Historias cotidianas que solemos ignorar

Cárcel

Algún día tengo que atracar un banco

Flako atracaba bancos por el sistema de butrón y alcantarillas

“Aquí venía a desayunar en mi época de bandido”, me dice mientras nos sentamos en la mesa del fondo de una pequeña cafetería en el madrileño barrio de Vallecas, cerca del estadio de fútbol del Rayo Vallecano. “Hemos hablado aquí de bancos que ni sé y siempre en esta mesa que estamos tú y yo”.

“Mejor pon Flako. No quiero dar mi nombre porque tengo un hijo en edad escolar y para que no me reconozcan en el colegio, aunque si buscas en prensa salen mis iniciales en las noticias. Este es el motivo, no por mi trabajo, allí el ochenta por ciento lo sabe y no es un problema. Y a mí cada día me da más igual que la gente sepa que he estado en prisión, lo único es mi hijo. Él es consciente de que papá ha estado en prisión, de que ha atracado bancos y de que eso no se tiene que hacer, pero por preservar su intimidad en el colegio. El nombre de Flako me viene del documental Apuntes para una película de atracos, de Elías León Siminiani. De ahí viene también la máscara que utilizo para las fotos, para que no se me reconozca”.

“Tengo 37 años y siempre he atracado bancos, no sé robar un coche. La primera vez que colaboré con mi padre para robar fue el 12 de septiembre de 2000. Era un Caja Madrid en Puente de Vallecas y yo estaba afuera con el teléfono vigilando. Me faltaban dos meses para cumplir 16 años”.

De tal palo

“Un butrón es un orificio o agujero que se practica en pared, suelo o techo para acceder al establecimiento que vas a robar”, dice en un tono que roza el academicismo. “Yo atracaba bancos por el procedimiento del butrón, me metía por las alcantarillas y asaltaba sucursales bancarias. Mi padre empezó a atracar en los ochenta y a hacerlo por el método del butrón y las alcantarillas en los noventa. Hubo un punto de inflexión en mi vida que me hizo meterme en la delincuencia: volver a tener relación con mi padre. Mis padres se habían separado, mi padre estuvo en prisión por veintiocho atracos –nunca lo pillaron por los que cometió por el sistema de butrón y alcantarilla– y al salir volví a tener relación con él. Me dijo que atracaba para ganar dinero. Empecé a colaborar en atracos vigilando con el teléfono: les decía si entraba alguien a la sucursal. También empecé a ir con la moto para aparcarla en el sitio donde había que dejar la furgoneta. Hay que elegir bien el sitio para aparcar la furgo –suele ser a varias calles de distancia del banco– porque desde el suelo de la furgoneta se pasa directamente a la alcantarilla y de ahí se llega, a través de las galerías, al banco elegido para el atraco –luego vuelves por ahí también–”.

“El primer día que colaboré con él lo vi salir con muchos millones de pesetas y pensé con este método no te coge nadie. Algún día tengo que atracar un banco, me dije. Ese fue el motivo porque una necesidad económica nunca he tenido”.

“Nunca he disparado a nadie, jamás he hecho sangre. Nosotros somos ladrones y se lo decía a la banda antes de entrar, aunque diga te voy a matar, no voy a matar a nadie. Por eso siempre decía que un atraco es como una obra de teatro”.

Pluriempleo

“En nuestro entorno sabían que nos dedicábamos a eso. Mi mujer siempre ha sabido quien soy. Yo vendía droga cuando la conocí, estuve vendiendo durante tres o cuatro años. Mi mujer siempre ha rechazado lo ilícito, es trabajadora y tiene estudios. Hemos discutido mucho por el tema, yo no actuaba bien porque la engañaba, le decía que iba a ser el último atraco”.

“Una vez salimos en las noticias internacionales, qué nivel”, dice riéndose. “Después de atracar un banco compraba todos los periódicos para ver si salía algo. Cuando no salía me daba mal rollo porque así no tenías información de lo que decía la policía. A veces veías las noticias y parecía como si fuéramos una banda muy sofisticada pero la realidad es que parecíamos Esteso y Pajares”, dice entre risas. “Teníamos un buen trabajador al que habían operado de cataratas y le pusieron las gafas estas como de Makinavaja. Teníamos otro que durante una época se estaba poniendo la dentadura y no tenía dientes. De hecho, se puso los dientes con el dinero de los atracos. Éramos unos personajes”, dice sonriendo.

