“Me llamo Quan Zhou. A mí ya me da igual, asumo que todo el mundo pronuncie mal mi nombre, como cuan, porque asumo que no sabéis hablar chino y a estas alturas ¡hasta mi madre me llama cuan!”, dice con una gran carcajada. “Realmente mi nombre se pronuncia chuen, pero no me molesta que digan cuan. Es una minoría de gente la que pronuncia mi nombre bien, estoy acostumbrada a deletrear mi nombre y mi apellido siempre que me preguntan cómo me llamo: Q U A N, Z H O U. Y mi nombre español es Margarita, porque también tengo nombre español”, dice soltando otra carcajada. “Me lo pusieron porque mis padres tenían unos amigos españoles y la mujer decidió que yo me llamara igual que ella, pero hace mucho que nadie me llama Margarita, solo dos amigas del pueblo me llaman así”.
“Voy a hacer 32 años dentro de poco y hoy me he visto dos canas, ¡ay, madre mía, la vejez!”, dice riéndose. “A veces me da rabia que me pregunten de dónde soy. Siento que es una presentación muy larga; como khaleesi, madre de dragones, la que no arde, rompedora de cadenas”, dice sin parar de reírse. “Nací en Algeciras, criada en un pueblo de Málaga, de padres chinos de la región de Zheniang; en redes sociales soy Gazpacho Agridulce”.
Quan habla mucho y rápido con acento sureño. Y se ríe. Se ríe sin parar. Son tantas las carcajadas que no escribiré siempre que se ríe porque necesitaría una página entera solo para enumerar sus risas.
Humor laboral
“Yo utilizo el humor en mi trabajo porque para mí las formas son muy importantes. No quiero que mi trabajo sea señalador y castigador. Yo hago una labor pero no se la impongo a nadie; amablemente, con humor, doy un mensaje. Hay veces que sí ataco, como con Pablo Motos, que no puedo, trata a su colaborada china como si fuera subnormal. No soy un ser de luz pero intento no ser invasiva, intento otras formas de comunicar que hacen falta: te ríes y luego reflexionas. Creo que es necesario hacerlo así porque muchas veces no queremos reflexionar sobre el racismo, pensamos que no va con nosotros”.
“Ahora soy nómada digital y tanto que se dice… pues tampoco es para tanto”, dice riéndose. “Soy diseñadora gráfica y trabajaba en una consultoría. Trabajaba muchísimas horas y de pronto me vi soltera, sin hijos, sin hipoteca y pensé… o lo hago ahora o no lo hago nunca. Así que dejé el trabajo, dejé el piso donde vivía en Madrid y lo vendí todo, ¡hasta los cojines! Me convertí en autónoma y ahora trabajo de ilustradora y doy charlas aquí y en Estados Unidos; también hago cómics y ahora tengo un podcast Movidas varias”.
Nos vemos en Madrid porque ha venido a dar una charla a un instituto. “No le veo la necesidad a estar en Madrid sentada. Mis amigas están aquí pero si yo lo que quiero es viajar y he estado dos años muerta de asco por la puta pandemia… Me estresaba dejar al gato y al final se lo dejé a una amiga que lo está cuidando muy bien. Me fui en septiembre y he pasado por Alicante, Málaga, Italia. Me estoy planteando ir una temporada a Copenhague, que tengo allí una amiga. Yo ya no planeo más allá de un mes”.
“Es momento de apostar por mi sueño. A mí me gusta hablar, como ves, y hace ocho años quise contar las aventuras de una chini-andaluza a través de viñetas y me abrí una página de Tumblr. Así nació Gazpacho agridulce, que se convirtió en una novela gráfica, me llevó a colaborar en Radio 3, a que me entrevistaran en muchos medios, a dar charlas. Realmente yo no tenía expectativas, se me han dado cosas que ni siquiera sabía que eran posibles. Nunca he sido de tener ambiciones, de soñar; una de mis grandes revelaciones es que no quería soñar por no quedar decepcionada, pero a partir de ahora tienen que venir los sueños a lo grande”.
Se levanta y me enseña en el móvil unos bocetos de un trabajo que está haciendo actualmente. “Es un proyecto de mujeres migradas y estoy superorgullosa, muy contenta. Me costó casi once años tomar la decisión de dejar mi trabajo y cuando me vi que había dejado todo y que era autónoma pensé, ¡¡¿¿y ahora qué hago??!! Pero ahora soy muy feliz de haber tomado esta decisión. Sé que todo esto suena a historia muy tipo Mr. Wonderful”, dice riéndose.
