me tenía que ir o me buscaba un problema”.
“11 o 12 años tendría la niña, no me acuerdo bien. Me vi sola. Me he arrepentido muchas veces de haberla dejado allí. Yo me la tenía que haber llevado conmigo, pero yo el miedo que tenía era dónde la iba a meter. Su padre ganaba un dineral, pero es lo peor que puedes hacer, porque también la llevé yo a la ruina. Me equivoqué al dejar sola a mi hija. Me sentí mala madre pero no podía explicarle por qué la había dejado allí”.
Cristina estuvo entre dos y tres años sin querer tener relación con su madre. “Yo la llamaba todos los días y ella me colgaba”. Lola se fue a casa de unos amigos a Vitoria, pero le fue muy mal. Por entonces ya había conocido por internet a Ricardo, su actual marido. Todavía no se habían visto nunca en persona. Lola empezó a contarle algo de su situación cuando se vio sola, ante lo que Ricardo le mandó un billete para que se fuera a Madrid con él.
Amor donde antes hubo violencia de género
“Y vivo en Madrid desde que conocí a Ricardo. Me vine a la aventura total con un síndrome de Estocolmo que te cagas”. Lola tenía una dependencia total de su ex. Poco a poco fue abriéndose a Ricardo y le fue contando todo lo que había vivido. “Me sonaba a chino cómo me trataba Ricardo porque yo eso no lo había tenido nunca. Al principio lo llamaba maricón porque me decía que no fregara los platos, que lo hacía él. ‘Dos manos tienes tú, dos manos tengo yo. Y si tú puedes limpiar, yo también limpio’, me decía y a mí aquello me sonaba muy raro”.
A Lola le costó mucho adaptarse a su nueva realidad. Fue difícil para la pareja salir adelante, pero las cosas empezaron a marchar y Lola se quedó embarazada –ahora tiene dos niños, de 8 y 10 años, con Ricardo, más su hija Cristina, de 25–. Cuando nacieron los niños Lola vio que Ricardo era un “padrazo”, algo a lo que tampoco estaba acostumbrada. “Cuando nació mi hija su padre ni vino al hospital”.
Lola recuperó el contacto con Cris. “Mi expareja también había pegado varias veces a mi hija, pero yo todavía no lo sabía, así que ella comprendió mi situación a base de zurras”. Entonces un día Cris le contó a Lola que su padre le había pegado. Su madre le dijo que saliera de allí inmediatamente y viniera a Madrid. Tampoco fue fácil, han pasado años difíciles. Cris llegó con unos 13 años. Desde entonces Ricardo ha estado ahí para ella, Lola y sus dos hijos, y con el paso del tiempo Cris ha acabado llamado papá a Ricardo –viven los cinco juntos–. “Para ella es su padre y lo adora, y también adora a sus hermanos”.
Lola también adora a Ricardo, “es un ángel que ha venido del cielo. Algo bueno tenía que tener en esta vida. La ayuda de Ricardo me da fuerza. Él me apoya, me dice cuando lo hago bien. Eso nunca me había pasado ni con mi exmarido ni con mis hermanos”.
La violencia de género desembocó en fibromialgia
Antes de que Cris se fuera a vivir con ellos, Lola pasó una fuerte depresión. “Notaba que no se me iba, que iba a más. Y estaba como cansada, con dolores en el cuerpo”. Lola tomaba bastantes antidepresivos, hasta que habló con el médico y le contó que tenía dolores y cansancio diario. Fue entonces cuando le diagnosticaron fibromialgia “como un caballo y fatiga crónica”.
A comienzos de 2017 la Agencia EFE recogió que tres de las consecuencias que puede tener la violencia de género en las mujeres, según la OMS, son: depresión, ansiedad –Lola también tiene ansiedad crónica– y fibromialgia. “Cuando tú tienes un trauma desde pequeña, todos los traumas desembocan en eso”.
“Me diagnosticaron también un trastorno… espera, que no me acuerdo de cómo se llama”. Lo piensa y nada. Así que llama a Ricardo por teléfono para preguntarle. Lola tiene problemas de memoria, tampoco recuerda su número de móvil, ni las fechas, me da su alianza porque no se acuerda de cuándo se casó con Ricardo. Su marido responde a la llamada y le dice que le diagnosticaron trastorno límite de la personalidad.
Lola saca su bolsa de medicinas. “Porque tomo la medicación, si no estaría por aquí saltando. Tengo picos de estar muy depresiva, picos de estar normal y picos de estar eufórica, de si te pillo te mato. Aunque lo normal es muy raro en mí, o estoy muy triste o estoy muy agresiva”. Afirma estar controlada gracias a la medicación, aunque a veces la deja grogui y a mitad de una frase se queda en blanco.
