En la pantalla de mi móvil aparecen un par de guantes de plástico transparentes. Detrás de ellos se ve una indumentaria blanca también de plástico. Me llega el sonido del plástico rozándose. Es como si una gran bolsa de supermercado estuviera moviendo la pantalla. Llega la calma y la bolsa de supermercado humana se separa de la pantalla. Aparece una mascarilla quirúrgica, unas grandes gafas transparentes y un gorro verde que deja ver poco pelo. Juraría que los ojos que veo con cierta dificultad me sonríen, pero es tan rápido que no puedo saberlo. Uno de los guantes me saluda. Eso sí lo percibo y devuelvo el saludo.
Es la primera vez que veo un EPI. Yo estoy en mi casa. Lo que me muestra la pantalla de mi móvil es la habitación de una residencia de ancianos.
Dentro del caluroso EPI hay una mujer. Acaba de hablar. Nos pregunta a las dos si nos vemos y nos oímos bien. Le pedimos que acerque un poco la pantalla. Ahora sí. Ya está todo listo para nuestra videollamada.
“A ver, las gafas”. La mujer del EPI se las pone. Nos pregunta si necesitamos algo. No. Se marcha. Nos quedamos solas separadas por nuestras pantallas.
“Me llamo Renata, tengo 78 años”. Renata no es su nombre real. No quiere darlo. Durante toda nuestra charla está muy preocupada por no dar ningún dato que sirva para reconocerla. “Aquí soy muy conocida por mi marido y no me interesa que la gente sepa mi vida. Siempre he sido muy discreta y quiero seguir siéndolo. No me gusta exhibirme”.
Renata vive en una residencia de ancianos de una capital andaluza. Pero ella casi no tiene acento. Por culpa del coronavirus yo no puedo entrar –ni ninguna visita– en la residencia. Y ella no puede salir.
“De salud ando regular. Tengo párkinson. Es una enfermedad que va poco a poco minando a las personas. Si te digo la verdad no sé exactamente en qué consiste. Sé que es una enfermedad caprichosa porque tan pronto estoy bien un día como al día siguiente estoy malísima. Y que va disminuyendo las que… no me sale la palabra… Disminuyendo las facultades de la persona”.
“Espera, que te quería contar algo más. ¿Ves?, esto es otra de las cosas del párkinson: estás viendo que de pronto estás hablando normalmente y se te olvida, me da rabia porque no puedes mantener una conversación buena”.
Nuestra charla tiene lugar en dos días. El primero tuvimos que parar antes de terminar porque ya estaba muy cansada. El primer día estaba peor que el segundo. Yo lo noto y además ella me lo dice: “Ayer estaba yo peor”. El primer día hablaba poco y apenas hacía algún gesto, el segundo se rió varias veces e hizo algunas bromas. Estaba más suelta. Lo que tienen en común los dos días es la manera de hablar de Renata. Lo hace con dificultad. A veces cuesta entenderla porque no siempre vocaliza bien. También sientes que su voz se apaga, como si fuera a callarse en cualquier momento. Y a veces lo hace, se calla. Está en mitad de una frase y deja de hablar. Puede estar muchos segundos en silencio absoluto, sin moverse, hasta que retoma lo que estaba diciendo o no.
La vida con párkinson
“No puedo hacer muchas cosas. El hecho de tener que depender de una persona ya me supone muchas limitaciones. Esta enfermedad a medida que va avanzando el tiempo vas dependiendo más de las personas. Eso es lo que menos me gusta porque hay veces que me siento muy limitada. Necesito ayuda para levantarme, para ir a un sitio, a otro”.
“Ya llevo por lo menos ocho años con párkinson. Tengo que ir en silla de ruedas y con un andador, pero ahora estoy más tiempo en la silla de ruedas que con el andador. Me apaño mejor con la silla. Todavía no me hago a caminar yo sola y prefiero caminar por la habitación, que me voy agarrando como los niños chicos”, dice sonriendo.
“Desde que ya me puse, cómo se llama… con el párkinson… salir salía con una joven que tenía. Salíamos a comprar y hacía cosas de bancos, y algunos días cosía. Coser a máquina no sé, aprendí pero lo dejé. Yo preparaba las cosas y luego me las cosían”.
