Tu Desquiciada Favorita nació en los noventa en Castilla. “Permanezco en el anonimato por el estigma que todavía existe unido a la salud mental. Pienso en mi carrera profesional, mi nombre real aparece en internet y no quiero que quien lo vea lo primero que diga sea está loca. Tampoco quiero dar mi nombre porque he sido víctima de violencia de género y el caso todavía está por resolver, hay un proceso judicial abierto”.
“Tu Desquiciada Favorita es un seudónimo que utilizo en redes sociales y para firmar el libro que he escrito: Alguien voló sobre la 11 norte, 33 días y 500 noches en un psiquiátrico. Para mí el humor es la forma de sobrevivir. Si no me río de lo que me pasa estaría hundida. Y aun así te hundes, pero hay que tomarse la vida con gracia para soportar ciertas cosas”.
Violencia de género: maltrato continuado de tu padre
“Yo soy paciente de salud mental porque soy víctima de violencia de género, si no, no lo sería, o sí, pero en mi caso son estas las circunstancias de mi diagnóstico. Toda mi historia clínica se reduce a un maltrato continuado en el tiempo por parte de mi padre”.
“Hablamos de un hombre elegante, con don de gentes, cariñoso, con buena posición, esa persona que siempre saluda…”, dice con una risa triste evocando ese testimonio repetido hasta la saciedad del vecino o la vecina que afirma que no sospechaba nada del maltratador porque siempre saludaba…“Y luego la otra cara. ¿Cómo va a hacer eso una persona así? Pues lo hace. Esa persona que siempre saludaba…”.
“Ha sido violencia vicaria, física, económica, psicológica, menos sexual, todas. Hasta que no vea muerta a tu madre, no voy a parar, me decía. Me hablaba mal de ella: la puta de tu madre se ha acostado con no sé quién. Y era mentira, pero lo repetía muchas veces y te lo acabas creyendo”.
“Cuando tenía 17 años hubo un pico de violencia, a mí no me había pegado antes. Me dio una paliza y mi madre me llevó al médico. A mi padre le pusieron una orden de alejamiento que no cumplió”.
“Mi madre se separó hace tiempo, pero no fue hasta hace un par de años que hemos sido conscientes de que somos víctimas de violencia de género y es tremendo eso. No nos dábamos cuenta porque son situaciones que has normalizado. Fue a partir de ver casos igual que el mío en el telediario, los periódicos… Ahora oigo a Rocío Carrasco y estoy viendo a mi madre, es terroríficamente el mismo patrón. Es muy fuerte darte cuenta. La víctima de la violencia de género no es solo la mujer a la que han matado, hay muchas, somos muchísimas más de lo que parece”.
“A día de hoy no lo vemos pero sabe cómo manifestarse. Seguimos sufriendo abusos y maltrato psicológico por su parte”.
“He reflexionado mucho sobre mi vida y es muy dañino ese pensamiento de que la familia es lo primero, por eso cuesta mucho decir no. No tiene que ser lo primero cuando no se corresponde. Ahora estoy rompiendo el lazo afectivo con él, es difícil, en mi cabeza sigue sonando es tu padre”.
La Organización Mundial de la Salud reconoce que la violencia tiene efectos inmediatos sobre la salud de la mujer y que las consecuencias, entre ellas las mentales, pueden persistir mucho tiempo después de que haya cesado la violencia. El 016 es el teléfono de atención a víctimas de violencia de género en España.
El trastorno ansioso depresivo
“Mi etiqueta en salud mental es trastorno ansioso depresivo. Tengo ansiedad y depresión, que parecen términos contradictorios. La ansiedad no es estar de los nervios. La ansiedad en mi caso es comerte las uñas hasta hacerte sangre, que se te caiga el pelo, no poder dormir por las noches, que se te cierre el estómago y no poder comer, tener la cabeza a tope. Y la depresión no es estar todo el día llorando. Yo tengo mucha gracia, me río de mí misma y tengo depresión. La depresión es no poder levantarte de la cama para hacer lo más básico como puede ser comer o ir al baño. También es no tener ganas de hacer algo que te gusta: pasear, tomar algo, ver una serie”.
