“El silencio para mí… ¡y yo qué sé!”, dice encogiéndose de hombros y riéndose. “Como no he oído nunca. Tú me dices que en este bar hay ruido y yo te digo ¿ah, sí? Una de las ventajas que tenemos”, dice con una carcajada. “No oigo, mi lenguaje es visual. Vosotros buscáis el silencio y a nosotros nos da igual”.
Tiene una voz aguda. En ocasiones su manera de entornar, vocalizar y las pausas que hace no encajan en lo normativo. “Soy sorda profunda de nacimiento, sorda total. No me oigo hablar. Solo sé que mi voz es nasal porque todo el mundo lo dice. Con esta voz la gente me dice que si soy extranjera, no se plantean que sea sorda. La voz de una persona sorda es diferente”.
“Soy Marisol”, dice mientras hace en lengua de signos su seña identificativa, su nombre: coloca la mano en la frente como si mirara al horizonte y no quisiera que el sol la molestara.
“Bueno, soy María Soledad, pero no me va lo de la soledad”, dice riéndose. “Marisol Serna, 73 años. A mi padre lo destinaron como maestro a un pueblo de Burgos y nací allí”.
“Somos seis hermanos y cuando nací yo pensaban que estaba un poco así”, dice señalándose con el índice la frente como si estuviera loca. “Era una niña muy movida y me dieron pastillas para atontarme. En aquellos tiempos no había tiendas en el pueblo y venía un camión para poder comprar la comida. Uno de los del camión tenía hijos sordos y le dijo a mi padre, tu hija es sorda”.
Junto a nosotras está Reme, amiga de Marisol y hoy también su intérprete. Está aquí para signar por si en algún momento yo no entiendo a Marisol o ella no me entiende a mí. “Con oyentes hablo y con sordos utilizo la lengua de signos. Hablar como estoy hablando contigo sí, pero en grupo no, gracias”, explica Marisol.
Como persona sorda acostumbrada a moverse dentro de la comunidad sorda, cada vez que me va a hablar, Marisol me toca el brazo para avisarme y llamar mi atención.
Aprender a hablar siendo sorda
“Después de hablar con el del camión, mi padre pidió información para venir a Madrid. Me vieron aquí con los aparatos que había en aquellos tiempos, tipo trompetilla”, dice riéndose y llevándose la mano a la oreja simulando una trompetilla.
“En el pueblo iba a la escuela como una más y aunque se reían me daba igual. Siempre he tenido la autoestima bien puesta”, dice con una carcajada. “Ya leía los labios de pequeña, era mi herramienta”.
“Tuve mucha suerte, me mandaron interna a un colegio de oyentes de Zaragoza. Tenía una tía monja que era la jefa y le dijo a mi padre tú trae a la niña. Allí fue trabajar, trabajar, trabajar. Las monjas me ponían en primera fila en todas las clases, si no lo entendía me lo explicaban y me daban clases particulares. Soy una mujer muy trabajada. Luego mi padre me enseñó a hablar”.
Marisol me enseña cómo aprendió a hablar. Coloca su mano izquierda en su cuello, sobre su nuez. Su mano derecha la coloca sobre mi nuez. Yo digo una palabra o una letra y ella tiene que repetirlas y hacer coincidir en su cuello las vibraciones, el movimiento, que siente en el mío.
“Después de enseñarme a hablar, mi padre se hizo profesor de sordomudos, que es como se decía entonces. En casa somos seis hermanos y después de mí nacieron tres sordos más. Tengo muchísima suerte porque en mi casa éramos cuatro sordos y cuatro oyentes. En el comedor se ponían a la derecha los oyentes y a la izquierda los sordos. Yo me ponía en medio, era la mediadora. Si se reían los oyentes, los sordos me preguntaban de qué se ríen, y yo les contaba. Y lo mismo al revés, cuando los oyentes me preguntaban de qué hablaban los sordos. Así no se producía el síndrome de comedor, que es cuando todos los que te rodean son oyentes y están comiendo y hablando a la vez. Cuando eso pasa el sordo se queda solo, es un momento de aislamiento total. Por eso es mejor que haya sordos y oyentes para que no se sientan tan solos en las comidas familiares”.