“Hice Magisterio. Fue terminar y hacer las oposiciones. La primera vez que me presenté las saqué…”.
“Me voy a poner así para que no me duela ese lado porque me duele la cadera”. Gira su cuerpo hacia la derecha y mueve su brazo derecho hacia atrás.
“Me sentí muy arropada siendo profesora. Habré sido mejor o peor profesora, pero en cuanto al cariño de los niños… No he sido niñera pero los quería muchísimo y ellos a mí”.
“No hace ni un año todavía que me divorcié. Creí que lo iba a vivir peor pero lo he asumido bien. Hombre, me acuerdo mucho de él porque han sido muchos años, han sido 49 años juntos”.
Llaman a la puerta. Entra alguien con un EPI. No sé si será la trabajadora de la residencia que vi antes. “Yo lo que hago es que les pregunto: ¿tú quién eres?… Parecen astronautas”, dice Renata con una sonrisa. La trabajadora le dice su nombre y le deja la merienda. Se marcha y justo entonces Renata quiere preguntarle algo. “Eso lo llevo mal, que no me puedo yo levantar e ir allí. He sido siempre la primera dispuesta… Pero creía que lo iba a llevar peor todavía. Tengo como una resignación, una cosa así. Hoy mismo tenía el teléfono ahí, han llamado y no me ha dado tiempo a llegar”.
–¿Te gustan los cereales? ¿Quieres cereales? –me ofrece.
–No, gracias.
–Ese es mi gran problema –dice con una sonrisa–, que me gusta comer.
Seguimos charlando mientras ella moja una madalena en la leche.
–Espera, que me estoy encontrando mal. Salte de ahí y ponte por detrás. Tengo ahí el botón para llamar y que vengan.
–Pero es que yo no puedo salir de aquí…
–¿Tú no puedes salir de ahí? –dice señalando la pantalla–… Es verdad, no me acordaba de eso… Es que tengo mucho calor.
Hacemos una pausa. Renata prefiere no esperar a que venga alguien y se lanza al desafío de quitarse sola la chaqueta. Le lleva un ratito pero lo consigue. “Ahora estoy mejor en cuanto al calor, pero me duele la cadera”.
Cuando te vas a vivir a una residencia de ancianos
“La verdad es que no me gusta ni me desagrada la residencia. Preferiría estar en mi casa, pero como no me queda otro remedio, pues lo acepto. Todo tiene sus ventajas e inconvenientes. Inconveniente es que yo no dispongo de todas mis cosas aquí”.
“Desde el 19 de agosto de este año estoy en la residencia. Vine porque habíamos tenido el problema de la separación y demás. Desde que me separé vivía con mi hija y mis nietos. Cuando ya parecía que se había normalizado todo, le escriben a mi hija del extranjero, que si quiere ir de profesora. Tú te vienes, me dijo. Pero yo cómo me iba a ir. Por un lado le apetecía irse y por otro no quería dejarme sola. Le dije que si ella creía que eso era el bien para ella, pues que adelante. Entonces nos planteamos vivir con mi nieto, que se quedaba aquí, y con una chica que me cuidaba cuando yo estaba viviendo con mi hija y mis nietos. Pero la chica se quedó en estado, entonces ya pensamos que era mejor la residencia”.
“Cuando llegué a la residencia la persona que había en la habitación era una señora mayor. Simpatizamos mucho, somos amigas. Ella me ha contado cosas de su vida y yo de la mía. Tiene 96 años pero cose sin gafas… lo que oyes. Yo no me siento mayor. Hombre, vieja soy, pero no para hundirme por eso. La vejez… son una serie de etapas que vas viviendo y esto es una etapa más que vas pasando. Yo creo que la sociedad nos ve a las personas mayores… pues hay de todo, hay personas que nos ven como un estorbo y otras como unas personas que te pueden ayudar porque tenemos experiencia. A mí me gustaría que me vieran como una persona de experiencia”.
“Creo que todavía tengo una misión que cumplir: ver a mis nietos colocados. No creo que vaya a vivir tanto tiempo para verlo, pero por lo menos encauzados. No me da miedo la muerte, lo que no quiero es que vaya nadie más que la familia porque lo que se hace ahora es una fiesta y no me gusta”.
