“Los abusos duraron trece años. No recuerdo cuándo empezaron. A mí me lo dijo mi madrina cuando tenía 13 o 14 años y me dijo que empezaron cuando yo tenía un año y medio o dos”.
“Soy Amelia Montes, tengo 57 años y vivo en Lugones (Oviedo). Mi familia era de clase muy baja. Yo era la pequeña de cuatro hermanos y los cuatro hemos sufrido abusos sexuales en la infancia. Mi padre además era un maltratador, maltrataba a mi madre y a nosotros, que nos pegaba con la correa. Yo tenía muchísimo miedo a mi agresor”.
“Los abusos fueron por parte de mi padre principalmente, aunque ahora recuerdo a mi hermano mayor, que me saca doce años y cruzó la línea para convertirse también en un agresor. Pero el que más recuerdo es mi padre. No supe que todos los hermanos habíamos pasado por lo mismo hasta los 20 o 22 años. Fue mi hermano mayor quien me lo dijo”.
Una familia extra
“Eso era la familia biológica, porque siempre digo que tengo dos familias. Al poco de nacer operaron a mi madre de la espalda y me llevaron a una casa cuna. Mi madrina era una chica de 17 años de una familia rica que trabajaba como apoyo en mi planta. Se fijó en mí, que lloraba mucho, y empezó a pedir permiso para llevarme a su casa los fines de semana. Ella vivía con sus cuatro hermanos y sus padres, todos se encariñaron conmigo”.
“Mi padre venía a veces a la casa cuna y me llevaba a ver a mi madre, que no se podía mover. Ahí empezaron los abusos, al parecer. Un día tuve fiebre y mi madrina me llevó a un médico amigo de su familia. El médico dijo que tenía una infección vaginal por los abusos y mi madrina se fue al tribunal de menores. El tribunal me cambió de centro sin decírselo a mi padre, pero él amenazó de muerte a la asistente social y acabaron diciéndole dónde me habían llevado”.
“Los padres de mi madrina se separaron y se fueron a vivir a Madrid. Mi madrina negoció con el tribunal y con mi padre para que me dejaran irme con ella. Por lo visto, lo que nadie se planteó fue meter a mi padre en la cárcel”.
“En Madrid estoy muy bien, pero venía a Asturias en las vacaciones y seguían los abusos. Ahora he hecho un poco de detective para ver cómo era mi vida porque lo que recuerdo de esos años es todo muy caótico. Con los abusos tienes amnesia traumática”.
“Con 12 años no sé si mi padre encontró un trabajo más estable o qué pasó, el caso es que tuve que volver. Lo llamo el año del infierno. Los abusos fueron con mucha más violencia –llegó a atarme para abusar de mí–, además de abusos psicológicos, hambre, frío. Maltrato total. El año del infierno ya no tenía capacidad de escapar a ningún lado porque antes me iba a Madrid”.
“A mi madrina la quiero como si fuera mi madre, pero mis padres me decían que la familia es la de sangre y los de fuera no son nadie. También me decían que mi madrina no me quería y eso a mí me rompía. No recuerdo cuándo acabaron los abusos porque no recuerdo la última etapa del infierno, pero sí que con 13 años volví a Madrid. Tengo recuerdo de estar debajo de la cama y escaparme de casa. Fui a una tienda que había cerca y pedí el teléfono, llamé a mi madrina y me dijo vas a coger un taxi y vas a ir a esta dirección, que era de un amigo abogado. No recuerdo más, lo siguiente que recuerdo es Madrid en casa de mi madrina con su marido y su hijo”.
Las secuelas de los abusos sexuales en la infancia
“El tribunal aceptó que me quedara en Madrid. Recuerdo que el magistrado me preguntó con quién quería vivir. Era la primera vez que alguien hablaba conmigo de tú a tú, que me preguntaba qué quería. Le dije que quería quedarme con mi madrina y volví a Madrid con un papelito, que todavía tengo guardado, que decía que la patria potestad era para mi madrina. Así acabaron mis abusos sexuales”.
“Madrid fue una etapa muy dura porque llegaron las secuelas. Los años oscuros, los llamo. Era la sensación de no pertenezco, de no tener derecho a estar allí, pensaba este no es mi sitio. En el año del infierno me habían insistido tanto en que los de Madrid no eran mi familia…”.
