“Mi pensamiento sigue exactamente igual ahora, en lo profundo, como si tuviera 18 años: ilusionado, esperanzado, deseando vivir”.
Vicente Fernández González tiene 79 años, es de León y vive solo. “He sido funcionario toda la vida, soy ingeniero. Con 69 años me jubilé. Yo aprendí a usar la tecnología por necesidad del trabajo, en el momento en que los ordenadores se pusieron a la orden del día tuve que adaptarme al sistema, esto empezó a finales de los ochenta”. Este conocimiento posibilita que ahora Vicente y yo estemos hablando por Skype. “Si te soy sincero, manejo el 20% de las posibilidades que me da el móvil. No me gusta el Instagram y esas cosas, pienso que la tecnología te da mucha información pero las redes sociales están contagiadas de algo que a mí no me gusta, que es que sueltan lo que les viene en ese momento, sin pensar con serenidad lo que se dice y se dicen verdaderas atrocidades. Esta pandemia ha sido para todo: para el alma y para el cuerpo. Ha exacerbado los sentimientos políticos o personales. Somos todos muy inteligentes, opinamos de todas las cosas”.
Vejez y pasión por la montaña
“Tengo pocos hobbies pero muy constantes. Siempre me ha gustado escribir, soy un escritor y poeta frustrado. Escribo mucho pero soy muy malo”, dice con una sonrisa. “La música del barroco me entusiasma, me lleva a estados de verdadera felicidad. También pinto cuadros muy malos”, dice riéndose. “Y después está la montaña, el espacio donde me encuentro más a gusto, más feliz. Aunque vaya solo me siento acompañado, aunque parezca una contradicción. Me identifico con el entorno y como parte de la humanidad. La montaña para mí es un sentimiento extraordinario que me permite sentirme fuerte, afrontar mis miedos, sobre todo cuando voy solo. Me permite revivir y sentirme extraordinariamente bien”.
A la montaña ha ido acompañado muchísimas veces pero ahora suele ir solo. Una de las últimas veces que fue con un grupo de amigos se deshidrató y un helicóptero tuvo que rescatarlo. “Los años no pasan en balde y en Picos de Europa hay zonas donde el peligro es cierto. El episodio del helicóptero me permitió pensar que si voy solo es mejor que haga las rutas que conozco muy bien por haberlas hecho 20 o 30 veces. Me riñen mucho los amigos cuando les digo que voy solo porque es verdad que es un riesgo, pero hay sitios maravillosos que no quiero dejar de verlos. Sé que dejaré de verlos, que lo tendré que dejar porque las fuerzas y la resistencia no son las mismas, pero bueno, todavía subo a picos de 2.100 metros. Además hay mucha gente que va por allá por si necesitas ayuda”.
Amo de casa y autonomía personal
Antes del coronavirus Vicente subía a la montaña un fin de semana sí y otro no. El que no subía lo dedicaba a su hijo y a su nieto. Tiene un hijo de 43 años y un nieto de 6. “Mi hijo está separado y le dio por la política. Veo a mi nieto cada 15 días, que es lo que marca el reglamento, y ahora lo veo a través del balcón. Aunque a veces lo veía cada menos porque me llevo maravillosamente bien con la ex de mi hijo y con sus padres. En épocas ‘normales’ nos veíamos todos en los partidos de balonmano porque somos forofos”.
“Desde que me separé en 1992 mi hijo decidió quedarse conmigo. He tenido que hacer de ama de casa para mí y para él, y después para mí solo. Mi madre era una mujer maravillosa y me enseñó todas las cosas de la vida menos las cosas de la casa”, dice riéndose. “Crecí privilegiadamente. Yo era el único varón, junto con mi padre, y no me dejaban hacer nada en la cocina, ni de limpiar, ni nada. Me casé y tuve que aprender inmediatamente esa cruda realidad y no me quejo. Las tareas tienen que ser compartidas. Creo que hombres y mujeres son exactamente iguales, que tenemos las mismas capacidades y las mismas responsabilidades”.