“La privación lingüística es información que te pierdes y es una forma de maltratar y de violencia. Dentro de mi familia mis hermanos han tenido mucha suerte de ser yo la mediadora y no lo digo por presumir”, dice con una sonrisa.
“Ahora mismo en mi vida lo que más hay son sordos, pero si no practico hablar, voy perdiendo vocabulario. Si solo me relaciono con la comunidad sorda, pierdo vocabulario. Hasta los 20 años en mi vida había oyentes. Entonces vine a la universidad a estudiar Magisterio y ya en Madrid empecé a hacer más vida con sordos. Ah, se me olvidaba, cuando estudié Magisterio y quise hacer las prácticas en un colegio específico de sordos, me dijeron que no porque una persona con un defecto físico no podía hacer las prácticas. Me permitieron estar de cuidadora y dije que no, ¡a tomar por culo!”, dice con una carcajada.
Barreras cuando eres sorda
“La mayoría de los sordos no pueden ir a la universidad porque no son accesibles cien por cien. Tampoco hay intérpretes en los colegios, ni en hospitales o administraciones públicas. También estaría bien poder tener intérpretes para ir a una boda o a un bautizo. La vida sería más fácil si TODO fuera accesible”.
“Yo primero aviso y le digo a la gente soy sorda. Ese es siempre el primer paso. Ahora mismo estamos en mi barrio: La Elipa. Aquí todo el mundo me conoce y me vocaliza cuando habla. Aun así hay barreras todos los días. Por ejemplo, la lavadora se estropea y a quién llamo si yo no oigo. Lo tengo que hacer a través de mi hijo, que llame él. Soy muy muy muy independiente y me violenta muchísimo pedirlo. Otra cosa, los subtítulos en la televisión son una mierda. Yo leo los labios del presentador y veo que no coincide con lo que ponen los subtítulos o los ponen tarde o no terminan. Eso me cabrea mucho”.
“Luego hay gente que no entiende lo que es ser una persona sorda y te asocian a retrasado. Estoy acostumbrada desde pequeñita. Lo comprendo, sé porqué actúas así, hay mucha falta de información de los oyentes hacia los sordos y viceversa. Los oyentes no saben nada de nuestro mundo, los primeros que tenemos que sensibilizar somos nosotros”.
“Y claro que limita, no puedo ir a un concierto o al teatro. Antes había teatro en la tele: Estudio 1. Primero leía el libro, por ejemplo La vida es sueño de Calderón de la Barca, y luego veía la obra de teatro. Me acuerdo también de que las películas de El padrino no estaban subtituladas y como me había leído el libro, cuando fui al cine con mis hermanos les hice de intérprete”.
Compromiso con la comunidad sorda
“Soy profesora de lengua de signos. Tengo vocación, mi padre ha sido una referencia para mí. Él daba clases a niñas sordas que ahora son profesionales, así que tengo un compromiso muy grande. Siempre digo que soy una privilegiada, una privilegiada dentro de la comunidad sorda, cuidado”, dice con una sonrisa. “He tenido acceso a la universidad, estuve en el colegio de mi tía y dentro de la familia mis padres conmigo. Yo también he respondido. A mí no me ven como persona sorda, me ven como una persona rara que habla muy bien. Los sordos pueden hablar como yo, no tenemos dañadas las cuerdas vocales, no somos mudos, pero no han tenido las mismas oportunidades que yo”.
“A mis alumnos oyentes les digo que lo más importante no son los signos, es cambiar el chip de oyente, hay que tener el chip de sordo, entender la psicología de la persona sorda”.
