“Me estoy haciendo un té”, me dice cuando le mando el enlace para que pueda conectarse a la videollamada. “He venido de dejar a los pequeños en el cole. Tengo un nene de 6 y una nena de 11. Voy con mi perrito guía, se llama Urano. Me muevo con bastón por temporadas. Cuando jubilas a un perro puedes estar un tiempo sin perro hasta que te dan otro”.
“Soy David Casinos Sierra, tengo 53 años, soy de Valencia y vivo en Moncada. La ceguera viene hace más de treinta años por una complicación de la diabetes: retinopatía diabética. Las gafas (lleva de sol) son protección. El bastón cubre la parte de abajo, pero los obstáculos aéreos como la rama de un árbol, el polvo o el retrovisor de un camión una persona ciega no los ve venir. La gafa te protege del golpe”.
Quedarse ciego siendo adulto
“Soy diabético. Debuté muy pronto, con un año y medio. Entonces ni había insulinas, ni glucómetros, ni sensores. Empecé a tener problemas con 21 o 22 años: láser, operaciones. Estuve tumbado boca abajo tres o cuatro meses, ya no me acuerdo. Te meten un gas en la retina y tenías que estar todo ese tiempo boca abajo. Ese fue el viacrucis para poder ver bien”.
“Lo recordaré toda la vida ese día. Soy mecánico industrial, trabajaba en la Ford. En las revisiones médicas iba bien hasta que a la última que fui el oftalmólogo no tenía la misma cara de siempre. Me dijo lo de la retinopatía y que estaba muy avanzada. Que sepas, David, que esto puede acabar en cualquier cosa, me dijo. Yo cuando oigo la palabra ciego… me vine abajo, te quedas perplejo. Y eso que los diabéticos conocemos muy bien las cardiopatías desde que debutamos. Por suerte hoy ese tipo de cosas no pasan, estamos monitorizados veinticuatro horas al día”.
“Un mes después de que me dieran la noticia prácticamente no veía. Mi cara no la reconocía en un espejo. Leer, jugar a videojuegos, montar en bicicleta, cosas que hacía y ya no podía hacerlas. Mi madre me asistía en todo”.
“Me afilio a la Once y fue un antes y un después. Me voy a Barcelona ocho meses al Centro Ignacio de Satrústegui. Te asignan un profesor, estás en una residencia, vives con otros compañeros que están quedándose ciegos. Es para personas adultas, ya no existe, ahora te asignan una persona que viene a tu casa. En el 98 es cuando fui al centro. Teníamos clases de movilidad, de vida diaria, de máquinas perkins de aquel entonces”.
“Ahí estás en una burbuja, pero el momento en que sales a la calle con un bastón, madre mía. En aquel momento no teníamos esa tecnología que tenemos ahora. Te metían un número de teléfono en el bolsillo por si te perdías y ya. Hoy llevamos teléfonos con gps que te dicen dónde estás”.
“También estaba con tratamiento médico porque mi cabeza no estaba bien. Tenemos mucha suerte con el entorno Once porque te sientes arropado. Es único, a mí me ha ayudado muchísimo. Los familiares también iban a Barcelona. Allí tenían un piso piloto para que el familiar viera, también ponían al familiar a ir contigo por la calle para que viera cómo te ibas a mover. El mundo de la falta de visión es tremendo. Una persona invidente si hay una zanja ahí en medio, va hacia la zanja. Es otro mundo, un mundo Matrix”, dice riéndose. “Todo tienes que inventarlo, presentirlo, pero tenemos herramientas para poder vivir y luchar. Hay que vivir con lo que tienes. Cruzas una línea que es la discapacidad, hoy ves y mañana no”.
Ceguera: el tortuoso camino de la aceptación
“Intenté quitarme la vida dos veces. Las dos veces me desperté en el hospital. Poco a poco me fui dando cuenta de lo bonita que es la vida y que había que pelear. Ahora he construido un mundo. Elegí vivir aunque fuera llorando y arrastrándome por las esquinas. Tenía que sostenerme en este mundo. Y me he dado cuenta de que es una oscuridad muy brillante. Fui madurando la realidad. Estuve mucho tiempo odiándome, no me aceptaba, no me quería, no me entendía. Tuve que aceptar que no podía cambiarme, la ceguera estaba ahí y no me la podía quitar. Ahora sigo aquí y manejo mi vida. Poder manejar mi vida me ha dado mucho orden. Qué busca una persona con discapacidad: ser autónoma. Dentro de tu dependencia quieres ser independiente”.
“Cuando pedí la venta del cupón era demasiado pronto y la dejé a los tres días, no estaba preparado, sentía que estaba mendigando. Pero no tenía recursos, no tenía una pensión. Después me dieron un quiosquito y ahí sí estuve doce años de venta de cupón. Me compré mi primer piso con ese trabajo. Muy humilde todo”.
