“Yo es que me tengo que remontar muy atrás porque yo lo que tenía era trastorno de ansiedad generalizada. A mí me lo diagnosticaron con 16 años y fue muy gracioso porque yo sentía que me faltaba el aire y mi médico pensaba que lo que yo tenía era asma”, dice con una sonrisa con cierto deje de resignación. “¡Esto te lo cuenta mi madre y te meas! Dos veces fuimos al hospital, a urgencias, y me pusieron oxígeno, que salí de allí con un globo…”, dice mientras se ríe. “Es que menuda gracia, como yo estaba no respiro, no respiro, ¡pues tiene asma y vamos a ponerle oxígeno! La tercera vez que llegamos al hospital nos escuchó un médico, que era como si fuera George Clooney en Urgencias porque era muy guapetón, y dijo: de este caso me encargo yo porque lo de que hiperventile es por ansiedad. El George Clooney este me dijo que yo no tenía un problema respiratorio, fue la primera persona que me dijo que yo tenía ansiedad”.
Chela Santalla Vázquez está a punto de cumplir 40 años y es de A Coruña. Tiene su propia empresa: es representante de marcas de ropa en Galicia y Asturias.
Después de que la viera el George Clooney gallego Chela empezó un tratamiento de ansiolíticos y terapia con una psicóloga.
“En mi caso la ansiedad físicamente es una falta de aire acompañada de muchísima taquicardia, mucho llanto y me cuesta mucho calmarme. He llegado a estar más de 30 minutos. Tengo una pastilla que me pongo debajo de la lengua solo para los ataques de ansiedad. Mentalmente es una cuestión de miedo: pienso que todo lo malo que puede ocurrir, va a ocurrir”.
“La ansiedad forma parte de mi día a día”.
“La ansiedad me la provocan cosas buenas y malas. A mí se me murió mi abuela y me pasó. En el trabajo me dan una marca nueva, que supone que voy a ganar más dinero, y no soy capaz de gestionar las emociones, así que me da también. Solamente por hablar contigo hoy me está afectando. Hablar de la ansiedad me provoca ansiedad”. Vaya por delante que Chela y yo somos amigas desde hace más de 10 años y no es la primera vez que hablamos del tema.
“Cuando a mí me empezó a pasar yo estaba bien. No tenía un problema con los estudios, ni con un noviete, no tenía nada que podía afectarme a eso y aun así se me despertó la ansiedad”.
Incomprensión: no te entiendes tú y no te entienden los demás
“No sabía lo que era la ansiedad cuando me la diagnosticaron, pero vamos, ni remotamente sabía lo que era. Me quedé como si me hablaran de algo extraterrestre. No tenía sentido para mí. No te explican y ya no solamente eso, tampoco te explican la cantidad de cosas que forman parte de este trastorno: yo tuve colón irritable, herpes de tipo nervioso, bruxismo –llevo 14 años durmiendo con una férula–. Esto está siendo un autoaprendizaje total. Aprendo lo que es la ansiedad por haberlo vivido”.
“A mí me diagnosticaron siendo una niña. Yo no entendía lo que me estaba pasando, lo vivía como que debía formar parte de la adolescencia, como a la gente que le salía acné juvenil. La sensación que yo tenía es que era un bicho raro. La gente en el año 96 no entiende de lo que le estás hablando y yo no era capaz de explicarme y poner en palabras lo que yo sentía, cómo lo vivía. Mi familia no sabía cómo tratarme o ayudarme. Desconocían el tema”.
“Mis padres se separaron y mi vida cambia mucho. Llegué a considerar que mi ansiedad venía de los problemas emocionales que acarrea la separación de mis padres. Pensaba que era porque mi familia en cierta manera se había roto, pero aun así no entendía nada. Con el tiempo dejé de pensarlo porque a mi hermano nunca le pasó nada, joder”, dice con una sonrisa.
“¿Tú sabes la de gente que años después la han diagnosticado y me han llamado porque se sienten entendidas por mí? Yo nunca tuve eso. Aún recuerdo una vez que me dio un ataque de ansiedad y una amiga me dio un Almax. ¡Fue buenísimo! Mis amigas no sabían cómo ayudarme, es que éramos unas niñas… ¡Vete a tomar por culo con el Almax!”, dice riéndose. “Yo lo cuento en tono de broma pero es que nadie estaba preparado para ayudar a una amiga que estuviera así. Había un desconocimiento total y absoluto”.
