“Vine por amor, me enamoré. En Holanda estudiaba música, flauta travesera. Con estas manos paralizadas se acabó la flauta”.
“El año que me gradué vino un madrileño que tocaba la percusión y el profesor me dijo que tenía que tocar una pieza con él. Yo trabajaba a la vez y dije que no tenía tiempo. Además era una obra superdifícil de un compositor español. No tenía ni pizca de ganas”.
“Al final tocamos la pieza. Yo ya hacía mucha montaña y Miguel (el percusionista) me dijo en España también tenemos montañas… Llevo aquí veintiséis años y no se me quita el acento ni queriendo –tiene bastante acento guiri–. Miguel es hoy mi ex y nos llevamos muy bien. Tuvimos tres hijos que ahora tienen 23, 22 y 20 años”.
“Soy Mauela Vos. Tengo 56 años. Soy de Leeuwarden (Países Bajos). Soy tetrapléjica. La tetraplejia es una putada. Es una lesión en el cuello. Por debajo de mis hombros no tengo sensibilidad ni movimiento, estoy paralizada. No tengo control sobre mi tronco. Sentada estoy haciendo equilibrio. Tengo una lesión medular completa, no voy a tener más funciones que las que tengo ahora”.
Montaña, casa
“Era la guiri loca por todo lo que hacía. Recorrí Europa y Estados Unidos haciendo autoestop y tocando la flauta en la calle con un amigo. Era una aventura. Una vez nos cogieron en la calle para tocar en un festival delante de tres mil personas y no teníamos ropa decente”, recuerda riéndose. “Puedo estar días hablándote solo de esos años”.
“En España daba clases de inglés y conciertos. Cuando los niños eran pequeños quise estar con ellos y dije adiós a mi carrera musical. Hubo un momento en que me quedé sin trabajo y sin casa. Con la indemnización por el despido pude pagar la entrada de un piso de 38 metros cuadrados. Allí dormían todos mis hijos. Cabíamos. Con mi casita, mis niños y mis montes estaba muy feliz. Encontré trabajo rápido en el colegio neerlandés”.
“Vivo en esta residencia. En mayo de 2022 vine aquí y pensé que iba a estar medio año… Aquí no pago. Tengo una pensión, no está mal. He cotizado muchos años. Mis hijos trabajan, no me puedo quejar. Sé vivir con poco dinero, necesitaré para rehabilitación y estaría bien también tener una beca para poder pagar a personas para entrenar conmigo”.
“Voy en silla de ruedas empujada por mí misma pero con un poco de ayuda de propulsión porque las ruedas son eléctricas. Cuando empujo la silla tiene un sistema que me ayuda a propulsarlo. Tengo un poquito en el pulgar y el índice. El resto no los siento y no los puedo mover del todo bien”.
“Mi casa de 38 metros cuadrados era un tercer piso sin ascensor muy pequeño para una silla de ruedas. La vendí para comprarme un local a pie de calle que voy a convertir en vivienda. Lo que necesito es una vivienda como todo el mundo. Ha empezado la obra. No tengo miedo para nada, aunque hasta a mis amigos les da miedo. Tengo muchas ganas de mudarme, más que ganas tengo necesidad. Quiero salir de aquí porque he perdido años con mis hijos. Los necesito cerca. Cuando salga vivirán conmigo o con su padre, como hasta ahora”.
“Cuando me mude necesitaré ayuda para sacarme de la cama y vestirme. Me ducho sola. Por la noche al revés. Cocinar lo voy a hacer yo. No puedo pedir asistente personal hasta que me mude a casa. No tengo miedo a estar sola por la noche. Tendré la cajita del teléfono que tienen las abuelas (la teleasistencia). Echo de menos la montaña y mi casa”.

Es más peligrosa la calle que la montaña
“No me acuerdo de nada de ese día. Mi compi cree que se me fue una piedra. Me caí, más o menos, treinta metros”.
“El accidente fue en Picos de Europa el 5 de julio de 2021. Primero estuve ingresada en Santander un mes y un mes más en Toledo en la UCI; después estuve nueve meses más en planta”.
“Me encanta la montaña, me da paz, silencio. De poder estar sola. Tienes tiempo para pensar, curar todo”.
