“Soy Thimbo Samb y tengo 34 años. En realidad mi nombre es Thambo pero cuando llegué a España me lo cambiaron. No me di cuenta, yo llegué y no sabía decir en español ni hola ni buenos días. A todos los que llegamos nos pusieron un número y yo era el 20. De repente dijeron Thimbo, número 20, y yo no hice nada, como si no fuera conmigo. Hasta que un compañero me dijo eres tú, tú eres el 20”.
“Soy de Senegal, de Kayar, un pueblo de pescadores que tiene unos 30.000 habitantes. Mi familia vive de la pesca. Al llegar aquí me di cuenta de que soy negro. Había visto blancos antes pero yo no sabía esa diferencia y ahora lo tengo muy presente”.
“Cuando llegué en la patera –cayuco– me sentí satisfecho. Nos remolcaron a Tenerife y lo primero que vi fue las montañas, el puerto y me pareció tan bonito. Había mucha gente haciendo fotos a los que llegábamos pero a mí me daba igual, estaba más pendiente de estar aquí; pero sí me llama la atención porque pensaba que a la gente le encanta hacer fotos, a mi pueblo venían y también hacían fotos. Me llamó mucho la atención también el olor de blanco, para nosotros es como de perfume, algo agradable. Pensé: estoy en el país donde nacen los blancos, ya soy rico”, dice riéndose. “Joder, fue una sensación guay, pero después me esperaba lo peor”.
Le peli que te montas…
“Antes que hablar del viaje lo importante es saber por qué venimos. La pesca te puede dar para vivir pero para mí no es el trabajo que me hace feliz. Yo empecé a trabajar con 11 años pero lo único que me hacía feliz era actuar. Mi madre era actriz y me llevaba a los ensayos. Ella no ganaba pasta, ni yo tampoco, pero le gustaba. Empecé a hacer teatro con 7 años, cuando necesitaban a un niño me ponían a mí”, dice sonriendo. “Me gustaba que la gente me aplaudiera, sentirme querido en mi pueblo, que la gente te quiera hace que tengas confianza en ti mismo. Yo siempre he tenido mucho amor. Los seres humanos estamos como estamos porque estamos perdiendo el amor. Si no hay amor, no hay respeto y si no hay respeto, no hay esperanza”.
“Bueno, te iba a contar por qué salí: por el saqueo de recursos y por la presión de la familia. Chaval, no te imaginas cuántos peces veía cuando era niño, había un montón. Pero cada día hay menos, ahora ves barcos de China, de Europa, que vienen a faenar donde estamos nosotros, a llevarse nuestra pesca. Si me quedo, qué habrá de mi futuro. También está la familia, tengo un tío con una casa y un cochazo después de haber estado años trabajando aquí. Pero mi tío no nos contaba lo que implicaba eso”, Thimbo hace una pausa. De repente sonríe y dice: “¡Joder, hablo muy bien española ahora!”.
“En nuestros países solo tenemos lo bonito de España. Yo tenía claro que venía cuatro o cinco años y volvía a casa a invertir y trabajar desde mi tierra, pero cuando llegué aquí fue una decepción total. Venimos pero no sabemos como es la realidad aquí, nos falta información. Nada más llegar es como volver a nacer de nuevo: te cambian el nombre y te meten a la cárcel por ser negro, inmigrante y pobre”.
“Yo conozco gente que han muerto en las pateras. Todos quieren un futuro mejor, no salimos por gusto a la muerte, yo era un chaval y te haces una película: allí hay pasta, no hay pobreza, pero llegas y pum. Y yo no soy un buen ejemplo porque a mí me va bien ahora. Tardé nueve años en tener los papeles y en poder volver a casa. Me dije cuéntales la verdad, lo que yo he vivido, para que ellos puedan elegir, aunque a mis hermanos les suelo decir que no vengan, que estudien allí”.
Y la realidad que te encuentras
“De Canarias me mandaron a Madrid y de allí a Valencia. Yo he sido mantero. Vendía zapatillas, gafas, reloj, cinturones, esas cosas. La gente que venden en la calle lo hace por dignidad, pero yo no lo veo vida. Los comentarios que te hace la gente de por qué no os vais a vuestros países y luego la gente que venga a comprarte como pobrecito… a mí me sentaba mal. Y luego llega la policía y a correr”.