Vida personal y profesional entremezcladas
“En mi caso lo personal se ha mezclado con lo profesional; yo le pongo corazón a lo que hago. Hay una parte didáctica que tengo que hacer todos los días en mi vida y eso se hace muy cansado; en mi vida pública hago mucha didáctica y en la privada según me pilles. No pretendo acabar con el racismo pero veo un vídeo de un influencer que entra a una tienda de alimentación, coge una cocaola, se la bebe y sale corriendo sin pagar, y es que no puedo. A mi tío lo apuñalaron en la tienda, cómo puedes decidir ir al bazar a robar y a darle una paliza al que esté allí. Porque no es solo robar, es también darte una paliza y eso le ha pasado a casi todo mi círculo cercano. Tengo que trabajar el desapego porque si no es como escalar una montaña; trabajar el desapego es una forma de autocuidado”.
“Con mi trabajo intento que quien quiera aprender, aprenda, y quien no, no. ¿Que tú quieres ser racista? Pues muy bien. Ahí entra la libertad de cada uno, yo hago una labor didáctica y quien lo quiera coger bien, y quien no, no. En eso estoy trabajando ahora, es un aprendizaje importante en mi vida: no siempre tienes que hablar o dar tu opinión. Me dirijo a gente que tenga genuina curiosidad o que quiera deconstruirse. Cuando tu vida se mezcla tanto con tu profesión es difícil separar y por eso también es más cansado. Todavía tienes que oír a gente que te viene y te dice que el racismo no existe o que el racismo se soluciona si dejáramos de hablar de él, esto me dijo hace poco un antiguo compañero de instituto… Qué disgusto me dio, hasta me empezó a doler el estómago y me tuve que ir”.
“Yo quiero disfrutar con lo que hago y desde que me he hecho nómada todos los días son una aventura. Ojalá pudiera cambiar el mundo pero no está en mi hoja de ruta. Yo no sabía ni que estaba en lucha cuando empecé con Gazpacho y todo lo que me ha venido ha sido regalado. No me he formado para esto, cuando en las entrevistas me preguntaban por mis referentes de cómics era como mierda, mierda, mierda, me han pillado”, dice con una carcajada. “Ahora ya sí tengo, y tengo amigos que hacen cómics y sigo sus trabajos. Yo dibujaba de chica pero lo había abandonado porque no le veía ningún futuro, esto de la productividad que parece que te inculcan desde que naces: que todo lo que haces o aprendes tiene que tener un para qué, tiene que servir para algo. Yo quería contar una historia pero pensaba que lo hacía mal escribiendo –y tan mal no lo debo hacer porque ahora colaboro con eldiario.es y con Vogue– y como soy muy visual preferí comunicarme con las viñetas”.
“Últimamente me digo mucho confía, coño, que las cosas salen. Antes yo intentaba tenerlo todo controlado, ahora he descubierto que este trabajo me encanta; confía, estás en el camino”.
Choque cultural en casa
“Antes me sentía superandaluza y ahora te diría que no lo sé, estoy construyendo otro tipo de arraigo: en Madrid he vivido 15 años y tengo a mi familia de elección, que son mis amigas, y en Málaga tengo a mi familia”.
“China es muy grande y no es una masa homogénea, aunque así es como la vemos, como si fueran todos iguales. Yo no hablo mandarín, hablo con mi familia el dialecto de mi pueblo. No leo en chino, es muy difícil”.
A Quan le da frío y se pone el abrigo por encima de las piernas: “Como si fuera una mesa camilla, me encanta”, dice riéndose.
“Mis padres llevan aquí cerca de 40 años. Ya se jubilaron y traspasaron el restaurante, menos mal. La comida china de ese tipo de restaurantes es un derivado de la comida cantonesa de los chinatown de Estados Unidos, por eso te decía lo de que tendemos a ver a China como si fueran todos iguales, pero no”.
“He pasado mucho tiempo rechazando que era hija de migrantes porque yo quería pertenecer. Para mí China simbolizaba el mal, recuerdo el restaurante chino y a mi madre diciendo que trabajara allí y que me casara pronto… Yo también tuve mi familia española porque mi nanny era de aquí. Mis padres estaban todo el día en el restaurante y no podían cuidar de nosotros –somos cinco hermanos y hermanas–”.
