Becha Sita Kumbu. 34 años. Kinsasa, capital de República Democrática del Congo. Llegó a Madrid en 2007. Está separada y tiene una hija de 7 años.
Antes de llegar a Madrid lo único que sabía de España era “Geal Madrid y Barcelona”, dice riéndose. “Aparte de eso no sabía nada de aquí”. En Congo el francés es una de las lenguas oficiales. Por tanto hay veces que, como francófona que es, Becha tiene dificultades para pronunciar la erre. Por eso dice Geal Madrid.
Sin embargo enseguida se da cuenta de que sabía algo más de España. “Me he leído la historia del Quijote en una parroquia que teníamos como biblioteca cuando estaba en Secundaria. Me encantó, la leí hasta el final. Por eso creo que este país, España, es algo del destino. 150 páginas de gesumen del Quijote de la Mancha me leí. Me interesó tanto”, cuenta con cara de felicidad. “Yo le digo a mi hija: yo conozco el Quijote desde que era pequeña”.
Migraciones: viaje a lo desconocido
“Mi primer día en Madrid no puedo decir que estaba feliz o que no estaba feliz. Era otra sensación. Otra raza que no es la mía, otro idioma que no entiendo. El metro, que yo nunca había visto”. Pero retrocedamos. Antes de llegar a Madrid en 2007, con 21 años, Becha había salido de Congo en 2004 con 17 años. “De Congo a Angola, luego a Namibia, Sudáfrica y España”. Ese fue el viaje de Becha.
“Yo salí de Congo para buscar una vida mejor”. Salió junto a su hermano, que ya no vive en España. “Vengo con visado y el viaje tenía que ser así. Estas cosas no sé, las llevaba una persona. Mi familia pagó dinero –a esa persona– para que yo venga”. Becha y su hermano se dirigieron en primer lugar a Angola porque allí vivía un tío suyo. “Mi tío fue el que pagó para que viniera aquí”. En Angola vivió con su tío hasta 2007. “Yo tenía visado de Portugal por Angola”.
Cuando todo estuvo organizado, Becha y su hermano viajaron con sus visados desde Angola a Namibia, donde estuvieron poquitos días, y de ahí a Sudáfrica, donde también estuvieron poco tiempo. Y de Sudáfrica a Madrid. “Por el idioma yo pensaba irme a Francia o Bélgica, quedarme aquí un poquito y ya”.
Pero Becha se acabó quedando en Madrid. “Como yo era pequeña”, explica con una sonrisa, “yo hacía según me decían mis papas y aquí había un amigo de mis papás que vivía en Villaverde y aceptó acogerme en su casa. Por eso vine aquí. El miedo de siempre, ¿estar con la familia o irnos a vivir solos –su hermano y ella–? Y eso era mucho para nosotros”. Por eso Becha y su hermano se quedaron aquí y no se fueron a ningún otro país europeo por su cuenta. Becha llama papá a ese amigo de la familia que los acogió en Villaverde. Para ella es otro padre, a pesar de lo que pasó.
“Nos echó de casa porque éramos dos personas mayores. Vivíamos en una casa de dos habitaciones casi 13 personas porque él acoge a todo el mundo”, dice riéndose a pleno pulmón mientras mueve todo su cuerpo hacia delante y hacia atrás. “Tuvimos que dejar la casa porque subieron los gastos. Antes no lo entendía, ahora sí”. Sin casa, “sin conocer Madrid, sin nada, nos encontramos en Plaza de España, que había bancos, y dormimos allí”.
Migraciones: explotación laboral
Después de dormir en la calle, “la policía nos recogieron y nos llevaron a Karibu –una asociación–. Allí nos acogieron y nos dieron alojamiento. Nos explicaron que esto que nos había pasado es normal aquí, nos explicaron muchas cosas. Karibu para mí es mi familia, es mi casa, son gente maravillosa”, dice con cara de alegría. “En Karibu he hecho muchas formaciones: aprender español, autoestima, la cultura, la integración, cómo buscar empleo”. Dice que el idioma no le resultó difícil aprenderlo porque ella ya hablaba portugués. “Saber el idioma de donde tú estás es muy importante. Saber expresarte”.
También hizo cursos de comida española. Becha ya estaba lista para trabajar. Además “soy la mayor de siete hermanos, entones en cuidar niños tengo mucha experiencia”, dice riéndose. Cuando Becha se ríe no es solo habitual que se balancee y mueva todo su cuerpo –piernas incluidas– al ritmo de las carcajadas, sino que me coge el hombro o el brazo en un acto casi reflejo para llamar mi atención y hacerme partícipe de su risa.