“Cuando iba a Ford yo compraba cupones antes de entrar a trabajar. Luego pasé a venderlos y y luego acabé saliendo con mi cara: lanzando cuando me había convertido en deportista. Es una historia muy bonita. Salir en el cupón fue decir soy yo y es el reflejo de muchos”.
Oros paralímpicos y más
“El deporte me dio autonomía. De adolescente hice lanzamiento de peso. Había entrenadores que me conocían de entonces y cuando pierdo la visión me llaman para decirme que el deporte me podía servir para retomar mi vida. Fíjate lo que les dije entonces: no quiero saber nada del deporte. Estaba totalmente perdido, negativo”.
“Conforme fui saliendo con mi hermano gemelo y ordenando mi vida, me acuerdo de Xavó, uno de los entrenadores. Lo llamé y le dije que sí. No empiezo queriendo ser un gran deportista de élite, pero Xavó me dijo por qué no competimos. Y yo venga. Y esa alegría va convirtiéndose en aceptación”.
“Fui conociendo deportistas invidentes que se convirtieron en mis referentes. Si ellos son capaces, cómo no voy a serlo yo. En el 98 estuve en el centro en Barcelona y en el 99 fui a mi primer campeonato de Europa, era un pipiolín. Estaba deshecho todavía en aquella época, hasta se me caía el pelo. En ese campeonato fui campeón de Europa y récord del mundo. Fue mi antídoto, tremendo. Iba con bastón y casi no sabía aún ni ir por la calle, pero tenía tanta emoción que cubrió mi ceguera”.
“El deporte es una válvula de movilidad, de recursos, de conocer compañeros. He estado en cinco paralímpicos: Sidney, Atenas, Pekín, Londres y Río de Janeiro. Me cambia la vida, shock, cuando recibo la carta que dice que me han admitido para mis primeros juegos paralímpicos. Carta que yo no leo porque hoy te llega un mail y te lo lee el teléfono, pero antes no. Un antes y un después ha sido la tecnología para nosotros”.
“Los cuatro oros paralímpicos o el Premio Nacional del Deporte en Categoría Olimpia, que me lo entregó el rey Felipe VI, es de lo más bonito que he ganado”.
“Hoy sigo con el deporte pero como afición. Mi hijo, el de 6, ya no me ha visto competir, pero sí ve que el polideportivo de aquí tiene mi nombre. Ya no lanzo el peso ni el disco, pero voy al gimnasio con mi perro, monto en bicicleta en tándem (me hace estar vivo)”.
“Vienes de vivir de una beca, de patrocinadores. Todo eso se paraliza cuando dejas el deporte profesional. Qué voy a hacer con mi vida. Tengo un cuerpo construido a base de cincel, a dónde voy a ir. Puedo volver a mi puesto de venta del cupón, pero creo que podría hacer otras cosas. Ya daba conferencias, charlas”.
“Pero sí, lo pasé muy mal cuando dejé el deporte profesional. Un poco de depresión. Al principio dependía del sueldo de mi mujer porque nunca he tenido una pensión. Fue muy duro. Pasado el covid creamos una empresa con mi mujer que es mi nombre, mi marca”.
“Trabajamos para que nenes y nenas con grandes discapacidades hagan deporte como un derecho. Tenemos treinta niños y niñas haciendo natación. Yo doy conferencias en el mundo de las empresas. También estamos en centros educativos con talleres: tapamos los ojos a los alumnos. También hacemos experiencias sensoriales para grupos de empresas. Cenas a ciegas, desayunos, comidas. Lo piden mucho. Yo lo hago todos los días y pienso esta gente está loca”, dice riéndose. “Pero lo piden. Además, soy embajador de la Fundación de Levante, trainer paralímpico del Consejo Superior de Deportes, del Comité Paralímpico Español y de la Fundación Once. Yo no me considero un coach, para eso hay que estudiar, yo aporto valor a través de mi experiencia. Hay mucha tensión en una pista de atletismo. Mucha resiliencia. Y aquí estoy. Se puede aportar mucho ahí”.
“El 2 de junio presento en Madrid el libro Guías hacia la luz, lo ha escrito David Blay y es la historia de mis tres perros guía”.

Ser padre ciego
“Conocí a mi mujer, Celia Maestre, en la pista de atletismo estando ciego. Ella me asistía en los entrenamientos y se convirtió en mi guía. En la pista éramos profesionales, un equipo, no una pareja. Si nos enfadamos como pareja, tenemos que dejarlo a un lado. Ha habido momentos muy bonitos y de tirarnos los trastos a la cabeza cuando las cosas no salen bien. Tu guía es tu asistente y te tiene que ayudar cada día”.