“Hacer Gazpacho agridulce fue muy terapéutico y me ayudó a sumir esa parte mía. Ver esa valentía de mis padres de migrar, lo que se encontraron cuando llegaron: mi madre decía qué asco, aquí el agua se bebe fría”, dice riéndose, “y es que en China se bebe caliente. Mis padres vinieron aquí porque tenían familia y cuando ellos vinieron en los ochenta las leyes eran más laxas para entrar. China entonces era bastante pobre, tenía la política de un solo hijo, así que yo fui hija de migrantes en España. Fue muy difícil para ellos, con el primer restaurante quebraron y tuvieron que pedir dinero prestado a la familia. Han estado 20 años sin vacaciones y mientras nosotros con la niñera; tienes tus hijos para no verlos. Todo era ahorrar y mandar dinero a China, a la abuela”.
“He ido unas cuantas veces a China, la primera con 24 años porque antes ya te digo que no me interesaba nada. Las identidades mixtas son como un quiebro porque mi herencia cultural está en China, es estar allí y poder ir a ver la tumba de mi abuelo, por ejemplo. Una vez fui con mis amigas de aquí y la gente se hacía fotos con ellas porque algunos no habían visto nunca un occidental”, dice con una carcajada. “No sé si podría vivir allí porque yo soy muy europea, pero me gusta ir”.
“Mi psicóloga me dijo: a tus padres les estás dando un regalo de enseñarles que la vida se puede hacer de otra manera. Y es que con tus hijos tienes un choque cultural y nadie te prepara para eso, no hay herramientas. Hay una parte de los padres de preservar la cultura que al chaval le crea un sufrimiento espantoso. Estuve unos cuantos años yendo a la escuela de chino y me parecía horroroso”.
“A raíz de hacer Gazpacho conocí a más gente como yo, a otros hijos de migrantes y para mí ha sido muy enriquecedor poder hablar de esto con ellos porque yo me he sentido muy aislada. Y también ir a terapia y reflexionar sobre esto, tú tienes que empatizar con tus padres, salirte un poco, calmarte y verlo para después compartirlo. Por qué no soy igual a mis amigas, por qué tengo que estar en el restaurante, me preguntaba. Ahora se habla más de ir a terapia pero no lo suficiente. En una familia migrante hay muchas heridas, a nuestros padres no se les ha enseñado a hablar de las emociones. ¿Tú sabes que hay una cosa que se llama duelo migratorio? Porque yo no lo sabía y al final es una pérdida porque dejas toda tu vida atrás cuando migras. Con la terapia mi salud mental y mi calidad de vida han mejorado mucho, es un dinero muy bien invertido”.
“El trabajo que empecé con Gazpacho agridulce me ha unido con mis padres, están muy orgullosos de lo que hago”.
Actualmente viven en España 202.093 chinos. En 2018, último año del que se tienen datos de nacimientos, nacieron 2.555 niños cuyos padres, al menos uno de ellos, tenía la nacionalidad china.
¿¿Que el racismo no existe??
“Yo cuando crecía me sentía superaislada porque no tenía amigos migrantes ni otros amigos chinos que no fueran de la familia. Yo simplemente omitía mi lucha racial, mi lucha interna identitaria, quería ser igual que mis amigas españolas y ya está”.
“En una entrevista que me hicieron para un programa de YouTube me di cuenta de que yo había recibido bullying en el colegio y en el instituto. Eso era algo que tampoco había querido reconocer, pero luego me di cuenta de que sí: si alguien te sigue para pegarte una paliza y te llama china hija de puta… Era como no, yo soy igual a mis compañeros o quería creerlo, pero la realidad es que no, así que lo he aceptado hace poco, en su día no me daba cuenta. A las que se apellidaban García nadie las seguía por la calle diciendo puta china de mierda. Ahora veo y siento compasión por esa niña que era yo, pero es verdad también que como no me callo, me enfrentaba con gritos y peleas. Así que era la niña conflictiva que sacaba dieces”, dice riéndose.
“A mí la sociedad me ve por encima del hombro… pero mucho. A veces hay un tono de sorpresa cuando se dan cuenta de que soy lista. Siempre hay un paternalismo hacia los chinos, algo así como que por un lado se dice que el chino es muy inteligente pero a la vez yo le puedo tomar el pelo. Me gustaría que la sociedad me viera y no les extrañara, que mi existencia andaluchina fuera invisible, que pasara desapercibida”.
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Ana+E.+Hernandez
Deliciosa historia narrada por su protagonista ,sincera noble abierta y muy alegre que se sumerge en los distintos mundos con actitud respetuosa y positiva,el resultado es SU PERSONA. BRAVOOOOOOO.