Con sus conocimientos de cocina española y su experiencia familiar, Becha empezó a trabajar en el servicio doméstico y de cuidados ocho meses después de llegar a Madrid. “Me pagaban muy poco, he sido explotada yo. Cuidaba a una señora desde viernes hasta domingo por la tarde por 300 euros al mes. Durmiendo ahí, cambiando pañales”. Becha también ha trabajado de interna, “ahí sí me pagaban bien. Luego tuve un trabajo de cuidado de niños y casa. Ocho horas al día por 550 euros. Ese último trabajo lo dejé yo. Hacer la casa, un chalé de tres plantas con bodega y todo”.
“No me han hecho contrato en ninguno de estos trabajos”.
Locura: conseguir los papeles y el peso de la cultura africana
Y sin contrato no hay papeles. “Mi respaldo siempre ha sido Karibu. Tenían contactos para trabajos de estos pero no para agilizar los papeles. Ffffff, los papeles es lo más difícil. Estoy todavía en ello”, dice con cara de estar harta del tema.
Cuando Becha llevaba seis años aquí ocurrió que un tío suyo, que había emigrado a Francia después de hacerlo ella aquí, tenía ya los papeles y la animó a que se fuera allí. “Me fui a Francia pero no me gustó” y hace una pedorreta de desagrado. “No me gustó París para quedarme. Yo en Madrid estoy muy bien, así que me volví”.
La historia es algo más compleja. Antes de irse a París Becha tenía un novio en Madrid con el que no iban muy bien las cosas. Ella sabía que si se iba su relación podría deteriorarse todavía más. “También me vine por un amor que tenía aquí que me tenía enganchada”, dice con una sonrisa. “Vuelvo a Madrid en autobús sin papeles, que es un riesgo venir así. Pero venía para mi chico y porque esto me encanta”. Así que Becha llegó a Madrid y “él estaba con otra chica”.
“Me vuelvo loca. Me vine aquí sin papel, sin casa, sin novio, sin trabajo, sin nada. La policía me llevó al 12 de Octubre –hospital–”, dice llevándose el dedo índice a la sien para explicar que se volvió loca de verdad. Tuvo momentos muy violentos de romper y destruir cosas. “Es la parte más difícil que he pasado en Madrid, queriendo matarme”. Su discurso ya no es tan fluido como hasta ahora. De su risa apabullante ha pasado a la tristeza. Parece que en cualquier momento se va a poner a llorar. “Karibu me volvió a acoger. Yo soy muy fuerte, pero el amor puede conmigo. Yo no estaba bien. En África si tú no tienes hijos, no vales, y él creía que yo no podía tenerlos. Estaba jjjjodida”.
Entonces entró en escena el padre de su hija. “Es un chico que siempre me ha hablado bien y me visitaba en este momento que estaba muy mal. Él siempre me ha querido. ‘La gente dice que estás loca y yo quiero estar con esa loca’, me decía. Él estaba ahí pero yo no le hacía caso. Sinceramente yo no lo veía conmigo pero dije por qué no. Voy a intentar, y a los tres meses estaba embarazada. Y yo pensaba que no podía tener hijos… A partir de ahí empecé yo a vivir, a respirar, a creer, a caminar sobre la tierra diciendo que existo. Según mi cultura es como que estaba ya perdida, muerta. Y he resucitado. Mi madre me hablaba, mis hermanos, y tengo que ser ejemplar para mis hermanos. Es así en África. Empecé a verme que existo, a sacarme todo lo malo que tenía el chico que me dejó”, Becha mira al suelo pensativa con la cabeza apoyada en la mano.
Pasaron los meses y nació la hija de Becha. “Yo no tenía todavía papel. Hago los papeles de mi hija y yo no tenía. Buscando a alguien que te hacía contrato, nada”. Finalmente Becha se casó con el que era su pareja por los papeles, que él sí tenía. “En 2015 me han dado un año de papeles sin permiso de trabajo. Mi primer papel con permiso de trabajo es de 2016. Desde 2007 que llego a España… Hoy estoy renovando. Tengo residencia de dos años y la segunda renovación está en curso. A ver qué es lo que me dan”.
La negra blanca de Lavapiés
Para Becha fue un infierno pensar que no podía tener hijos. Sin embargo en todos estos años su mentalidad ha ido cambiando. Ya no cree que es una desgracia no tenerlos, por ejemplo. “He cambiado. Me dicen que soy blanca por mi manera de pensar y de hablar”, dice riéndose en todo su esplendor. “Antes cuando mi mamá me dice algo, yo lo hago. Cuando mi tío me dice algo, es lo que hago –por eso se fue a París, aunque no quería por su novio–. No vivo de mis decisiones, son las de ellos. Para complacer a mi familia me he ido a París, pero la factura me la ha pasado a mí”.
