“Por ahorita la verdad no necesito nada, me siento a gusto con lo que tengo, mi situación no es de gravedad”. Luis dice esto sentado en la cama de abajo de una litera. Gracias a la videollamada de WhatsApp que estamos haciendo puede enseñarme el lugar donde pasa el confinamiento. A él no le hicieron la prueba del coronavirus, pero los médicos le dijeron que tenía la enfermedad en grado leve. Luis es de Venezuela y llegó a Madrid hace casi dos meses, de los que lleva alrededor de 25 días encerrado en un hostal con dos migrantes que están en su misma situación: coronavirus en grado leve.
“Esto es como un piso para nosotros”. Luis y sus dos compañeros de confinamiento por coronavirus comparten una habitación en la que hay dos literas: cuatro camas. La habitación es muy pequeña: un espejo y un radiador en la pared, una ventana y un espacio justo para una persona entre las dos literas. Dice que es como un piso porque fuera de la habitación hay un pasillo donde está el baño y una nevera. También hay un patio que Luis aprovecha para hacer deporte al aire libre. Junto a su habitación hay otra igual, que es donde está ahora. “Mis compañeros están dormidos y me he venido aquí para poder hablar bien contigo, sin molestar ni que nos molesten. En esta habitación había una familia marroquí, pero se los tuvieron que llevar a otro lado del hostal porque nosotros estábamos contagiados. Nadie nos ha dicho que no podamos entrar a esta habitación, por eso he venido aquí para hablar contigo”.
El año pasado, en 2019, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), 40.906 venezolanos pidieron asilo en España. Fue el país con mayor número de solicitantes. En total solicitaron asilo 118.264 personas. Luis acaba de pedir asilo también. Lo que no sabemos es cuántos solicitantes como él se han contagiado con el coronavirus.
Luis Alberto Bocoul Mendoza tiene 28 años y es de Maracaibo. Está tranquilo, dice todo lo que tiene que decir desde la calma, no pierde la serenidad ni por un instante.
La dureza de las migraciones más la crisis del coronavirus
“Cuando salí de Venezuela la situación era un poco crítica, era complicado para conseguir alimentos, medicinas, todo lo que tiene que ver con el día a día. La situación iba cada vez peor, la inseguridad: robo, secuestro, asesinato así de la nada. En mi familia hay gente que es de la oposición, yo les ayudaba aunque nunca me metí en la política, pero a veces por eso te atacaban los colectivos. A raíz de eso yo decidí irme para Colombia en 2015 o 2016, no recuerdo exacto cuándo fue. Allí estuve dos años y medio. Después se empezó a vivir xenofobia contra los venezolanos. Éramos perseguidos por los hermanos colombianos, ya que algunos venezolanos cometían fechorías: asesinatos, robos y por uno pagábamos todos. Entonces uno vivía con miedo. Conocí buena gente en Colombia pero decidí irme. Luego de eso me fui para el Perú 11 meses. Me gustaba para vivir pero comenzó nuevamente la xenofobia. Los policías por cualquier cosa te molestaban, en los locales te corrían por ser venezolano. Me obligó nuevamente a salir del país, pero ya no sabía a dónde ir. Tengo un amigo de la infancia en España y me orientó para venir. Decidí ahorrar todo lo posible para venir y ver si podía encontrar estabilidad y no estar con lo zozobra de que me vayan a tratar mal”. En este momento Luis tose y se cubre la boca con la parte interna del codo, estilo coronavirus.
“Lo más duro que he vivido ha sido estar lejos de mi familia. Pasar la xenofobia también ha sido muy duro. Llegar aquí y ver que no te discriminan para mí es un aliento. Ver que uno puede estar tranquilamente a pesar de que mi situación ahora no es estable, es una situación dura, pero gracias a Dios tengo que comer y donde dormir, pero no puedo trabajar ni ayudar a mi familia”.
“Mi familia es grande, 10 hermanos somos. Mis padres son separados. Vivía con mi padre y mi abuela. Mi madre se quedó algunos hermanos y mi papá otros. Me preocupa mucho esta situación del coronavirus. Imagínate, aquí es caótico y allí sin comida, medicinas… A cada rato hablo con ellos, me dicen que están bien, pero yo sé que no me dicen la verdad por no preocuparme. Si ya antes era complicado comprar comida, ahora cerraron la frontera con Colombia y ellos iban allí a comprar. Yo los ayudo económicamente y al no estar trabajando no puedo colaborarles y no sé si están consiguiendo alimentos”.