“Siempre he trabajado mientras era atracador. En mi último trabajo antes de que me detuvieran repartía alimentos congelados y pescado fresco; avisaba al jefe y me cogía un día libre para atracar el banco. Luego volvía tan normal a trabajar al día siguiente”.

“Colaboré con mi padre y después con su socio a escondidas de mi padre. Después de los atracos daba sobres de dinero a la familia o me iba de viaje a Canarias con mi madre y mi hermano. Si a mi madre le hacía falta ir al dentista, íbamos. Si le hacía falta una lavadora, se la compraba. También a veces daba dinero a los amigos. Yo he ido a atracar bancos teniendo mucho dinero guardado en casa de otros atracos, pero cada atraco era una buena inyección y me gusta ayudar a mi gente, yo no era de los que me lo gastaba en ir de Gucci o en ir a discotecas de lujo, eso lo veía innecesario. Tampoco he sido la panacea del altruismo. A ver, mola ver mucho dinero junto, pero también mola ver que la gente disfruta con un dinero que tú le das”.

El método

“No había un mes que no bajásemos a las alcantarillas a ver y en la superficie buscábamos tapas de alcantarillas que nos pudieran servir para los atracos. Moverte por las alcantarillas de Madrid no es fácil. No puedes tener claustrofobia, por lo general las galerías son de ochenta centímetros de ancho por algo más de metro y medio de alto. Tampoco puedes ser asquerosito: hay ratas, arañas y te encuentras de todo lo que echan por la taza del váter. Alguien tiene que darte unas nociones básicas de cómo es el funcionamiento de los desagües de los edificios. Mi padre no me enseñó, nunca he estado en una alcantarilla con él. Él me enseñó a cómo actuar dentro de un banco. De las alcantarillas aprendí con el socio de mi padre. Una vez fui por las alcantarillas desde Cuatro Caminos hasta Cibeles y por abajo no es línea recta”, advierte. Según Google, desde la glorieta de Cuatro Caminos hasta la plaza de Cibeles hay 4,2 kilómetros caminando por la superficie. “Cuando estaba en las alcantarillas tenía un plano de Madrid plastificado. Allí hay pocas referencias, así que el truco para no perderte era girar el plano cada vez que giras tú. A eso lo llamábamos GPS manual y gracias a ese sistema nunca he salido a la superficie donde no es. En las galerías aparece el nombre de alguna calle, pero pasa que suele haber nombres de calles antiguas que nadie ha cambiado. Por ejemplo, te encuentras el paseo Alto del Hipódromo porque hace cincuenta años los Nuevos Ministerios eran un hipódromo. Para orientarte bien abajo tienes que conocer bien lo de arriba”.

“Podíamos tardar hasta un mes en hacer el agujero del butrón. Para nosotros una bajada se consideraba una jornada de trabajo. En la superficie entrabas a un banco y te fijabas en todo. Hoy me sigo fijando en bancos y alcantarillas, eso se me ha quedado. También sigo mirando el tiempo porque cuando llueve no puedes bajar porque se inundan las alcantarillas y corres riesgo”.

“Los días antes del atraco vives muy en tensión, mi primer día dentro de un banco me dieron tantas ganas de mear que pensé que me iba a mear encima. Me daba también como un temblor en la pierna. Antes de coger de rehén al primer empleado, te escuchas el corazón en los oídos: pum, pum, pum. En esos momentos eres capaz de levantar un camión con la mirada”.

“Al principio le decía a mi padre que ojalá hubiera más mujeres para coger de rehenes y él me decía que no. Luego fui viendo que psicológicamente la mujer es más fuerte en momentos como esos. Yo he visto a un hombre mearse encima”.

“He encañonado rehenes, pero solo me llevaba el dinero del banco, ni bolsos ni carteras ni nada. A veces me decían los rehenes toma mi reloj y yo que no. Pienso que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón y para mí los bancos son los mayores ladrones de este país y mueven el mundo. No vamos a ir a robar a un pobre. Si tú tienes una tienda y te robo es tuyo, es de una persona física; en el banco también pero el dinero está asegurado”.