“La mujer africana que respeta su cultura tiene que estar así”. Becha baja la cabeza, se apoya en una mano y mira al suelo. “Humilde, haciendo siempre que estás bien, callada” y suelta una carcajada mientras me coge nuevamente el hombro al tiempo que se ríe. “Y cumpliendo las normas según ellos. Y yo soy todo al revés”, nueva carcajada. “Me he cambiado, antes estaba aquí”, y señala lo que acaba de decir de humilde y callada. Pero ya no. “Hago lo que me da la gana, tomo mis decisiones. Hablo cuando tengo que hablar, grito cuando tengo que gritar. Es lo que hay”.
–¿Te consideras feminista?
– Sí, por todo lo que te he comentado antes. Que viva la mujer. Mujer al poder, qué quieres que te diga. La mujer es la que tiene que mandar el mundo.
Esta forma de ser tiene consecuencias. “Eso hace que la africana te mire mal, el español te mira peor, pero le molas a todo el mundo”, y suelta una nueva carcajada. Al final a Becha la miran algunos blancos por ser negra y algunos negros por “mis pintas” y su forma de ser.
Moda africana en Madrid
Mientras se producía este cambio de mentalidad en Becha, su situación laboral seguía siendo poco gratificante. Ella había estudiado en Kinsasa diseño de moda y patronaje. “En Congo te puede faltar comida, pero no la ropa de marca. Versace, Dolce & Gabbana, ¿sabes? Desde que soy pequeña me encanta la ropa, la moda. Por eso los chinos llevan ahí la ropa falseada. Hay batallas de jóvenes por barrios de Kinsasa. Batallas de ropa. Por eso yo sé las marcas desde pequeña. Tú tienes que vestir bien”.
Un buen día Becha viajó con el coro de Karibu a Burgos. Para actuar se ponen ropas africanas que ellas han confeccionado. Todo un éxito. La ropa. De la parte musical no llegamos a hablar. “La gente decía: dónde puedo comprarlo”. Algo se activó en Becha y al volver a Madrid llamó a su familia para que le enviaran una maleta con telas y ropa de Congo. “Me hicieron una maleta de 23 kilos. Empecé a venderlo y se vendía, se vendía… Un día vendí doscientos y pico euros. Ahí es cuando trabajaba por 300 euros al mes”.
Becha empezó a trabajar las telas en su casa, a coser sus propios diseños, a hacer arreglos de costura y lo que surgiera. Hasta que decidió trabajar por su cuenta. En Karibu le dijeron que si era consciente de lo que estaba diciendo. Y se puede decir que más o menos sí: “A veces tú vendes y a veces no he vendido nada, nada». Pero empezó con sus costuras en casa y tiempo después nació Besha Wear.
De trabajar en su casa y de coger la maleta para poner un puesto en distintos mercadillos y festivales, Becha pasó a trabajar en dos coworkings, pero se le acabaron quedando pequeños. “Yo no paraba en todo el día, me tiraba cosiendo hasta las 3 de la mañana”. Llegó un momento en que “me superaba, no podía sola”. Así que a finales del año pasado Becha alquiló un local de Lavapiés donde tiene su tienda. Allí cuenta con la colaboración de distintas personas africanas.
Desde que empezó a trabajar en el mundo de la ropa “no paso hambre”. El problema ahora es pagar el alquiler del local. “Desde que estoy aquí no he pagado al día. El dueño viene, me grita y yo qué hago. Intenté que me lo dejara más barato, pero nada. Ahora mismo no le debo nada. A veces pago el día 15, el 20. Al final pago. Yo tengo muchas cosas en mi cabeza, muchos proyectos y necesito un local en el centro para poder llegar a la gente que quiero llegar». Los clientes de Becha son un 80% blancos y un 20% africanos.
Diseño de ropa, activismo por África
“Para mí la ropa es el diseño, es Becha. Lo es todo para mí, es mi vida”. Con el diseño de ropa y su posterior venta Becha ha encontrado su destino. Al menos así lo cree ella. Su tienda es más que un negocio. “Dejé Congo para buscar un futuro mejor y ayudar a mis hermanos. Yo desde que nací he sido una niña inquieta. Tal vez si yo estaba en Congo ahora tendría cinco o seis hijos. Yo me quería casar con 15 años… Yo salí para buscar una vida mejor, ese era el plan, pero ahora estoy viendo que vine para cambiar un poco lo que se piensa de África: el arte, la creatividad, el poderío, que descubran, que lo vivan, que lo sientan. Con eso eres activista, visibilizar el África en Europa. Que la gente aprenda que las telas no son disfraces y compartir la cultura”.