“Nadie me ayuda, yo hago las labores domésticas que no tienes más remedio que hacer: planchar, cocinar, limpiar. A mí me gusta tener un cierto orden sin ser esclavo del mismo. Tengo una hermana que discute todos los días conmigo porque quiere venir a casa para hacerme las cosas y yo que no. Si me operan se quiere venir a vivir aquí para ayudarme y yo que no. Entonces me dice qué descastado eres, pero hasta que yo no sea capaz de levantar una mano o una cacerola, no pediré ayuda. Pero no por orgullo, por la necesidad de automantenerme, de estar activo. Yo limpio lo gordo, lo más grueso, y eso me satisface porque me permite considerar que estoy capacitado para hacer actividades físicas y mentales. No sé si pensarás que soy un orgulloso…”.
“Cuando tenía 15 o 16 años veía a alguien de 60, fíjate tú, de 60, y pensaba que cuando llegabas a esa edad te convertías en algo amorfo y que a veces eres un estorbo. Con 50 o así, cuando veía que los años difíciles de la vida se aproximaban, empecé a pensar otra vez en eso. Actividad mental y física me parece lo más necesario para que los años duros de la tercera edad pudiera disfrutarlos en el mejor estado posible de cabeza y físicamente. Por eso me gusta hacer las cosas por mí mismo aunque me cueste más trabajo. Yo he intentado eliminar de mi pensamiento: vas a convertirte en un objeto. Ser una persona responsable de ti mismo, sé que hay enfermedades que te lo impiden, pero hasta ahora no es mi caso. Uno es libre en su pensamiento hasta que muere, las ataduras que hacemos a la mente es lo que nos impide una actividad normal acorde con la edad y lo físico. El cuerpo a esta edad chirría, pero dentro de esa limitación física poder valerte por ti mismo es lo que yo he querido conseguir. La música, la pintura y la literatura han contribuido a ello, y también la actividad física”.
Ejercicio físico y alimentación con casi 80 años
La montaña y las tareas del hogar no son las únicas actividades físicas que hace Vicente. Antes de que llegara el coronavirus solía caminar cada día por la ciudad una hora y media, casi siempre por la tarde. También ha hecho taichí durante más de una década, pero le han cambiado el maestro y ha preferido dejarlo. Hace tres años tuvo una mala rotura de menisco y estuvo casi dos años fastidiado. Engordó mucho. Empezó rehabilitación para volver a la montaña lo más pronto posible y enseguida le dijeron que el sobrepeso no era bueno para las rodillas. Hizo régimen, perdió 18 kilos y desde entonces cuida su alimentación.
“Mi dieta se compone de seis comidas al día. Cocino cosas muy sencillas: verduras, tortillas, carne o pescado a la plancha, lentejas, alubias. Muy elementales. Para las lentejas y las alubias está la maravillosa olla a presión”, dice con una sonrisa. “Me desquito cuando salgo a comer por ahí una vez al mes como con los amigos. A veces los apetitos deshonestos me asaltan y estoy suspirando por chocolate, que para mí es el oro de los dioses”. Pero Vicente ha cumplido durante el confinamiento y por eso ahora dice con orgullo: “En este tiempo en casa no he cogido ni un solo gramo de lo que pesaba”. No solo ha seguido cuidando su alimentación sino que también ha mantenido las caminatas. “Tengo la suerte de que mi casa de punta a punta son veintitantos metros y estaba una hora todas las tardes andando para hacer ejercicio. Hacía en torno a los seis kilómetros. Caminar fuerte para sudar me viene de maravilla”.
“Ahora lo que estoy esperando como agua de mayo es para poder operarme el ojo izquierdo de cataratas. Con esto del covid se me echó para atrás. Leo mucho y ahora si me tapo el ojo izquierdo veo mejor, pero estoy viendo que al forzarme a leer con el derecho estoy perdiendo visión. Estoy con los dedos cruzados a ver si se reanudan las operaciones porque la gente sigue teniendo enfermedades además del covid”.
Coronavirus siendo persona de riesgo
“No tengo miedo al coronavirus, tenemos que aprender a convivir con él. No hay peor cosa que te limiten tu capacidad de libertad, por eso la cárcel es tan dura, pero ese restringir la libertad de pasear lo entiendo y lo acepto para combatir algo que nos está destrozando. Muchos días me habría gustado haber salido pero no lo he hecho porque creo que era lo correcto”. Lo que sí ha hecho algunos domingos es preparar comida para su hijo y su nieto; se metía en un taxi y se la dejaba en la puerta de casa. No los veía. “Les hacía lo que pienso que les puede gustar a los dos”.
