“Angustia, dolor, tristeza, incomprensión, soledad… eso es lo primero que se me viene a la cabeza si me dices familia”.
“No recuerdo nada bonito por parte de mi madre ni de mi hermano. Cuando pienso en mi padre, ese recuerdo me salva”.
Sandra de Tena tiene 42 años, nació en Barcelona y vive en Asturias desde 2008 –habla con un ligero deje asturiano–. “Soy superviviente de violencia intrafamiliar. Mi padre fue un refugio, pero murió hace ocho años. Fue un padre ausente por trabajo, estaba de lunes a sábado haciendo carreteras. Mi hermano siempre ha sido agresivo, muy agresivo”.
“Perdona, que me pongo muy nerviosa”.
“El padre de mi madre era alcohólico y le pegaba. Su madre murió cuando tenía 4 años. Ha estado más de treinta años con antipsicóticos y antidepresivos muy bestias. La recuerdo siempre en la cama llorando y gritando. A mí en lo material no me faltó nada, pero sí en lo emocional, tuve una carencia absoluta de amor de madre”.
“Siempre me han tenido por egoísta. Cuando intentaba explicar a mi madre alguna preocupación siempre lo derivaba a lo suyo, lo único que importaba eran sus problemas”.
“Tuve un novio al que le fui infiel y me dio una paliza. Mi madre me dijo que me lo merecía por haberle sido infiel. El te lo mereces se me quedó grabado… ¿Quién te va a querer, que no sabes ni manejar una casa?, me decía. Buscaba cualquier cosa para entrar en discusión. Yo no me callaba y discutíamos. Me amenazaba muchísimas veces con que se iba a suicidar. Tomaba pastillas y yo llamaba a la ambulancia… Cuando llegaban ella les decía que se había intentado suicidar por mi culpa. Es terrible, no llegas a entenderlo ¿por qué decía que era yo la culpable? No salía de ese pensamiento, podía pensar en bucle durante semanas y no entendía. Todavía hoy estoy un poco en bucle…”.
“He cortado con mi familia, me di cuenta de que si no tenía relación cero, no iba a poder sanar lo mío. Intentaba sanarme en psicólogos, mi madre aparecía y a tomar por culo, volvía a recaer. Tenía miedo de que si cortaba con mi madre se suicidara… Cortar con ellos es liberador, aunque duele muchísimo, pensé que nunca podría hacerlo. No quiero ni escuchar la voz de mi madre o de mi hermano, solo con escucharla…”.
Abuso sexual en la infancia
“Con 8 años un primo mío, que tenía 14, abusó de mí sexualmente”, cuenta llorando. “Intenté pedirle ayuda a mi madre y me dijo qué problema va a tener una niñata como yo que lo tiene todo, no seas quejica. Y no se lo conté”.
“Verbalicé el abuso por primera vez el año pasado. Siempre he estado de psicólogos, pero esto no se lo contaba a nadie, ni a los psicólogos, siempre lo he tenido ahí. Primero lo verbalicé a mi psicóloga y después se lo conté a mi madre. Me dijo ¿por qué no lo dijiste en el momento? Tener callado algo así durante tantos años y luego tener que aguantar que te digan que por qué no lo dijiste antes… Mi madre también me dijo que eso era normal, un juego de niños… Pero para mí no fue un juego, yo me sentía protegida por mi primo, lo quería muchísimo… Y me hizo daño, no solo en lo físico, también en lo emocional, yo no entendía nada”, dice llorando.
“El año pasado sentí que ya no podía callar más, tenía que soltarlo. Tenía necesidad de hacer justicia conmigo misma. Había pasado toda mi vida quitándole importancia cuando me afectó muchísimo. Un lado de la cabeza me decía esto que te pasó fue abuso sexual y el otro me decía que no”.
“Siempre me he sentido culpable y me sigo sintiendo ahora, es otro trabajo que estoy haciendo: identificar la culpa. Apartarla es muy difícil. Siempre están los pensamientos de por qué callaste tanto, por qué no hiciste esto o lo otro”, dice llorando. “He tardado tanto porque no pude, no quería hacer daño a mi familia”.
“Siempre he tenido muchas relaciones sexuales, muchísimas, y después descubrí que es una consecuencia de lo que pasé. En mi caso el sexo era disociación, un mecanismo de defensa de personas que han tenido un trauma muy grande. La disociación es como si nada fuera contigo, como olvidarte de lo tuyo. También utilizaba el sexo para recibir cariño”.
Autismo y diagnósticos varios
“Cuando era niña un profesor me preguntó por qué no quería socializar y yo le dije que prefería estar con animales, que los niños me aburrían. El profesor le dijo a mi madre que debería llevarme a un neurólogo y ella dijo que no, que son cosas de niñas y de ella, que es muy rara”.
“Hace tres años me diagnosticaron autismo. A lo largo de mi vida me han dado muchísimos diagnósticos: bipolaridad, TOC, TLP y TCA: anorexia nerviosa y bulimia. El que más me representa es el autismo, aunque el tema de la comida también es muy difícil para mí y lo tengo que controlar bien porque cuando tengo crisis y estoy sumida en la oscuridad se me cierra el estómago. Cuando empecé a leer sobre autismo fue una revelación”.
“A mí nunca me han creído cuando intentaba hablar… Y ahí viene el tema del autismo, como no me escuchaban hubo un momento en que casi ni hablaba, me tenían que sacar las palabras. Callé, callé, callé”.