“Yo estaba muy rota, no solo el cuerpo. En la UCI pensaba que iba a volver, no estaba muy consciente de lo que me pasaba. Haces todo lo posible para sacar lo más pero sigues teniendo bajones. En mi caso cada vez son menos. De no querer vivir. Sabía que existe la eutanasia. La realidad es que no te puedes ir por los hijos que tienes. Si no, no estaría aquí. Son mi motor principal. Y me alegro, ¿eh? Ahora me alegro, pero es un proceso largo y duro”.
“Me dieron una silla eléctrica y dije no quiero. Con esta silla más pequeñita parezco menos discapacitada. Llevo guantes que hacen que pueda empujar las ruedas y frenar. Practicar y practicar. Nos enseñan cómo usar las manos: coger las cosas, abrir la riñonera, con el móvil uso dictado y audios. Luego te dicen un montón de cosas que no vas a poder hacer. Pero esto puedo, mira”, dice mientras tira al suelo la cajita con las pastillas. Se agacha en la silla. Empuja la cajita con la mano y la lleva hasta la rueda. Allí la apoya y la va subiendo poco a poco hasta que la coge. Se la lleva a la boca y de ahí a su regazo.
“Influye mucho en la salud mental. Mucho, mucho, mucho. Al principio piensas por qué no he sido más cuidadosa. En material de montaña compré siempre lo mejor. Mi vida dependía de eso. En ropa no, siempre llevaba lo mismo”, dice riéndose. “Mis joyas eran mi material de alpinismo y todo lo retiró un amigo de mi casa. Yo no puedo ver eso ahora”.
“Esa culpa ya la he soltado. Con eso estoy en paz. Creo que ha sido mala suerte, simplemente”.
“Los Alpes los encuentro todos los días. Es más peligroso ir por la calle que a escalar. Está lleno de obstáculos: baches, bordillos, agujeros. Al principio lloraba todos los días. Deja de llorar, me dije. Esta es tu vida y vas a ser una amargada”.
“Asumirlo sí, pero aceptar quién va a aceptar. Eso es una palabra muy grande. Asumirlo es un viaje largo. Ha sido y sigue siendo. El teatro me ha ayudado mucho”.
Teatro y bici
Manuela el vuelo infinito. En esta obra he contado mi historia, que es la historia de muchos. Quiero la normalización, quiero que me miren como una persona más. La gente tiene la tendencia de infantilizarte. Somos capaces de muchas cosas a pesar de nuestra lesión y somos capaces de pensar por nosotros mismos”.
“Vive. La obra me hace pensar en que tienes tanto por vivir: tus hijos, tus amigos. Lo más importante en la vida es la gente. Es mejor perder la montaña que tu gente. Disfruta de lo que sí tienes. Y yo tengo mucho. Y quién sabe lo que viene más”.
“Emilio del Valle ha escrito un guión y es un teatro documental. Hablan mis amigos, mis terapeutas, mis fisios, incluso el rescatador y el médico que estaban en el equipo de rescate. El mensaje es aprovecha la vida y busca lo bonito. Hay que vivir lo más intensamente posible. Esta obra me ha devuelto la seguridad en mí misma, me ha hecho sentirme mucho más yo”.
“Yo hacía triatlones ironman y maratones. Cuarenta maratones he hecho. Viajaba, no repetía maratón. Buscaba un vuelo barato y allí iba. El ironman son 3,8 kilómetros nadando, 180 en bicicleta y 42 corriendo. Si lo haces despacio, llegas”.
“En Toledo empecé con la bici, con mi handbike, que es una bici que estás tumbada y mueves los brazos solo. Empecé cuatro meses después del accidente y al principio casi imposible. Me tenían que ayudar porque me iba para los lados”.
“En Toledo tenía un bajón monumental y un amigo me dijo que hiciéramos una carrera que había en Ciudad Real. Le dije que sí y resulta que estaba haciendo una de las pruebas de Copa de España. Allí me sentía libre por primera vez, estoy sola, estoy haciendo algo que puedo hacer. Fue bonito porque encontré un ambiente que necesitaba. Un ambiente sano con gente haciendo deporte con diferentes lesiones, no solo medulares. A partir de ahí empecé a apuntarme a todo lo que había. En el 21 tenía el accidente y a finales del 22 me llaman del comité paralímpico para preguntarme si quería cambiar la nacionalidad para competir por España. Dije que sí. Me llevaron a la copa del mundo en Bélgica en el 24 y sorprendente gané. Bueno, digo sorprendentemente porque jolín, acabo de llegar, ¿sabes? He entrenado muchísimo, eso sí, no creas que fue regalado. Campeona del mundo, no me lo puedo creer. Era un poco como una película. Pensé en mi gente, estoy aquí por ellos”.