“Antes trabajé en el campo recogiendo naranjas. Gané 80 euros en una semana, me fui a un locutorio y me puse a llamar por teléfono a la familia”, dice con cara de felicidad. “Gasté todo, llevaba mucho tiempo sin llamar porque había estado tres meses viviendo en la calle”.
“Dormía en el río Turia. Vivir en la calle no es agradable, yo creo que nadie quiere eso. Nunca me imaginé así. Me acuerdo la primera noche que pasé entre cartones, boca arriba, con los ojos abiertos y lleno de lágrimas. Qué hago aquí. Pensé que no había otra salida. Europa es el sitio dorado, ¿esta va a ser mi vida? Podía ir a comisaría y decir oye, aquí estoy, y que me deportaran, pero no lo hice por la resistencia. Me alegro de no haberlo hecho, hoy en día he hecho muchísimas cosas así, por la resistencia”.
“En la calle abría contenedores para buscar algo de comer. Sentía mucha vergüenza pero el hambre supera a la vergüenza. Estaba muy solo, yo no hablaba nada, ni hola ni buenos días. Con que alguien viene a mi lado y me diga cómo estás… Yo no le dije entonces a mi familia que estaba en la calle. Un día fui al centro a ver a los manteros y nada más llegar pensé por qué corren… y me cogió la policía. Fue horrible, chaval, me pusieron esposas por primera vez en mi vida, yo eso era algo que veía en la tele. Y tengo grabada la imagen de la gente de la calle aplaudiendo”, dice con cara de tristeza mientras aplaude. “Claro que sí, somos diferentes, aquí somos los delincuentes, pensé. Estuve tres días en comisaría y me soltaron con una orden de expulsión. Volvía andando al río con los papeles de la orden de expulsión en la mano y me vio Andrea, una trabajadora social de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado). En CEAR me hicieron la pregunta que cambió mi vida: qué quieres ser. Algo tan sencillo, tan natural y antes nunca nadie me preguntó eso. Yo era pescador y me gusta el teatro, les dije, y justo tenían un grupo de teatro oprimido. Por primera vez me di cuenta de que hay algo que me gusta en este país, hay felicidad. Salí de allí con ganas de salir pa’lante”.
“Era la primera vez que me pasaba algo así porque nada más llegar aquí me metieron a la cárcel. Yo le digo cárcel al CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros). Estuve 18 días y fue durísimo. No sabía que en Europa había sitios así, en el primer mundo, como lo llama la gente de aquí. En el CIE nadie nos explica nada, hacía frío, vengo de un país de 40 grados y 14 aquí es frío que te cagas, y solo había agua fría para ducharse. Mi patera era 138 personas y todos al CIE. Recuerdo el olor de la comida. Ahora me gusta la tortilla pero en este momento no me gustaba nada, no estábamos acostumbrados y teníamos diarrea. Recuerdo ver imágenes de tristeza en la cara de las personas, desesperadas sin saber si serían deportados o no. Te despiertan con porrazos en la pared y todo el tiempo metiendo prisa: venga, vamos. Parece como que jugaran con nosotros. Allí no había vida”.
Mi viaje en patera
“Para mí contar el viaje en patera es como una terapia. Después de cuatro intentos arriesgándome la vida con 17 años, veo que venir en patera es una forma de protestar, de mandar un mensaje: mientras sigas saqueando nuestros recursos, seguiremos viniendo. Si las personas que murieran en el mar fueran blancos, la historia cambiaría”.
“El primer viaje fueron unos 800 euros. A los cuatro días la patera empezó a hundirse y tuvimos que volver. Por el segundo viaje pagué otra vez 800 euros, el dinero lo pone entre toda la familia. Otra vez entró agua y vuelta. Como los dos primeros viajes salieron mal, por el tercero y el cuarto no tuvimos que pagar más. El tercero fue el más duro y difícil, se empezó a meter muchísima agua, la gente empezó con alucinaciones, ha habido peleas, el barco se movía bastante entre gritos de vamos a morir todos. Pero logramos volver”.
“El cuarto viaje fueron nueve días hasta llegar a España. Teníamos comida, agua, estaba bien preparado. Dijimos no vamos a volver, llegamos o morimos. Yo era el sexto más pequeño, todos eran grandotes, negros muy negros y sudorosos”, dice riéndose. “Daba miedo y tristeza. Unas diez personas hicimos un vínculo superguay, nos cuidábamos entre nosotros, nos contábamos nuestros sueños. Contábamos chistes de lo que vivías allí. Y nos mantenía la vida. También cantábamos de esperanza, de tristeza. Cuando cantas parece que el barco iba tranquilo. Para mí lo más bonito eran los momentos de cantar, te sientes que estás vivo. Yo cantaba para sacudirme el miedo”.