“Fui presidenta del Centro Altatorre de Personas Sordas de Madrid. Allí trabajábamos con la comunidad sorda haciendo teatro, eventos culturales y creamos una comisión de la mujer sorda. Hicimos el primer congreso de mujeres sordas en 2012. Las mujeres estábamos marginadas, no se sentían valoradas. Mujeres maltratadas y doblemente maltratadas por su condición de sordas, las había que ni sabían que se podían divorciar. Fue un éxito. Algunos sordos me decían eres una feminista y yo ¡y qué, y qué! Me preocupa mucho la comunidad sorda, no tienen acceso a muchas cosas. La salud mental, por ejemplo, hay dos o tres psicólogos especializados en salud mental para personas sordas”.
“No me siento diferente. A ti te molesta el ruido, pues lo siento”, me dice sonriendo. “Por cierto, he aprendido los ruidos viendo dibujos porque yo si no lo leo, no me entero”.
“Ahora ya estoy jubilada, pero he trabajado en una empresa norteamericana que se llamaba NCR y me lo pasé muy bien. Allí era la muda que habla… Nos iban a cambiar a otra planta y vi el plano con nuestros nombres puestos en los nuevos sitios donde nos sentaríamos. Aquí Fernando, allí Juan y veo la muda. Y yo ¡cómo que la muda! Entonces me compré una identificación bien grande que ponía Marisol y me la puse en el pecho. Ya sé que te llamas Marisol, me decían. Pues eso, soy Marisol y no la muda que habla. Se quedaron cortados. Tengo muchas anécdotas”, dice con cara de como te puedes imaginar. “Si me dicen la muda por ignorancia, lo puedo entender, pero si lo dicen por fastidiar, me molesta”.
Una minoría sociocultural y lingüística
“En casa los sordos hacemos mucho ruido porque no oímos”, dice riéndose. “Pla, pla, pla, silla, plato, pisadas… Tengo una luz de avisador para cuando llaman al timbre y el despertador es de luz también”.
“La música me gusta mucho, la siento, me la imagino en mi cabeza. Por ejemplo, Rozalén con lengua de signos. He leído mucho y entiendo, por eso te digo que soy una privilegiada. Sé el ritmo de canciones y las puedo cantar”, dice mientras me canta un villancico. “Mamá canta canciones a su manera, dicen mis hijos. Me gusta mucho cantar”.
“Estoy separada, tengo tres hijos y cuatro nietas. Todos oyentes salvo mi ex. Vivo con mi hijo hasta que me muera. Quiero que se vaya pero él no quiere. Soy muy independiente y reivindico mi espacio, y mi hijo respeta muchísimo esos espacios. Tengo mucho amor en mi familia, en mis hijos”.
“Me hubiera gustado oír cómo hablan mis hijos, su voz. Y oír a Rozalén o a Vanesa Martín, la música. El mar no me llama la atención, pero sí la opera, que la gente se emocione tanto. Escuchar, por ejemplo, a Maria Callas cantar O mio babbino caro”.
“Echo la vista atrás y digo cuánto he recorrido en el mundo oyente y en el sordo. Ahora me llega la tranquilidad, aunque siga siendo profesora y siga trabajando para las personas sordas. Doy clases a niños sordos: una niña de guinea ecuatorial, uno ecuatoriano y otro rumano. Estoy enseñando también lengua de signos a mis nietas y muy bien”.
“Soy feliz dentro de lo que cabe, son momentos. No espero algo mejor de la vida, por qué voy a esperar. Sueño con irme de este mundo y dejar a mis hijos bien. Necesito vivir en paz. Me preocupa cuando tenga alzhéimer o demencia, quiero la eutanasia. Si no soy yo, para qué”.
“La mayoría no se va a adaptar a una minoría, eso me lo dijo mi padre y se me quedó ahí grabado”, dice sonriendo mientras se señala la cabeza. “No luches, diviértete. Nací sorda, para qué me voy a hacer preguntas tipo por qué me ha tocado a mí, ¿para comerme el coco? He nacido sorda y me adapto a esa situación. Yo me acepto. Pertenezco a una minoría sociocultural y lingüística. No me siento discapacitada, pero esto la gente no lo entiende. Los sordos tenemos una identidad, una cultura, pertenecemos a una comunidad”.
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