“Una de las secuelas fue un descontrol absoluto: droga, alcohol, bebía hasta perder el sentido. Prácticas de riesgo como hacer equilibrios en una barandilla de un séptimo piso. Ahora empiezo a entender que todo venía de detrás. Tenía muchas broncas con mi madrina, creo que se había roto algo con ella”, dice mientras llora en silencio.
“Secuelas hay tantas y se mezclan tanto… Muchísima culpa. Visualizo la culpa como estar debajo de muchas mantas a oscuras. La culpa de no haber parado los abusos, de no haberlos evitado. Luego entendí que era una forma de sobrevivir, no lo cuentas porque ves que no hay apoyo por ningún lado”.
“Muchísima vergüenza, que va de la mano de la culpa. También está la soledad, el sentirme muy sola y totalmente incomprendida. Mi hermano mayor me dijo que mi padre había abusado de todos y que se habían aguantado, que me aguantara yo también. Mi madre siempre me ha negado todo porque recuerdo que se lo conté con 8 o 9 años. Me dijo que era mentira, que eran cosas que mis padrinos me habían metido en la cabeza. A la vez cuando se lo conté me dijo que lo que tenía que hacer era decirle que no a mi padre. A veces iba voluntaria con él, creo que para quitármelo de en medio. Pero lo que es seguro es que cuando empezaba ni me acordaba de que tenía que decir que no. La sensación que te quedaba era la responsable soy yo y me tengo que sacar las castañas del fuego. Ahora lo pienso y digo ¿en qué momento eres responsable de los abusos con 13 años o con los que fueran? Los últimos años he aprendido que no tenía ningún poder de decisión. Él me ha violado desde muy pequeña”.
“Tengo a mi monstruo que me dice no sirves, no vales para nada. Los abusos te dejan la sensación de que te utilizan y luego te dejan en un rincón. Creces pensando que no vales para nada o que ya que solo valgo para esto, por lo menos que me paguen, me dijo una vez una superviviente de abusos que se metió en prostitución”.
“A nivel psicológico te destroza. Siempre he tenido miedo a que lo descubran y me metan en una habitación acolchada y tiren la llave. Sentir que estaba loca. Cuando me hice mayor empezaron a llegarme más recuerdos y llegué a planteármelo todo, hasta que me había inventado los abusos. Que me vengan nuevos recuerdos es por la amnesia traumática. Tienes recuerdos bastante duros y tu mente los bloquea por completo. Tu mente no es capaz de asumirlo y lo guarda en una parte de la memoria a la que no tienes acceso. Cuando eres adulto y tu mente considera que ya estás preparado para asumir ese recuerdo, te lo devuelve y automáticamente vuelves a recordarlo todo. Siempre pensé que recordaba todos mis abusos y no. Cuando empecé a sanar, a acudir a terapia, fue cuando empezaron a surgir nuevos recuerdos que ni recordaba haber olvidado”.
Romper el silencio para sanar
“Con 19, 20 o 21 años tuve una bronca muy grande con mi madrina y volví a Asturias. Pensaba no pertenezco a Madrid, no pertenezco a esta buena gente, me veía como una carga. Como me veía como una mierda, pues tenía que volver a la mierda: a casa de mis padres”.
“Al año me fui porque tuve un intento de agresión sexual por parte de mi hermano mayor. Yo acababa de conocer a mi novio, mi actual marido. Lo llamo la etapa de hibernación. Me fui a un piso compartido y trabajaba cuidando a una señora. Fue una etapa tranquila: saqué estudios de auxiliar de clínica, trabajaba, me quedé embarazada y nos casamos. La hibernación me sirvió para recolocar cosas en la cabeza. Fue una etapa tranquila hasta que falleció mi padre en 2009 –mi madre murió en 2015–”.
“Mi madrina pensó que solo había pasado cuando era bebé. Me dijo que me había llevado a un psicólogo que le dijo que no había pasado más… Mi madrina no ha llegado a creerme, su hermana sí. Con su hermana es con la única que mantengo contacto a día de hoy. Me gustaría volver a hablar con mi madrina para rescatar recuerdos y saber cómo lo vivió ella, para reconstruir el puzle de mi vida, pero cuando se lo dije me dijo que no quería saber nada. Imagino que sentirá miedo, como si la acusara por mirar a otro lado”.
“Creo que el amor salvará el mundo, el amor de mi madrina me sacó de allí cuando era una niña. Hoy no tengo relación con mi familia biológica ni con mi familia de Madrid, solo con la hermana de mi madrina”.