Empieza a sacar medicamentos: Lorazepam, morfina, Lamictal, “que es un estabilizador para yo estar bien”… Lola sigue sacando pastillas. “Tengo un arsenal de cosas”.
“Yo tengo fibromialgia de grado 5, que es la peor. Lucho por estar de pie por mis hijos. Luché con la depresión y ahora con la fibromialgia, y a veces ella puede, es más fuerte que yo. Hay días que para levantarme de la cama Ricardo me empuja por un lado porque yo soy incapaz, me quedo como agarrotada. Antes a lo mejor hacía la casa en media ahora y ahora son las 14:00 y no he acabado, menos mal que Ricardo me ayuda muchísimo. Ahora llevo una semana con un brote, me ves aquí sentada y me duelen hasta las uñas de los pies, lo que pasa es que hay que seguir”.
La fibromialgia también afecta psicológicamente. “Ves que no eres la misma de antes. Ves que a veces no te puedes ni duchar”. A Lola se le quiebra la voz, se quita las gafas y llora sin hacer ruido. “No poder estar con tus hijos como te gustaría…”, las lágrimas siguen cayendo en silencio. “Cuando me encuentro mal, te hunde, te lleva a la mierda”.
Activismo en la PAH de Parla
La familia vivía en Aranjuez, pero se mudaron a Parla a una vivienda social tras dejar de pagar el alquiler y estar a punto de ser desahuciados. Su situación actual es de exclusión. Llevan años en la cuerda floja. “Yo tengo un 47% de discapacidad y no puedo trabajar”. Los problemas de vivienda que han tenido han hecho que el compromiso del matrimonio con la PAH de Parla sea muy fuerte.
“Pero cuando llegó la fibromialgia todo se me complica. Veo que cada vez empeoro más a través de mi activismo. En una época en la que estaba mejorcita yo era de las que a las 6 de la mañana me plantaba a parar todos los desahucios. Y eso fue empeorando mi salud. ‘O dejas la PAH o en cuatro años te veo en una silla de ruedas’, me dijo el médico hace un año y medio. Hice un parón. Iba brote tras brote y cada vez más chungos y dolorosos”.
Ahora Lola también va a parar algún desahucio, pero principalmente sigue la lucha desde el teléfono móvil, coordinando acciones y grupos, negociando. En definitiva, haciendo menos calle.
Como Lola habla abiertamente de que ha sido víctima de violencia de género, ayuda a otras mujeres que llegan a la PAH y están viviendo una situación similar. “Tenemos que estar todas a una. Yo se lo digo a todas: no nos debemos callar”.
Según el Consejo General del Poder Judicial, en 2018 se pusieron 166.961 denuncias por violencia de género en España. Lo que equivale a más de 457 por día, algo más de 19 por hora.
Ayuda profesional contra la violencia de género
La lucha contra la depresión fue dura. Llegó un momento en que Lola no salía de casa ni se duchaba. Ricardo pidió ayuda y Lola entró en un centro para víctimas de violencia de género.
“Él me metió en la ducha, me duchó y me llevó a la casa de la mujer. Allí tienen psicólogas, abogadas. Ahí aprendí realmente lo que es un maltratador, que yo antes no lo sabía. Empecé a hablar con la psicóloga y me dijo: ‘tú tienes mucha mierda que sacar y vamos a sacarla’. Y luego Ricardo también participó de las terapias. Él está centrado en que su mujer esté bien”.
Cómo entiende la violencia de género una víctima
Lola suelta una risa amarga cuando le pregunto qué es para ella la violencia de género. “No sé cómo definirla”. Se queda pensando un rato. Le da vueltas. “Te lo definiría muy brutalmente. La gente que hace eso son todos unos hijos de la gran puta. Nadie tiene derecho a pegar a una mujer, ni una mujer a un hombre tampoco, claro. Es que no sé…”. Se muerde el labio mientras sigue pensando. “Es tratarte por los suelos”, dice mientras hace un gesto como si arrastrara algo. “No vales pa nada, te hacen sentirte una puta mierda”.
–¿Te ha quedado algún miedo?
–Sí, eso nunca se va. Miedo a que te vuelva a pasar no porque Ricardo no es así. Pero tienes miedo por todo lo que has vivido.