Durante el confinamiento salía cada día por la mañana a comprar pan y carne o pescado, y a la farmacia si tocaba. Luego volvía a casa y se encerraba. “Yo antes ya estaba acostumbrado a estar en casa y eso me ha ayudado, el confinamiento no me ha supuesto una carga extraordinaria. Mantener una rutina me ha ayudado mucho. Me acuesto a las doce y me levanto sobre las ocho y media. Desayuno y hago dos o tres cosas caseras: limpio un poco el polvo, arreglo la habitación con tranquilidad”. Después de comer “una cabezadina que es maravillosa”, dice sonriente. Tras su caminata de seis kilómetros dentro de casa esperaba el momento de los aplausos a las ocho. “He confraternizado con los vecinos de la casa de enfrente y después me preparaba la cena y televisión”. Todo acompañado de la lectura, pintura, escritura y música, elementos fundamentales de su vida con y sin coronavirus.
“Ahora que ya se puede salir salgo todos los días a pasear en mi horario de tarde. Tengo ganas de abrazar a todos los amigos y familiares y tengo muchas muchas ganas de ver a mi nieto. Yo me llevo muy bien con mucha gente, pero amigos pocos, escogidos; no pasan de seis con los que tengo confianza. Antes me veía con los amigos cuatro veces a la semana: martes, jueves y viernes. El jueves hacía doblete y quedaba por la mañana con un grupo de amigos y por la tarde de vinos con otro. Y luego los fines de semana los dedicaba a mi nieto o a la montaña. El resto lo paso en casa y si quiero salir, salgo, que es lo que no se puede hacer ahora”.
“Es verdad que después de este tiempo el cuerpo te pide andar y también echo de menos ese café con los amigos, esa camaradería, esa socialización. Con los amigos también hago viajes turísticos fuera de España de vez en cuando. Hemos estado en Turquía, en Italia. Esto nos sorprendió preparando un viaje a Sicilia”.
El duelo incompleto por el coronavirus
Antes de que llegara la crisis del coronavirus Vicente tenía otra actividad en su rutina diaria: visitar a su hermana enferma de cáncer en el hospital. “Mi hermana se murió este marzo funesto. Ella estaba hospitalizada desde octubre y yo subía todas las tardes a hacerle compañía, pero a finales de febrero cogí una faringitis aguda terrible. Estuve sin subir a verla por no pegarle ninguna cosa más y cuando empezaba a volver es cuando dijeron que las personas de riesgo nos abstuviéramos y me quedé sin verla. Murió el 20 de marzo –el confinamiento empezó el 15–, subieron sus tres hijas y un nieto al cementerio. No hubo velatorio, ni funeral, ni nada por el estilo. Eso me ha dejado una sensación rara, como de un suceso que no haya pasado. El duelo así… ha muerto y parece que no ha habido muerte… Me ha dejado un mal gusto, pero entiendo que las cosas han venido así y debes aceptarlo”.
“Me quedé frustrado un poco de no poder despedirme de ella. Pero me quedé contento porque esas tardes que subí estaba unas tres horas allí y aún pasándolo mal le hice reír y se puso a cantar conmigo canciones de temas leoneses, recordábamos nuestra infancia hace 70 años… Ella estaba fatal y los ratos en los que pudo cantar un poco, hablar, reírnos me han compensado y me agarro a eso”.
“Hay que perderle el miedo al covid y hay que ganar en seguridad personal y responsabilidad, que es lo que veo que falta en estos momentos. La conciencia de que lo que yo haga perjudica o beneficia al que va conmigo por la calle. Si no por ti, hazlo por respeto a los demás. Reconozco que eso me crispa un poco”.
En España todavía no hay cifras, y se desconoce si algún día las habrá, sobre cuántas personas han perdido a seres queridos durante la crisis del coronavirus sin poder despedirse y sin poder realizar ningún rito como un funeral. Cuando escribo estas líneas en España han muerto 27.117 personas por coronavirus, pero esta cifra no incluye a la hermana de Vicente. Según el sistema MoMo, entre el 17 de marzo y el 22 de mayo murieron en este país 103.879 personas por coronavirus y otros motivos.