“Me preguntaba ¿se puede ser papá siendo ciego total? Ese era uno de mis miedos. Cambiar pañales o en el parque cómo puedo soltar a mis hijos si no los veo. En casa los suelto, cierro la puerta de donde estemos y mi mujer ha mirado que no haya nada en el suelo ni en ninguna parte que se puedan meter en la boca. Pero y ¿cuando esté solo y mi mujer no esté? Cosas que te vas preguntando”.
“La práctica me ha dado todas las respuestas. Los golpes que me he dado y los miedos que he superado. Al principio los llevaba con tirantes, luego les puse un cascabel. Luego enseñamos una orden a mi perrita para que buscara a los niños cuando los soltaba. No he pasado más miedo que llevando a mis hijos al colegio: coches, motos, ruido, camiones”.
“Nunca les he dicho a mis hijos que soy ciego. He querido que ellos lo descubrieran. Me han preguntado, es obvio. Yo quería que descubrieran una ceguera no de dar pena. A mí me ha limitado la ceguera de no quererme, odiarme. Cuando doy el salto como persona autónoma empiezo a vivir. Hasta viajo solo. Quiero tener las mismas oportunidades y quiero que mi hijos lo vean de esa manera. Sí estoy limitado cuando hay una película tan bonita y yo no puedo verla o libros bonitos que no salen en Kindle o audiolibro para que los podamos disfrutar todos. Por lo demás, si eres capaz de darte la oportunidad, por qué no”.
“Al hablar de amor tengo que hablar de mis perros. Si soy algo es por ellos. El amor incondicional de un animal. He visto morir a dos perros míos y ha sido lo más duro. Te van a dar todo a cambio de nada. No esperan nada. Nosotros tenemos una vida para aprenderlo y no lo aprendemos. A veces tenemos que darnos un golpe muy duro parar entender esas cosas”.
Una vida útil
“Tengo mucha dependencia, yo voy a un hotel y me tienen que enseñar la habitación, cómo es. Ahí me siento que soy dependiente, te sientes raro, diferente, que necesitas ayuda. A veces siento que hay silencios, noto que la gente te mira. A veces noto que te ayudan demasiado, te hacen sentir diferente porque no estás pidiendo ayuda, pero lo suelen hacer con la buena fe, a veces es desconocimiento. Es duro cuando nos lo ponen difícil: un camión que aparca en un paso de peatones, por ejemplo. Odio que se pongan delante mía y me digan quién soy. Eso no está bien”.
“Ahora a los ciegos se nos ve más porque estamos mas preparados. Se está cambiando mucho el paradigma de las discapacidad. Creo que lo mejor que nos puede pasar a las personas con discapacidad es tener herramientas, tener una vida útil. Quiero tener la misma vida que tú, una vida plena. No comprendo la gente que tiene todos los dones y está quieta, no va en bici, está en el sofá”.
“También tengo momentos de qué bonito es ver y yo no veo. ¿Por qué dentro de veinte años no podría ver? Echo de menos ver mi cara, no me acuerdo de mi cara. Lo peor son las cosas que te pierdes del mundo tan bonito que hay. A mí que me gusta tanto viajar. Echo de menos eso. Las personas que veis lo tenéis y estáis cegados por otras cosas y no lo veis”.
“Me veo en una situación en que la vida me sonríe. Es superbonito estar donde estoy. Es una pasada. La ceguera me ha traído de positivo conocerme a mí mismo, saber lo fuerte que puede ser una persona, reconocer que tus debilidades se pueden convertir en fortalezas, reconocer lo que puedes hacer en la vida, lo poco que necesito para ser feliz”.
“Que la sociedad entienda que las personas con discapacidad tengamos nuestro hueco. Que podamos movernos por la calle de una manera digna. Más oportunidades laborales y más de todo. Que tengamos medios. Las personas con discapacidad somos valiosas si uno quiere y toma las riendas. Los hay que están proyectados en lo mal que lo están pasando, que no es fácil, yo también he estado ahí”.
“Con esta entrevista quiero que vean que, a pesar de los momentos duros, lo he hecho y lo hago y lo haré dignamente. Que se puede. Ser flexible es valioso. A veces estoy perdido, que lo estoy, pero tomar las riendas por uno mismo. Afronto la vida entendiendo qué es la vida. Nos preguntamos qué es la muerte pero tenemos que preguntarnos qué es la vida. No hay que dejar nada por vivir y por sufrir. Si hoy reímos, mañana podemos llorar. Entenderla y pasar por ahí”.
Suscríbete gratis y recibirás en tu correo cada nueva historia. Todavía hay muchas personas a las que conocer
Dejar una respuesta