“Después de los atracos se contaba el dinero en mi casa y repartíamos. Entonces ponía la foto de mi padre para que estuviera presente porque ya había fallecido. Después, cuando me quedaba solo, me daba una especie de bajón en plan madre mía, la que estoy liando, esto es una puta locura. La policía estaba loca, nadie sabía nada de nosotros. Yo lo veía como el método perfecto, pero no lo era o si no, no te estaría contando esto…”.

La cárcel

“Estuve cuatro años y tres meses en la cárcel. Me detienen el 27 de agosto de 2013 y salí el 2 de noviembre de 2017. Nos pillan en la furgo en Usera, justo al salir del atraco por la alcantarilla con las armas y la mochila. Al principio fue como en una película, dos o tres segundos que se queda todo en silencio y parece que todo pasa a cámara lenta. Luego ya un montón de ruido y es como ¿esto está pasando de verdad? Y sí”.

“Me condenaron por dos atracos y además de prisión tengo que devolver el dinero al otro banco por el que me condenaron; al último no porque llevábamos encima la mochila con el dinero cuando nos pillaron. Me queda por pagarle al banco de veintisiete a veintiocho mil euros; lo quiero pagar, no quiero estar en vilo porque te pueden hasta embargar las nóminas”.

En 2021 en España había 55.097 personas en prisión, de los que el 92’9% eran hombres.

“Cuando me detuvieron mi mujer estaba embarazada. Ese fue otro punto de inflexión en mi vida: lo que me cambió fue pensar que mi mujer y mi hijo no podían estar solos. He sido ladrón pero no estoy reinsertado, no robo bancos –ni nada–, que es distinto. He cambiado por mi hijo, no por la cárcel. Estaría reinsertado si viera mal robar un banco, pero cuando alguien roba uno, qué quieres que te diga… Y, como te decía, ahora entro a un banco y me sigo fijando en donde está la caja, las cámaras, las escaleras, cuantos trabajadores hay. Esto es como un torero retirado que ve un toro y se le eriza la piel, pues a mí me pasa igual. Estaría reinsertado si no sintiera eso, pero lo siento. Me siento mal por las personas, pido disculpas de corazón a todo el mundo que se vio envuelto en uno de mis atracos. Ya solo con portar un arma de fuego intimida un huevo, les hice pasar un mal rato y son inocentes. Ahora, de robarle a un banco no me arrepiento, he pagado cárcel por ello y estoy pagando el dinero”.

“A todo el mundo que haya estado en la cártel le preguntas por el olor y te dirá que es inconfundible: a fritanga, a lavandería y a desinfectante. En la cárcel hay buenas personas que han cometido hechos malos. Yo me considero buena persona y he estado en la cárcel. Recuerdo a uno que me enseñó a hacer raíces cuadradas, que yo ya ni me acordaba. Otro, que era carpintero, me ayudó a hacer un coche para mi hijo. También hay un porcentaje de personas que son gentuza, pero en la calle también hay gentuza que está en libertad. La justicia en España no es igual para todos. Al Estado también se le llena la boca diciendo que en la cárcel se hace un buen trabajo para la reinserción y eso también es mentira, eso es un dos por ciento. Por ejemplo, los cursos, que den orientación laboral real y no tanto curso de jardinería, cursos para que haya posibilidad de empleo, no sé, de chapa y pintura, de mecánica. Y hacer que la gente tenga ilusión porque mi motivación era mi mujer y mi hijo, pero hay gente que no tiene una motivación, así que tú me dirás. Al salir estaría bien que el Estado tuviera convenios con empresas para trabajar, creo que más gente se reinsertaría. Y el tema de la medicación dentro fatal. Allí hay droga, pero lo que más hay es medicación, te atiborran a pastillas y la gente se engancha. La atención médica en prisión no es igual que en la calle”.

“En prisión no tuve miedo porque si no pides droga, no te juegas el dinero, no tomas medicación, no pides cosas fiadas, tienes cuidado y tratas con educación y respeto no sueles tener problemas. Lo que más recuerdo es echar en falta a mi familia. No podía ver fotos de niños pequeños, si veía un anuncio de niños en la tele, lo quitaba. No he visto nacer a mi hijo y tengo que ver a un crío pequeño que no es el mío, pensaba”.