“Puedo fortalecer hombros y bíceps. Tríceps no porque no tengo. El bíceps lo tengo ya muy fuerte”, dice riéndose. “Tengo mucha suerte que tengo este poquito”, dice con los ojos brillantes mientras se señala sus bíceps. “Este poquito lo estoy entrenando como una bestia. Cinco o seis días a la semana. En la cama no puedo hacer casi nada, me cuesta hasta taparme porque necesito tríceps. En la cama me siento muy discapacitada”.
“Mi bici costaba 14.000 euros y mi silla 16.000. Cómo puedes pagar eso. Un amigo que tiene un grupo de rock hizo un concierto en mi honor. Si me llega a decir que era benéfico le hubiera dicho que no. También abrió una cuenta de crowdfunding. Yo tampoco sabía nada de esto”.

Apoya a Manuela
“Nunca me he sentido sola en la vida. Lo que sí necesito es estar sola. Una amiga creó un grupo de WhatsApp, Apoya a Manuela, para que no me quedara sola y tener ayuda. Sigue existiendo. Darme de comer, cepillarme los dientes, lavarme la cara. Venían en dos franjas horarias de visitas. Nunca estuve sola, nunca. Tardé meses en poder rascarme la nariz; luego aprendí a tomar el café sola. Empecé con un centímetro de café y luego dos hasta que la taza estuvo llena. Entonces empecé a ir a la cafetería sola y fue maravilloso. Necesitaba un poco de espacio para mí”.
“Lo difícil es aceptar que necesitas esa ayuda. Para mí fue muy difícil pedirla, siempre he sido muy independiente”.
“Tengo mucha suerte. Sigue estando la gente. Y para entrenar lo hago con un grupo de bicicleta de montaña que tenía antes y quiere entrenar conmigo. Aquí en la residencia tengo un cuartito pequeño con la bici en un rodillo. Ahí es donde más entreno, luego en verano salgo dos veces a la semana y ahora una. El ciclismo es mi libertad, es donde ahora encuentro la paz. Es mi salud, mental y física, que es muy importante, y gran parte de mi vida social”.
“Siempre he dicho que quiero dar la vuelta al mundo en bici y subir al Kilimanjaro”.
“Me molesta que no te escuchen, que no te dejen ni siguiera explicar. Creer en mí. Verme como una persona válida”.
“La realidad es que nadie me puede entender. Te pasa y no lo entiendes ni tú. Los primeros meses me miraba el cuerpo y decía no puede ser, no puede ser mío. Es tan difícil entender. Ves un cuerpo, es tuyo, pero no lo sientes. Cómo lo va a entender alguien que no…”.
“Lo peor de la discapacidad es la dependencia. Lo positivo es que mis hijos han tenido una lección de vida y creo que están más cerca de la gente y entre ellos por esta razón. La gente suele decir que los amigos se cuentan con los dedos de una mano; yo tengo muchos más amigos que los que caben en una mano. He cuidado mucho a mis amigos, sabía que era importante. Por mucho que me guste estar sola, soy también un bicho social”.
“He vivido intensamente antes de la silla. Intento vivir el momento, afronto la vida con ganas. He tenido todo lo importante, no mucho dinero, pero sí lo suficiente para vivir. He tenido una vida anterior muy guay y lo que me queda. Mi relación con la muerte ha cambiado. Antes le tenía casi miedo. Ahora ya no tanto. Antes era: no estoy lista para irme”.
“Al final el amor es lo más importante. All you need is love, ya lo dice la canción. Es el motor de todo. Gente alrededor, el amor a tus hijos. Eso te hace querer vivir. Puedes estar llorando por todo lo que no tienes pero lo importante lo tienes delante, por lo menos en mi caso: tu gente, tu familia”.
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