Vivir en una residencia de ancianos en plena pandemia de coronavirus
Las personas mayores son las grandes protagonistas de la pandemia de coronavirus en España. Y también son las grandes olvidadas. Según los datos de las comunidades autónomas, solo en residencias de ancianos ya han muerto 20.808 personas mayores con coronavirus o síntomas compatibles. Ellos son el 62% del total de las muertes por coronavirus notificadas por el Ministerio de Sanidad.
En la residencia de Renata hay personas que tienen coronavirus. Ella no. A día de hoy viven 85 personas mayores en la residencia. 29 mayores y 11 trabajadores se han contagiado con coronavirus. Han muerto 4 personas mayores. Llevan conviviendo con el coronavirus 3 semanas. En la primera ola se libraron y no tuvieron casos, menos mal.
“Ahora estoy sola en la habitación, yo compartía con la que te he dicho que es mayor, pero ahora tenemos que estar solas. Qué pasa, pregunté… hasta que me enteré de que era por una norma de Sanidad. Tenemos que estar en habitaciones individuales hasta que la situación mejore. No debo salir de la habitación, ni yo ni nadie. Esto es según la norma de Sanidad y punto, porque sobre esto hay un hermetismo. Si tú vieras el día que aquí se descubrió que había gente con el coro… coro… coro… corrían de un lado para otro y nosotros aquí sin saber nada. No, no, no pasa nada, nos decían, pero nosotros sabíamos que pasaba algo porque si no por qué corrían”.
“Yo vivo aislada en mi habitación y todas las que estamos aquí. Veo a las que vienen a cuidarme: a levantarme, a traerme el desayuno, la comida. También veo algunas aves que pasan volando, sobre todo por la mañana y al atardecer”.
“Lo de estar aislada en mi habitación lo llevo regular, preferiría salir, antes podía salir. Ahora no puedo ver a la señora mayor, la llamo por teléfono y hablamos, me cuenta que está harta de estar aislada. Tengo ganas de verla”.
“Estoy en mi habitación y aquí duermo y aquí como y aquí canto”, dice riéndose. “Canto lo que se me viene a la mente. Ahora me ha venido una canción que no sé por qué… dice: el demonio en la oreja te está diciendo: no vayas al rosario sigue durmiendo… La verdad es que no sé por qué se me ha venido”.
“Algún momento sí me aburro, pero no mucho. Hago poco, lo que hago es ver la tele. Lo que más me gusta son los programas estos que hay de cómo se llama… de juegos… los concursos. La verdad es que me he encajado con la televisión”.
Todas las personas mayores que tienen coronavirus están juntas en la misma planta de la residencia. El resto, como Renata, está confinado en su habitación para disminuir el riesgo de contagio.
“Me da miedo contagiarme porque todas las personas evolucionan de una manera diferente y hay algunas que pasan muchísimo. A mí me da miedo poder enfermar y que mi hija esté tan lejos… Procuro echarlo de mi lado, no pensarlo”.
Otra de las cosas que hace Renata en su habitación son videollamadas. Así ve a su hija y a su nieta que están en el extranjero. Así me ve a mí. Así ve al resto de su familia, que vive en otra capital andaluza. La residencia le facilita una tablet para que pueda hacer las videollamadas. “Yo no sé usar la tablet, para esto soy muy negada. Me gustaría saber”. Son las trabajadoras las que, como han hecho conmigo, cogen la llamada y colocan la tablet para que Renata pueda ver a los suyos.
“La gente me dice que soy muy dada a los demás, que pienso más en los demás que en mí. Y la verdad es que sí, por lo menos en mi familia. Echo de menos el estar con mi familia. Necesitaría estar junto con mi familia porque hemos sido una familia muy numerosa y nos llevamos muy bien”.
¡Suscríbete gratis y recibirás en tu correo cada nueva historia! Todavía hay muchas personas a las que conocer
Tamara
Renata, el próximo pájaro que veas por la ventana, seré yo saludándote. Gracias por contarnos tu historia y mucho ánimo con confinamiento.
Patricia
Qué ternura da Renata! Mucho ánimo. Besiño enorme
Martínez
Magnífico relato (a pesar de las dificultades que se adivinan) de una situación de absoluta actualidad. Brava Renata, serás ejemplo y estímulo para muchos, muchos que viven en una situación similar a la tuya.
Martínez.