“Yo no creo que lo haya superado. Nunca dije hasta aquí”, dice mientras se ríe con un gesto de es lo que hay. “Soy consciente de que es malo, insalubre, de que hace daño a mi familia, pero el enganche siempre está ahí. Al menos en mi caso”.
María tiene 41 años, es de Toledo y vive en Madrid. No quiere dar sus apellidos ni que se le reconozca en las fotos. “Nunca me he escondido de hablar de mis problemas a no ser que vea que me van a tachar de loca o que me van a discriminar. Yo creo que la gente tiene muchos prejuicios. Cuéntale tú a una persona que eres adicta al vómito…”.
María es bajita y muy musculosa. Vino de Toledo a Madrid porque “el Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) se me fue de las manos y no había unidad en Toledo, así que tuvimos que venir aquí para tratarme. Tenía riesgo de desnutrición bastante alto”.
Anorexia, así empezó todo
“Los Trastornos de la Conducta Alimentaria te trastornan la realidad, tu forma de relacionarte y la relación para siempre con la comida. La gente tiene muy estigmatizados los Trastornos de la Conducta Alimentaria, que son de población infanto-juvenil y que son por tontería. Y yo te digo que a mi edad, a día de hoy, mi relación con la comida no es la misma que pueda tener el resto de la gente. Para mí la comida es una necesidad y es mi peor enemiga. Necesitamos comer para vivir y eso se puede convertir en tu peor enemigo e incluso en un arma para autolesionarte, autocastigarte, y que sea así con 41 años”.
“Con la anorexia empecé de niña pequeña, a los 13 años. Me decían que estaba gordita y cosas así. Me acuerdo del día cuando empezó y de con quien estaba. Estábamos en la piscina y yo era la pequeñita. Me señalaron las amigas de mi hermana y dijeron que tenía celulitis y yo ni sabía lo que era. Y me fui corriendo a casa. Y desde entonces empecé a obsesionarme. Empecé a hacer pequeñas restricciones. Al principio era algo saludable, me quitaba el pan, el azúcar. Porque una anorexia no viene de la noche a la mañana. Amplías conocimientos de forma descontrolada de la alimentación y con 13 años qué conocimientos vas a tener”.
María recuerda que en su proceso de adelgazamiento veía refuerzos positivos en todas partes, lo que “te trastorna más. Me cogía la muñeca –con los dedos la rodeaba para ver cuánto medía– y decía: estoy más delgadita. Tengo frío, eso es que pierdo grasa. Todo era positivo. Qué mareíllo, eso es que he comido poco y voy a adelgazar”.
Al principio estos refuerzos positivos venían también del exterior. “Qué guapa, me decían”. Pero siguió y siguió perdiendo peso y entonces María se quedó sin esos mensajes positivos que le llegaban de fuera. “Te empiezan a decir que estás muy delgada. Y yo pensaba: ahora que estoy como yo quiero me dicen que estoy muy al límite. La gente lo ve pero tú no, tienes tu dismorfia y quieres más. Primero te dicen lo bien que lo estás haciendo porque estás perdiendo peso y luego te dicen que mal, y piensas que es un complot de la gente, que la gente no me quiere, que quiere que esté gorda”.
Dismorfia y sentir que todo engorda
Debido a la dismorfia “el reflejo que ves tuyo en el espejo, lo que percibes, es que estás muy gordo. Siempre quieres adelgazar más. Yo no era capaz de verlo en mí, lo veía en las demás, pero en mí no. Iba a terapia, veía a otras chicas anoréxicas y en ellas lo veía, pero en mí no”.
María cree que favoreció a su dismorfia ser sinestésica. La sinestesia hace que María vea colores en la música, en los ruidos, en las vibraciones. “Cuando eres pequeña crees que todo el mundo lo tiene, lo ves normal. Luego te das cuenta de que es una característica peculiar tuya y que poquita gente tiene, porque tú ves la música. Hay veces que decía: pon esa canción que es como de color azul. Y la gente me decía: ¿cómo? Y yo la tarareaba. Cuando te das cuenta de tu diferencia me quedé extrañada. Si tu camiseta es roja –dice señalando mi camiseta– y todo el mundo la ve roja, menos los daltónicos, yo pensaba que si yo percibía los colores en la música, pues tienes que verlos tú también”. Ya asumida su condición, también tiende a ocultar que es sinestésica. “Yo digo que veo la vida en colores y la gente piensa que estás tronada”.
Un psiquiatra forense fue quien le dijo que era sinestésica, pero para entonces María ya llevaba años teniendo Trastornos de la Conducta Alimentaria. Y es aquí donde María hace la conexión entre su sinestesia y su dismorfia. Si ella siempre se creyó los colores que veía y ve, por qué no iba a creer que fuera igualmente cierta la imagen de gordura que le devolvía continuamente el espejo. La diferencia con la sinestesia es que la imagen que le devolvía el espejo era falsa. “La sinestesia me jugó una mala pasada, jugó en mi contra porque yo a otras anoréxicas las veía, pero a mí no. Estoy enorme, estoy gorda y la gente me dice que estoy en los huesos”, pensaba. “Pero yo me creo lo que mis ojos ven”. Y sus ojos veían que estaba gorda.