“Cuando murió mi padre algo hizo clic aquí dentro”, dice tras chasquear los dedos y señalarse la cabeza. “Justo llegó a mi casa un ordenador con internet. Toda mi vida he escrito un montón de diarios y los pasé todos a Word, lo hice para ordenar mi mente. Luego internet fue el descubrimiento, ver la luz. Empecé a buscar lo que me había pasado. Así empecé a descubrir de qué iba esto del abuso sexual en la infancia porque hasta que tuve 42 años lo que me había pasado no tenía nombre. Empecé a empaparme del tema y encontré ForoGAM, formado por personas que habían sufrido abusos sexuales en la infancia”.
“Con mi hijo siempre he hablado. Desde pequeño le explicaba por qué no tenía contacto con mi familia. En Madrid vivía en una urna de cristal, conmigo no se hablaba de nada y entiendo porqué lo hacían, pero no me servía. Luego volví a Oviedo y la urna se iba a la mierda. Siempre tuve claro que eso no funcionaba y por eso he ido hablando con mi hijo. Al principio le decía no me hablo con mis padres porque me hicieron daño cuando era pequeñita. Conforme fue creciendo le fui explicando más y cuando fue adulto le conté el tema de los abusos”.
“ForoGAM –soy su actual administradora– me ayudó mucho, empecé a sanar gracias a ellos porque empecé a hablar del tema abiertamente, sin que me juzgaran porque todos han pasado por lo mismo. Fueron los supervivientes quienes me animaron a ir a terapia, que empecé con 43 o 44 años. Hasta ir a terapia no fui consciente de la dimensión de todo. Ahí empecé a gestionarlo mucho mejor, a saber procesarlo y entenderlo. Para mí sanar es libertad, paz, la apertura total de la mente, ya no hay miedos”.
“En 2010 abrí un blog con mis escritos de Word de toda mi vida y empezó mi inquietud de que lo tiene que saber la gente, mi historia le tiene que servir a alguien como a mí me sirven las historias de otros supervivientes. Así que ahora me encantaría publicar un libro con todo lo que tengo en mi blog”.
Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres y uno de cada trece hombres declaran haber sufrido abusos sexuales cuando tenía entre 0 y 17 años.
El tabú de los abusos sexuales en la infancia
“Me gusta mucho Star Wars”, dice con una carcajada mientras me enseña varias tazas de la saga galáctica que tiene junto al ordenador. “La guerra de las galaxias fue la primera vez que entré en un mundo de fantasía que me sacó de mi mundo. Ver la película con 11 años, en el año 77, fue mi refugio, toda la vida me refugié en mi imaginación. Hoy juega el mismo papel, veo todo lo que hay de Star Wars”, dice con una gran sonrisa. “Hago directos, participo en charlas, estoy en una comunidad que hace un podcast sobre Star Wars. Quería ser Leia de pequeña, esa señora tan fuerte e independiente que no tenía miedo”.
“Supongo que a la sociedad le genera rechazo e incomodidad hablar y enfrentarse a los abusos sexuales en la infancia porque toca, en mi caso, el tema de la familia, y la familia es sagrada. Además toca otro tema muy delicado que es la sexualidad. Mi deseo es romper ese tabú y que la gente hable del tema abiertamente porque es muy grave”.
“Lo peor ha sido la incomprensión e ignorancia. Los abusos no traen nada positivo. De los abusos no se saca una mierda, solo he sacado dolor. ¿Por qué me ha tocado nacer en esa puta familia?”.
“Hoy trabajo en una tienda de congelados a tiempo parcial porque decidí dedicar la otra parte del día a mí, a mi sanción. Ahora estoy más pendiente de mí y de mi salud mental”, dice sonriendo. “Me siento bien, tranquila, feliz. Mi hijo acaba de casarse y ha venido la hermana de mi madrina, estuvimos toda la boda juntas”, dice contenta.
“Me gustaría que el mundo fuera más consciente del problema del abuso sexual en la infancia. Entender el problema, que es más grande de lo que parece, reconocer y ayudar a los adultos que lo hemos sufrido. Deseo que se rompa el tabú, que se entiendan las secuelas, que no se cuestionen. Ahora ya se habla de proteger a los niños, pero no se habla de los que lo hemos pasado. Deseo que no prescriban los delitos, yo no supe lo que me había pasado hasta los 42 años. Necesito que me escuchen”, dice con una gran sonrisa.
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