Amor y soledad
“De los peores momentos de mi vida fueron como secuela de la separación. Una separación es algo frustrante, a mí me impactó mucho. Lo malo conviene dejarlo, está ya vivido, está ya pasado. Igual que lo feliz, pero es más grato recordar lo feliz. Creo que podía haber rehecho mi vida después de la separación pero la vida estaba ya hecha de una determinada manera. La percepción que yo tengo ahora es cómo puedes estar absolutamente enamorado a los 70 como a los 18. El sentimiento es el mismo, misma intensidad, plenitud, sinceridad. Puedes estar enamorado en cualquier momento de tu vida, yo pensaba que con la edad determinados sentimientos desaparecían pero no… y están depurados para mejor. Amas con más sinceridad, con más entrega. Amar es lo más maravilloso de la raza humana. En el año 2000 me enamoré de otra persona pero no pudo ser. Tienes que aceptarlo cuando algo no puede ser, vivirlo pero aceptarlo. El resultado de ese amor son unos 80 poemas que he escrito. La vida no es una continua alegría ni una continua tristeza. Pienso que en la vida, aún con todo lo malo y lo difícil, tener la satisfacción de poder vivirla es algo impagable, grandioso”.
“Sinceramente echo de menos una pareja porque la soledad a veces es muy dura. El compartir, el hablar es algo extraordinario. Yo he tenido que inventarme hablar conmigo mismo, a veces parezco un Gollum”, dice riéndose.
–¿Qué te dices?
–Ánimo, que puedes, que lo superas… Estás torpe, ya no vales para nada… esto como forma de espabilar. Es que pierdes un poco la distancia de las cosas –dice riéndose–. Quieres dejar la servilleta en la mesa y la acabas dejando en el borde y se cae. Ahí sale el Gollum que me dice qué torpe eres. Entonces me fuerzo, me agacho y la recojo.
“Para no vivir con la persona que yo quisiera vivir prefiero estar solo. Si quieres a alguien, deseas estar con esa persona. Si no, prefiero vivir la vida que tengo. Me siento solo por momentos, generalmente suele suceder al caer el día. Cuando terminas de cenar me siento y veo la casa demasiado vacía. Entonces lo que veo es la pantalla de la televisión y en ese momento a veces la soledad te duele y te llena de tristeza. Cuando me sucede esto me pongo la música del barroco. Básicamente Bach, es lo más maravilloso, no sé cómo pudo existir un hombre con esa capacidad, con esa sensibilidad. Me gusta el barroco además porque es breve y lo bueno, si breve, dos veces bueno. Me funciona. A veces incluso lloro, me emociono y ese desahogo me permite recobrarme, echar fuera lo negro que tienes dentro”.
Juventud a los casi 80
“Que se muera alguien con 90 años a mí me parece joven todavía. Yo tengo firmado hasta los 130 años”, dice con una sonrisa. “Es un deseo que me encamina a mí mismo a seguir. A mí me gustaría que como a Fausto se me concediera ese deseo. ¡Si Matusalén vivió 900 años por qué no voy a vivir yo 130! Me siento joven. Y no te rías, por dentro me siento con la energía, el deseo, la ilusión, los sentimientos, las ganas que tenía con 25 o 30 años. Creo que ese sentimiento de juventud, de sentirse joven y útil es necesario para a partir de una edad tener una forma de vida bastante plena, agradable”.
“A mí no me da miedo cumplir años. Viendo a mi hermana cómo se apagaba podía haber sentido miedo por mí y sinceramente no. Perdóname si te parezco petulante, no tengo miedo a la muerte. Es algo tan natural como saber que sale el sol. Es una parte más de la vida. Yo no me angustio por lo que hay después de ese túnel. No sabes nunca cuándo te va a suceder tu momento último y no puedes estar angustiado, el miedo es lo peor que hay para poder vivir. Si estás aterrorizado no vives. Lo que tenga que suceder, sucederá y si es rápido y fulminante para mí sería lo más maravilloso. Ver apagarse a una persona, como vi apagarse a mi hermana, me desazona, me desasosiega”.
“La vida no cansa, vivir es lo único estupendo que hay. Es verdad que puede ser sumamente doloroso, yo me considero privilegiado, hay gente que lo está pasando terriblemente mal. Yo tengo ese concepto de que merece la pena vivir porque siempre encuentras algo que te satisface y lo encontramos en las cosas pequeñas, en las sencillas, en las cercanas. Lo único que necesitas es fuerza de voluntad y convencimiento para superar cualquier cosa. Y que a lo que renuncies sea por un bien mejor, para no hacer un daño”.
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