“Yo elegí mi camino, esa es la puta verdad”.
“Lo más difícil es que la gente está muy junta y hace caca, pis, vómito, come, todo en el mismo sitio. Yo era pescador y me sabía mover por la patera, por eso podía ir a sitios más peligrosos para hacer mis cosas, pero hay gente que no sabía y en los nueve días no se movió. Hay algún momento desagradable porque hay mucho cansancio. En resumen, es duro, durísimo. Antes para mí un cayuco es tranquilidad, paz, desde que empecé a trabajar de pescador para mí el mar es algo muy seguro. Pero luego tengo que coger el cayuco y cruzar el charco y este mar sí daba miedo, no era el mar que conocía”.
2006 fue el año de lo que se bautizó como la crisis de los cayucos: 36.000 personas llegaron a las islas Canarias.
Los sueños de un migrante
Estamos en Madrid en el barrio de Lavapiés, concretamente en la Plaza Nelson Mandela. Thimbo es quien ha elegido el sitio. “Para mí es algo muy importante. Aquí vine cuando murió el compañero mantero Mame Mbaye y luego me mudé a Madrid porque me cogieron para la serie Antidisturbios. La manifestación de la serie fue aquí y todo estaba lleno de carteles con mi foto. Lloré cuando me cogieron en Antidisturbios por la serie y por lo que implicaba el personaje que, aunque sea ficcionado, habla de Mame Mbaye”.
“Soy actor, vivo de esto, está guay. Yo venía con un sueño pero no contaba con trabajar como actor. Ya no trabajo, si alguien hace lo que le gusta no es un trabajo. Ahora soy medio conocido, sobre todo entre la gente negra, me paran por la calle”.
“Algo cambió cuando empecé a ser feliz en este país, eso te hace motivarte. Estudié arte dramático. Me llamaron para un corto, luego otro, me dieron un premio a mejor actor en el Festival de Cine de Castilla-La Mancha. Luego me llamaron para El silencio del pantano, joder, una peli para Netflix y además me pagan”.
“Yo me defino como soñador. Cuando vine aquí mi sueño era conseguir un trabajo y hacer una casa para mi familia. Ya he construido en mi pueblo la casa –Thimbo me la enseña en el móvil–. Ese sueño está cumplido y mientras voy creciendo y teniendo sueños nuevos. Mi mayor sueño ahora es volver a casa y trabajar desde allí: venir aquí, hacer el trabajo y volverme, o venir de vacaciones a hacer el Camino de Santiago”, dice riéndose.
“Hay personas, incluso negros, que me dicen que no soy como los otros negros. Están muy equivocados, yo soy uno más. Solamente soy alguien que quiere ser feliz y que quiere dejar un legado a mis hijos –voy a ser padre dentro de poco– y a mi comunidad. Y quiero que la gente que venga en un futuro tenga referentes: si Thimbo lo pudo lograr, ellos también pueden. Solo soy alguien que tiene un sueño”.
“Ahora estoy con la compañía Teatro Sin Papeles a punto de estrenar en Madrid la obra El sueño es vida, yo soy el prota y narramos mi historia a través de la literatura española”.
Y de repente Thimbo empieza a recitar a Calderón de la Barca:
Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado,
y soñé en que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
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Juan Calderon
Me sonrió ,también me sollozo, que coraje y que vida transmites amigo. Ojalá pueda Conocerte. Sois un orgullo hermano.
Ahora vere tu actuación.
Dios te bendiga aún más.
Lucía
No puedo más que sentirme enormemente afortunada de haberme cruzado en el camino con esta gran persona y haber podido llegar a llamarle amigo. ¡Orgullo de amigo, Thimbo! Fdo.: una de tus grandes fans desde el minuto -1.
Isabel
Gran historia de supervivencia.
Te deseo lo mejor y desde Lanzarote te mando un beso enorme..
Marcia
Tu historia es inspiradora. Me alegra que tus sueños se estén cumpliendo 🙂
Me gusta mucho como lo expresas «Si no hay amor, no hay respeto y si no hay respeto, no hay esperanza”.