–¿Cuántas veces te han pegado?
–No sé, dos o tres veces al mes.
“Soy Ilia Pikula, tengo 40 años y soy de Ussuriisk (Rusia). Empecé a tener problemas porque soy gay”.
Empieza hablando en español pero se pasa rápido al inglés porque se siente más cómodo. Nuestro idioma todavía lo está aprendiendo. Cuando tenemos problemas con alguna palabra, el traductor de Google nos saca del aprieto.
“De niño tenía muñecas. Era amigo de las niñas. No me interesaban las cosas de chicos. Era muy femenino. En la pubertad me decían marica. La violencia empezó cuando tenía 10 años. Fue una costumbre hasta que decidí irme de Rusia con 32 años. Era muy difícil vivir allí”.
“Con 11 o 12 años empecé a pensar en que era gay”.
Ilia lleva tatuado en el cuello Born this way (nacido así), por la canción de Lady Gaga, junto con un símbolo de la paz. La canción le gusta y además le sirvió de apoyo en momentos difíciles.
Violencia en Rusia por ser gay
“Eran físicamente agresivos en la escuela. Me encerraban y me pegaban. Varios tipos me llevaban detrás del edificio a pegarme. Yo les decía que os jodan, este soy yo y esta es mi vida. Por otro lado, te hace alejarte, no confías en la gente, para mí las relaciones cercanas eran peligrosas. Tenía amigos de fiesta y ya, no una conexión real. Es bastante difícil tener una vida normal”.
“No fui buen estudiante, tenía estrés en la cabeza. Quise cambiar de escuela y se lo dije a mi madre, pero no. Mi madre es enfermera. Divorciada. Su vida creo que es difícil. Nunca hemos tenido muy buena relación. Ahora hablo con ella una vez por semana. No acepta, no quiere saber si tengo novio. Antes eso me afectaba mucho. Cómo puedes, eres mi madre y yo tu hijo… pero ahora ya normal”.
“Cuando hablas de esto suena horrible, pero cuando lo vives es muy normal”.
“Llegó la hora de ir al ejército y no fui, por supuesto”, dice riéndose. “Mi madre decía que tenía que ir, que no me preocupara. Y yo claro que estoy preocupado. Me mandaron cinco días a un hospital para comprobar mi situación mental de si era gay o no. Allí tuve una doctora que creo que era lesbiana y me ayudó mucho. Me dijo no voy a poner que eres gay porque tendrás problemas en el futuro para trabajar y muchas cosas más. Puso que era un poco histérico y que no podía ir al ejército por eso, que no podía utilizar armas”.
“Había terminado lo del ejército y de estudiar. Le enseñé todos los documentos a mi madre y le dije bye, bye, bye. Al fin libre. Fui a Vladivostok, que es la capital local. Allí había un club gay, solo uno. Yo había empezado a ir antes. Decía a mi madre que iba a dormir a casa de un amigo, cogía el tren, iba al club, bailaba toda la noche y volvía a casa”.
“En Vladivostok empecé a trabajar de camarero. El centro de la ciudad era más o menos seguro, pero el resto no. Otra vez violencia. Alquilé una habitación y cada seis meses me mudaba. Empecé a pensar que la violencia era normal”.
“Un día unos tipos me cogieron al salir del club y me rompieron dientes, me hicieron esta cicatriz en la frente –me la enseña–, me tiraron al suelo y me dieron patadas. Fui al hospital pero no me hicieron caso, ni me dieron medicamentos. Me dijeron estás bien, vete a casa. Por supuesto que no podía ir a la policía porque no tiene sentido. A nadie le importan los gays ni los derechos humanos”.
“Esto fue lo último. Tenía 30 o 31 años y llamé a mi madre. Volví a casa y empecé una depresión”.
“Me tengo que ir, esto no es vida”.
Refugiado en Israel
“No sabía de refugiados ni de cómo hacerlo. Mi madre buscó y salió Israel por casualidad. Ella me dijo puedes ir allí y dije vale”.
“En Israel estuve siete años. Como refugiado puedes trabajar pero estás solo desde el día uno, no como aquí en España. Tienes derecho a trabajo y cuenta bancaria, pero yo soy VIH positivo y tienes seguro médico solo si trabajas. Cuando no trabajas no tienes seguro y no tienes el tratamiento que necesitas. Tuve problemas para la nacionalidad y como refugiado no salí del país en los siete años porque no puedes. Siempre te pueden echar. Cada vez que renuevas no sabes si te echan o no. Es difícil no saber nada de tu futuro, alguien decide por ti”.
“Empecé a trabajar en un hotel. Tuve pareja. La relación se terminó y luego murió de un ataque al corazón”.
“Desde los ataques de octubre del año pasado era muy difícil estar en Israel. Todo el país estaba en duelo. Calles vacías con fotos de desaparecidos, de los rehenes en Gaza, con velas. Un país que era de divertirse ahora estaba todo vacío. Mataron a uno cerca de mi casa. Vuelve la violencia. Vale, no era violencia contra los gays, pero sí contra las personas. Tengo que cambiar de país, pensé”.
“Pensé en volver a Rusia, ir a Moscú, investigué el tratamiento del VIH allí. Da miedo ir a otro país. Pero al final no y elegí España. De España tenía estereotipos en mi cabeza de gente cálida, la playa”.