“Cuando me empiezo a poner nerviosa miro las fotos que tengo y muchas son de momentos muy bonitos de mi vida. El arte es sanador y la fotografía me ha ayudado muchísimo. Soy fotógrafa y eso me ha permitido hacer cosas que ni pensaba como hablar contigo. Antes era constantemente llorar”.
“Debes de pensar que mi vida es un cuadro”, me dice llorando y riendo a la vez.
“También tomé medicación pero la sustituí por el cannabis. Estoy muy en contra de la medicación que nos dan –no soy quien para juzgar a las personas que se medican– por mi propia experiencia y por lo que vi en mi madre. Otras personas toman Lorazepam o el Orfidal y no se las juzga, a mí me gustaría que no me juzgaran y que me preguntaran sobre el tema. Hay un riesgo de adicción que hay que controlar muy bien, pero la adicción también está en las pastillas de los psicólogos”.
Suicidio, dinero
“El suicidio es un pensamiento bastante recurrente. A día de hoy está a mi lado pero bastante controlado”, dice y vuelven las lágrimas. “Es como una lucha de decir no sirves para nada, solo haces daño a la gente, tienes que marcharte. Cuando sale ese pensamiento mi vida no vale nada; al final es tal el agotamiento de sufrir, que por no sufrir más… Lo dices y la gente se escandaliza, pero es así. Luego también viene el pensamiento de Sandra, no lo hagas, tienes que hacer cosas aquí, todavía no puedes marcharte”.
“Cuando he tenido intentos de suicidio no se me ha ocurrido culpar a otra persona, como hacía mi madre. Bueno, eso ahora, porque durante tiempo era de culpar a todo el mundo, estaba muy a malas con el género humano. Puedo ser cruel y digo de todo, por culpa de estas actitudes he perdido muchas personas y oportunidades”.
“He llorado muchísimo, siempre estoy llorando, pero en mi vida también hay cosas bonitas, aunque no lo parezca. Quiero que se vea que no soy solo dolor, aunque sin dolor no sería la que te está hablando ahora. Quiero una oportunidad para demostrar que valgo, no quiero que se me regale nada. Quiero trabajar, he trabajado de todo, desde en un banco hasta cuidando ancianos o limpiando colegios. Te dicen que te esfuerces, pero no es fácil. Trabajando de teleoperadora llegaba a casa todos los días y crisis, y llegaba la ira. Pasaba ocho horas hablando con gente y no puedo, se me desencadenaban crisis que no podía sostener”.
“En 2012 solicité el salario social y después el ingreso mínimo vital. Estoy cobrando esa pequeña ayuda y pago las cosas básicas. Al mes tengo 450 euros del salario social y 220 del ingreso mínimo vital. Ahora tengo la suerte de que mi pareja me ayuda en todo, también económicamente, si no fuera por él… Pero no me gusta depender de nadie. Me gustaría trabajar de fotógrafa, he hecho un par de proyectos que me han gustado mucho, uno sobre la resiliencia de la mujer con discapacidad y otro para visibilizar el maltrato y abandono animal. Mi máxima ilusión es ayudar a otras personas uniendo fotografía y animales, acompañar a personas que lo han pasado mal. Para mí los animales son muy importantes”, dice con una sonrisa que no le cabe en la cara, “y la fotografía también, me ha ayudado mucho”.
“El tema del dinero es un problema también para la terapia. Tengo muy claro que necesito EMDR, una terapia para el trauma complejo, pero es un pastizal, 70 pavos la sesión. ¡Pero dónde van! Espera… que me está entrando la ira… es mejor reír”, dice con las manos en la cara mientras respira y trata de relajarse. “No digo que regalen su trabajo pero cada vez hay más gente que no tiene medios económicos para acceder a las terapias que necesita. Aún me siento culpable porque cuando tenía pasta pagaba y no me quejaba. Estaba tan desesperada que solo quería ir a la psicóloga. Funcionan a golpe de talonario y no puede ser, juegan con nuestras cabezas. El pensamiento suicida es tan fácil como coger las pastillas y marcharte. Es frío decir esto pero es así. Te dicen pide ayuda, sí, pero solo la pides cuando se paga… Qué injusto es, qué frustración”.
“El no sentirme comprendida, el no entender yo… Desde pequeña leía libros de psicología para tratar de entender lo que le pasaba a mi madre y luego a mí. Antes era muy de estar a la defensiva y ahora la desesperación me ha llevado a hacer lo que no había hecho nunca: abrirme, buscar una red de apoyo y siento que es el camino correcto, no el de comérmelo todo y encabronarme con el mundo. Me he sentido comprendida por primera vez, sobre todo en redes de mujeres. Cuando sientes que te creen es una liberación, una alegría, es maravilloso. Me siento superbién cuando siento que importo a las personas. Que te escuchen con empatía y sin juzgar es tan importante”.
“No quiero condescendencia, no quiero lástima, no pasa nada, la vida es así. Alégrate por mí de ver hasta donde he llegado, soy una superviviente”, dice con una sonrisa. “Ahora me pregunto, ¿afronto la vida con ilusión, con esperanza? Sí y no. La afronto como una mierda pero con mucha ilusión”.
Suscríbete gratis y recibirás en tu correo cada nueva historia! Todavía hay muchas personas a las que conocer
Dejar una respuesta