A la dismorfia se unió que María sentía que muchas cosas que la rodeaban engordaban. Si estaba en el metro y le daba un mareo por lo poco que había comido, era incapaz de sentarse en el asiento que hubiera dejado libre una persona gorda porque creía que si se sentaba allí, se le pegaría su gordura. “Pasas por un bar, cafetería, pastelería y piensas que solo por oler puedes engordar. No te pones cremas al salir de la ducha porque piensas que tu piel se las va a quedar y vas a engordar. Y esas cosas me han pasado con bastante grado de madurez, no solo de niña”.
De anorexia a bulimia y vigorexia
“Yo pasé por una bulimia porque tenía mucha hambre, mi cuerpo se venía abajo y tenía que rendir, estaba en el colegio. Empecé a vomitar. Iba a casa de mis tías al salir del colegio, comía allí, vomitaba y esa era la comida del día. Tenía normas, rituales, un Trastorno de la Conducta Alimentaria te trastorna todo”.
–¿Qué rituales?
–Memorizaba las capas que echaba en mi estómago de comida y al vomitar decía: ahora los Doritos. Es muy escatológico, pero es así. Cuando te das un atracón, la comida sale por capas en el vómito, no es como cuando comes normal que sale compacta.
María tenía 17 años cuando vino a Madrid a hacer terapia. “Cuatro años después de haber empezado todo”. Por aquel entonces María era tatuadora y se gastaba todo lo que ganaba en “comer y vomitar”. Fue entonces cuando el psiquiatra le dijo que tenía adicción al vómito. “Para mí la comida ensuciaba mi cuerpo y vomitando sentía que me limpiaba”.
El proceso terapéutico desde que llegó a Madrid ha sido “para mí un camino muy largo”. Pasó por depresiones y años después por dos cánceres. Pero volvamos a los Trastornos de la Conducta Alimentaria, la vida de María cambió cuando conoció a la que sería su preparadora física. “Ella me enseñó la realidad de lo que es mi dismorfia. Tras superarla fui consciente de que tenía un trastorno. Mi entrenadora me dijo que puedo tener el cuerpo que quiera y comprobé que podía”. De la mano de su entrenadora aterrizó en el mundo del fitness que la ha ayudado muchísimo, según cuenta. “Siempre había hecho deporte. Soy una persona muy competitiva. He hecho kárate, natación, rugby, lo que me echaran. Eso desde que era chica. Mi entrenadora me animó y me dijo que para salir de esta por qué no competía en culturismo”.
María aceptó el reto del culturismo. “Y como soy persona de fácil obsesión” pasó de haber pesado 37 kilos a 94 para un campeonato. María entones tenía vigorexia. En el último campeonato al que asistió empezó a pensar: “Jolines, cómo me estoy poniendo de grande y fue cuando me di cuenta. Me puse demasiado fuerte. De la vigorexia salí con las herramientas que tenía. Pude reconducirme, tener yo el control. Me gusta el fitness como terapia, como disciplina deportiva. Me ha dado la llave para tener el control y el dominio del cuerpo que yo he querido. La terapia psicológica no”, y suelta una carcajada.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria en la vida adulta
“Lo que no controlo es mi cabeza cuando piensa y tienes cargo de conciencia. Durante la semana me cuido y llega el finde y te tomas dos o tres cervecitas con sus tapas y otro día una pizza. Me como mucho mucho mucho la cabeza con eso. La adicción al vómito la tengo más controlada. Tengo ganas de entrar en esa dinámica pero sé que me puede destruir. Porque a mí sí me gusta vomitar. No sé qué le puede enganchar a un alcohólico porque el alcohol es asqueroso y el vómito también. Yo tengo las ganas, o cuando tengo una mala época, de volver a engancharme a vomitar. Procuro mantenerme con el pie en la realidad porque la dismorfia la superé”.
Ahora María está opositando. Para ganarse la vida “entreno a gente a nivel profesional y preparo dietas. Hice nutrición y dietética deportiva. Esto ha sido una evolución del Trastorno de la Conducta Alimentaria, aquello empezó a mutar”. Así pues, María vive de su cuerpo. “Mi imagen es mi tarjeta de visita, mi imagen vende mi trabajo. ¿Irías con un preparador goooordo?”, y se le llena la boca diciendo gordo. “Tengo que mantener mi peso”. María defiende que sus clientes la contratan para mejorar su bienestar, tarea a la que ella se encomienda. Aquí entra el tema del sobrepeso, entre otros muchos. “No creo que una mujer gorda se vea bien, ni que sea saludable”.