Becha trabaja “con los diseños que se llevan aquí pero con tela africana. Es mi misión con ayuda de otros porque no puedo sola. Mi sueño está aquí en la difusión de la cultura africana en España y a nivel internacional”. Para conseguirlo Becha tiene un proyecto mayor que su tienda, donde también vende instrumentos musicales como yembés, máscaras, piezas de decoración, abalorios, etc. Pero, como decía, el sueño de Becha va más allá, ella piensa en lo “textil, la gastronomía, la música y el arte. Poder tener tiendas en toda España. Empezar aquí y luego el mundo”. El sueño de Becha es ambicioso, por lo pronto pide ayuda a pequeña escala: “Si alguien nos puede ayudar, necesitamos máquinas de coser para poder trabajar. Solo tenemos dos”.
Esta es la manera que tiene Becha de luchar por la integración en el mundo. “Ahora ya no hay blanco o negro, ahora hay personas, como cuando estoy yo con un negro, con una blanca o con un chino. Hasta cuándo vamos a estar poniendo estos límites, esas barreras que tú te pones. Que viva la multicultura, que es lo que enriquece el mundo. Que seamos una piña y ya está. Que hablemos de cosas constructivas, que no vivamos en los prejuicios. Que aceptemos lo nuestro y abrirnos hacia todo. No pongamos barreras hacia la otra persona para enriquecernos. Juntos podemos”.
Becha no soporta los discursos del odio. “¿Para qué lanzan esos mensajes? ¿Para que no nos ayude nadie? ¿Para que nos odie todo el mundo?”.
Reflexiones de una congo-española
“Me considero congo-española. Pero más me siento española. He visto a presidentes cambiar; desde Zapatero, que viene Rajoy, Esperanza Aguirre por ahí, que viene Pedro Sánchez…”.
La familia de Becha sigue en Congo. “Los echo de menos mucho, mucho, mucho mucho, un montón. A mi mamá y a mi papá no los veo desde 2004. Abrazar a mi mamá, eso me encantaría. Mi familia es lo que más echo de menos de Congo”.
“Congo es un país rico, pero es un país donde no pasa un año sin guerra. Las guerras, las violaciones, la explotación de menores, el hambre, la pobreza. Quiero mucho a mi país, pero a veces me quedo llorando hablando de él”, Becha dice esto con un hilo de voz. Según datos de Acnur, hay 4,5 millones de personas desplazadas dentro de Congo y miles de mujeres y niñas del país serán violadas más de una vez a lo largo de sus vidas.
“Mi familia está bien, pero me enfado mucho cada vez que hablo de estas cosas”.
La vida de Becha está en Madrid. “Yo estoy muy contenta aquí. Yo soy negra y vivo en España. Me encanta la gente, la diversidad de razas, colores, de todo. Eso es lo que más me gusta”. A Becha también le gusta mucho el clima de Madrid. “Yo me he ido a Francia y me he vuelto con el frío que hacía allí”, dice mientras se ríe.
Pero no todo lo que sucede en Madrid le gusta. Afirma que Madrid es racista. “Sí, sí, ra-cis-ta”. En ese momento me da un papelito en el que aparecen Mame y Samba. “Yo quiero mucho a España. Esta chica es de mi país”, dice señalando la foto de Samba. Becha vuelve a entristecerse. “Cuando explico a la gente esta situación me pregunto dónde está la humanidad. En África siempre nos han vendido que aquí hay leyes, hay protección. No voy a hablar mucho, me duele mi corazón”.
Samba murió tras su paso por el CIE –Centro de Internamiento de Extranjeros– de Aluche. La muerte de Samba acaba de ser objeto de juicio. Por otro lado, recientemente un auto judicial ha reconocido que el CIE de Aluche no vela por la integridad física y la salud de las personas internas.
“Que haya justicia. Esta chica era joven”, dice señalando nuevamente la foto de Samba. “¡Que se cierren los putos CIE!”, exclama Becha alzando la voz mientras da un golpe con las dos manos en una silla y se levanta de un brinco. Apenas pasan unos segundos y se relaja, vuelve a sentarse. “Para qué esos sitios”, pregunta.
–¿Qué opinas de un mundo en el que cada vez tenemos más muros?
Becha cierra los ojos. Se queda pensativa por unos segundos.
–División. Mafia. Intereses de la gente que tiene más dinero.
A nivel España sus quejas siguen el mismo camino. Becha recuerda la tragedia del Tarajal: 14 migrantes murieron en la frontera de Ceuta. Becha vio la noticia en la televisión cuando sucedió en 2014. “Por qué van a tirar –se refiere a las pelotas de goma y botes de humo que lanzó la policía– a una persona que se está ahogando y que viene aquí a buscar un futuro mejor. Ese día me sentí que el negro no vale para el blanco. Ese día me sentí horrible”, dice llevándose las manos a la cabeza.
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