“A mí me han llegado a decir que yo todo esto lo hacía para llamar la atención, para que tú veas la poca empatía que puede tener la gente con una enfermedad mental tan invisible como es la ansiedad”.
Años de tranquilidad relativa antes de la autodestrucción
Chela se hizo mayor y todo empezó a mejorar. “Notaba la ansiedad y la controlaba de manera distinta: estoy mal, sé lo que está pasando y puedo intentar controlarlo sin pastillas. El tratamiento lo utilizaba en casos graves, cuando no era capaz de relajarme por mis propios medios”.
Fueron años en los que todo estaba más o menos controlado. “A lo mejor estaba unas semanas sin estar bien o pasaba tres meses sin estar mal”. Fue mucho tiempo. Parecía que todo había mejorado. Pero no.
“En 2015 yo llevaba cuatro años con mi pareja y tenemos una separación bastante complicada. Tengo ataques de ansiedad bastante recurrentes. Y qué ocurre ahí: que muestro rechazo a la medicación. Compré pastillas pero no las tomaba. Esto yo puedo controlarlo, tengo 35 años y puedo”.
Ahí empezó la huida hacia adelante de Chela.
“Cuando estoy entretenida la ansiedad parece que no existe: estar con gente, ver una película, leer un libro, volcarme en el trabajo. Entonces empecé a hacer muchas cosas. Era verano y salía muchísimo, me iba de conciertos todos los fines de semana, fue una huida hacia adelante: rechacé el tratamiento y me puse el mundo por montera”.
Durante esta huida hacia adelante conoció a una nueva pareja. Aún no estaba recuperada de la gran crisis de 2015 y cuando su última relación terminó, volvió a intensificar su vida en una nueva huida hacia adelante.
Sexo y alcohol
La intensa vida de Chela implicaba alcohol y sexo. “La ansiedad la tenía pero la ocultaba con tanta vida social: salir, borracheras, conciertos, acostarme con gente… Es que es así. Tenía la ansiedad pero tiraba pa’lante”.
“Me relacionaba de muy malas maneras con el alcohol y era una persona muy promiscua. Iba de la mano de ser esa loca divertida que sale, se emborracha y se acuesta con una persona cada noche”.
“Yo tenía actitudes muy destructivas conmigo en esa huida hacia delante y esos comportamientos, tanto con el alcohol como con el sexo, han agravado mucho mi situación”.
“A principios de verano de 2019 empiezo a encontrarme mal, no era solamente la sensación de ansiedad que yo reconocía, sino que hay algo también que me afecta a mi estado anímico: apatía por todo, falta de concentración, me costaba muchísimo trabajar, levantarme de la cama, hacía cosas que me gustaban pero no las disfrutaba –como ir a un concierto, ¡con lo que a mí me gusta!–… Tú tira para adelante, que ya pasará, me decía… pero no pasó y pasó algo mucho más grave. Antes de entrar a un concierto de la Mala Rodríguez noté que se me paralizaba la mitad de la cara y la boca se me iba hacia un lado. Fue la llamada de aviso más heavy que tuve. Estaba con mi amiga Lucía y le dije ¡me está pasando algo en la cara! Vi sus ojos de pánico y nos fuimos a una ambulancia porque ¡yo pensé que era un ictus! Lo que me había pasado lo asociaron a una crisis de ansiedad, pero a mí eso no me había pasado y entonces le veo las orejas al lobo. Esto no es ninguna broma, pensé. La huida hacia delante quizás no la estoy haciendo bien… Me asusté de verdad”.
“Me dieron ansiolíticos pero yo veía que había algo más. Reconocí la ansiedad pero a mayores veía otra cosa. Fui al psiquiatra y me dijo que se había convertido en un trastorno de ansiedad depresivo y que no entendía mi reticencia a medicarme porque esto podía ser peligroso y desembocar en una depresión grave. Entonces empecé a tomarme las cosas en serio”.