María pertenece a un colectivo muy invisibilizado. Las cifras y documentación sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria se refieren a adolescentes o jóvenes. Como si los TAC desaparecieran por arte de magia al llegar a la vida adulta.
TCA: el miedo sigue ahí
María tiene un perro bulldog llamado Tomás que pesa casi lo mismo que ella llegó a pesar en su momento más crítico, algo menos de 40 kilos. Poco a poco fue cogiendo peso gracias a su nueva vida. “Empecé a comer poco a poco y en el fitness. Cuando superé la dismorfia me preguntaba cómo he llegado aquí. Pero sigues teniendo el miedo a volver al punto de partida. Las obsesiones se quedan ahí. El miedo de volverte a ver gorda”.
“Volver a comer fue con miedo y me da mucho miedo la comida. Ahora procuro no pensar lo que peso porque me da miedo, hace mucho que no me peso, no quiero saberlo. Tengo miedo de estar gorda. Temor. Mucho, mucho miedo. Ya no creo que vaya a engordar por echarme crema, pero sí que tengo miedo”.
María tiene un “patrón, una dieta base. Y según me vea en el espejo –en el salón hay dos–, y según lo que haya hecho el día anterior –de ejercicio–, como una cosa u otra. Y por la noche siempre hago recuento de todo lo que he comido. Y ya te digo que si he comido menos de lo que pensaba, me da hasta cierto gustirrinín. Estás pendiente en todo momento de lo que comes, la hora en la que comes. Mis dietas, mis entrenos. Me vigilo mucho a mí misma. Voy a seguir contando calorías, programando las comidas que voy a hacer. Lo llevo, lo puedo llevar, pero ha pasado el tiempo y sigo teniendo miedo. La diferencia es que antes tenía dismorfia y ahora no, y que ahora tengo herramientas”.
María confiesa que todavía hay veces que hace “recortes que son bastante inasumibles”, además de prácticas como tomarse una tableta de laxantes. “Eso hoy todavía lo hago si me excedo”. Y cuando se pasa un fin de semana, “te das el atracón y luego vomitas. Lo preparas, claro, porque lo haces todo con premeditación y alevosía”.
María dice que es algo que va a acompañarla toda la vida y que ha llegado a normalizar. “Lo único el miedo a engordar. Yo no quiero ser gorda”.
–¿Has disfrutado alguna vez de la comida?
–Sí, en cada atracón he llegado a disfrutar de la comida –y suelta una carcajada–. Yo me he ido de bufé libre y me han echado. Soy una gooorda. Dentro de mí hay una gooorda.
–¿No crees que se puede superar con terapia?
–Con terapia no me lo creo, en mi caso no.
Tolerancia cero para los demás
María es madre de una adolescente. “Con mi hija hablo de esto. Ella sabe lo mío, hablamos de ello. Aquí no entran guarradas, yo la quiero sana. La obligo a comer sus cinco comidas. Y con ella hago lo que conmigo no haría porque yo todavía tengo ese miedo, esa fobia. Consejos vendo que para mí no tengo. A ella también le cuento las calorías que le doy. Todo lo que come es muy dietético pero con contudencia. Con la niña es justo lo contrario que conmigo, ¿le habré dado de cenar suficiente?”.
–¿Qué pasaría si tu hija llegara a tener Trastornos de la Conducta Alimentaria?
–Uf, se me cae el mundo encima de pensar que mi hija vomite. Nunca he vomitado ni me he dado un atracón delante de la niña.
María enseña a su hija donde no tiene que llegar y para eso le pone vídeos sobre anorexia y bulimia. Es muy crítica con todo el contenido que hay en internet que promueve los Trastornos de la Conducta Alimentaria. “La cantidad de páginas de fácil acceso que hay de piradas como yo. No te las voy a decir porque no quiero ni que se conozcan. Una persona se retroalimenta de esto”.
María me enseña un canal de YouTube. La protagonista es una youtuber de una delgadez extrema. Sus vídeos tienen millones de visualizaciones. “¿Y por qué nadie prohíbe estos vídeos? La sociedad fomenta mucho los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Hay una falta de educación nutricional. Hoy comemos mal y cosas que no son buenas como la bollería industrial. También está lo de las influencers, la obsesión con ser delgada, las tallas de las tiendas. Ahora todo es fama, dinero, hedonismo, consumismo, materialista. Es muy peligroso. La industria de la moda, en los desfiles seguimos buscando ese ideal incompatible con la vida. Yo creo, y a lo mejor te parece tremendo, que hay que tener tolerancia cero a exigir una talla para ser azafata o para desfilar. Está bien tener un canon de cuerpo, pero que sea real. Todo lo que implique un sufrimiento, no”.
María dice nuevamente que la sociedad trata los Trastornos de la Conducta Alimentaria como si fueran tonterías. “Lo mío ha sido muy severo. En una adicción a una droga no la necesitas para vivir, pero es que la comida es un aliado necesario para vivir y tu peor enemigo”.
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