Los primeros días de un migrante recién llegado
Luis llegó a Madrid el 26 de noviembre de 2019. A la semana se fue a Vigo porque le dijeron que era más fácil encontrar un empleo en una ciudad más pequeña. Estando en Vigo le recomendaron que se fuera a Oporto: era más fácil conseguir un trabajo allí. Mientras se desplazaba se informó sobre el proceso de asilo del que sabía más bien poco.
“Lo que estaba en mi mente cuando pensaba venir a España era: busco trabajo y va a ser rápido, ya que yo me considero buena persona y buen trabajador. Llegar, trabajar, estar bien económicamente para ayudar a mi familia y ayudar luego a mis hermanos que se vengan también para seguir avanzando y creando un futuro mejor. Pero cuando llegué acá la situación era muy diferente. No tenía mucho dinero que digamos, 400 euros nada más. Me pedían papeles para trabajar y yo no tenía. En Oporto conseguí trabajo en construcción pero no me podían dar contrato. Ya estaba sin dinero, ahorré en ese trabajo y me vine para Madrid para pedir asilo. Conocía a Kena –de la Red Solidaria Popular Latina Carabanchel–, ella me informó, me orientó”.
“Yo pido asilo el 26 de febrero. Me dan la cita para el 17 de marzo y cita con la trabajadora social el día 18. Llegó la pandemia, el coronavirus, y se suspendió todo. La trabajadora social me llamó, estuvo conversando conmigo, yo le expliqué todo, me dijo no podemos hacer nada por el momento, que cuando tenga la cita con la policía me llamarán para decirme cómo va mi proceso. Y con la policía obviamente todo está paralizado, no sé qué va a pasar, no sé absolutamente nada. Toca esperar a que todo pase”.
Antes de que le diera tiempo a pedir asilo Luis se vio recién llegado a Madrid y sin recursos. Estuve un solo día en la campaña de frío, gracias a Dios. Fue un proceso un poco duro de asimilar. Ya me han avisado que era como un container con 130, 140, 150 personas de todo tipo: bien sea con problemas de alcohol, de drogas, de conducta. No pude dormir esa noche, fue un poco duro. Literalmente yo estaba en situación de calle cuando fui, no tenía recursos para mantenerme. Nunca me había imaginado pasar por esto. Esa experiencia me dejó la enseñanza de que la vida del migrante es un poco dura pero que todo esfuerzo tiene su recompensa más adelante. Ese día después de la campaña de frío lo pasé caminando y organizándome de cómo era el sistema. El segundo día me pasaron a Vivero, que es un albergue. Ya me dijeron que era otro ambiente, donde se puede estar un poco mejor, entre comillas. Son 120 personas en 6 habitaciones de 24, 16 y 8, si no me equivoco. La mía era de 24 personas”.
Cómo el coronavirus cambia la rutina diaria de un migrante en un albergue
“En Vivero nos daban desayuno y cena. Teníamos que pasar el día fuera. Teníamos baños, duchas y consignas donde guardar las maletas. Me gustaba madrugar, salía temprano, me iba a un parque y leía –yo leo de todo, pero lo que más novelas e historias basadas en la vida real–, visitaba a Kena, conversaba con ella y disfrutaba mucho de poder conversar. Me invitaba a un café y yo luego me iba a ayudar a un huerto que tienen ellos, no sé si la red o quién. Era agradable estar allí. Luego de eso llegaba la hora del almuerzo y me iba al comedor, que está muy lejos, hacía mi cola, almorzaba y me daban una fruta. Yo siempre tengo mi mochila, llevaba el agua, mis libros, mis jugos y la fruta que me daban. Luego de almorzar me iba a la biblioteca para cargar el teléfono y pasar un tiempo a solas. Leía. Hasta ahora no tenía conocimiento de cursos ni nada. Si podía tomaba una siesta de entre media hora y cuarenta minutos. Salía a las seis de la tarde, me despedía de Kena y me iba a Atocha a esperar dos horas más hasta poder volver a Vivero. Me duchaba, cenaba, me iba a dormir hasta el día siguiente y así sucesivamente”.