Trastorno de ansiedad depresivo
“Después de mucho llorar con el psiquiatra”, dice con una sonrisa, “me mandó un antidepresivo, ansiolíticos y una pastilla para dormir. Me recomendó que tenía que dejar de beber porque yo bebía mucho y el alcohol agravaba muchísimo mi trastorno. Tú sabes perfectamente que tienes que cambiar, me dijo. Y era así, sabía que no tenía que tener comportamientos autodestructivos conmigo”.
“Cuando has estado los últimos cinco años de tu vida dando al alcohol en vez de medicándote… se me generó mucho sentimiento de culpabilidad. Soy yo la que me he puesto en esta situación. El primer trabajo que tuve que hacer fue asumir la responsabilidad de haberme puesto en ese lugar y perdonarme por haber llegado hasta ahí… Y me costó, ¿eh?”.
“No me costó dejar de beber, tampoco era alcohólica, no tenía un problema con la bebida, ¿entiendes? A mí me da igual que mis amigos beban delante de mí porque la peor influencia era yo. Me dicen: me río igual contigo. Y para mí eso es como un abrazo”.
“Cuando me dieron el nuevo diagnóstico fue muy duro. Es volver a encontrar tu lugar en el mundo. La palabra depresión es la más estigmatizadora. Perdona, yo a ti te veo que sales con tus amigos, sales de conciertos, se te ve una persona feliz, me dicen. Cualquier persona que me vea no piensa que tengo lo que tengo porque soy una tía alegre, que hace bromas, me río, me divierto, tengo un montón de vida social… Pero más allá de lo que ves estoy yo. Tú ves una fachada y lo que tengo está más por dentro de lo que tú puedas percibir”.
“Los dos primeros meses del tratamiento estuve desubicada. Tuve muchos efectos: calambres, diarrea, tiritonas, mareos, era incapaz de comer, se me movía la mandíbula como si estuviera drogada… era una pasada. Estaba hundida en la mierda, quería morirme, no te creas que es empezar con los antidepresivos y estar en la pomada. Estaba casi peor que antes de empezar”.
Trastorno de ansiedad depresivo y una pandemia mundial
Estaba en el proceso de volver a encontrar su lugar en el mundo cuando llegó la pandemia de coronavirus que dura hasta hoy. “Yo estoy soltera y vivo sola. La primera semana de confinamiento todo eran planes hacia fuera. Cañas virtuales, vermú virtual –todo sin alcohol, claro–, conciertos virtuales… y yo tenía que hacerme una agenda, me veía sobrepasada. ¡Es que estoy haciendo más cosas ahora que en mi vida normal! Y todo el día con el teléfono en la mano con información del coronavirus que te creaba más ansiedad generándome más miedo del que tenía”.
“Entonces algo me hace clic y me doy cuenta de que estoy todo el rato mirando hacia fuera y que lo que tengo que hacer es estar en mí. Tengo que aprender a gestionar esto yo sola porque no sabemos lo que va a durar. Empecé a trabajar en mí y al final fue un regalo. Me explico, porque parece que me alegro del coronavirus y no. Yo no trabajé en confinamiento, no volví a trabajar hasta que las tiendas abrieron, así que el coronavirus me dio dos meses para conocerme. Si no puedes transformar la situación, transfórmate a ti”.
Aunque la realidad ha estado lejos de ser toda de color de rosa. “Tenía mucho tiempo para pensar y eso es bueno por un lado, pero también ese autoconocerme me generaba más ansiedad y más miedo. Tuve ataques de ansiedad muy heavies. La primera vez que salí al supermercado tuve un ataque que no veas. Tuve como tres o cuatro llamadas al psiquiatra, que me subió la medicación. Llegué a tomar ocho pastillas al día, que no es ninguna broma. Hasta hubo un plan familiar para rescatarme. Mi madre, mi padre y mi hermano hablaron entre ellos para venir a por mí y llevarme a vivir con mi padre, pero al final no fue necesario”, dice con una sonrisa.