Lola ha hablado mucho con Ricardo sobre violencia de género. Con su hija Cris ha hablado, pero menos de lo que le gustaría. “Con mis hijos hablaré más adelante, todavía son muy pequeñitos. Lo que sí les digo es que a las niñas no se las pega porque los hombres no les pegan a las mujeres”.
Consejos de una víctima de violencia de género a otras víctimas
“Yo siempre digo a las mujeres que no se callen, que den un paso adelante. A mí me han venido a la asamblea de la PAH a decir que prefieren que les sigan pegando a verse en la calle. Y yo les digo que no, que salgan de ahí, que hay maneras de buscar vivienda, como si ocupo un piso, me da igual, pero hay que salir de ahí. Y cuando vienen a contarte, te revuelve a ti. Se te cae el alma a los pies. Se sabe que se puede salir de esto, pero claro, te tienes que preparar”.
“Yo lo tengo superado. Lo sentí cuando nació mi hijo mayor, conozco profundamente a su padre y los veo juntos, cómo le coge la manita. Ellos me han curado”. Las víctimas de violencia de género “no hablamos de ello por miedo y vergüenza, por el qué dirán. Pero lo que más, lo que más, el miedo. Cuando una se plantea dar el paso adelante, te preguntas: ¿dónde voy? ¿Qué hago? ¿Tendré apoyo? Y luego cuando das el paso tampoco se habla de ello porque lo que intentas es olvidar lo que te ha pasado”.
Lola se endemonia ante cada nuevo asesinato. “Me pongo de los nervios, la política no tiene una solución para esto. Ni miro la tele cuando dice que han matado a una mujer. Nadie tiene derecho a que le quiten su vida, coño. En todos los matrimonios hay jaleo, pero no hay que llegar a las manos. Y te lo digo yo, que al principio tenía las manos muy largas porque lo que me habían hecho a mí, iba a hacerlo yo también. Hasta que dices, ¡eh! Y te das cuenta. Yo también era muy agresiva en las cosas que decía, no eran apropiadas, hasta que te das cuenta también”.
Ricardo ha venido un momentito a casa. No interviene en la conversación, pero sí se acerca a Lola para darle un beso de despedida antes de irse otra vez. Se oye la puerta cuando se va. Lola interrumpe lo que estaba diciendo.
–¿Has visto eso?
Asiento con la cabeza, no hace falta preguntar, Lola se refiere a ese beso cotidiano que le acaban de dar.
–Yo eso antes no sabía lo que era.
“Bueno, volviendo a las víctimas de violencia de género. Que no se arrepientan, que no tengan miedo, que de todo se sale. Que si yo he podido, pueden muchas. Dar el paso es súper importante. Y que no tengan miedo, ni vergüenza. Sobre todo el miedo. Hay que contar las cosas de lo que te está pasando. Si no, nadie te puede ayudar. Yo, como lo pasé tan mal cuando me separé…”. Lola vuelve a llorar en silencio.
“Yo creo que ya está”.
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Ana Estrella Hernandez Munilla
Mi ENHORABUENA GRANDE A ESTA LOLA VALIENTE Y LUCHADORA.
El relato me parece lucido y completo para ver lo que esconde la violencia de genero. GRACIAS.
Adalberto
Magnífico, detallado y objetivo (a juzgar por las dilatadas citas textuales) relato de una situación dolorosísima. Admirable también la entereza y valentía de la protagonista al denunciarlo.
Basi
Lola me impacta tu historia no me habría imaginado todo lo que has sufrio viéndote con Ricardo y esa complicidad que tenéis que se nota los que os queréis y respetais nada que mandarte un abrazo fuerte y todo el ánimo del mundo luchadora!!!
Luisa san roman
Lola eres una gran mujer y te mereces al gran hombre que tienes al lado ,y merecéis ser felices ,a pesar de todo la vida es bella si te rodeas de la gente adecuada y ahora lo estás,os deseo lo mejor ,mucha suerte compahs
Guada
Un relato detallado y contado con mucho respeto… Menudo sufrimiento ha pasado Lola, lo peor es pensar que hay mucha smujeres en situaciones similares… Ojalá más gente como tú les dieran voz y sirva para concienciar a la sociedad de que existe!!gracias por escribir con el corazón!
Maria del mar
Mucho orgullo de conocer a esta gran persona tan luchadora por todos los derechos del ser humano
ana
Mis felicitaciones por ser capaz dia a dia de seguir luchando contra el miedo. Eres muy valiente. Gracias por tu relato de vida. ana
Pilar
Impresionante. Debería ia haber muchas mujeres valientes y con sensibilidad para contar tanto dolor