“Estuve un tiempo en aislamiento porque me tenían como a una persona muy peligrosa. Estuve sin radio ni televisión. Estaba veintiuna horas encerrado, quítale ocho de dormir. Hacía deporte –saltar, hacer flexiones–, leía y empecé a escribir. Escribir, escribir, escribir. Empecé a escribir pensando a ver dónde llega esto, pero no imaginé que sería un libro y tampoco imaginé que me harían un documental. Estando en la cárcel recibo una carta de Elías, que me conocía de las noticias, porque quería hacer una película sobre mi historia. Mientras nos intercambiábamos cartas yo seguía escribiendo mi historia, que fue lo que se convirtió en el libro Esa maldita pared. La película y el libro es lo bueno que me ha salido de la cárcel, gracias a eso tenía un proyecto creativo que me hacía olvidar donde estaba. Escribí el libro a mano, con tachones, con anotaciones, al principio con un montón de faltas de ortografía”, dice con una sonrisa. “Elías me traía libros para que leyera y la estructura de lo que leía en esos libros lo plasmaba en lo que yo escribía. Cuando empecé el libro era como un niño de colegio, pero luego mejoré mucho”, dice con orgullo. “Leer también me ayudó con lo de las faltas de ortografía. Ahora no sé por qué una palabra lleva tilde, lo que sí sé es que la lleva”.

Flako con el libro sobre su vida que escribió en la cárcel.

Vida de un exatracador

“No me imaginaba que me iban a coger y menos como nos cogieron, con los de Ana Rosa y Susanna Griso en mi casa para hablar con los vecinos. Pensaba que no podían cogernos, aunque a la vez vives con la obsesión porque sabes que estás jugando con fuego y te puedes quemar. Por eso en la dedicatoria del libro aparece la vida es más limpia y bella si no te persigue nadie. Es más limpio vivir como vivo ahora. Es verdad que estoy hasta aquí de gastos –dice señalándose el cuello– pero yo ya he perdido cuatro años. Son muchos años de delincuencia y ya está bien, ya es suficiente. Además mi método de robo es inconfundible, si hay un robo de alcantarilla la policía qué va a decir, y más después de haber hecho el documental y el libro”, dice riéndose.

“Al salir de la cárcel tienes resquemor porque sales sin un puto duro, pero no me he planteado volver a robar. Confieso que me gustaría volver a bajar a las alcantarillas para ver si todo sigue igual, pero no para robar. Mi mujer trabaja, tengo mi casa pagada de una herencia de mi abuela y también trabajo. ¿Tú sabes el gasto que tiene estar en prisión? No merece la pena”.

“Doy gracias a que tengo a mi familia y también a Elías, que ya se convirtió en mi amigo. Gracias a él trabajo en cine, en el mundo audiovisual. Soy atrecista, monto decorados y me encanta. Hay veces que ni le digo a mi mujer que lo paso bien en el trabajo porque ella está puteada en el suyo y yo me siento un privilegiado. Llevo desde 2020 sin parar de trabajar. Ahora vivo bien”.

“Mi rutina es ir a trabajar y según el horario que tenga preparar la cena, recoger el lavavajillas y ese tipo de cosas o ir a comprar si el niño necesita algo. También mi mujer y yo ayudamos a mi hijo con los deberes, cada uno le ayuda en lo que se le da mejor. Colaboro con Solidarios para el Desarrollo, no me gusta decirlo porque queda como si yo me diera aires… He dado charlas a menores de prevención de delincuencia y drogas. Pero que quede claro que no soy nadie excepcional, yo soy de barrio, de mi gente. Hoy estamos en Vallecas porque las personas que somos de Vallecas lo llevamos muy ahí”.

“Quizás si no hubiera visto atracar a mi padre me habría dedicado a otra cosa. A mi hijo le enseño unos valores, le digo que las tres cosas más importantes que hay en este mundo son la educación, la humildad y el respeto, y que luego ya vienen los estudios. Le gusta estudiar, es muy empolloncín”, dice contento. “Hace robótica en una academia; la educación de mi hijo está por encima de todo”.  

“Mi reflexión ahora es que no existe un botín en el mundo que me separe de mi hijo, eso lo tengo más claro que el agua. Si me separo de mi hijo es que me voy a morir”.

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