“Yo me levantaba a las ocho de la mañana como si tuviera que trabajar: me duchaba, me pintaba el ojo, me pintaba los labios, me ponía como para salir a la calle y a mí eso me hacía sentir cierta normalidad. Los tres primeros días estuve en chándal y con el moño, me veía en el espejo y parecía una yonqui. Así que hacía eso por cuidarme porque me hacía sentir bien. Al final son herramientas que tienes, como cuidar la alimentación, hacer deporte… el sentido del humor también es una herramienta para cuidarme, para quererme más y sobrellevar todo lo que me pasa. Si yo me cuido voy a estar mejor”.
“Cuando pudimos salir a caminar vi el cielo abierto, era la mujer más feliz del mundo. Si cuando te da un ataque de ansiedad te sientes encerrada, te sientes mucho peor. Pedí dos veces un permiso a mi psiquiatra y a mi médico para poder salir durante al confinamiento, aunque fuera a dar una vuelta a la manzana, pero me lo denegaron. Me dijeron que no estaban dando ese tipo de permisos”.
“Con el coronavirus he aprendido a valorar mucho lo que tengo, me siento una privilegiada: he conseguido mantener mi trabajo en las cifras de lo que ganaba hace un año, tengo una casa, conexión a internet con todas las plataformas de contenido que te puedas imaginar, tengo un psiquiatra al que puedo llamar, no me han faltado amigos, familia, ni comida, ni papel higiénico, que parece que era lo más importante en esta pandemia”, dice entre risas. “Y esto me hace estar cada día más agradecida por lo que tengo”.
Entre los descubrimientos más duros que ha hecho Chela en esta etapa de autoconocimiento está la soledad. “Es muy jodida, Winnie”. Por un momento su voz firme se tambalea y sus ojos se humedecen. No llega a llorar y rápidamente recupera su firmeza en el habla. “Yo, que soy una persona tan social y de estar con la gente, de repente me viene una situación de estás sola y estás sola de verdad en la vida. He aprendido ahora a estar sola en casa, pero la pandemia me puso por delante lo que probablemente me espera de por vida… que es estar sola. Yo esto creo que es lo que más me afectó: que no es la pandemia, que es el resto de tu vida. Lo de formar una familia lo veo ya muy complicado y da mucho miedo pensar que eso vaya a ser así. En las relaciones de pareja acabo boicoteándome porque para mí la ansiedad va de la mano del miedo, es como si fueran una sola cosa. Empiezo a sentir esa cosa del enamoramiento y la ansiedad entra con el miedo: empiezo a decirme te va a engañar, te va a hacer daño… Entonces reacciono rechazando a la persona”.
Qué he aprendido de la ansiedad después de 24 años con ella
“Todos estos años conviviendo con la ansiedad me han hecho conocerla y aceptarla, sé que tiene que ir de mi mano como si fuera mi mejor amiga. No puedes rechazarla, que ahí está el error que yo cometí: yo no quiero tener ansiedad. Hay que aprender a vivir con el enemigo”.
“Me gustaría que me hubieran dicho que iba a ser un camino muy largo y que, desde luego, no iba a ser fácil”.
“Con los años he aprendido a dar la importancia justa, a ser más ecuánime, a equilibrar más las emociones porque yo soy una gran desequilibrada. Soy de contrastes, no conozco la gama de grises. Aprendí a moverme en una gama de grises a partir de todo esto. Llegó un momento en que dije no puedes ser tan extremista. En vez de odiar a una persona que me hacía daño trataba de entender. Te vuelves más analítico”.
“Ahora por suerte se habla mucho más de la ansiedad pero yo he escuchado mucho eso de: tienes trabajo, tienes dinero, tienes una casa de puta madre, tu familia te quiere, ¿por qué tienes ansiedad? Y es como ¿¿¿¡¡¡perdona!!!??? Esto yo no lo elegí, no lo pedí, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Claro que me siento juzgada, vete a tomar por el culo”.
“Al principio me costaba más hablar del tema porque me daba vergüenza, pero a partir de los 30 empecé a hablar más sobre lo que me pasaba y este último año ha sido como ya está bien de tomarnos por gente no válida y trato de visibilizarlo más para que la gente vea que es algo normal. Siento que está como más aceptado que se hable de ello… Recuerdo hace años cuando iba con una amiga y nos encontramos a un amigo que me preguntó cómo estaba. Yo le dije que estaba con ansiedad y cuando se fue mi amiga me dijo que para qué le contaba nada, que era una pregunta de cortesía…”.