“Llevo casi media vida tomando antidepresivos y ansiolóticos, y en tratamiento psicológico y psiquiátrico. A mí no me gusta la medicación pero la necesito, sin mi medicación estaría perdida, estaría todo el día metida en la cama”.
“Mi psiquiatra actual me receta la medicación contando con mi opinión. Antes de ella yo pensaba que todo esto consistía en medicar, medicar, medicar. Hasta que no llegó ella yo no sabía lo que era una terapia y desde entonces me va mucho mejor. Y eso que yo me siento privilegiada porque como soy cliente fija –dice con una sonrisa–, a mí me ven cada mes en la Seguridad Social porque lo que no puede ser es la gente que pide cita hoy y se la dan para el año que viene”.
Ingreso en una unidad psiquiátrica
“Me he traído un boli para las fotos porque es de lo poco que me dejaron tener mientras estuve ingresada en la unidad psiquiátrica”.
“En la navidad de 2019 tuve un golpe muy fuerte de maltrato psicológico. Mi padre fue revisando diez años de sentencias judiciales porque está buscando desahuciarnos por segunda vez de una casa que está a nombre de mi padre y de mi madre. En aquel momento tuve ideaciones suicidas y fui al médico: por favor, no estoy bien, le dije, ajústame la medicación. Entonces me dijo que parara el carro, que no podía seguir así y me ofreció ingresar en la unidad psiquiátrica. Yo tenía mis prejuicios: no voy a ir a un sitio así, con los locos… Pero al día siguiente lo vi muy claro, vi lo que pasaría si no ingresaba, así que decidí ingresar voluntariamente. Mi ingreso fue voluntario y necesario”.
“Estuve ingresada 33 días y 500 noches en la unidad de psiquiatría del hospital. Lo de las 500 noches es porque se hacían más largas que los días. El tiempo allí pasa muuuuuuuuuuuy despacio porque no tienes nada que hacer y encima no tienes reloj. Al final acababa sabiendo más o menos la hora que era de mirar por la ventana, que vamos, ni los pastores… Me dieron el alta en febrero, poco antes de que empezara el confinamiento por la pandemia, así que a mí me cogió entrenada después de mi confinamiento en el hospital. Fue salir y otra vez encerrada”, cuenta riéndose.
“Entre mis actividades principales estaba mirar por la ventana, jugar al parchís con otros pacientes y hacer los cien metros lisos: andar, andar y andar por allí dentro hasta que pasasen las horas. Por eso tener papel y boli fue importante para mí porque escribir me libera mucho. Escribía mi día a día y de ahí salió mi libro, que me ha servido también como aprendizaje de mí misma”.
“Llegó un momento en que podía salir varias horas al día a la calle con mi madre o con amigos, pero el resto del tiempo no salías de la unidad psiquiátrica. Lo mejor y lo peor de allí fue el trato humano, fue fantástico y nefasto, las dos caras de la moneda. Cuando llegué tuve muy mala suerte y me tocó con una enfermera… Nada más ingresar me hizo perder mi dignidad, toqué fondo. Me arrinconó en mi habitación y me lanzó un desnúdate sin mirarme a la cara. Me quitó lo poco que había llevado, vació mi neceser, que yo llevaba una crema antiarrugas porque una es joven pero hay que empezar a cuidarse –dice sonriendo– y me dijo aquí no vienes a estar guapa… Me quitó todo, menos mi cepillo de dientes, y me dejó con un pijama de rayas que me quedaba grande. Luego descubrí que me había tocado la manzana podrida, que había personal sanitario maravilloso. Otras enfermeras te miran para hablarte, te tocan, te animan, te sonríen y te alegra solo verlas, te explican por qué te están quitando las cosas. Porque eso es importante, que te expliquen”.
“En todas partes hay cámaras menos en el baño, te sacas un moco y alguien te está viendo, me sentía como en un reality show vigilada las 24 horas del día. Y todo es tan espartano, que no es querer lujos pero ¿no es un poquito más agradable para una persona que precisamente no lo está pasando bien estar en otro ambiente? En salud mental se pueden mejorar muchas cosas, dicho por mí y por los propios sanitarios”.