“Una semana después de elegir España estaba en el aeropuerto. Allí me dijeron no puedes pasar. Les expliqué todo y les enseñé mis papeles de refugiado. Pero me dijeron que no. Volví a casa y fui a la embajada española. Allí les conté y me dijeron que ni de coña conseguía papeles para ir a España”.
“Así que compré un billete Tel Aviv, Madrid, Marruecos. Dije en el aeropuerto que iba a Marruecos. Esta vez no llevé maleta, cogí una mochila. Toda mi vida la metí en ocho kilos. Así salí de Tel Aviv el pasado diciembre”.
Refugiado ruso en España
“Llegué al aeropuerto de Madrid y dije soy refugiado. Me llevaron a la policía. Me pusieron en una habitación que era para cincuenta personas y éramos ciento cincuenta. Estaba muy impresionado porque nunca había visto a tantas personas negras y de Marruecos”.
“En la policía no comes porque no sabes qué es lo siguiente. Estrés. Nadie quiere ir a un sitio así. Me llamaron para la entrevista con el abogado y estuve llorando cuarenta minutos. Me dieron el aprobado y salí el sábado (había llegado el jueves). Me dieron la tarjeta roja y fui a Cear; Claudia es mi trabajadora social y me ayuda mucho”.
“Claudia me dijo: tenemos un programa, tienes que ir a Cruz Roja. Pides cita, entrevistas. Para vivir me dieron tres albergues. No quería albergue porque allí no puedes dejar tus cosas. Tengo almohada, manta y tienes que dejarlas en algún sitio. Ir todo el día con la maleta es cansado”.
“Fui a un hostel para trabajadores. Cuesta unos 150 o 200 euros al mes. La mayoría eran repartidores. Allí no había silencio, siempre actividad. Tuve un poco de depresión”.
“Claudia también me dio clases de español para refugiados y empecé a ir a la escuela”.
“Después fui a un hostel al lado del Retiro. Lo disfruté mucho. Allí había algo parecido a la privacidad”.
“Ahora vivo en un apartamento de cuatro habitaciones. Los compañeros somos de diferentes culturas y mentalidades. Al principio he sido agresivo con ellos porque para mí es importante dormir bien y pido silencio después de las once. Mis reglas. He sido agresivo porque estaba cansado. Ahora empiezo a estar bien. No somos amigos pero los trabajadores sociales dicen que es el mejor apartamento, el más tranquilo, el más seguro, no nos peleamos”.
“Ahora voy a clase de administrativo también y esta semana empiezo a trabajar en un hotel a media jornada. Para mí estudiar en casa es difícil, no estudiaba de niño. ¡Cuando tengo una cita con un chico hablo en español”, dice riéndose. “Quiero encontrar el equilibrio entre todo. Aquí tengo también mi tratamiento para el VIH. Mi médico es adorable, conectamos desde el primer día”.
Nueva vida, nuevo Ilia
“En Israel hice cuatro años de terapia. He estado muy solo. Por un lado necesito cariño y afecto, y a la vez es como qué quieres de mí. Gracias a la terapia acepto esa parte de mí, me acepto”.
“En Madrid tengo un grupo de amigos y quedamos de vez en cuando. Ya no me siento solo. Los rusos prefieren estar con rusos, pero yo no. Creo que es un error. No cambia nada de tu vida anterior”.
“Cuando llegué aquí caminaba mucho. En Israel me sentía forastero, pero aquí me sentía en casa. La naturaleza, la cara de la gente, el clima se parecen al de mi ciudad. Aunque aquí la gente es más maja que en mi casa”, dice riéndose.
“Mi experiencia aquí es buena. Me han dicho que el ministerio puede tardar dos años en darte una respuesta a la petición de refugio. También sé que si me dicen no puedo pedir una cosa que se llama arraigo. Hay formas de arreglarlo, aunque sé que es más difícil que el refugio”, dice sonriendo. “Es largo, es lo que hay. Tengo que esperar, no puedo hacer otra cosa”.
“Me gustaría que me vierais como Ilia. Me gusta el gimnasio y leer sobre psicología. Me gusta el senderismo y estar con mis amigos y beber vino, como los chicos españoles”, dice riéndose. “Me gustaría tener pareja. El amor es tener la opción de confiar en alguien que es cálido y buen amigo. El amor es permitirte ser tú mismo. Creo que todo lo que pasa en tu vida te lleva a un resultado, todo pasa por algo. La gente tiene ira y se queja. Para mí ser adulto es entender por qué haces lo que haces. Yo voy a los cursos porque es bueno para mi futuro. Voy a trabajar porque con el salario podré comprar unos vaqueros nuevos”, dice riéndose. “Mis necesidades son normales, un poco de dinero y ya está. Mi sueño es llegar a un punto donde esté todo resuelto: documentos, una casa o una habitación, trabajo. Quiero estabilidad en mi vida”.
“Si hace unos meses me hubieras dicho de compartir mi historia te habría dicho que no. Ahora estoy más cómodo, más abierto, soy feliz. En España me siento más libre, siento la libertad en las calles y entre la gente. Cuando llegué iba al gimnasio cuando no había gente. Ahora ya no, voy cuando hay gente por si conozco a alguien nuevo. Me gusta conocer gente nueva. Ya puedo empezar a hacer relaciones cercanas”.
Suscríbete gratis y recibirás en tu correo cada nueva historia. Todavía hay muchas personas a las que conocer
Dejar una respuesta