“Ese era mi día a día hasta que Kena me recomendó unos cursos presenciales. Me inscribí a tres: primeros auxilios, primeros pasos en España e informática. Eso me tenía muy contento porque eran cosas nuevas para mí e iba a aprender mucho, pero llegó el coronavirus y se suspendió todo. Comenzó la preocupación de ir a la calle. Empezaron a cerrar bibliotecas, el huerto, ya no te podías reunir con gente, así que me afectó muchísimo, todo cambió para mí. Mi moral estaba un poco más baja, no tenía en qué dedicar mi tiempo ni sabía a dónde ir”.
Los primeros días enfermo en un albergue
“Con la pandemia la situación era complicada porque por norma de Vivero nos tocaba pasar todo el día fuera. Para nosotros era muy crítico porque tenías el riesgo de contagiarte y de que la policía te multara. Los comedores no estaban trabajando, solo desayunaba y cenaba en Vivero, pasábamos hambre. Decidí pensar para buscar una solución e hice una reunión con mis compañeros para que en Vivero nos dejaran quedarnos. Logramos que nos dejaran encerrados ahí todo el día, para mí fue una alegría que nos dijeran que íbamos a estar de cuarentena. No teníamos absolutamente nada, ni mascarillas ni nada, pero tratábamos de mantener la distancia. Entonces un compañero de mi habitación tenía los síntomas, lo aislaron. De pronto el contagio ya estaba allí. Yo comienzo a sentirme mal, los malestares: fiebre, dolor de garganta, dolor de cabeza, 39 me llegó a dar de fiebre y debilidad. Así estuve tres días hasta que empeoré, me dio más fiebre, diarrea y me aislaron. Dolor, mucho dolor en la espalda, que eran los pulmones, y ya me preocupé más. Como estaba aislado me dieron un número para llamar de una trabajadora. Tanto insistí que vino una ambulancia y me llevaron al hospital. Me hicieron una placa y dijeron que mis pulmones estaban bien, no me hicieron prueba de coronavirus pero dijeron que sí era, pero leve. Todo normal, que no me preocupe, que vaya para la casa, que tengo que estar aislado. Me aislaron y me trasladaron a un hostal, que es donde me encuentro ahorita”.
“Para ser sincero la verdad sí tuve miedo con el coronavirus, en momentos difíciles de enfermedades se avanzan muchos sentimientos, tristeza… pero trataré de explicarte lo que sentí en ese momento. Cuando vi que estaba más grave no le había dicho nada a mi familia todavía para no preocuparlos. Cuando me vi tan mal tuve la necesidad de comunicarlo, pensé en el caso de que me muera y nunca lo sepan, y tenían derecho a saberlo. Cuando se enteraron explotó, se pusieron histéricos, tristes. Mi pensamiento era hasta aquí llegué o quizás no. Pensé que uno de mis sueños era salir de Venezuela, ayudar a mi familia, viajar, conocer y me sentía contento por haber cumplido eso. También triste porque si me moría iba a estar lejos de mi familia. Ahora estoy contento porque sigo vivo y voy a seguir en la lucha de cumplir todos mis sueños y ayudar a mi familia”.
Encerrado en un hostal con coronavirus
“Exactamente ahora no me acuerdo, pero creo que ya tengo como 25 días en el hostal. Cuando llego me encuentro con dos compañeros de Vivero que también tenían los síntomas. Yo me preocupé, estamos enfermos y los primeros días nos mandaban de comer bocadillos y yogures, no creo que sea lo mejor para nosotros. Deberíamos tener una buena alimentación, empecé a buscar soluciones. Hablé con Kena, con Patuca, les expliqué todo y buscaron solución. Empezaron a traernos comida ya estable, nos traen desayuno, almuerzo y cena, estamos comiendo bien. Nos traen arroz, paella, albóndigas, algo de fruta, aperitivo y unos dulces. Nosotros no pagamos absolutamente nada por estar aquí. Nos trajeron tapabocas –mascarillas– y guantes. Toda la comida que nos traen es para calentar, solo tenemos que salir con protección para calentar la comida, aquí estamos siempre sin protección porque hemos estado todos enfermos. Después de la cuarentena no sé absolutamente nada de dónde tendré que ir, si regresar a Vivero, no sabemos nada. Solo sé que podemos y debemos permanecer aquí hasta que levante la cuarentena”.
“A los 10 días dejé de sentirme tan mal y ya hoy me siento muy bien, los tres, gracias a Dios. Me ha tocado una convivencia muy buena, muy sana, me llevo bien con los compañeros, son respetuosos. Es chico para los tres, pero bueno, es lo que hay y uno se adapta a las cosas”.