“La vida era rutinaria y aburrida, todos los días los mismos horarios. Además de mirar por la ventana, escribir y los cien metros lisos, el aseo vigilado por las enfermeras –yo me lavaba el pelo todos los días con el champú que me daban porque sentía que lo único que quedó de mí era el pelo, yo no tenía ni brillo en los ojos, así que decidí cuidármelo–, comidas vigiladas por las enfermeras y el de seguridad, terapia con los psiquiatras… Y todo esto detrás de una puerta acorazada con un guarda de seguridad con un arma. Entre eso y las ventanas con rejas te sentías un poco en la cárcel”.
“Como allí dentro tienes tan poco estímulos vas desarrollando otros, tu cuerpo se hace primitivo, por así decirlo, porque no tienes más. Así que cuando a las nueve oía el chirrido del carrito que traía el desayuno me ponía a salivar como el perro de Pavlov”, recuerda con una sonrisa. “En cada comida te daban la medicación sin tú saber lo que te estaban dando. Yo preguntaba porque me gustaría saber qué me estoy tomando… A veces venía una terapeuta para hacer alguna actividad, no era obligatorio ir, pero oye, que una persona venga con una sonrisa a hacernos eso más agradable, pues yo iba”.
“Creo que estar encerrada no ayuda a sanar y no me gustaría volverme a ver en la situación de ingresar, pero si tengo que volver a pasar, pasaría porque a la larga me ayudó, aunque yo al salir no tenía la sensación de estar curada. Mi psiquiatra me dijo que este lugar era para descansar la cabeza y tardé 33 días, más de la media, en conseguir una estabilidad emocional”.
Doble incomprensión: salud mental y violencia de género
“Siento incomprensión tanto por la parte de salud mental como de violencia de género, y eso que a raíz de la pandemia parece que la gente tiene más consciencia de los temas de salud mental. Pero he vivido situaciones en el trabajo, por ejemplo, de compañeros que te dicen qué haces tomándote tantas pastillas con la edad que tienes… Yo no lo hago por gusto, es como el que tiene diabetes y se tiene que pinchar. Y la incomprensión en la violencia de género la siento cuando los hombres se sienten atacados porque acusas a un hombre de ser un maltratador. Me enveneno cuando escucho según qué cosas, incluso a amigos míos. Que te vengan con lo de las denuncias falsas, que yo no digo que no ocurran, pero yo he ido a denunciar y la policía me ha pedido pruebas. No sé qué se piensa la gente, esto no es tan fácil como ir a comisaría y poner una denuncia. Cuando denunciamos a mi padre la primera vez nos desahució de la casa, así que ¿qué es eso de que la madre se queda la casa? Mi madre se vio con una mano delante y otra detrás con 43 años y sin haber trabajado nunca porque se había dedicado a la crianza de sus hijos. ¿Qué es eso de que estamos pagadas por no sé qué chiringuito? Mi madre cobra 500 euros al mes. La que no duerme por las noches, la que pasa miedo, soy yo, no él”.
“También me molesta mucho que la gente me vea con compasión. No me gusta porque cuando te compadeces te pones en un plano superior y al otro lo pones en uno inferior cuando igual esa persona tiene más capacidades que tú. Me gustaría que la gente me viera como me ven los que no me conocen, como un torbellino de colores, que diría la otra”, dice riéndose.
“Nunca nadie me ha preguntado cómo me siento después de haber vivido todo esto, quién soy después de lo que me ha tocado vivir. Yo a mí misma me digo que soy una tía muy brava, me han educado así y me ha tocado ser así. Y lo que necesito es paz, tranquilidad. Tranquilidad de vivir y dormir tranquila”.
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Ana+E.+Hernandez
Terrible , brutal,como nos hemos dado una sociedad que no solo posibilita sini que permite esta destruccion de la persona.
Animo y adelante tu eres la que nos das ejemplo de fortaleza y buen hacer a las demas.
Yolanda
Este hecho demuestra que eres una persona fuerte y luchadora. Coincido contigo en que estar encerrada en un psiquiátrico no ayuda a nada a mejorar. Siempre digo que los maltratadores son los mayores enfermos mentales.
Como siempre digo de lo malo, nace algo positivo, y en tu caso ha sido escribir un libro. Muchas felicidades.
Un abrazo gigante!