“Los que tenemos ansiedad tenemos que normalizarlo mucho más. Si no somos nosotros los que hablamos de ello… Exponer el problema tal cual es desde la normalidad. Se hace mucho bien hablando de esto de una manera natural y normal, que es como tiene que ser porque esta enfermedad invisible a mí no se me ve en la cara. Si no lo hablo, es como si no existiera”.
Según la OMS, con cifras de 2017, más de 300 millones de personas en el mundo tienen depresión y más de 260 millones trastornos de ansiedad.
“He aprendido mucho a asumir mis responsabilidades. Si haces las cosas mal es muy difícil que las cosas te salgan bien. La única responsabilidad la he tenido yo siempre y es algo que pienso mucho al estar ahí los 40, yo de niña no me veía así con 40. Pero asumo que me he construido yo el camino… Esta reflexión y ese aprendizaje requiere de muuuuchos años”, dice sonriendo.
“Lo que hago ahora de poner esto en palabras a mí me ayuda y a lo mejor alguien que lo lea se puede sentir identificado y le puede ayudar y sentirse aliviado. Sentir que no está solo en ese barco de la ansiedad… es como el Love Boat de Vacaciones en el mar pero de ansiedad”, dice riéndose.
“Hay que tener mucho respeto hacia la gente que padece una enfermedad mental. Además esto te puede llega a ti mañana… Trátalos con el mismo cariño que nos tratamos nosotros. Creo que no es tan difícil. Creo que a mí se me puede ayudar desde la empatía, desde el cariño y desde el amor. Sentirme comprendida, apoyada”.
“Nunca me habían preguntado qué necesito… qué hija de puta, vaya pregunta… Yo creo que necesito seguir aprendiendo y hacer las cosas bien, no volver a lo de antes. Mi vida hoy es mucho más tranquila que hace un año, a pesar de la situación por la pandemia, y estoy muy positiva, sin perder la esperanza. Aprendiendo cada día de las cosas que me pasan y a gestionar todo esto”.
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Javier
Hola Wini. Sí, el tema de la ansiedad es un tema jodido. Yo creo al final es que uno no se siente comprendido, no entiende por qué a él. Trabajo, amistades, noviazgos, familia. Hay muchos temas que pueden influir. Incluso la sociedad influye mucho. En este sentido hablo por mí. Ni mucho menos tengo ese problema pero sí es cierto que estaba encontra del entorno, no estaba agusto. Ahora cómo me siento. La sociedad es muy compleja. Hay que mantener un equilibrio emocional importante porque no es fácil. Yo antes era inocente y no pensaba en el más allá. Ahora analizo a la gente y situación mucho más. Eso son los años y la experiencia. Me fío mucho menos porque he vivido situaciones que no me han gustado. Es bueno darse cuenta. Claro que hay gente buena en este mundo pero hay mucho más gente cabrona que gente que quiera hacer el bien. Es mi visión que puede ser errónea, claro. Un abrazo.
Winnie
Gracias por compartir, Javier
Tamara
Efectivamente, la historia de Chela nos alivia a aquellas que pasamos por lo mismo. Suscribo todas sus palabras y sensaciones . Muchas gracias por la transparencia al compartirla.
Chus
No sé cómo encontré va Chela en Instagram, pero fue todo un descubrimiento, me encantan como es y cómo escribe. A mí me diagnosticaron ansiedad cuando cerró la empresa en la que trabajaba, y era incapaz de levantarme de la cama porque me mareaba. Pero ahora sé que en mis embarazos también tuve ansiedad y no lo supieron ver. Me dijeron que era hipermeresis.
Estoy de acuerdo que hay que visibilizar las enfermedades mentales, sobre todo hay que invertir en salud mental. Yo me gasto todos los meses 120 euros en mi psicologa. No voy sobrada pero me lo puedo permitir . Pero y la gente que no puede?
Gracias Chela por la entrevista
Winnie
Gracias por compartir, Chus