“Ahora me levanto lo más tardar a las diez, me como alguna fruta y tomo mucha agua, que me dijeron los médicos. Me pongo a leer hasta que llega la comida como a las dos de la tarde. Comemos los tres juntos y conversamos un rato después. Luego me coloco a estudiar o me pongo a conversar con mi familia. A las seis o las siete hago ejercicio, entre 45 minutos y 1 hora. Me baño, tomo un yogur, descanso y calentamos la cena como a las nueve o las diez. Me voy a dormir como a las diez o las once. Yo no veo noticias de cuántos contagiados. Al principio sí pero ya no, me es difícil”.
“No he tomado tan mal la cuarentena porque tengo donde ocupar mis pensamientos: puedo estudiar, hacer ejercicio, converso con los compañeros, con la familia. Me pongo tareas diarias para mantener la mente ocupada y no caer en depresión. Estoy ocupando la mente en pensamientos buenos y productivos. Estamos encerrados y a veces nos sentimos afligidos, pero entendemos que estamos como todo el mundo ahorita, no solo somos nosotros tres”.
El migrante que eligió aprender durante el confinamiento por coronavirus
“Yo nunca logré terminar de estudiar, cuarto grado de primaria y ya está. El resto me dediqué a trabajar, llegué a trabajar de muchas cosas. Ahora me aflige, creo que todos debíamos tener el derecho de estudiar para ser mejor persona. Yo me sentía como menos por no haber estudiado. No sabía si me expresaba bien, si escribía bien. Hubo muchos factores por los que no estudié: la separación de mis padres para mí fue algo duro y para mis hermanos. Yo tenía como 8 o 9 años. Trato de hacerme el duro pero sí me afectó muchísimo, me enfermaba con fiebre y todo cuando ellos discutían. Yo entonces estudiaba pero todo cambió drásticamente. En la casa de mi abuela yo dormía en la sala en una colchoneta con mi padre, mi hermano y un tío. Mi padre trabajaba, no se preocupaba por nuestros estudios. Éramos muchos en esa casa como para preocuparse. Yo iba a estudiar pero no tenía esa motivación de qué hiciste en la escuela, yo te ayudo con los deberes, no sé, quién sabe si no hubiera sido así. Emocionalmente para mí era muy duro, me sentía solo. Dejé de estudiar y me dediqué a trabajar. No tenía ropa, estaba necesitado. Mi primer trabajo fue a los 13 años en un taller de mecánica como ayudante. La primera semana me compré ropa con el dinero que gané, la segunda comida y así sucesivamente. Mi meta siempre ha sido mejorar y ganar más para progresar en la vida”.
“Yo ahora en mi cama estoy haciendo cursos por internet en una página que me recomendó Kena y que tiene seis cursos. Ya realicé el curso de manipulación de alimentos y el de gestión de alérgenos y ahorita estoy realizando otro que es biocidas de uso profesional”.
–¿Te puedo decir todos los cursos?
–Claro.
–Prevención de riesgos laborales en el sector de hostelería, implantación y mantenimiento de sistemas de autocontrol basado en APPCC y control de los peligros asociados a la listeria en alimento listo para el consumo. Como tengo tiempo me estoy dedicando a eso, mi meta es hacerlos todos. No es obligatorio, pero yo quiero hacerlos.
“Me preocupa la situación de mi familia. Me da mucho a pensar, no estar trabajando, eso es lo único que me preocupa de estar encerrado, no poder ayudarlos. Mi meta cuando salga de aquí: quiero terminar de hacer los cursos presenciales que suspendieron y también me estoy preparando para el graduado escolar. También quiero colaborar, socializarme con las personas y esperar que sea mi proceso de asilo hasta que tenga la tarjeta roja y pueda conseguir un empleo para mejorar como persona”.
“Ahora que estamos pasando por todo esto me da a entender que el tiempo es muy importante. La gente está en las riquezas, vanidades, lujo material y no vemos la importancia de las personas, amistades, familia, el tiempo que pasas con ellos, el tiempo que les dedicas, el tiempo se nos va y no nos damos cuenta, no lo sabemos aprovechar y valorar. Con todo esto que está pasando para mí es más importante pasar con una persona, dialogar con una persona, conocerla. Hoy en día querría estar con mi familia pero no en Venezuela, que estuviéramos todos aquí. Yo quiero que seamos mejores personas después de esto, más humildes, con más sentimientos, que pensemos más en el prójimo. Eso es lo importante”.
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